domingo, 29 de mayo de 2016

“Yo les aseguro que ni en Israel he hallado una fe tan grande”
Lucas 7, 9.
1Reyes 8, 41-43; Salmo 116/117, 1-2; Gálatas 1, 1-2. 6-10; Lucas 7, 1-10.
«Yo les aseguro que ni en Israel he hallado una fe tan grande», Lucas 7, 9 es el elogio que Jesús hace de un Soldado romano. ¡Qué mirada penetrante tiene Jesús! Ha sido capaz de descubrir detrás de las palabras que el Soldado le dirige primero por medio de los ancianos y luego por los amigos un corazón rebosante de auténtica fe en Él, Cfr. vv. 4. 6. Porque si no hubiera tenido fe en Jesús no le hubiera mandado buscar como tampoco hubiera dicho: «Basta con que digas una sola palabra y mi criado quedará sano», v. 7. El Soldado no exigió ni esperó signos, gestos, ritos a Jesús para que sanará a su criado, Cfr. 2Reyes 5, 11. Y sin embargo, logramos ver un crecimiento en su fe, porque primero manda a buscar Jesús y luego le dice que no es necesario que entre a su casa.
¡Nada es imposible para el que tiene fe!, Marcos 9, 23.

Este elogio de Jesús hacia el Soldado, me deja sin aire, porque a mi mente viene como golpe de rayo, aquella palabra que Jesús dirigió a Pedro cuando éste intentó caminar sobre el agua y al ver que se hundía le gritó para que lo salvase. Jesús le dijo en ese entonces: «¡Hombre de poca fe! ¿por qué dudaste?», Mateo 14, 31. Hoy Jesús nos ve ¿qué dirá de ti o de mí? ¿Un elogio? ¿Un reproche?
Pero me inquieta todavía más el hecho de que Jesús haya dicho que el Soldado posee “una fe tan grande”, lo que indica que es una fe notoria, que se puede incluso tocar pues lo que es ‘grande’ no pasa desapercibido. Y si la fe se ha hecho visible significa entonces que se ha concretizado por medio de las obras. Y es ahora, cuando me sale al paso, la exhortación que el Apóstol Santiago nos dirige en su carta: «Uno dirá: tú tienes fe, yo tengo obras: muéstrame tu fe sin obras, y yo te mostraré por las obras mi fe» 2, 18.
Descubramos cuáles son las obras del Soldado para lograr ver la fe tan grande que posee:
1.                  Una alta sensibilidad ante el dolor humano, tiene entrañas de misericordia, no vive en la indiferencia ni sufre de autismo espiritual. Se preocupa por la curación de su criado. El texto subraya que el siervo era una persona “muy querida” para el Soldado. Era su igual, porque sólo se ama lo semejante. Descubre el valor de la dignidad humana. Y pone en marcha lo que llamamos una obra de misericordia corporal: ‘cuidar a los enfermos’.
2.                  El Soldado es una persona que vive inmersa en la comunidad no sólo como garante del orden y de la convivencia armónica entre los habitantes de Cafarnaúm. Sino que es capaz de relacionarse adecuadamente, eso se entiende del hecho que envía ante Jesús algunos ancianos judíos y después a unos amigos. El Soldado es capaz de vivir la fraternidad.
3.                  Y si es capaz de vivir la fraternidad significa que sabe valorar la cultura en la que vive, garantizando el desarrollo normal del culto judío, por eso los ancianos le dicen a Jesús: «Merece que le concedas ese favor, pues quiere a nuestro pueblo y hasta nos ha construido una sinagoga», Lucas 7, 4-5. Así que el Soldado pone por obra la tolerancia.
4.                  Ha construido una sinagoga, lo que revela su generosidad o solidaridad hacia los más necesitados, en este caso con judíos. Lo que pone también en evidencia el alto sentido de gratuidad que posee con la cultura con la que se interrelaciona y en la cual trabaja.
5.                  Su simplicidad, o mejor dicho su sencillez o humildad, se reconoce indigno lo que evoca el reconocimiento de las debilidades, fragilidades y pecados, por eso le manda a decir a Jesús por medio de sus amigos: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que tú entres en mi casa; por eso ni siquiera me atreví a ir personalmente a verte», v. 6. 7.
6.                  Es un hombre que tiene en alto grado el valor de la palabra de Jesús. Es un hombre cabal, de una sola pieza. No hay doblez. De ahí, que le diga a Jesús: «Basta con que digas una sola palabra y mi criado quedará sano», v. 7. El cree en la potencialidad que encierra las palabras de Jesús pues lo ha comprobado cuando manda a realizar una cosa a los que están bajo su mando.
Comprendemos ahora, que la fe necesita de las obras y las obras de una genuina fe para que sea un hecho creíble. La fe madura en la comunidad de los hombres.
Un soldado romano, un “no-israelita” como dijo el rey Salomón en su oración a Dios, se ha acercado al templo a orar y a dirigir su súplica. Y lo hace, apoyándose en la comunidad representada en los ancianos y en sus amigos. Pone en marcha no sólo la súplica personal sino también comunitaria.
Pero al mismo tiempo actualiza aquellas palabras proféticas que el rey Salomón dirigió a Dios en el templo de Jerusalén, lugar donde Yahvé habita por voluntad suya. Jesús es el nuevo templo de Dios, es el punto de reunión donde Dios y el hombre se encuentran, por eso el evangelio de san Juan dice: «La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros», 1, 14. Lo que da entender que con su fe el Soldado vio en Jesús a Dios y se alegró, y por eso obtuvo lo que pidió pues sabía a quién le dirigía tal petición. La misma idea, la encontramos en buen ladrón que a pesar de su situación angustiosa descubre la misericordia divina, reconoce su pecado, lo confiesa y pide salvación, Cfr. Lucas 23, 40-43.
Señor, sana mi ceguera, y haz que te vea en el prójimo; concédeme tu gracia, aquella que sana y libera de la incredulidad y del fatalismo; si Tú quieres puedes sanarme, sanar a mis seres queridos especialmente a los enfermos; y protege a todos aquellos que trabajan y te sirven cuidando a los más desfavorecidos.






