viernes, 31 de enero de 2014

“Cuando la atención ya no es el otro se vive egoístamente”
Cugj.Cali Ϯ.

2Samuel 11, 1-4a. 5-10a. 13-17;  Salmo 50/51, 3-7. 10-11;  Marcos 4, 26-34.
«La atención es una focalización de nuestra conciencia hacia un objeto determinado para observarlo mejor. Se disminuye con ello la extensión del campo consciente, pero aumenta su intensidad y su nitidez», Mauro Rodríguez Estrada.
El texto de la primera lectura nos dice que «en la época en que los reyes van a la guerra, David envió a Joab con sus oficiales y todo Israel a desvastar la región de amonitas y sitiar a Rabá. David, mientras tanto, se quedó en Jerusalén», 2 Samuel 11, 1. En aquellos tiempos los reyes eran elegidos por ser hombres valientes y diestros en el arte de la guerra, además que debería figurar como líder de los más aguerridos hombres. David era un hombre valiente, eso lo había demostrado al vencer al terrible Goliat, era un líder carismático no sólo por sus cualidades humanas sino porque contaba con la unción de YHWH y eso el pueblo lo tenía muy presente. La narración nos dice que Israel estaba en guerra pero en esa ocasión David no acompañó a su pueblo ni a sus más leales combatientes. ¿Por qué no ha salido a luchar con su pueblo? No lo sabemos, pero podemos intuir que la atención de David había cambiado, que hay un interés mucho más fuerte que le hace quedarse en el palacio. ¿Cuál es ese interés que acapara toda la atención del rey? ¿Acaso habrá caído tan pronto en la monotonía o simplemente hay compromisos administrativos que habrían que atender rápidamente? ¿O no será más bien, que el rey estaba cansado de tanta guerra que deseaba en su corazón alcanzar la paz y la tranquilidad? No lo sabemos.
Pero lo que sí sabemos es que su atención no estaba en la batalla. Porque el texto nos narra con precisión que «Un día, al atardecer, se levantó de dormir y se puso a pasear por la terraza del palacio»,v. 2. ¿Cómo puede dormir y pasear tranquilamente un rey mientras sus hombres están en batalla? ¿Acaso por revelación divina supo que no era necesario su presencia en el campo de batalla?¿O el pueblo que estaba siendo sometido era tan insignificante que no merecía ni siquiera su presencia en la batalla? Si el rey duerme hasta muy tarde y luego da un paseo mientras sus hombres mueren en combate, significa que su interés ya no es la del pueblo, ya no es el bien común, sino un interés personal, posiblemente legítimo pero rayando incluso en el egoísmo.
Actitud contraria manifiesta Urías, el hitita, aún cuando el rey le había dicho que se lavara los pies y que fuese  a su casa a descansar, cosa que no hizo. Su justificación fue la siguiente: «El arca, Israel y Judá viven en tiendas de campaña; Joab, mi jefe, y sus oficiales acampan a la intemperie; ¿y yo voy a ir a mi casa a banquetear y acostarme con mi mujer? ¡Por la vida del Señor y por tu propia vida, no haré tal cosa», v. 11. En la respuesta de este guerrero encontramos una muy clara rectitud de conciencia, pues no sólo tiene presente el bienestar del pueblo, de su jefe, de sus compañeros sino también del rey. Para él, descanso y comida resultaba una cosa efímera al tener presente que muchos de sus conocidos no podían descansar y banquetear dignamente o al menos adecuadamente. En ese sentido se aplica lo que el apóstol Pablo enseña en unas de sus cartas: «Si un miembro sufre, sufre con él todos los miembros; si un miembro es honrado, se alegran con él todos los miembros», 1Corintios 12, 26. Urías manifiesta una actitud solidaria con los que están en campo de batalla. Recordemos que la solidaridad es una expresión muy clara y genuina del amor.
