domingo, 9 de noviembre de 2014

«Un río alegra la ciudad de Dios»
Salmo 45/46, 5.
Ezequiel 47, 1-2. 8-9. 12; Salmo 45/46, 2-3. 5-6. 8-9; 1Corintios 3, 9-11. 16-17; Juan 2, 13-22.
Un río alegra la ciudad de Dios nos dice el Salmista, es un río que tiene su origen en el mismo templo de Dios, así lo afirma el profeta Ezequiel: «los riegan las aguas que manan del santuario», 47, 12. Y el agua de este río no sólo «corría por el lado derecho», v. 2., del templo sino que descendía hacia el altar, Cfr. v. 1. Y san Juan en su Evangelio nos da testimonio que una vez muerto Jesús en la cruz no le rompieron las piernas «sino que un soldado le abrió el costado con una lanza. En seguida brotó sangre y agua», 19, 34. Ahora bien, el relato que san Juan nos refiere viene a significar ese río que alegra la ciudad de Dios que ve proféticamente Ezequiel y que nosotros hemos escuchado en la primera lectura. Este río es la multiforme gracia de Dios que a cada cristiano se le otorga gratuitamente y por infinita misericordia en los sacramentos que la Iglesia-Madre confiere a todos sus hijos que se abren con un corazón sincero y aceptan a Jesucristo como Único Dios Salvador.
Este río que es la gracia de Dios tiene la fuerza, la vitalidad de la propia fuente, pues así como Jesucristo reconstruyó su propio templo, es decir, su cuerpo cuando resucitó, de la misma manera la gracia de Dios otorga sanidad, genera vida, produce fecundidad, es alimento y medicina para el alma, para todo el hombre, Cfr. Ezequiel 47, 9. 12. Esta es la verdadera purificación y la auténtica construcción que el Señor Dios por medio de su Hijo Amado, nuestro Señor Jesucristo realiza en cada corazón humano.
Gracias a la sangre santificadora de Jesús, que es el río de la gracia, cada hombre se convierte en templo vivo donde el Espíritu de Dios habita, Cfr. 1Corintios 3, 16. En la «casa que Dios edifica», v. 9c. Esta construcción no es sólo material sino también espiritual pues el hombre es cuerpo y es también espíritu. Así que no podemos olvidar que cada hombre, cada mujer pertenece a la gran familia de Dios que ha sido redimida por la preciosa sangre de Jesucristo. Redención que se actualiza cada vez que el hombre deja pasar por su vida el río de la gracia que se le concede en cada sacramento que recibe.
Si el hombre, la mujer es el edificio vivo que Dios construye para sí, ahora entendemos el ¿por qué? no es conveniente profanar este recinto sagrado, por eso Jesús le dice a los que vendían palomas: «quiten todo de aquí y no conviertan en un mercado la casa de mi Padre», Juan 2, 16. La «casa que Dios edifica», 1Corintios 3, 9c está destinada al culto, es decir, a la adoración del Dios vivo, a la alabanza y acción de gracias por todas «las cosas sorprendentes que ha hecho el Señor sobre la tierra», Salmo 45/46, 9.
La «casa que Dios edifica», 1Corintios 3, 9c no está destinada para convertirse en un lugar de compra-venta, es decir, en un mercado, en un espacio para los negocios, donde todo tiene un precio y se puede adquirir si tienes el “modo”, no es tampoco un tiempo que se dedica para lucrar. ¿Cuándo profano o convierto en un mercado la casa del Padre? Cuando creo que puedo comprar y vender el favor de Dios, cuando pisoteamos la dignidad de la persona humana, cuando egoístamente buscamos a como dé lugar nuestro propio interés y nos olvidamos de los derechos del prójimo: a la vida, a una casa digna, a un trabajo estable, a la salud, a la educación, a la libre expresión, a la libertad religiosa, etc.
La «casa que Dios edifica», 1Corintios 3, 9c es el lugar idóneo para el culto agradable a Dios, ¿cómo debe ser el culto público (liturgia) que debemos ofrecer a Dios? Jesús enseña a la Samaritana que «los que dan culto auténtico adorarán al Padre en espíritu y en verdad» Juan 4, 23, es decir, con Espíritu Santo y con Jesús pues éste ha dicho: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida: nadie va al Padre sino es por mí», 14, 6.