sábado, 28 de mayo de 2016

“Alégrense de compartir ahora los padecimientos de Cristo, para que, cuando se manifieste su gloria, el júbilo de ustedes sea desbordante”
1Pedro 4, 13.
1Pedro 4, 7-13; Salmo 95/96, 10-13; Marcos 11, 11-26.
El camino de la Cruz me asusta. ¡Tengo miedo! No me gusta sufrir. Si estuviera en mí el poder de escapar del dolor y de cualquier padecimiento lo haría sin dudar. Pero reconozco que mientras esté en este mundo no puedo escapar de las situaciones dolorosas. Mis dolores, es doble no sólo por mi cuerpo sino también por mi espíritu.
¡Ánimo! Yo he vencido al mundo.
¿Cómo puedo estar alegre si hay sufrimiento? Esto parece algo ilógico y no lo digiero tan fácilmente. Mi instinto me dice que lo rechace pues ¿por qué sufrir cuando se puede evitar? Pero a donde vaya llevo conmigo mis dolores, mis heridas. Pero descubro algo interesante: el hecho de que, aunque pueda sufrir no todo sufrimiento tiene la misma causa u origen. Ya el Apóstol Pedro lo ha puesto en evidencia: «Es mejor sufrir por hacer el bien, si así lo quiere Dios, que por hacer el mal», 1Pedro 3, 17. El Apóstol Pedro señala en este versículo dos causas que originan el sufrimiento: el mal, que persuade a los hombres y los utiliza como instrumentos para infringir sufrimientos a sus prójimos (piénsese por ejemplo en la envidia, el odio, etc.); el hombre, que seducido por el mal llega a cometer todo tipo de injusticias. El bien no produce sufrimiento. Por eso, también llega a decir: «¿qué mérito tiene aguantar golpes cuando uno es culpable? Pero si, haciendo el bien, tienen que aguantar sufrimientos, eso es una gracia de Dios», 1Pedro 2, 20. ¿Una “gracia de Dios” sufrir por las malas acciones de los otros? ¡Racionalmente es una locura! Pero desde la perspectiva de la fe cristiana no es así.
Padecer por Cristo es una bendición, pero sufrir por los propios hierros es una maldición, pues está Escrito: «Felices ustedes cuando los injurien y los persigan y los calumnien [falsamente] de todo por mi causa», Mateo 5, 12. Pero ¿cuándo se trata de un sufrimiento por la causa de Cristo? Todo ha sido recapitulado en Cristo y en Él Dios Padre hace «nuevas todas las cosas», Apocalipsis 21, 5. Así que cuando un hombre se esfuerce, por ejemplo, en vivir honestamente en un ambiente corrupto y es, sino perseguido o marginado por este motivo, sufre a causa de poner en práctica los valores enseñados por el Nazareno aun cuando no sea cristiano quien desea vivir en la honestidad.
¡No quiero sufrir y me rehúso a ello! Pero viene en mi ayuda la palabra de Dios, que me hacen comprender que el Calvario es el camino correcto del cristiano: «El que quiera seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame», Lucas 9, 23. Y aquí el punto medular: ‘no quiero negarme’. Quiero vivir un cristianismo sin Cruz, sin dolor, sin padecimientos, sin entrega generosa. Porque la Cruz no sólo es padecimiento es también manifestación de un amor incondicional y totalmente desinteresado. En el fondo descubro que continúo siendo narcisista, a lo mejor no tanto en mi aspecto físico, pero sí en el confort y en el estilo de vida que práctico; y totalmente egoísta, porque antepongo mis propios intereses a los del prójimo. Negarse a sí mismo es morir a las pasiones desordenadas y todas aquellas actitudes que se contraponen al proyecto evangélico de Jesús.
Pero esta falta de negación aun en las cosas legítimas revela otra cosa, la fe incipiente que se posee. Por eso, Jesús dice a sus discípulos: «Tengan fe en Dios», Marcos 11, 22. Y particularmente me dice: «En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo», Juan 16, 33. Reconozco que tengo miedo, y este miedo paraliza mi mente, mis sentidos y me hacen dudar, a tal punto, que me orillan a no creer. Y descubro en el sufrimiento, en el dolor, en los padecimientos, el camino que debo transitar para crecer en la virtud: fe, esperanza y amor.
 Negarse a sí mismo es despojarse «de la conducta pasada, del hombre viejo que se corrompe con sus malos deseos» y es aprender a «discernir lo que agrada al Señor», se trata pues de una batalla interna tremenda, que desgasta y consume muchas energías, y que requiere pacientemente recorrer un largo proceso de liberación, Efesios 4, 22; 5, 10. Y este cansancio que se produce por querer cambiar es la causante de que se abandone el empeño de ser una creatura nueva. Y es entonces cuando fácilmente se tira la toalla y se piensa que es imposible la renovación interior. Se necesita fe en Dios porque para Él nada es imposible, Cfr. Lucas 1, 37.
Esto me lleva a decir que sin muerte no hay renovación, muerte a las actitudes negativas e insanas que corrompen y destruyen a la persona. Sin muerte se corre el riesgo de ser una higuera de exuberantes hojas, que dan sombra y hasta sirven de ornato pero que ocupa inútilmente la tierra porque no da frutos. O bien, ser un grandioso y majestuoso templo pero que ha perdido su significado porque se ha convertido en una “cueva de ladrones”, Marcos 11, 17. Así que cuando Jesús dice “Tengan fe en Dios”, lo que está dando entender es que es necesario renovar la confianza en Dios, purificándose de todo aquello que destruye al hombre.  Solamente con fe se puede progresar en la virtud.
En estos momentos dolorosos para mí, mi Señor me anima diciéndome: «el que quiera salvar su vida la perderá; pero quien pierda su vida por mí la salvará», Lucas 9, 24. Abrazando mi Cruz es como puedo salvar mi vida, es decir, desgastándola, entregándola, sirviendo al prójimo. El Señor me impulsa a no encerrarme ni aislarme en mi mundo, no desea que viva en un autismo espiritual que vacía a la fe de un genuino significado. Por eso me dice: «Cualquier cosa que pidan en la oración, crean ustedes que ya se la han concedido, y la obtendrán», Marcos 11, 24. Pero aun en la oración estoy tentado a decirle al Señor que pase ese trago amargo sin que yo tenga que beberlo. Y entonces, la palabra viene en mi ayuda y me recuerda la oración de mi Señor Jesús en el huerto de los olivos: «Abba -Padre-, tú lo puedes todo, aparta de mí esta copa. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya», Marcos 14, 36. Y comprendo ahora las palabras del santo padre Papa Francisco: «lo que importa antes de nada es la relación con el Padre. Es esto lo que hace la oración: transforma el deseo y lo modela según la voluntad de Dios, cualquiera que esa sea, porque quien ora aspira ante todo a la unión con Dios, que es Amor misericordioso».
Señor, ayúdame a no tener miedo. Aumenta mi débil fe.