El texto continua y dice: «desde la azotea vio a una mujer bañándose, una mujer muy bella», 2Samuel 11, 2. Esta actitud un tanto voyerista de David nos refiere que su corazón se ha trocado, ya no es el mismo, y es que ver a una mujer bañándose no es sólo para el que observa una escena un tanto erótica y de placer, sino una falta de respeto, de invasión del espacio de la individualidad, es atentar contra la dignidad de la persona misma. El hecho de que David esté en la azotea del palacio observando a la mujer significa que se ha vuelto déspota, es decir, que ejerce su poder como rey para violar los derechos individuales de toda persona, como es el caso de la privacidad. En ese sentido David se sirve de su condición de rey para alcanzar beneficios completamente personales, se vuelve un abusivo del poder.
David no se contenta con ver plácidamente sino que desea poseer lo que no le pertenece, en ese sentido se vuelve también injusto. El texto dice que «David mandó a unos criados para que se la trajesen; llegó la mujer, y David se acostó con ella», v. 4. Aquí se cumple lo que el profeta Samuel había dicho antes de que Dios eligiera a Saúl como rey de Israel. Samuel se oponía a que el pueblo tuviese rey e hizo todo lo posible para que el pueblo entendiera que no le convenía, pero el pueblo no hizo caso, Cfr. 1 Samuel 8, 11-19. Y lo que hizo David con Urías era lo que el profeta quería evitar. Betsabé fue para David una colección más de su harén, pues David tenía mujeres e hijos, Cfr. 2 Samuel 3, 2-5. 14; 5, 13-16.
«Después Betsabé volvio a su casa; quedó encinta y mandó este aviso a David: estoy encinta», 2Samuel 11, 5. Ambos afrontan la situación pero no adecuadamente. En la actualidad no se asesina al marido o al “sancho” sino a la criatura. David no sólo cometió adulterio, asesinato, sino que también injusticia. David trata de salvar su pellejo, es decir, su honor, pero lo hace en detrimento de la honorabilidad de su prójimo: del guerrero Urías al morir por manos enemigas y al obligar a Joab a colaborar con el homicidio. La ofensa de David no fue solamente con un súbdito suyo sino con YHWH, se trata por lo tanto de un pecado no sólo de un problema a resolver y afrontar. David dejó de poner atención a los mandatos del Señor y prefirió atender a sus más bajas pasiones.
Ante los grandes problemas de nuestra sociedad, tales como la injustica, la desigualdad, la pobreza, la emigración, el dolor, la enfermedad...podemos preguntarnos: ¿Dónde está la justicia de Dios?¿Dónde está el Reino que Jesús vino a anunciar? Respondiendo con la parábola de este día, descubrimos que la semilla está lista, pero es necesario sembrarla y cuidarla, para que en su momento dé el fruto esperado, aunque éste tarde en madurar. Así es el Reino de Dios, P. Tarcisio Carmona SSP.

