“No temas,
rebañito mío, porque tu Padre ha tenido a bien darte el Reino”
Lucas 12, 32.
Sabiduría 18, 6-9;
Salmo (32) 33, 1. 12. 18-20; Hebreos 11, 1-2. 8-19; Lucas 12, 32-48.
“No temas” te dice a ti Jesús en este
día. El temor es una pasión del ánimo que lleva a un sujeto a tratar de escapar
de aquello que considera arriesgado, peligroso o dañoso para su persona. El
temor, por lo tanto, es una presunción, una sospecha o el recelo de un daño
futuro.
Jesús nos dice “no
temas” después de la parábola del rico confiado, de una serie de indicaciones
sobre los bienes que son necesarios al hombre para su desarrollo tales como:
comida, vestido y sustento.
¡No temas rebañito mío! |
El “no temas”
indica aquí la trascendencia del espíritu, el no dejarse ‘esclavizar’ de nuevo,
el de mantenerse libre de ataduras para volar alto, porque sin libertad no se
entra a la tierra prometida. Y en este punto nos es muy benéfico recordar aquel
pasaje del libro de los Números donde se nos narra la exploración de la tierra
de Canaán por los jefes de las doce tribus de Israel. Después de cuarenta días
regresaron y solamente Caleb y Josué dieron un informe positivo sobre la tierra
prometida y motivaron al pueblo para conquistarla pues estaba ocupada por los
amalecitas, los hititas, jebuseos, amorreos y cananeos. Pero los otros jefes
desmotivaron al pueblo diciéndoles que estaban habitados por gigantes
descendientes de Anac. Por cobardía el pueblo no se atrevió a conquistar la
tierra prometida y cargó con el peso de vagabundear cuarenta años por el
desierto de tal modo que quienes desconfiaron en el Señor murieron, solamente sus
descendientes entraron a la tierra prometida junto a Caleb y Josué y la descendencia
de estos (Cfr. 13-14).
Así que el “no te
mas de Jesús” es una invitación a la confianza, a colocar la propia vida en las
manos de Dios, de aprender a vivir bajo su providencia, de sentirse y saberse
amados por Él, por eso le hemos escuchado decir al Salmista: «Cuida el Señor de
aquellos que lo temen y en su bondad confían; los salva de la muerte y en
épocas de hambre les da vida», (32) 33, 18-19. ¡No dejemos que el miedo, las
inseguridades, las incertidumbres nos arrebaten la fe en Dios!
“Rebañito mío”,
somos el pueblo de Dios, somos su propiedad, por eso el Salmo recita
bellamente: «Feliz la nación cuyo Dios es el Señor, dichoso el pueblo que
eligió por suyo», v. 12. Sintámonos felices de que Dios nos ame tanto, así como
somos, así como estamos. Y que este amor nos impulse a ser cada día mejores. Él
es nuestro Padre y como explica la carta a los Hebreos «no se avergüenza de ser
llamado» nuestro Dios, 11, 16. Y sí somos sus hijos ‘predilectos’ ¿quién se atreverá arrancarnos de su mano?,
Cfr. Romanos 8, 35. ¡No dejemos que las malas obras entristezcan el corazón de
nuestro Padre Dios!
Hay un efecto que
se origina del simple hecho de haber sido constituidos hijos de adopción por el
Bautismo, y san Pablo nos lo explica: «Y si somos hijos, también somos
herederos: herederos de Dios y coherederos con Cristo, siempre y cuando ahora
padezcamos con él, para ser luego glorificados con él», v. 17. “Padecer con Él”
significa la exigencia que reclama el ser herederos del Reino:
-
Hacer de la sobriedad un estilo de vida,
para que al ejercitarnos en la solidaridad los que menos tiene se vean
beneficiados y enriquecidos por nuestra generosidad.
-
Estar en continuo discernimiento para que “la
mundanidad” no pervierta nuestra fe y nos haga caer en un profundo letargo.
-
Preferir siempre ser servidores alegres
que contagien y promuevan en el mundo el mandamiento del amor, a tal punto que
se vea que hay mucha más ganancia en el servir que en el ser servido.
-
Vivir en la esperanza de que la segunda
venida de Cristo es una realidad que cada día está más cerca.
-
Reconociendo que he recibido a lo largo de
la historia personal muchos bienes y que estoy llamado a dar siempre lo mejor
de mí en cada circunstancia y con cada persona.
¡No dejemos que el
mundo y sus placeres nos hagan perder la herencia eterna!
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