martes, 24 de mayo de 2016

“Permanezcan en mi amor”
Juan 15, 9.
Jeremías 1, 4-9; Salmo 109/110, 1-4; Hebreos 5, 1-10; Juan 15, 9-17.
Hay una canción italiana que lleva por título “L’amore si muove”, una traducción literal sería ‘el amor se mueve’. Existe en esa canción una estrofa que dice así, al menos en mi itañol: ‘el amor se mueve, te lleva lejos si quieres, te toma por mano sin decirte dónde irás, el amor se mueve y no hace ruido lo sabes, es un viento gentil que no te abandona jamás’. La frase que me ha hecho ruido es precisamente eso: ‘que el amor se mueve’. Y me ha hecho ruido porque hoy Jesús nos dice: “Permanezcan en mi amor”, Juan 15, 9. Y precisamente sobre este versículo girará la predicación.
La palabra permanecer evoca durabilidad en el tiempo y exige también inmutabilidad, es decir, la posibilidad de que no exista cambio alguno. Así que cuando Jesús dice: “Permanezcan en mi amor”. Lo que el Señor Jesús nos está pidiendo es:
Un amor exclusivo porque está Escrito: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con toda tu mente”, es decir, un amor que envuelva o involucre a la totalidad de la persona enamorada: pensamientos, sentimientos y obras.
Un amor no excluyente porque inmediatamente agrega: “y al prójimo como a ti mismo”, Lucas 10, 27. Lo que significa que debe ser un amor real, palpable y creíble para que pueda ser llamado auténtico ya que se nos ha dicho: “Si uno vive en la abundancia y viendo a su hermano necesitado le cierra el corazón y no se compadece de él, ¿cómo puede conservar el amor de Dios? Hijitos, no amemos de palabra y con la boca, sino con obras y de verdad”, 1Juan 3, 17-18.
Un amor incluso que se fragüe con el paso de los años, que no disminuya, sino que se consolide y eche raíces profundas, de tal manera que ningún vientecillo de poca monta la haga temblar, pues Jesús mismo enseña: “Pero tengo algo contra ti: que has abandonado tu amor del principio”, Apocalipsis 2, 4.
Y sobre todo un amor fecundo, que floree y dé muchos frutos. Y eso sólo puede conseguirse si se ha bebido del amor de Dios: “quien tenga sed venga a mí; y beba quien crea en mí. Así dice la Escritura: De sus entrañas brotarán ríos de agua viva. Se refería al Espíritu que debían recibir los que creyeran en él”, Juan 7, 37-39. Y en otra parte se afirma: “el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, modestia, dominio propio”, Gálatas 5, 22-23. Comprendemos entonces que el amor es la plataforma, los cimientos de las demás virtudes, amando es como se florece.
Y hoy queridos hermanos y hermanas con las ordenaciones presbiterales diocesanas de esta bella diócesis y la acción de gracias que realizamos en esta cantamisa puedo afirmar y sin temor a equivocarme, que “el pantano sigue floreciendo y que eso se ha hecho realidad también aquí en la sierra” y les pregunto: “¿puede salir algo bueno de Jalapa?”.
Hermanos y hermanas: no hay otro modo de permanecer en el amor de Dios más que amando. Y eso lo sabía muy bien el bienaventurado Francisco de Asís por eso oraba diciendo: “O Divino Maestro, concédeme que no busque ser consolado sino consolar; ser entendido sino entender; ser amado sino amar. Porque es en el dar que recibimos, es en perdonar que somos perdonados y es muriendo que nacemos a la vida eterna”
Amar es un arte y por tanto se aprende. Toda la creación es expresión del amor de Dios. Y el hombre cuando ama se convierte en el reflejo de la gloria de Dios, pues ha sido creado a imagen y semejanza divinos, Cfr. Génesis 1, 26. Pero, el hombre es también la expresión de un acto de amor de sus padres. Así que, aunque el hombre haya sido creado por amor y engendrado en el amor es torpe a la hora de amar. Comete muchos errores y ocasiona demasiadas heridas cuando se atreve amar. Y hoy quien dice amar debe manifestarlo no sólo por medio de las palabras sino también por las obras, para que sea un acto creíble, Cfr. 1Juan 3, 18.
Si el amor se aprende es entonces movimiento, porque “mueve” al que ama de la inexperiencia a la experiencia; es una fuerza humana y sobrenatural que hace crecer y madurar al amante; se trata de un movimiento de adentro hacia fuera y de afuera hacia dentro, es un movimiento en espiral hacia lo divino; por eso no estamos completos si solo amamos y no ‘sentimos’ que somos amados o correspondidos, pues el amor requiere siempre de una buena dosis de reciprocidad.
Y es entonces cuando nos preguntamos: ¿Cómo pueden permanecer en el amor unos esposos? ¿Cómo pueden permanecer en el amor una familia? ¿Cómo pueden vivir en el amor los amigos y compañeros de trabajo? ¿Cómo pueden hacer realidad el mandato del amor los cristianos de hoy? ¿Cómo puede permanecer en el amor un sacerdote? El amor es uno, pues está escrito: “Dios es amor”, 1Juan 4, 8. 16. Y en otra parte la escritura afirma: “uno es Dios, Padre de todos, que está sobre todos, entre todos, en todos”, Efesios 4, 6. Permanecer en un único y absoluto amor es el mandato del Señor Jesús, un mandato que se extiende a todo hombre y no se reduce a los cristianos, aunque para los cristianos el amor sea la propia identidad pues se dijo: “En eso conocerán que son mis discípulos, en el amor que se tengan unos a otros”, Juan 13, 35.
Así que Padre Víctor permanecerás en el amor:
-          Si te esfuerzas hacer vida los mandamientos de la ley de Dios y de nuestra madre la Iglesia.
Pero recuerda, “amar es cumplir la ley entera”, Romanos 13, 10. Pero si en algún momento quebrantas la ley, no te olvides que: el amor “deja atrás las ofensas y las perdona”, 1Corintios 13, 5. Y acércate con confianza al Sacramento de la Reconciliación, pues “si confesamos nuestros pecados, Él [Dios] es fiel y justo para perdonarnos los pecados y limpiarnos de todo delito”, 1Juan 1, 9. Y esta experiencia del amor redentor de Jesucristo debe llevarte a perdonar siempre, debe ser una súplica constante en tu ministerio, perdonar y ser perdonado: “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, Mateo 5, 12.
-          Si obedeces.
Recuerda que el término obedecer deriva del latín ob-audire, que significa escuchar con atención. Y escuchar con atención implica saber acoger la palabra que se pronuncia. Y Jesús te ha dicho: “Permanezcan en mi amor”. Y tu obispo te preguntó: ¿prometes obediencia a mí y a mis sucesores? Y la obediencia se vive concretamente en el trabajo pastoral encomendado. Por eso has escuchado: “Y aunque era Hijo de Dios, aprendió sufriendo lo que es obedecer”, Hebreos 5, 8.
-          Si eres fiel a la palabra de Dios.
Lo que implica no tergiversarla. Hacerla vida sí. Predicarla con valentía para consolar, animar, defender, custodiar y alimentar el rebaño del Señor en este tiempo que son ‘tiempos difíciles’. La predicación debe ser palabra de Dios y no vanagloria tuya. Y esto implica, estudio, meditación y compromiso, pues has escuchado: “lo que yo te mande dirás”, Jeremías 1, 7. Recuerda las palabras durísimas del profeta Isaías: “son perros mudos incapaces de ladrar”, 56, 10.
-          Si realizas cada día con amor y solicitud tu ministerio sacerdotal.
No sólo la celebración de los sacramentos, sino como explica la carta a los Hebreos: con “peticiones y súplicas, con clamores y lágrimas”, siendo compasivo y muy indulgente con todos, 5, 2. 7.
-          Si eres amigo.

El decanato y las otras reuniones con el presbiterio diocesano son una oportunidad bellísima para fraguar la amistad y de custodiar tu ministerio sacerdotal. Pero allí donde te envíen te encontrarás con muchos otros hermanos, a ellos te debes, y en ellos encontrarás también la ayuda adecuada. Pero como dice el libro de proverbios: “Sean muchos los que te saludan, pero amigo íntimo, uno entre mil; el amigo fiel es refugio seguro; quien lo encuentra, encuentra un tesoro”, 6, 2. 14. Tu amigo es Jesús, por eso dice: “Ustedes son mis amigos”, Juan 15, 14.