jueves, 30 de enero de 2014

“¿Quién soy yo, Señor, y qué es mi casa, para que me hayas favorecido tanto hasta el presente?”
2Samuel 7, 18.
2Samuel 7, 18-19. 24-29; Salmo 131/132, 1-5. 11-14; Marcos 4, 21-25.
Ayer descubríamos que es Dios quien le construye a David una casa, una descendencia perdurable a través de los tiempos. La estabilidad de la familia la concede siempre Dios, ahí donde la colaboración humana está siempre activa. Pero aún cuando no se colabore con la gracia divina, jamás Dios deja de actuar en favor de los que ama. Esto lo digo porque al interior de la familia davídica pasarán acontecimientos muy vergonzosos, homicidios, fraudes, adulterios, envidias y rivalidades por el poder, rechazo a Dios, etc. Dios es fiel a sus promesas a pesar del mal comportamiento de los descendientes de David, Cfr. 2Samuel 7, 14-15.
Nuestras familias también pasan por momentos adversos, llenos de dolor y de pecado. Pero hoy descubrimos que la paz que tanto anhelamos, la tranquilidad y estabilidad que buscamos podemos alcanzarla si aprendemos a construir sobre roca. Dios es el que puede hacer que nuestras familias sean la comunidad de vida y de amor que están llamada a ser por designio divino, Cfr. FC 17b. Por eso le dice David en oración al Señor: «¿quién soy yo, Señor, y qué es mi casa, para que me hayas favorecido tanto hasta el presente?», 2Samuel 7, 18. David reconoce que todo lo que ha logrado no solamente ha sido a base de puro esfuerzo sino porque Dios le ha favorecido grande y poderosamente. En este punto, es necesario resaltar la actitud de David, una actitud de fe y de oración en la que podemos leer al menos indirectamente las siguientes actitudes:
-          Su oración manifiesta un diálogo amistoso y de absoluta confianza;
-          De resignación incluso al saber que no es él quien le construirá a YHWH una casa;
-          De gratitud y de acción de gracias.
Por otra parte, pero en la misma línea. Es cierto, y también es justo reconocerlo, en nuestras familias no todo está mal, en ella existen muchas cosas buenas y bellas, y por estas cosas debemos bendecir y alabar el santo nombre de Dios. Mientras que por las cosas malas que se han realizado hay que pedir perdón, suplicándole a Dios nos permita aprender de los errores y de sufrir con paciencia las consecuencias que se han generado. Cuando el dolor se haga presente y nos visite el llanto en el seno familiar, pidámosle que nos haga ver la obra que está realizando en cada uno de sus miembros porque el sufrimiento tiene también un sentido redentor.
Edificar entonces sobre roca significa dejar que la semilla del sembrador sea depositada en nuestra tierra, es decir, que la Palabra de Dios sembrada por Jesús en nuestros corazones no encuentre oposición alguna. Solamente cuando la Palabra de Dios germine en nuestras vidas, todo cambiará, todo será renovado y transformado, y cuando eso suceda nuestra casa alcanzará estabilidad y perpetuidad, Cfr. 1Corintios 15, 53.
Cuando dejemos que la Palabra de Dios haga en cada corazón lo que desea sólo entonces la lámpara se habrá colocado sobre el candelero y ya no estará más escondida en un rincón o debajo de la cama, Cfr. Marcos 4, 21. Porque esta lámpara es signo de la Buena Noticia de Dios, es decir, es manifestación palpable de que Jesús brilla con mayor intensidad en cada una de nuestras actitudes, es prueba tangible que la salvación que Dios ofrece en su Hijo Amado se está haciendo realidad en el corazón del hombre.
Recordemos el día de nuestro bautismo, nuestros padrinos encendieron la vela con el fuego del cirio pascual, el fuego nuevo, Cristo Jesús el Señor. Y se les dijo: a ustedes, padres y padrinos, se les confía el cuidado de esta luz, a fin de que este niño (a), que ha sido iluminado (a) por Cristo, camine siempre como hijo (a) de la luz y, perseverando en la fe, pueda salir al encuentro del Señor, con todos los santos, cuando venga al final de los tiempos, RBN 100. Y caminar siempre como hijo (a) de la luz significa dar frutos en el amor para la vida del mundo ya sea el treinta, sesenta o cien en buenas obras, Cfr. Marcos 4, 8. En este sentido con sus actitudes el creyente proclama sin miedo alguno que la Salvación de Cristo es real y con su estilo de vida ilumina al mundo reafirmando que sí es posible vivir según Cristo Jesús.
La exhortación de mantener la vela encendida hasta que el Señor vuelva es para que el hombre, la mujer salga al encuentro de su Señor sin miedo alguno. Pero no se trata de la vela material sino de un corazón lleno de fe y repleto de buenas obras. Por eso el Evangelio dice también: «Tengan cuidado con lo que oyen: la medida con que midan la usarán con ustedes, y aún más», v. 24, es decir, según sea la atención y el celo con que se escuche la palabra, la manera como se le ponga en práctica será la forma en que se produzcan los frutos y se alcance la paz, el amor y la armonía que tanto necesitan nuestras familias.
Si somos muy parcos, si ponemos muy poco de nuestra parte, si somos oyentes olvidadizos la palabra de Dios no produce adecuadamente lo que debería porque simplemente no colaboramos con ella antes bien la obstaculizamos. En ese sentido se cumple lo que se dice en el Evangelio: «Porque el que tiene se le dará; pero al que no tiene se le quitará aun lo que tiene», v. 25.  El que ha puesto en práctica la Palabra y se esfuerza en vivir según el Evangelio se le dará al final de sus días el descanso eterno en la presencia del Señor, una morada perpetua, la vida eterna, una vida que no acaba jamás con una “casa” que dure por los siglos.