Así que nuestro verdadero culto está en aceptar y confesar que Jesús de Nazareth es el nuevo templo de Dios, es la tienda de reunión, el lugar del encuentro entre Dios y el hombre. En Jesús de Nazareth, Dios y el hombre son Uno, porque este Jesús de Nazareth, el hijo de María, el carpintero es verdadero Hombre y verdadero Dios. Sin pasar por alto, que Dios nuestro Padre es el Dios invisible, el que no puede ser contenido en recintos de piedra o de madera, por eso, se hizo un templo propio: Jesús. Y es en Jesús como cada uno de nosotros podemos ver al Dios invisible, pues está escrito en Colosenses 1, 15: «Él es imagen del Dios invisible». Y en otra parte de la Escritura el mismo Jesús afirma a Felipe: «Quien me ha visto a mí ha visto al Padre», Juan 14, 9.
Hasta ahora hemos dicho que la «casa que Dios edifica», 1Corintios 3, 9c es todo hombre, y la casa perfecta, el templo perfecto que Dios se ha construido es Jesús de Nazareth. Entonces nos preguntamos: ¿por qué continuamos reuniéndonos en templos de piedras? Porque es precisamente en dicha reunión donde el verdadero templo de Dios se hace visible. En dicha reunión se encuentran en asamblea todos los que creemos, amamos y adoramos a Jesús llamado Cristo. Y reunidos en asamblea no sólo formamos el pueblo de Dios sino la propia Iglesia (εκκλησία), que es al mismo tiempo cuerpo místico de Cristo, por donde el río de la gracia fluye sin cesar para santificarla y pueda simbolizar así la Esposa de Cristo, Madre de los discípulos de Jesucristo, la Casa del Padre, es decir, la Jerusalén del Cielo.
Con lo anterior queda pues de manifiesto que nos une por tanto una misma fe y un mismo amor en la asamblea (εκκλησία). Por eso, la caridad, el amor será siempre el testimonio más bello y elocuente que el cristiano posea para manifestarle al mundo que el Dios de Jesucristo continúa vivo y en medio de su pueblo, obrando con poder y gran misericordia.

domingo, 2 de noviembre de 2014

«El que no ama permanece en la muerte»
1Juan 3, 14.
Sabiduría 3, 1-9; Salmo 26/27, 1. 4. 7-9. 13-14; 1Juan 3, 14-16; Mateo 25, 31-46.
El proyecto de Dios es, ha sido y siempre será un proyecto de amor, pues leemos en el Salmo 32/33, 11: «el plan del Señor subsiste por siempre, los proyectos de su corazón, de edad en edad». Un proyecto que no ha sido obstaculizado ni truncado por el pecado del hombre, es decir, por el rechazo a “vivir” sin amor. Es un proyecto que tiene su propia sinergia, su propia fuente en Dios mismo, ya que está escrito que «Dios es amor», 1Juan 4, 8. Este proyecto no es producto del azar o de la ocurrencia de un Dios que como recurso desesperado después de la desobediencia de Adán y Eva esté improvisando. ¡No! Esto no es así. Más bien, se trata de un proyecto que ha sido preparado como explica el evangelio de hoy: «desde la creación del mundo», Mateo 25, 34. Y quienes creen en el proyecto divino y se atreven amar no sólo de palabras y con la boca sino con obras y en verdad (Cfr. 1Juan 3, 18) «permanecerán a su lado», Sabiduría 3, 9 pues les dirá: «Vengan benditos de mi Padre tomen posesión del Reino preparados por ustedes», Mateo 25, 34.
Por tanto, se hace más que necesario pedirle al Señor que continuamente nos ayude a comprender la verdad de su proyecto de amor, que nos conceda las gracias y dones necesarios para no vivir en el temor y, podamos así, responsablemente hacerlo visible, concreto e incluso alcanzable al prójimo, pues éste «la bondad del Señor espera ver en esta misma vida», Salmo 26/27, 13. Lo que significa que el amor se vive, se experimenta, se siente en esta vida, aunque sea imperfectamente, pero ha de ser un acontecimiento real, que no se pueda negar, ocultar o callar, pues el que ama, ama y, el que no, no.