sábado, 14 de mayo de 2016

“Él levanta del polvo al desvalido y saca al indigente del estiércol”
Salmo 112/113, 7.
Lo hizo sentar entre los jefes de su pueblo
Hoy celebramos la fiesta litúrgica de san Matías Apóstol, aquel hombre que el Señor quiso asociar al número de los Apóstoles para que junto a ellos diera testimonio “de la resurrección del Señor”, Hechos 1, 22. Hay muchas preguntas que surgen alrededor de esta elección y podemos alargarnos gustosamente en el discurso sin tener cuenta del tiempo, pues cada pasaje de la Sagradas Escrituras, contiene una riqueza infinita que nos es difícil agotarla. Por eso, quiero compartir con ustedes sencillamente dos ideas que están relacionados con la elección de Matías como testigo de Jesucristo. Ideas que tienen que ver con las siguientes palabras: Elección y Conversión.
Elección.
La elección nos invita a reconocer que hemos sido mirados con amor, con mucha ternura, con compasión. Esa mirada es una nueva forma de ver lo que hay en el profundo del corazón del hombre. Y lo que hay en el corazón no está a la vista de lo que comúnmente ven los hombres: “Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia. El Señor ve el corazón”, 1Samuel 16, 7.
El hombre ve siempre lo externo, aquello que se manifiesta en los actos que se realizaron. Pero se les escapa las intenciones y las condiciones incluso que obligaron o condicionaron la misma libertad humana en su elección. Así, por ejemplo, la elección de Matías evoca necesariamente la traición de Judas. Y podemos decir muchas cosas negativas de su persona, como también del resto de los otros discípulos (Pedro el violento que cortó la oreja de un hombre y también traidor; los ambiciosos hermanos del trueno: Santiago y Juan; etc.).
Y, sin embargo, cuando Pedro propone la elección de un nuevo testigo, hace una lectura de los acontecimientos históricos y comunitarios desde una perspectiva positiva; desde el hecho de que Dios es el Señor de la historia y que escribe incluso aun cuando las libertades humanas se opongan a su plan de Salvación. Esa lectura positiva radica en el hecho de que se cumplen las palabras de la Escritura, Hechos 1, 16-20. Esto me hace pensar que cuando uno elige, lo hace sí, mirando los actos humanos, los actos y actitudes externas, lo hace con mucha fe y grandísima esperanza, porque se le escapan las intenciones. Por eso, le escuchamos decir a Pedro los criterios de la elección: testigo de la resurrección, y eso implica verlo morir, y esto a su vez exige haberlo conocido antes para saber quién moría en la Cruz y por cuál motivo. De ahí, que agrega: “uno que sea de los que nos acompañaron mientras convivió con nosotros el Señor Jesús, desde que Juan bautizaba hasta el día de la ascensión”, v. 22. Y todos esos requisitos lo reunía también Judas Iscariote el traidor.
La mirada de compasión que penetra en la profundidad, en el espacio íntimo del hombre, y que comprende el angustioso gemir del alma humana es una mirada divina. Una mirada que recuerda que el hombre es bueno por naturaleza y que ha sido creado por un Dios que es bueno, Cfr. Mateo 10, 18. Esa mirada que voltea hacia abajo, hacia donde comúnmente pisoteamos y despreciamos, el Salmista lo dice magistralmente: “¿Quién hay como el Señor? ¿Quién iguala al Dios nuestro, que tiene en las alturas su morada, y sin embargo de esto, bajar se digna su mirada para ver tierra y cielo?”, 112/113, 5-6. Dios mira al hombre valiosamente.
Pero la mirada del que es elegido, es una mirada de ‘ojos vidriaos’, de una conciencia indigna, sin mérito alguno o digno de algo. Se percibe más bien como un ser siempre sediento y hambriento de bienes que le dignifiquen, 106/107, 9.
Conversión.
Esa mirada debe convertirse por la elección de amor, en una mirada de profundo agradecimiento, de gratitud, porque se le ha escuchado y se le ha dado aquello que jamás pensó recibir por mérito propios: “Él levanta del polvo al desvalido y saca al indigente del estiércol, para hacerlo sentar entre los grandes, los jefes de su pueblo”, 112/113, 7-8. Por eso, una actitud sabia es el reconocimiento y también el recogimiento y, sobre todo, de saber leer en estas acciones “la misericordia del Señor”, 106/107, 43.
La conversión, es pues necesaria, es una respuesta de agradecimiento, con trabajo interno continuo, de permanecer fiel a quien ha llamado y le dado a la vida un nuevo sentido de vida. Ese es el reto. El desafío de todo hombre y mujer, porque todos han sido elegidos y ‘predestinados’ a la Salvación. Pero cabe también, y no se debe pasar por alto, la posibilidad de que la historia de Judas Iscariote se vuelva a repetir y concretizar. El hombre corre el riego de volver caer y su caída puede originarle la muerte: “Con el dinero que le pagaron por su maldad compró un terreno, cayó de cabeza, su cuerpo se abrió y se le salieron las entrañas”, Hechos 1, 18. Y entonces se cumplirá la maldición: “Que su morada quede desierta y que no haya quien habite en ella”, Salmo 68/69, 26. Y “Que sus días sean pocos y su empleo lo ocupe otro”, 108/109.
Señor me has elegido, me has sacado del “estiércol” y me has dado una dignidad que no merezco. Señor abre mis ojos para verte, abre mis oídos para escucharte. Toca mi mente para pensar en lo bueno que has sido conmigo. Toca mi corazón para que Te ame. Fortalece mi voluntad para permanecer fiel y convertirme siempre a Ti. Conviérteme y me convertiré.  


viernes, 13 de mayo de 2016

“Se trataba sólo de ciertas discusiones acerca de su religión y de un tal Jesús, ya muerto, que Pablo asegura que está vivo”
Hechos 25, 19.
Hay un versículo en las Sagradas Escrituras del libro de Proverbios que reza así: “El hombre hace proyectos en su corazón, pero el Señor pone la respuesta en sus labios”, 16, 1. Y hemos de reconocer que no siempre lo que tiene en el corazón el hombre se confirman con sus palabras o sus obras. Le es difícil al hombre vivir en coherencia.
"Cuando yo sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí", Juan 12, 32.
Mientras Pablo lleva ya dos años preso por la causa de Cristo, Porcio Festo evangeliza sin que lo sepa, anuncia el núcleo central de la doctrina cristiana: la resurrección de Cristo. Lo dice con una simplicidad que pereciera que pierde su gran significado, pero no es así: “un tal Jesús, ya muerto, que Pablo asegura que está vivo”.
Festo tenía un proyecto en su corazón: “queriendo ganarse a los judíos, intervino y preguntó a Pablo: ¿quieres subir a Jerusalén para someterte allí a mi juicio? Pablo replicó: Apelo al emperador”, Hechos 25, 9. 10. Pero ¿por qué actúo de esa manera el Apóstol Pablo? Primero, porque Festo quería entregar a Pablo en manos del Sanedrín que exigía su muerte. Segundo, porque el Señor le había revelado: “Sal pronto de Jerusalén, porque no van aceptar tu testimonio acerca de mí…Ve, que yo te envío a pueblos lejanos”, 22, 18. 21. Y en otra parte, dice: “¡Ánimo! Lo mismo que has dado testimonio de mí en Jerusalén, tienes que darlo en Roma”, 23, 11.
Tercero, Pablo no reclama justicia ante el César porque se sabe inocente: “Hermanos, yo he procedido ante Dios con conciencia limpia e íntegra”, v. 1. Y no se preocupa si su proceso judicial se vuelve injusto por la corrupción de la autoridad, pues lo ha dejado claro: “A mí poco me importa ser juzgado por ustedes o por un tribunal humano; ni yo mismo me juzgo. Mi conciencia nada me reprocha, pero no por ello me siento sin culpa; quien me juzga es el Señor”, 1Corintios 4, 3-4. Cuarto, Pablo sabe que su causa está en las manos del Señor, y es precisamente, quien jalona la historia de la humanidad hacia sí, a pesar de las propias contradicciones que generan la libertad de los hombres: “Nadie perderá ni un pelo de la cabeza”, Hechos 27, 34.
Quinto, a Pablo le preocupa más bien cumplir los designios de Dios: anunciar el Evangelio de Jesucristo a los gentiles. Y si apela al emperador es porque anunciará en el corazón del imperio que Jesús es el Dios resucitado. El anuncio se da a los hombres y lo ha venido realizando desde que fue hecho preso: al comandante Claudio Lisias, a los gobernadores de Cesarea, primero a Félix y dos años más tarde a Porcio Festo, ahora al rey Agripa, etc.
Dios construye la historia aun cuando existe una oposición rotunda de los judíos y del imperio romano. Es irónico que un pagano le dé el kerigma, el primer anuncio del Evangelio, a otro pagano. Eso es lo que presenta hoy la narración del evangelista Lucas en los Hechos de los Apóstoles. Por eso, el sabio dice: “El hombre planea su camino, el Señor le dirige los pasos”, Proverbios 16, 9.