miércoles, 29 de enero de 2014

“¿Piensas que vas a ser tú el que me construya una casa para que yo habite en ella?”
2Samuel 7, 5.
2Samuel 7, 4-17; Salmo 88/89, 4-5. 27-30; Marcos 4, 1-20.
«¿Piensas que vas a ser tú el que me construya una casa para que yo habite en ella?», 2Samuel 7, 5. Es la pregunta que hace el Señor Todopoderoso al rey David en un momento de paz acaecida una vez que el Arca de la Alianza se encontraba en su ciudad, Cfr. 2Samuel 7, 1. «¿Piensas que vas a ser tú el que me construya una casa para que yo habite en ella?», es también una pregunta que bien podemos apropiarnos.
Dios es grande, lo abarca todo, lo invade todo con su presencia. Y nuestro Dios no puede ser aprisionado incluso por un corazón puro, de ahí que diga el Cantar de los cantares: «En mi cama, por la noche, buscaba al amor de mi alma: lo buscaba y no lo encontraba», 3, 1. No somos quienes le construimos a Dios una morada. Él mismo se construye para sí mismo una morada eterna, estable y sin fin, pues está escrito: «La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros», Juan 1, 14. Jesucristo es la Tienda del encuentro, es el “lugar” favorito de Dios; es el punto de reunión donde Dios y el hombre son uno.
Nuestro Dios es un Dios peregrino, itinerante, compañero del camino, escudo y protector en la batalla de la vida ordinaria, pues Él mismo afirma: «Desde el día en que saqué a los israelitas de Egipto hasta hoy no he habitado en una casa, sino que he viajado de aquí para allá en una tienda de campaña que servía de santuario», 2Samuel 7, 6. En ese sentido, descubrimos que Dios jamás ha abandonado a su pueblo, al hombre y recobra mucha luminosidad el canto del Salmista si tenemos presente que el pueblo no siempre ha respondido con gran fervor, generosidad y reciprocidad a la ternura del Señor: «Cantaré eternamente el amor del Señor, anunciaré su fidelidad por generaciones, pues el Señor ha dicho: “Mi amor es para siempre y mi lealtad, más firme que los cielos”», 88/89, 2-3. Fijémonos bien, Dios nos dice: «he viajado de aquí para allá» para que comprendamos que no le avergüenza ser compañero y amigo de viaje, no importa que aventura recorra el hombre Dios va con él.
 Pero es también bello y al mismo tiempo reconfortante el descubrir y saber que quien responde con gratitud y generosidad a tanto amor de Dios, a ese hombre a esa mujer, Dios le construye una casa eterna como bien señala el Apóstol Pablo: «este cuerpo corruptible tiene que vestirse de incorruptibilidad y lo mortal tiene que vestirse de inmortalidad», 1Corintios 15, 53. Por eso termina la primera lectura con esta frase: «Tu casa y tu reino durarán para siempre en mi presencia; tu trono permanecerá para siempre», 2Samuel 7, 16.  La casa y el reino de David duran por siempre porque uno de su linaje vive eternamente, pues el Evangelio de Mateo explica: «Genealogía de Jesús, Mesías, hijo de David» 1, 1. En Jesucristo YHWH ha consolidado casa y disnatía. Aunque el texto sea aplicado más correctamente al rey Salomón, porque Dios es claro cuando dice: «Y cuando hayas llegado al término de tu vida y descanses con tus antepasados, estableceré después de ti a un descendiente tuyo, nacido de tus entrañas, y consolidaré su reino», 2Samuel 7, 12. El que consolidó el reino de David fue YHWH por medio de Salomón su hijo. Y en Salomón Dios hace que la promesa de paz se haga realidad, Cfr. v. 11.

 La verdadera paz llega con Jesucristo, pues Él es el príncipe de la paz, y solamente en un corazón que está cimentado en su auténtico amor goza de paz abundante. A Dios no le construimos tienda porque la tiene, es Jesucristo. A Dios ábrele tu corazón, como espacio y lugar donde Dios coloque su propia tienda, es decir, su propia semilla, su propia palabra: Jesucristo, único salvador del mundo.

