domingo, 8 de febrero de 2015

“El Señor sana los corazones quebrantados y venda las heridas”, Salmo 146/147, 3.

“El Señor sana los corazones quebrantados y venda las heridas”
Salmo 146/147, 3.
Job 7, 1-4. 6-7; Salmo 146/147, 1-6; 1Corintios 9, 16-19. 22-23; Marcos 1, 29-39.
Afirma el salmista, y nos presenta a Dios como el Médico por excelencia, de alma y cuerpo, es decir, del hombre total. El Señor es el médico del alma porque “sana los corazones quebrantados” por eso afirma en el versículo 2: «El Señor ha reconstruido a Jerusalén y a los dispersos de Israel los ha reunido».
Donde parece que todo es ruina y miseria el Señor infunde esperanza, donde todo se nos presenta como perdido en Dios se convierte en oportunidad para la victoria. Si el Señor reconstruye a Jerusalén, significa, que mi templo, mi casa, roída por el pecado o convertida por los espíritus inmundos en cueva de ladrones puede ser levantada, reedificada, rehabilitada. ¿Cuántos hombres vagan por el mundo sumergidos en tristezas, angustiados por los problemas, desesperados por sus situaciones, deprimidos y sin ánimos por la vida, con profundos sentimientos de culpabilidad? ¡Muchos! Pero hoy la palabra santa nos dice que el viento sopla a nuestro favor, pues Jesús, el Dios que salva está en medio de nosotros. En Jesús los marginados y excluidos, los que no tienen voz y los que son despreciados, tienen el rostro de un Dios que los escucha, acoge, los acepta, los congrega, los reúne en una sola familia, la gran familia de Dios, pues su sangre preciosa ha sido derramada por todos.
El Señor “venda las heridas” porque es capaz de tender su mano amiga a «los humildes y humilla hasta el polvo a los malvados», v. 6. La mano el Señor Jesús la tiende para sanar, por eso hemos escuchado en el evangelio que «tomándola de la mano» levantó a la suegra de Pedro, Marcos 1, 31. En Jesús no hay reproche sino compasión y ternura, su mirada no es condenatoria sino de profundo y genuino amor. En Jesús se cumple muy bien la frase de Pablo que hemos escuchado en la segunda lectura: «Con los débiles me hice débil, para ganar a los débiles», 1Corintios 9, 22. Jesús mira al hombre, a la mujer y no hace leña del árbol caído. Jesús nos enseña que el mejor bálsamo son los gestos de amor y de cariño. La cantinela que las mamás entonan para que el chiquillo deje de llorar tiene este significado: sana, sana, colita de rana sino sanas hoy sanarás mañana. Y luego el toque mágico el “picorete” en la herida, y el niño vuelve a jugar sin preocuparse del raspón en las rodillas. Hermanos: El amor nos hace andar y continuar en el juego de la vida porque siempre sembrará razones que dotan de nuevos sentidos la propia existencia. El que no ama se muere.
La frase “humilla hasta el polvo a los malvados” nos puede parecer difícil de digerir pero lo cierto es que no. El proceso reconciliador, el perdón, la paz reclaman al unísono la justicia. Cuando no se da la justicia convenientemente se genera una herida que no termina por sanar: el odio, la amargura, el rencor, la venganza y la justicia por propia mano. Y pedir perdón y perdonar parecen cosas fáciles, pero no es así, se requiere mucho más que olvidar, mucho más que el autodominio de la propia voluntad, se necesita la gracia de Dios, pues el perdón es fruto del amor. Y sólo el Señor puede generar en el corazón de los hombres que han sufrido hechos y situaciones injustas el perdón y la restauración de la paz porque Dios es amor, 1Juan 4, 8. Pero es necesario dejarse tocar por el Señor. Dejarse tocar por el Señor es abrirse totalmente a su encuentro, un encuentro íntimo, que marque y deje huella, sólo así es posible la renovación y la rehabilitación del corazón, porque para Dios no hay imposibles, por eso dice el Salmista: «Él puede contar el número de estrellas y llama a cada una por su nombre. Grande es nuestro Dios, todo lo puede», Salmo 146/147, 4-5 pues es el Dios creador y todo lo re-crea, lo hace nuevo.
No hemos de pasar por alto, que la sanidad de nuestras penas exigen piel con piel, es decir trato verdaderamente humano. De ahí, que nuestro querido Jesús se haya acercado y tocado a la suegra de Pedro, y no sintió repulsa ni tuvo menoscabo alguno para manifestar su interés y preocupación por la enferma.
Cuando el hombre tiene el corazón quebrantado y herido se repliega sobre sí mismo y pierde la confianza en el otro. Y para no sufrir más a causa del “otro” prefiere estar solo, sin relación significativa con los otros. Y su actitud podría parecernos justificada pero hoy Jesús nos dice que no es así.
La fiebre de la suegra de Pedro representa ese corazón quebrantado y herido que impide salir al hombre de sí mismo y lo en capsula hasta convertirla en una persona totalmente egoísta.
En latín “ego” significa “yo”, así que el egoísmo equivaldría a yoísmo, es decir, después de Yo, Yo, hasta que se convierte en “yoyo”, en un juguete de sus propias circunstancias, como un can que se lame las propias heridas. El mundo para la persona egoísta existe en la medida que sirve a sus propios intereses de lo contrario es indiferente. Por eso afirmamos que el egoísmo tiene que ver con el desamor. Me explico un poco más. Una persona egoísta ama, pero su forma de amar es desordenada porque se ama por sobre todas las cosas.
Lo contrario al “ego”, es decir, al Yo es el “Alio”, el otro. Y la persona que hace de su vida un proyecto “Alocéntrico” totalmente opuesto al egocentrismo, es una persona que tiene la posibilidad de desplegar toda la potencialidad de su ser, y puede alcanzar a configurar la auténtica imagen de Dios. Pues es en relación con el otro donde se genera lo verdaderamente humano. Por eso, escuchamos en el evangelio que una vez que la mujer fue sanada de la fiebre, «se puso a servirles», Marcos 1, 31. El servicio, expresión bella de la caridad, de la hospitalidad, de la fraternidad, de la presencia de la vida de Dios en el corazón del hombre. Hermanos: no dejemos que la fiebre del egoísmo nos impida ejercitarnos en la solidaridad que dignifica siempre la vida prójimo y nuestra propia existencia.