Señor, tu eres dueño de la historia, ayúdame a saber anunciar creativamente y con valentía que Tú estás vivo y operante en medio de tu pueblo y de la misma humanidad. No importa si con palabras o sin ellas, pero sí con la sobrenatural fuerza de tu amor. Para que sea un testimonio auténtico y se haga creíble y cercana a cada hombre que me encuentre en mi camino. 

jueves, 12 de mayo de 2016

“Ten ánimo, Pablo; porque así como en Jerusalén has dado testimonio de mí, así también tendrás que darlo en Roma”
Hechos 23, 11.
Después de haberse despedido el Apóstol Pablo de las comunidades de Éfeso viajó a Jerusalén. Y como en todo viaje suceden cosas y hechos inesperados, su trayecto no fue la excepción. Y llama mucho la atención, el hecho de cuando desembarcaban en algún puerto siempre se hospedaba en casa de algunos de los discípulos del Señor, Cfr. Hechos 21, 4. Pablo era muy conocido, no podía pasar desapercibido tan fácilmente. Además de que se cumplieron aquellas palabras que había dirigido a los Efesios en su despedida: “me dirijo a Jerusalén sin saber lo que allí me sucederá. Sólo sé que en cada ciudad el Espíritu Santo me asegura que me esperan cadenas y persecuciones”, 20, 22-23. Eso es lo impresionante, fascinante y desconcertante al mismo tiempo en la vida de san Pablo, en toda su vida refleja una resiliencia tan grande, que no se explica ni se entiende si se saca de la ecuación la variable llamada Espíritu Santo.
"Todo lo puedo en Aquel que me fortalece", Flp. 4, 13
Los hermanos que pertenecían a las comunidades fundadas por san Pablo gozaban de una multiplicidad de carismas que entre ellos había profesitas y profetas, por medio de los cuales, el Espíritu Santo se manifestaba, Cfr. 21, 9-14. Y muchos de ellos, sabían lo que le esperaba al Apóstol en Jerusalén y trataban de disuadirlo para que interrumpiera su viaje, pero ni por eso, Pablo fue persuadido. ¡Qué dicha sería tener una voluntad tan grande, fuerte y firme como la de san Pablo Apóstol! Pero el Señor reparte sus bienes según su corazón. Y sé que también a nosotros nos ha tocado dones, pero lo interesante es cómo hacerlo fructificar.
Pablo llega a Jerusalén y por consejo de los ancianos (presbíteros) responsables de aquellas comunidades cristianas sube a cumplir unos votos al templo acompañados de cuatro hermanos. Allí es reconocido por algunos judíos que procedían de Asia y armaron tremenda trifulca bajo el rumor de que Pablo enseñaba “a todo el mundo y en todas partes una doctrina contraria al pueblo, a la ley y al lugar sagrado” y lo acusaron de “introducir a unos griegos en el templo profanando” el santo lugar. Toda la ciudad corrió al llamado de aquellos judíos, tomaron a Pablo, intentaban darle muerte, lo golpearon. Un comandante intervino y encadenó a Pablo y trató de contener la furia de aquella gente enardecida, vv. 27-40. Pablo les habló en hebreo y les narró su conversión, desde la muerte de Esteban hasta la evangelización de los pueblos paganos. Pero no hicieron caso e insistían que deberían darle muerte. El comandante mandó a que interrogasen a Pablo a punta de latigazos, pero el apóstol reveló que era también ciudadano romano y por ello no podían castigarlo sin que le hicieran un proceso justo, es así como el comandante mandó a que el Sanedrín se reuniera en pleno e hizo comparecer a Pablo ante ellos, Cfr. cap. 22.
Y henos aquí, Pablo delante del Sanedrín, todos los ojos puestos en él. Y jamás pasaría por la mente de aquellos hombres lo que el Apóstol haría, no es él el acusado sino el acusador y pone en evidencia la ruptura que existía ya en el consejo entre fariseos y saduceos, no es simple ruptura, sino que toca el corazón, el punto medular de la fe, se trata de una cuestión doctrinal y dice cual es: “se me está juzgando por la esperanza en la resurrección de los muertos”, 23, 6. Ese ha sido el testimonio de Pablo en el Jerusalén, ante los responsables de la ley judía y ante todo el pueblo. La situación gustaba para que el Apóstol guardara silencio pues se encuentra preso, pero habla y actúa con tal libertad interior que pareciera que los acusadores eran los que en verdad se encontraban encadenados. Y es así, dominados por la rabia, por la ira y envidia ellos son los esclavos.
Nos deja sin aire, al comprobar lo que el Espíritu Santo puede hacer en un corazón que le deja actuar si somete plenamente a su acción. Pablo dio testimonio de la resurrección del Señor exponiendo su vida a la propia muerte, por eso llegará a decir: “pero pienso que a nosotros los apóstoles Dios nos ha puesto en el último lugar, como condenados a muerte, y hemos llegado a ser un espectáculo para el mundo, para los ángeles y los hombres…Somos insultados y bendecimos, somos perseguidos y resistimos, somos calumniados y consolamos a los demás”, 1Corintios 4, 9. 12-13. Pero todo esto fue capaz de llevarlo a cabo por la gracia del Señor que se expresa en los siguientes términos: “Ten ánimo, Pablo”. El Señor consuela, el Seños infunde fuerzas y ánimos a su instrumento de Salvación.

Señor, hoy quiero escuchar tu voz que dice “Ten ánimo”, quiero emprender la jornada de cada día consciente de que no estoy solo en esta tarea. De que eres Tú quien abre brecha y allana el sendero. Yo soy simplemente una inútil partícula que le ha tocado sembrar, otros regarán y arrancarán, y algunos más cosecharán. Ayúdame a no tener miedo en degastar la vida por tu Evangelio. Concédeme y haz que se derrame profusamente sobre mí tu divino Espíritu.  