Hermanos, hermanas: la manera como Dios ha amado nos da la pauta para que también nos aventuremos armados de «valor y fortaleza» a realizar lo propio, v. 14. El texto dice: «conocemos lo que es el amor, en que Cristo dio su vida por nosotros. Así también debemos nosotros dar la vida por nuestros hermanos», 1Juan 3, 16.
De esto se desprende, que amar es donación, es entrega, pero me queda claro que antes del recibir está el dar. Esto es así, para que el mismo acto de amar sea reciproco, es decir, se convierta en una fuerza que impulse, motive amar, devolviendo a otros lo que ha sido dado con entera exclusividad, en este punto descubro asombrosamente que el amor es tener siempre el corazón abierto, disponible para acoger a los demás. De ahí, que se entienda que el amor sea la garantía de la fraternidad, de la comunión y de la unidad, por un lado; y por el otro, reconocemos también que el amor es fundamento de una sana y genuina sociabilidad donde la mutua ayuda y la solidaridad encuentran su máxima expresión.
El texto es claro cuando dice que Cristo dio su vida y luego agrega debemos nosotros dar la vida, por tanto, el que ama da su vida, da la vida, por eso, los hijos son la expresión pura de un acto de amor de sus padres. Ahora entendemos, lo que san Juan nos dice: «El que no ama permanece en la muerte», 1Juan 3, 14 porque no ha entendido que la única chance para manifestar que estamos vivos es amando. Y dar la vida tiene un matiz propio. Y el evangelio de la vida que es el evangelio de Jesucristo, el que hemos proclamado hace unos instantes los enumera.
Es una lista que atiende apropiadamente el significado de dar la vida, y al respecto, los padres deben tener muy en cuenta esto, engendrar hijos es una forma de dar la vida, pero ese significado se oscurece si se pierde de vista que hay que alimentarlos, vestirlos, educarlos, etc. Y cuando esto no está garantizado y se abandona a los hijos el significado de haberles dado vida se pierde y recobra mayor fuerza aquella otra expresión que dice: es mucho mejor padre el que cría que el que sólo engendra.
En esta lista que el Evangelio enumera, el Señor Jesús ha querido que la manera concreta de amar a Dios sea el prójimo, así lo expresa cuando dice: «Yo les aseguro que cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron», Mateo 25, 40. Y cuando dice insignificante el Señor no habla de categorías de persona, sino que atiende la mirada del que dona, pues a sus ojos puede parecer el prójimo poca cosa y esto no es así, pues a los ojos de Dios todos poseemos la misma dignidad y no se avergüenza de llamarnos hijos.
Para Jesús una clara forma de amar y de dar la vida es: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, el ser hospitalarios, vestir al desnudo, cuidar a los enfermos y redimir al cautivo, Cfr. vv. 35-36. 42-43. Pareciera que esto es simple y no lo es. Porque esta manera concreta de amar y de dar la vida está íntimamente relaciona con el rol que desempeñes en la sociedad, así por ejemplo, si eres papá tu deber y compromiso de garantizar la vida es con tu propia familia, si eres sacerdote tu manera de amar y de dar la vida será la predicación del Evangelio, la preparación para recibir los sacramentos, impulsando incluso actividades caritativas y promoción por la persona humana. Pero si eres empresario, funcionario público, o representas al Estado esto cambia y genera una manera diversa de amar y de dar la vida. Así que la propuesta de Jesús trastoca todos los niveles del tejido social.
Y no sólo eso, sino que dice que el que ama y da la vida es justo, Cfr., v. 46, y que por eso puede vivir en paz y tranquilamente, Cfr., Sabiduría 3, 3 no teme el día del juicio, porque ha hecho lo que se la pedido, ha entendido el lenguaje del amor.
Y se preguntarán y esto ¿qué tiene que ver con el día de los fieles difuntos? Todo. Si fueron justos, es decir, si amaron y dieron vida ya están gozando del Reino de los Cielos. Y sí no, no entendieron el proyecto de Dios y permanecen en la muerte. Pero el que importas eres tú, el que está vivo y que todavía puede inclinar la balanza a favor del amor y de la vida.