lunes, 27 de enero de 2014

“Un reino donde hay luchas internas va a la ruina”
Marcos 3, 24.
2Samuel 5, 1-7. 10; Salmo 88/89, 20-22. 25-26; Marcos 3, 22-30.
Muchas pueden ser las diferencias entre unos hombres y otros, pero lo cierto es que tenemos mucho más en común. Nuestra condición humana nos revela que poseemos más elementos para la unidad que para la división. Sólo que a veces nos cuesta mucho esfuerzo el reconocerlo. Y lo que es peor aún, no aprendemos de la experiencia y de la historia, nos vemos en la penosa necesidad de recorrer por nuestras parte,  por una simple visión obtusa, caminos de sufrimiento, de dolor y quizás también de muerte. Para que al final, después de haber recuperado un poco la conciencia,  reconozcamos que nuestra lucha era una vía completamente errada. Pero en el fondo de estas situaciones se encontraban camuflada simples intereses egoístas. Intereses egoístas que conducen sólo al empobrecimiento de la persona y al retraso en diversas dimensiones de la propia comunidad. Eso lo comprendieron muy tarde quienes se oponían rotundamente a David, a pesar de que era ya el Ungido de YHWH.
Pero lo maravilloso y positivo de esto, es que el ser humano puede recapacitar y abandonar todas aquellas actitudes que no le permiten expresar por decirlo de un modo lo mejor de sí. Y este abandono de actitudes que dividen a las personas se realiza con el reconocimiento de que existe un vínculo más fuerte y más estrecho que los puede mantener unidos y congregados en una causa y bien común: la prosperidad y el progreso de la persona, de la comunidad, de la ciudad, del país. Por eso hemos escuchado en la primera lectura, después de haber entablado diversas batallas para que los descendientes de Saúl gobernaran, quienes promovían esto, buscaron a David y le dijeron: «Aquí nos tienes. Somos de la misma sangre...El Señor te dijo: Tú pastorearás a mi pueblo, Israel; tú serás jefe de Israel», 2Samuel 5, 1.
Y los cristianos, aunque no somos de la misma sangre, sí hemos sido salvados y congregados en una nueva familia, por una misma sangre, la sangre preciosa de Jesús de Nazaret, pues dijo en la última cena: «Ésta es la copa de la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por ustedes» Lucas 22, 20. Pero esta sangre no sólo es derramada por unos cuantos sino por todo el género humano. En ese sentido Jesús se presenta como el auténtico y único pastor porque es capaz de unir a todos en un proyecto común: la Salvación.
Este pasaje de la Escritura nos proporciona mucha luminosidad si reconocemos que incluso en nuestras familias suceden grandes desavenencias que nos hacen estar lejanos unos de otros, cargados de resentimientos y heridas que nos amargan día a día la existencia. Pero considero que los vínculos familiares amorosos requieren, a menudo, salvar muchos desencuentros. Es preciso reconocer y aceptar nuestros sentimientos para llegar a querer al otro tal como es y sin reservas, Demián Bucay. Y el diálogo honesto, sincero, humilde matizado con la verdad y la caridad proporcionan elementos básicos para sanar las rupturas y conseguir la reconciliación y el perdón. Sólo así se puede andar ligero, sólo así se tienen suficientes fuerzas para enfrentar los desafíos de la vida y alcanzar el éxito. Pues la consolidación del reino de David se logró con la ayuda de todos ciertamente.
Y sin embargo, la unidad no sólo es consecuencia del esfuerzo humano sino de la presencia del Señor en el corazón humano, el texto señala con precisión que «David se hacía cada vez más poderoso» porque «el Señor estaba con él» 2Samuel 5, 10, es decir, David poseía la unción de Dios, es esta gracia la que hizo de David un buen líder carismático de su tiempo.
Esta misma idea la encontramos en el Evangelio de hoy, Jesús dice: «Un reino donde hay luchas internas va a la ruina», Marcos 3, 24. Lo acusan falsamente, le atribuyen que actúa con poderes oscuros. Pero veamos, como Jesús busca la unidad entre sus hermanos:
-          Lo realiza a través del diálogo, sin palabras ofensivas utilizando más bien argumentos lógicos.
-          Busca hacerlos entrar en razón.
-          Jesús pone de manifiesto:
Ø  Primero, que Él no está en contra de los escribas: sino que ha venido para que el Reino de Dios que tanto han anhelado comience a instaurarse por el poder de sus palabras y los signos que realiza, es decir, Jesús está en el mismo proyecto de Salvación que YHWH ha venido realizando a través del tiempo por medio de los profetas. Sólo que hay una diferencia enorme: es Dios mismo quien libera y se acerca al hombre en la persona de Jesús de Nazaret.
Ø  Segundo, Jesús revela que detrás de las acusaciones que le hacen se encuentran enmascarados: celos, envidias y egoísmo. Porque no reconocen que cuando el hombre se abre completamente a Dios con un corazón dócil y dispuesto, el Señor puede obrar grandes cosas en medio de la comunidad gracias a la solicitud mostrada por un corazón que se ha dejado amar.
Ø  Tercero, al negarse reconocer que Dios puede actuar personalmente a favor del hombre, aceptan que están poseídos por una falsa autonomía que les hace despreciar la salvación que se les ofrece. Siguen pensando que Dios ha de salvar como ellos dicen y no como Dios quiere. Por tanto, se cierran al amor que salva para vivir condenados por su mentalidad obtusa y egoísta.
Lo anterior me hace descubrir que los cristianos, estamos llamados a trabajar por un proyecto común. Todos los grupos parroquiales, asociaciones y movimientos apostólicos forman el único cuerpo de la Iglesia. Por lo tanto, ninguno ha de trabajar por cuenta propia, por un reino propio, por un Señor distinto, por ideales que no sea el reino de Dios. Porque si cada uno concibiera el reino de Dios a su manera, según sus gustos y propios intereses significaría que nuestra ruina está más cerca que nunca porque los discípulos están divididos. Que Dios nos libere de la actitud de la división, del egoísmo, de la envidia y de los falsos testimonios que matan no sólo la buena fama de la persona sino que corrompen y destruyen lo que hay de bueno en el hombre.