miércoles, 11 de mayo de 2016

“Miren por ustedes mismos y por todo el rebaño, del que los constituyó pastores el Espíritu Santo”
Hechos 20, 28.
Desde Mileto el Apóstol Pablo ha convocado a los ancianos (presbíteros) responsables de las diversas comunidades cristianas de Éfeso y se despide de ellos exhortándoles a ser fieles a la enseñanza que les trasmitió del Evangelio. Les dice que ya no lo volverán a ver. El momento es en verdad conmovedor y predomina una atmósfera de gran expectación, les recuerda de manera sintética todo lo que realizó para evangelizarlos y se pone como modelo a imitar en el seguimiento de Cristo Jesús. Y proféticamente les dice: “Yo sé que después de mi partida, se introducirán entre ustedes lobos rapaces, que no tendrán piedad del rebaño y sé que, de entre ustedes mismos, surgirán hombres que predicarán doctrinas perversas y arrastrarán a los fieles detrás de sí”, Hechos 20, 29-30.
¡Ama y amate!
Pablo como pastor alerta a los responsables de las comunidades cristianas de Éfeso, y les pone de manifiesto una vez más la gran tarea que llevan sobre sus hombros: “estén atentos y recuerden que durante tres años no he cesado de aconsejarlos con lágrimas ni de día ni de noche”, v. 31. Ser anciano (presbítero) de la comunidad cristiana no es pues un privilegio sino un alto grado de responsabilidad, por eso les dice: “hoy declaro que no soy responsable de la muerte de ninguno, porque nunca dejé de anunciar plenamente el designio de Dios”, v. 26-27. La predicación y enseñanza, así como sus exhortaciones y consejos no disminuían estaban siempre a la orden del día. Pareciera que ni los sufrimientos ni las penalidades o pruebas le restaban energía para dar pasto de calidad y de calidez a su rebaño, es decir, para cimentarlos en la auténtica fe del Hijo de Dios.
En el discurso de despedida de Pablo podemos entre sacar algunas características de su forma de pastorear el rebaño del Señor, las cuales pueden ser de gran utilidad para quienes actualmente han recibido dicha tarea, se trate ya de la Iglesia Universal o Particular (diocesana), parroquial o la propia Iglesia doméstica (la familia): ha sido un servicio humilde, con coherencia de vida, con una predicación y enseñanza en las plazas como en las casas donde se reunían con frecuencia, esto habla del acercamiento y acompañamiento pastoral que ejercía en la comunidad, una pastoral no de “ocurrencia” sino de auténtico discernimiento pues actúa según le impulsa el Espíritu Santo, esto nos permite descubrir que la pastoral que ponía en marcha era de tipo no sólo kerigmático sino sobre todo carismático, Cfr. vv. 18-24.
Y para cumplir con el encargo de ser un buen pastor, Pablo les dice: “Miren por ustedes mismos y por todo el rebaño”, v. 28. Lo que indica que el anciano de la comunidad debe prestar atención a dos cosas de suma importancia y que si se olvida de ello puede terminar por minar su propia misión, puede sabotearse así mismo. Hay otras traducciones que en lugar de decir ‘miren’ emplean el término ‘cuidar’. Quedémonos con el concepto cuidar, la cual la emplea en dos sentidos: “por ustedes mismos” y por el “rebaño”. Y son totalmente recíprocos. Existe un versículo en las Sagradas Escrituras que nos puede ser de gran ayuda para comprender mucho mejor lo que aquí el Apóstol está enseñándonos, se trata del mandamiento del amor, pero en su sentido horizontal y Jesús nos lo enseña: “Amarás al prójimo como a ti mismo”, Mateo 22, 39.
El mandato es amar. No explicaré el hecho de sí es posible mandar al Amor. Sino que me detendré y dedicaré unas líneas a la condición a la que está sujeta el mandamiento del amor al menos en esta su segunda equivalencia. Pues el precepto más importante es: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente”, v. 37. El precepto es claro se ha de amar con toda la potencialidad que la persona encierra en sí misma: pensamiento (mente), sentimiento (corazón) y obra (alma, la energía que le impulsa siempre actuar y expresarse).
El pastor no puede cuidar su rebaño si su mente, sentimiento y obra no están en un sano equilibrio, es decir, sino se ama así mismo. El amor así mismo está relacionado a cuidarse, a tener en gran valía su propia persona para garantizar el desempeño eficaz de su labor. Hablamos entonces no sólo de una salud física (corazón), de una salud psicológica (alma) sino también de una salud moral (obra). Es curioso, pero suele pasarse por alto estos elementos que el Apóstol tenía muy claro, y así lo pone en claro en la carta que le dirige a Timoteo: “No te hagas cómplice de culpas ajenas [obra]. Consérvate puro [Alma]. Deja de beber agua sola; toma algo de vino para la digestión y por tus frecuentes dolencias [Corazón]”, 1Timoteo 5, 22-23.

Señor se nos olvida a veces que no podemos dar lo que no tenemos. El cuidado de tu rebaño tiene como condición indispensable el cuidado de mi propia persona. No puedo amar tu rebaño sino no me amo, primeramente. Líbrame del narcisismo. Vigila y custodia mi mente, corazón y voluntad para que venga a realizar siempre lo que te es grato.

martes, 10 de mayo de 2016

“Te pido por ellos; no te pido por el mundo, sino por éstos, que tú me distes, porque son tuyos”
Juan 17, 9.
Imagino ese momento íntimo que Jesús tuvo con sus discípulos, han terminado la cena de Pascua, es la última cena de Jesús; la conversación se ha prolongado demasiado, el tiempo corre como el agua en la acequia, ninguno tiene sueño, todos miran y escuchan atentamente al Maestro. De pronto, Jesús se levanta y extiende sus manos y ora en voz alta al Padre, no es un hecho extraordinario pues Jesús siempre ora. Así lo retratan muy bien los evangelistas, y en cada una de sus oraciones, los discípulos tienen un espacio muy importante. Los discípulos viven en la mente y en el corazón de Jesús. No es la única vez que Jesús dice y revela lo que pide al Padre en su oración, en otra ocasión se lo dijo a Pedro antes de que éste se avergonzará de Él y terminara negándolo: “Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido permiso para sacudirlos como se hace con el trigo. Pero yo he rezado por ti para que no falle tu fe. Y tú, una vez convertido, fortalece a tus hermanos”, Lucas 22, 31-32. Jesús sabía que Pedro lo negaría, pero también reconoció que el Apóstol se levantaría de donde había caído por la oración que había hecho en favor de él.
Enciende una luz: por nuestras madres vivas y difuntas
Jesús oraba. Jesús ora incluso hoy por los suyos, pues como Sacerdote eterno está siempre intercediendo por los suyos y “se presenta ante Dios a favor nuestro”, Hebreos 8, 1; 9, 24. Es maravilloso descubrirse amado. Estar en la mente y en el corazón de alguien y que ese alguien ruegue por tu bien a Dios, ¿qué cosa es si no auténtico amor, amor a Dios, amor al prójimo? De hecho, se trata de una obra de misericordia espiritual: Orar a Dios por vivos y difuntos. Y pone de relieve la afirmación de que en la Iglesia existe una unidad expresada con los términos: “Comunión de los Santos”, pues todos los bautizados están constituidos para el bien de los demás: “así el cuerpo [la Iglesia] va creciendo y construyéndose en el amor”, Efesios 4, 16. Y el amor no sólo son palabras sino también obras concretas, acciones y actitudes que se pueden ver, oler, tocar y hasta sentir.
La oración de Jesús expresa pues el amor por sus discípulos, y la más grande manifestación del amor es la fraternidad que se vive en la unidad y en la comunión en cada uno de los miembros de la gran familia de Dios, los cuales han sido reunidos y congregados bajo un solo cayado en el sacramento del Bautismo, pues ahí, fueron consagrados al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, Cfr. Mateo 28, 19. Por eso, le escuchamos decir a Jesús: “los hombres que separaste del mundo para confiármelos: eran tuyos y me los confiaste. Todo lo mío es tuyo y lo tuyo es mío: en ellos se revela mi gloria”, Juan 17, 6. 10. La gloria de Dios se manifestó plenamente en la Cruz de Cristo, donde entregó la vida por la salvación de toda la humanidad, en ese sacrificio, se manifestó el amor de Dios por el hombre. De ahí, que sea en el amor, expresados concretamente en la unidad y en la fraternidad, como la Iglesia revela al mundo la gloria de Dios, porque “Dios es amor”, 1Juan 4. 8. 16.
Jesús ora por su Iglesia, porque los dejará por un tiempo hasta que vuelva en su gloria a juzgar a vivos y muertos al final de los tiempos. Y su preocupación es la comunión por eso le ruega al Padre diciéndole: “yo voy hacia ti, Padre Santo, cuida en tu nombre, a los que mediste, para que sean uno como nosotros”, Juan 17, 11.

