“Yo les aseguro
que ni en Israel he hallado una fe tan grande”
Lucas 7, 9.
1Reyes 8, 41-43;
Salmo 116/117, 1-2; Gálatas 1, 1-2. 6-10; Lucas 7, 1-10.
«Yo les aseguro que ni en Israel he
hallado una fe tan grande», Lucas 7, 9 es el elogio que Jesús hace de un Soldado
romano. ¡Qué mirada penetrante tiene Jesús! Ha sido capaz de descubrir detrás
de las palabras que el Soldado le dirige primero por medio de los ancianos y
luego por los amigos un corazón rebosante de auténtica fe en Él, Cfr. vv. 4. 6.
Porque si no hubiera tenido fe en Jesús no le hubiera mandado buscar como
tampoco hubiera dicho: «Basta con que digas una sola palabra y mi criado
quedará sano», v. 7. El Soldado no exigió ni esperó signos, gestos, ritos a
Jesús para que sanará a su criado, Cfr. 2Reyes 5, 11. Y sin embargo, logramos
ver un crecimiento en su fe, porque primero manda a buscar Jesús y luego le
dice que no es necesario que entre a su casa.
¡Nada es imposible para el que tiene fe!, Marcos 9, 23. |
Este elogio de
Jesús hacia el Soldado, me deja sin aire, porque a mi mente viene como golpe de
rayo, aquella palabra que Jesús dirigió a Pedro cuando éste intentó caminar
sobre el agua y al ver que se hundía le gritó para que lo salvase. Jesús le
dijo en ese entonces: «¡Hombre de poca fe! ¿por qué dudaste?», Mateo 14, 31. Hoy
Jesús nos ve ¿qué dirá de ti o de mí? ¿Un
elogio? ¿Un reproche?
Pero me inquieta
todavía más el hecho de que Jesús haya dicho que el Soldado posee “una fe tan
grande”, lo que indica que es una fe notoria, que se puede incluso tocar pues
lo que es ‘grande’ no pasa desapercibido. Y si la fe se ha hecho visible
significa entonces que se ha concretizado por medio de las obras. Y es ahora,
cuando me sale al paso, la exhortación que el Apóstol Santiago nos dirige en su
carta: «Uno dirá: tú tienes fe, yo tengo obras: muéstrame tu fe sin obras, y yo
te mostraré por las obras mi fe» 2, 18.
Descubramos cuáles
son las obras del Soldado para lograr ver la fe tan grande que posee:
1.
Una alta sensibilidad ante el dolor
humano, tiene entrañas de misericordia, no vive en la indiferencia ni sufre de
autismo espiritual. Se preocupa por la curación de su criado. El texto subraya
que el siervo era una persona “muy querida” para el Soldado. Era su igual,
porque sólo se ama lo semejante. Descubre el valor de la dignidad humana. Y
pone en marcha lo que llamamos una obra de misericordia corporal: ‘cuidar a los
enfermos’.
2.
El Soldado es una persona que vive inmersa
en la comunidad no sólo como garante del orden y de la convivencia armónica
entre los habitantes de Cafarnaúm. Sino que es capaz de relacionarse
adecuadamente, eso se entiende del hecho que envía ante Jesús algunos ancianos
judíos y después a unos amigos. El Soldado es capaz de vivir la fraternidad.
3.
Y si es capaz de vivir la fraternidad
significa que sabe valorar la cultura en la que vive, garantizando el desarrollo
normal del culto judío, por eso los ancianos le dicen a Jesús: «Merece que le
concedas ese favor, pues quiere a nuestro pueblo y hasta nos ha construido una
sinagoga», Lucas 7, 4-5. Así que el Soldado pone por obra la tolerancia.
4.
Ha construido una sinagoga, lo que revela
su generosidad o solidaridad hacia los más necesitados, en este caso con
judíos. Lo que pone también en evidencia el alto sentido de gratuidad que posee
con la cultura con la que se interrelaciona y en la cual trabaja.
5.
Su simplicidad, o mejor dicho su sencillez
o humildad, se reconoce indigno lo que evoca el reconocimiento de las
debilidades, fragilidades y pecados, por eso le manda a decir a Jesús por medio
de sus amigos: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que tú entres en
mi casa; por eso ni siquiera me atreví a ir personalmente a verte», v. 6. 7.
6.
Es un hombre que tiene en alto grado el
valor de la palabra de Jesús. Es un hombre cabal, de una sola pieza. No hay
doblez. De ahí, que le diga a Jesús: «Basta con que digas una sola palabra y mi
criado quedará sano», v. 7. El cree en la potencialidad que encierra las palabras
de Jesús pues lo ha comprobado cuando manda a realizar una cosa a los que están
bajo su mando.
Comprendemos ahora, que la fe necesita de las obras y
las obras de una genuina fe para que sea un hecho creíble. La fe madura en la
comunidad de los hombres.
Un soldado romano, un “no-israelita” como dijo el rey
Salomón en su oración a Dios, se ha acercado al templo a orar y a dirigir su
súplica. Y lo hace, apoyándose en la comunidad representada en los ancianos y
en sus amigos. Pone en marcha no sólo la súplica personal sino también
comunitaria.
Pero al mismo tiempo actualiza aquellas palabras proféticas
que el rey Salomón dirigió a Dios en el templo de Jerusalén, lugar donde Yahvé
habita por voluntad suya. Jesús es el nuevo templo de Dios, es el punto de
reunión donde Dios y el hombre se encuentran, por eso el evangelio de san Juan
dice: «La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros», 1, 14. Lo que da
entender que con su fe el Soldado vio en Jesús a Dios y se alegró, y por eso
obtuvo lo que pidió pues sabía a quién le dirigía tal petición. La misma idea,
la encontramos en buen ladrón que a pesar de su situación angustiosa descubre
la misericordia divina, reconoce su pecado, lo confiesa y pide salvación, Cfr. Lucas
23, 40-43.
Señor,
sana mi ceguera, y haz que te vea en el prójimo; concédeme tu gracia, aquella
que sana y libera de la incredulidad y del fatalismo; si Tú quieres puedes
sanarme, sanar a mis seres queridos especialmente a los enfermos; y protege a
todos aquellos que trabajan y te sirven cuidando a los más desfavorecidos.