domingo, 26 de enero de 2014

“El Señor es mi luz y mi salvación”
Salmo (26), 1.
Isaías 8, 23b-9,3; Salmo 26/27, 1. 4. 13-14; 1Cor 1, 10-13. 17; Mateo 4, 12-23.

«El Señor es mi luz y mi salvación», Salmo 26/27, 1. Es la oración hecha cántico de una persona perseguida y acusada a pesar de ser inocente. En ella se hace una confesión de fe, de absoluta confianza y certidumbre en Yahvé.
Es una oración que manifiesta fidelidad a Dios a pesar de que las otras luces, es decir, las diversas esperanzas se han apagado y se han dejado seducir por la corrupción, el abuso de poder y la injusticia, Dios continúa siendo para el hombre y la mujer «luz sin mezcla de tinieblas», 1Jn 1, 5. Dios es para el creyente una esperanza fiable, una esperanza que no defrauda.
Esta esperanza nos recuerda Madre Teresa de Ávila: es una Verdad que «padece, pero no perece», Cta. 283, 26. El creyente reconoce que su inocencia en el Señor es guardada y custodiada, por eso no teme. Descubre que aunque a la verdad le pongan mil obstáculos, aunque hagan lo posible por ocultarla y callarla siempre verá la luz; porque Aquel que es luz sin mezcla de tinieblas también a dicho: «Yo soy la Verdad», Jn 14, 6. Por tanto, esta Esperanza nos hace recuperar el ánimo al saber que la noche, las tinieblas, tienen un tiempo limitado y aunque sea más densa y esté en su punto más álgido, el hombre de fe sabe que pronto el día llegará.
Así que cuando le oímos decir al Salmista: «El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién voy a tenerle miedo? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién podrá hacerme temblar?», Salmo 26/27, 1. Nos percatamos de su total confianza en Dios y de una gran verdad: Dios es el único y auténtico salvador del hombre y de toda la humanidad.
Esta persona perseguida y acusada nos enseña cómo debe ser nuestra confianza en Dios:
-          Una confianza que nos lleve incluso a realizar una apelación a su bondad y a su justicia, por eso dice: «lo único que pido, lo único que busco es vivir en la casa del Señor toda mi vida, para disfrutar las bondades del Señor y estar continuamente en su presencia», v. 4.
Si este hombre apela al tribunal divino lo hace con la clara conciencia de que será escuchado y encontrará una sentencia que le sea favorable. Este hombre de fe sabe que ante Dios nada puede ocultar, queda completamente desnudo, se sabe inocente, sabe que no hay lugar para que la ira divina lo “consuma” pues habla con la verdad. Este sujeto reconoce que solamente quien posee «manos inocentes y corazón puro, que no suspira por los ídolos ni jura en falso» puede estar en el recinto sagrado, Salmo 24/23, 3-4. Por eso espera ver no mañana o en un futuro muy lejano, si no hoy, en esta misma vida, «la bondad del Señor», Salmo 26/27, 13.  Bondad que se manifiesta en el hecho de que el Señor escucha la voz y el lamento de quién lo busca incansablemente; de la boca Señor jamás sale una palabra condenatoria incluso para el que haya sido culpable. Pero el creyente reconoce también, que la bondad de Dios es justa porque da a cada uno según sus obras. Y al inclinarse la justicia a su favor, el hombre perseguido, acusado falsamente, cantará y disfrutará las bondades del Señor.