Señor Jesús gracias por seguir orando por tu Iglesia de la cual formo parte a través de mi Bautismo. Hoy yo también quiero orar por tu Iglesia Universal, nuestra Madre, en la que has querido congregarnos y mantenernos unidos bajo el cayado de Pedro. Ruego también por la Iglesia doméstica (La familia) por su unidad, por la fraternidad y la comunión entre sus miembros. También, suplico por quienes me han pedido una oración, por ellos y los suyos. Oramos por nuestras madres vivas y difuntas. Y encendemos una vela en señal de la total comunión que existe entre la Iglesia del Cielo, la que se encuentra purgando y la que todavía peregrina hacia Ti, oramos unidos, para hacer visible la comunión de los Santos.

lunes, 9 de mayo de 2016

“En el mundo tendrán tribulaciones; pero tengan valor, porque yo he vencido al mundo”
Juan 16, 33.
Si pudiéramos evitar el dolor y toda clase de sufrimiento sin pensarlo lo haríamos. Lo cierto es que no podemos dejar de sufrir. Sufrimos en el cuerpo. Y también en el alma. ¡No podemos es capar de las tribulaciones!
Y, sin embargo, es saludable también el sufrir. Porque cuando sufrimos, por ejemplo, alguna enfermedad o algún padecimiento temporal, el ‘don de la vida’ recupera su valor, al menos en la propia conciencia, y así sucede con los otros valores. La oscuridad no existe cuando hay luz. Pero cuando la luz no existe nos percatamos de su valor, del gran significado que tiene para quien lo necesita en ese instante.
Señor tu me das valor para la lucha y yo sin miedo avanzaré

Hay un pasaje en las Sagradas Escrituras que dice: “me es tuvo bien el sufrir, así aprendí tus justos mandamientos”, Salmo 118/119, 71. Todo mandamiento encierra en su letra un espíritu que dota de un auténtico significado la vida del hombre. Pensemos por ejemplo en uno de ellos y preguntémonos que sufrimiento causaría o tribulaciones desencadenaría, incluso hasta los daños colaterales, si no lo cumpliéramos.
Jesús dice “en el mundo tendrán”, en el mundo de los hombres, en el mundo de las maquinaciones malvadas, de las envidias y de los odios, en el mundo donde gobierna incluso los demonios (el infierno), pues está escrito: “y los echarán al horno de fuego. Allí será el llanto y el crujir de dientes”, Mateo 13, 50. Así, que resulta desconcertante esa frase que comúnmente solemos decir a quienes han perdido a un ser querido por alguna enfermedad que le condujo a la muerte: ‘al menos dejará de sufrir’. Pero descubrimos que la muerte es el final de la historia del hombre sobre la tierra, pero su vida continúa de un modo diverso, por eso a la sentencia del “horno de fuego” va precedido por las siguientes palabras: “Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno de fuego”, v. 49. Asegurando el cumplimiento del adagio: “pobre del pobre que al cielo no va; se lo friegan aquí y se lo joden allá”.
Pero entonces, nos preguntamos: ¿nunca dejaremos de sufrir? Al respecto la Palabra Santa en Apocalipsis 21, 4 nos dice que Dios mismo: “secará las lágrimas de los ojos. Ya no habrá muerte ni pena ni llanto ni dolor. Todo lo antiguo ha pasado”. Este versículo pertenece al último capítulo del libro del Apocalipsis el cual inicia hablando de un “cielo nuevo y una tierra nueva” porque “el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido, el mar ya no existe”, v. 1. Dando a entender que cuando el hombre construye un mundo donde la premisa fundamental es el amor, la justicia, la verdad, el bien, no hay sufrimiento sino paz y concordia. Y se instaura así un modo nuevo de vida. Por eso el Salmista exclama: “Se levanta Dios y se dispersan sus enemigos, huyen de su presencia los que lo odian; como el humo se disipa, se disipan ellos; como se derrite la cera ante el fuego, así perecen los impíos ante Dios”, Salmo 67/68, 2-3.
Pero también indica el hecho de que el mal desaparece porque Dios lo ha derrotado, por eso también expresamente dice “el mar ya no existe”, ese ‘inframundo’ que se opone rotundamente a que el hombre sea feliz: el mal. En conclusión, los ‘salvados’ serán los que dejarán de sufrir, por eso escuchamos decir: “Ante el Señor, su Dios, gocen los justos y salten de alegría”, v. 4. Así que mientras estemos en el mundo de los hombres como en el mundo de los espíritus inmundos siempre sufriremos, no así en el mundo preparado para los justos en el Cielo.
Pero Jesús también dice “pero tengan valor, porque yo he vencido al mundo”. Hay un Salmo que evoca la fuerza y la valentía que Dios otorga a los que ama y se adhieren a Él con todo el corazón: “pero a mí me das la fuerza de un búfalo y me unges con aceite nuevo. Mis ojos no temerán a mis enemigos, mis oídos escucharán su derrota”, 91/92, 11-12. Por eso, Jesús les dice a sus discípulos de una manera desafiante: “¿De veras creen?”, Juan 16, 31. Si no tenemos confianza que todo puede ir mejor la fatalidad entra a nuestra casa.
Entonces descubrimos una manera positiva de afrontar adecuadamente las tribulaciones, la fe en Jesús, el vencedor del mundo de los violentos, de los injustos, del pecado, del mundo dominado por los espíritus inmundos.
Otra manera es el dejarse ayudar por Jesús. Él quiere convertirse para cada hombre y mujer en el Cirineo que ayuda a cada uno a llevar la cruz con esperanza de resurrección. No es rechazando la cruz como vencemos, no es renegando o maldiciendo a los que nos hacen daño y buscan nuestra derrota como ganamos. El camino de la Cruz para el cristiano es victoria por eso dice “Yo he vencido al mundo” como dando a entender que Él es el modelo a seguir y a imitar. Lo que significa ponerse en las manos de Dios, abandonarse totalmente a Él. Creyendo con todo el corazón que estamos en sus manos: y que nadie nos arrancará de su mano, Cfr. Juan 10, 28-29.
Podremos vencer a través de la oración. La Biblia nos cuenta después de que Ana derramó su corazón delante del Señor se desahogó y su rostro cambio. Quizás los problemas estarán allí, donde los dejaste antes de que entrarás a orar, pero tendrás nuevas fuerzas para afrontarlas y vencerlas cuando vuelvas a casa. Ana volvió a su vida cotidiana, pero escucha lo que dice la palabra de Dios: “Luego se fue por su camino, comió y no parecía la de antes”, 1Samuel 1, 18. Y si es posible pide a la comunidad que ore por ti, y verás que sucederán cosas maravillosas, como al apóstol Pedro: “Mientras Pedro estaba custodiado en la cárcel, la Iglesia rezaba fervientemente a Dios por él”, Hechos 1, 25. Y Dios intervino y un ángel lo liberó, Cfr. vv. 7-12.
Enciende una luz, una vela, que te haga recordar aquellas palabras del Salmista: “Tú, Señor, enciendes mi lámpara, Dios mío, tú alumbras mis tinieblas. Contigo corro con brío, con mi Dios asalto la muralla”, Salmo 17/18, 29-30. La vela encendida es el símbolo místico de que “Dios que es luz” está con uno, 1Juan 1, 5. Es el pensamiento fuerte que disipa los pensamientos negativos que a veces suelen colarse por nuestra mente y correr por nuestras fantasías haciéndonos caer en depresión y tristeza. Desde la fe estos pueden ser muy buenas herramientas para no tener miedo a las tribulaciones. Y claro, que podemos emplear otras técnicas muy humanas: el ejercicio, nadar, salir a caminar, leer, escuchar música, etc.
Señor, tú me das valor para la lucha y yo sin miedo avanzaré. Porque tú tienes el poder en el cielo y en la tierra y nada puede resistirse a tu voz. Y tú me amas, por eso, confiado me meto en la refriega y a salto la muralla. Me has ungido con aceite nuevo, es decir, con el poder de tu Espíritu Santo.