-          Este hombre hace una oración con la certeza y seguridad de que ya se realizará lo que apela y súplica. Este hombre es una persona de grande fe. Por eso le escuchamos decir la siguiente exhortación: «Ármate de valor y fortaleza y en el Señor confía», v. 14.
Indicándonos que en ningún momento por muy duro que sea éste, aunque las tinieblas hagan sentir el silencio abrasador de Dios, no hay que darle paso al temor, a la angustia, al miedo, a la desesperación, no hay tiempo para titubear sino para amar. Pues solamente el que ama logra permanecer fiel aún en las situaciones adversas y pocas favorables.
«El Señor es mi luz y mi salvación», v. 1 es la oración hecha cántico que el hombre de nuestro tiempo está invitado a entonar en cada momento de su vida. Porque solo Dios puede quitarle al hombre las cataratas que le tienen sumergido en un mundo de oscuridad. Cuando el hombre vea y descubra que se puede vivir bellamente, en paz, en fraternidad y en completa armonía ese día dejará de ser miserable y pobre.
El Señor es luz porque es quien muestra el auténtico y genuino «Camino» de liberación del hombre, Jn 14, 6. Así nos lo enseña la primera lectura. Porque cuando Dios se hace presente en el corazón del hombre queda hecho trizas el pesado yugo de la corrupción, la barra de la injustica se doblega y pierde fuerza, y el cetro de la mentira y falsedad son destruidas, Cfr. Is 9, 3. En Jesús de Nazaret Dios nos enseña este camino de liberación porque Jesús es el Mesías que hace realidad la profecía que antaño había dicho el profeta Isaías, Cfr. Mt 4, 15-16. Pues se trata de ir detrás de Jesús, imitar, hacer propias, asimilar y encarnar en nuestros corazones sus actitudes. Adecuar nuestra vida a su Vida. En el llamado de Jesús se encuentra también una misión que se alcanzará si hay un cambio de vida. Jesús sabe que la humanidad necesita abrirse a su amor para que Él pueda restaurarla desde su profundidad. Si el hombre desea dejar de vivir en “tinieblas” y en “sombras” de muerte ha de colaborar de lo contrario esto será imposible.

jueves, 23 de enero de 2014

“En Dios confío y no temo: ¿Qué podrá hacerme un hombre?”
Salmo 55/56, 12.