domingo, 8 de mayo de 2016

"Y mientras los bendecía, se fue apartando de ellos y elevándose al cielo"
Lucas 24, 51.
Hay despedidas que duelen demasiado y que con el tiempo a veces son superadas. Pero hay también despedidas que están llenas de gozo y de alegría. Jesús se despide de sus amigos, pero ahora ninguno llora o está triste, predomina una atmósfera de gran veneración, de majestuosidad y de profunda adoración, el evangelista Lucas es muy claro cuando dice: "Ellos, después de adorarlo, regresaron a Jerusalén, llenos de gozo", v. 52.
"Levantando las manos los bendijo"
Hoy recordamos la ascensión a los cielos de nuestro señor Jesucristo, y esto debe ser motivo de profunda alegría, primero, porque nuestra humanidad ha entrado por medio de Jesús en el ámbito de la divinidad. La naturaleza humana ha sido restaurada, purificada del pecado y colocada en el 'lugar' que Dios Padre le había destinado antes de la caída de Adán y Eva: el paraíso. Por eso el Salmista nos invita a estallar en júbilo y sobre todo a tocar las trompetas para que anunciemos que Cristo Jesús ha vuelto a ocupar el trono que había dejado por un instante por haberse solidarizado con la humanidad, así lo confirma la palabra santa cuando dice: "Ya conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza", 2 Corintios 8, 9. Ese enriquecimiento dio inicio en su Encarnación y encuentra su culmen en la exaltación de Jesús, es decir, en su muerte de Cruz, en su Resurrección y en su Ascensión, que son tres expresiones diversas que afirman una grandiosa y maravillosa verdad anunciada ya desde antiguo: "Entre voces de Júbilo y trompetas, Dios, el Señor, asciende hasta su trono", Salmo 46/47, 6. Lo que quiere indicar el hecho de que haya entrado a los cielos y se haya sentado en su trono es que Jesús tiene pleno poder y ya no está supeditado al tiempo y el espacio, a las leyes de la física, por eso, sus discípulos como nos dice la primera lectura: recibieron de parte de él “muchas pruebas de que estaba vivo y durante cuarenta días se dejó ver por ellos y les habló del Reino de Dios”, Hechos 1, 3. El término cuarenta señala una generación y lo que intenta decir es que Jesús incluso hoy sigue manifestándose a sus discípulos, vive y se hace presente en medio de su pueblo, porque: “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos”, Hebreos 13, 8.
El segundo motivo por el que debemos exultar de alegría es el hecho de que el camino al paraíso ha sido allanado, la puerta que había sido cerrada por culpa de nuestros primeros padres ha sido abierta y ningún poder lo podrá jamás cerrar. Existe un camino de retorno a la casa del Padre, así lo afirma la segunda lectura tomada de la carta a los Hebreos: "Hermanos, en virtud de la sangre de Jesucristo, tenemos la seguridad de poder entrar en el santuario, porque él nos abrió un camino nuevo y viviente a través del velo, que es su propio cuerpo", 10, 19. Lo que significa que no hay ningún otro Nombre, Camino y Cuerpo por el que podamos ser salvados del pecado que engendra la muerte sino el de Cristo Jesús, Señor nuestro, el cual dijo de sí mismo: "Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día", Juan 6, 54; “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida: nadie va al Padre ni no es por mí”, 14, 6; y así también lo confirma la Iglesia por boca de san Pedro después de Pentecostés: “En ningún otro se encuentra la Salvación; ya que no se ha dado a los hombres sobre la tierra otro Nombre por el cual podamos ser salvados”, Hechos 4, 12.
El Tercer motivo es el hecho de que tenemos un Sacerdote delante de Dios Padre que intercede siempre por nosotros. Su sacrificio de Cruz ha sido único y valioso a los ojos del Padre porque por su medio son congregados todos los pueblos de la tierra, por eso dice el Salmista: "Reina Dios sobre todas las naciones desde su trono santo", 46/47, 9. Su intercesión es en favor de las necesidades de todos los hombres, por eso antes de subir a los cielos dijo: "Pidan y recibirán, para que su alegría sea completa", Juan 16, 24. Jesús nuestro Sacerdote toma nuestras peticiones como suyas. Y el Padre las escucha porque ama a su Hijo y a nosotros también, pues Jesús dice: "el Padre mismo los ama, porque ustedes me han amado y han crecido que salí del Padre", v. 27. Así que podemos decir sin temor a equivocarnos que Jesús ora con y junto a nosotros. Aun cuando lo hagamos solos Jesús toma nuestras oraciones como propias, así se visualiza ya la unidad entre Jesús que es Cabeza y nosotros sus discípulos que formamos su cuerpo místico, por eso Lucas concluye su evangelio diciendo: "y permanecían constantemente en el templo", Lucas 24, 53.

El cuarto motivo es la bendición que Jesús realiza sobre sus discípulos: “levantando las manos, los bendijo”, v. 50. La bendición en las Sagradas Escrituras tiene diversos significados: fecundidad: “tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa, ésta es la bendición del hombre que teme al Señor”, Salmo 127/128, 3-4; prosperidad: “la bendición divina enriquece, y nada le añade nuestra fatiga”, Proverbios 10, 22 y bienestar: “Yo conozco mis designios sobre ustedes: designios de prosperidad, no de desgracia, pues les daré un porvenir y una esperanza”, Jeremías 29, 11. Pero la mayor bendición que recibimos de Jesús es su Espíritu Santo por eso les dice: “Ahora yo les voy a enviar al que mi Padre les prometió. Permanezcan, pues, en la ciudad, hasta que reciban la fuerza de lo alto”, Lucas 24, 49. Porque el Espíritu Santo es el único quien garantiza no sólo la fertilidad, sino que ayuda alcanzar la perfección a la que todo hombre debe tender, pues Pablo nos dice: "el fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, modestia y dominio propio", Gálatas 5, 22-23. Estos frutos son mucho más que valores, cualidades o virtudes humanas, es la misma presencia de Dios que impulsa al hombre al desarrollo integral de su propio ser, y al lograrlo se convierte en una mejor y mayor riqueza para la humanidad. Pues el hombre por el simple hecho de ser persona ya es un don que enriquece a los demás cuando se dona sin miedo y sin límites. Si Dios habita en el corazón del creyente, ningún obstáculo por grande que sea, puede impedir que la victoria de su Espíritu se concretice, aún en la muerte, el Espíritu de Dios es más que vencedor.
Bendíceme Señor, y no tendré ya más miedo. Bendíceme Señor y seré fecundo, rico y gozaré de todos tus bienes, pues por Ti el Padre Celestial “nos bendijo con toda clase de bendiciones espirituales del cielo”, Efesios 1, 3. Bendíceme y seré feliz y amaré sin temor y con valentía.