1Samuel 18, 6-9; 19, 1-7; Salmo 55/56, 2-3. 9-13; Marcos 3, 7-12.
El pasaje del texto de Samuel que hemos escuchado en la primera lectura reúne noticias y episodios diversos ligados por dos temas contrapuestos: el éxito creciente de David y el temor creciente de Saúl que se deja entrever en los celos y la envidia que siente por el joven hijo de Jesé.
El éxito de David es general y rápido: el hijo del rey se encariña con él, la hija del rey se enamora del nuevo héroe, la tropa israelita ha recuperado el ánimo con este nuevo líder carismático, es estimado por los ministros de la cohorte del rey por la paz y seguridad que se respira, el pueblo está contento y agradecido; triunfa en las batallas, escapa de un atentado; el Señor está con él. Tiene en Jonatán, hijo de Saúl, a un gran amigo que intercede a favor suyo.
La actitud de Jonatán brota de un corazón tierno, libre, lleno de gratitud, de rectitud, de amor por su padre el rey Saúl y por David el nuevo líder del pueblo. Y este amor por ambos lo impulsa a librar a David de la muerte y a su padre del asesinato de un inocente. 
¿Cómo podríamos apropiarnos el texto hoy? Bueno, creo que a veces nos ocurre que, al compararnos con el otro y al sentir que nos mejora en algo, llegamos a querer la destrucción de la cualidad del otro: “Ya que no lo puedo tener, que tampoco lo tenga él”. Se trata de la envidia...una emoción que, si la despertamos en los demás, puede afectarnos emocionalmente e impedirnos el logro de nuestras metas, Marisa Bosqued. Interesante el aspecto que señala aquí la estudiosa Marisa Bosqued y me da pie para decir que una comunidad dividida es una comunidad derrrotada, una que no puede aspirar al desarrollo, al crecimiento, al bienestar, a la armonía, a la paz, porque las envidias son causantes de pleitos, riñas, divisiones, guerras, de empobrecimiento y de muerte.
Pero ¿Cómo desactivar las envidias? Cultivando la virtud de la humildad, es decir, reconociendo los dones del otro y los propios, aceptando que cada uno tiene dones muy diversos entre sí. Participando en las alegrías de los demás son el mejor antídoto a fin de eliminar los resentimientos de nuestro entorno. Pero sobre todo buscando desarrollar la empatía de uno por otros. Y eso será posible si somos capaces de establecer encuentros de amistades buenas, profundas y saludables. La amistad como la manifestación clara del amor de Dios y del prójimo.
Hay todavía una actitud que descubro en el fondo de un corazón que se ha dejado dominar por la envidia y los celos, el egoísmo, actitud que hace al hombre vivir como “Ostras”, lejanos totalmente de la convivencialidad y fraternidad, actitud que hace vivir al sujeto que lo padece sumergido en el profundo “mar” de sus ideas.
Pero también el sujeto egoísta revela lo que le es difícil aceptar: su miedo. Pues teme abrirse y a cercarse a los demás, prefiriendo vivir en la indiferencia y con resignación la “amargura” de su existencia. Y aquí reside el peligro y riesgo, todas sus relaciones están minadas por estas actitudes. Y la gente lo percibe por eso se retira y se anda con cuidado. La persona egoísta y envidiosa jamás vive bien y lo que es peor aún es causante de dolor y sufrimiento.
Hay también un aspecto que me gustaría resaltar de la actitud de Jonatán. Él no sólo es la figura del buen amigo es también signo de reconciliación y de unidad. Y veo en él la virtud que todo cristiano está llamado a hacer propia: Ser motor y promotor de la unidad.
Me resulta sorprendente que Jesús libera a las personas de los espíritus inmundos, Marcos 3, 11. Esos espíritus que someten al hombre y le esclavizan, que tienen separados a los hombres y los hacen vivir fuera de la comunidad. Jesús va en búsqueda de ellos y los reúne entorno suyo y los libera. Esa actitud reconciliadora de Jesús es también la misma actitud amorosa de Jonatán, el amigo fiel de David.

miércoles, 22 de enero de 2014

“Y todos los aquí reunidos reconocerán que el Señor da la victoria”
1Samuel 17, 47.
1Samuel 17, 32-33. 37. 40-51; Salmo 143/144, 1-2. 9-10; Marcos 3, 1-6.

Ayer la lectura de Samuel nos decía que Dios elegía a David como rey de su pueblo porque su corazón latía al ritmo de su voz y de su palabra. Aunque el texto nos proporcione algunos rasgos de su personalidad era de buen color, de hermoso ojos y buen tipo, 1Samuel 16, 12. Sabemos que eso no fue mérito alguno para su elección, pues el Señor, no ve como los hombres, que ven la apariencia. El Señor ve el corazón, v. 7. Señalabamos las cualidades que todo discípulo ha de tener y entre ellos resaltábamos la valentía. Hoy esa cualidad se manifiesta a lo largo de la narración de la primera lectura.
Pero ¿dónde reside la valentía de David para vencer el terrible Goliat? Ciertamente no reside en sus habilidades aunque éstas eran dignas de valorar: sabía manejar la honda, el cayado para defender las ovejas del rebaño de las garras del león y del oso (Cfr. 1Samuel 17, 37). Si líneas arriba afirmabamos que su corazón latía al ritmo de la voz y de la palabra de Dios, era para enfatizar y remarcar que su valentía procedía de la confianza que él depositaba en Dios, pues reconoce que si fue capaz de vencer a las fieras es porque el Señor lo habría librado del peligro que suponía luchar con aquellos animales salvajes.
Esto me hace pensar en la pedagogía de Dios, aquella que se anticipa a todos los posibles advenimientos de la vida. Es el Señor quien permite que sus discípulos sean adiestrados para el combate, eso es lo que descubro cuando oigo cantar al Salmista que dice: Bendito sea el Señor, mi Roca, que adiestra mis manos para el combate, mis dedos para la guerra, 143/144, 1. Fijémonos bien: ¿Acaso David no se hizo diestro en manejar la honda en la briega diaria cuando tenía que cuidar el rebaño de su padre Jesé? ¿No forjó su carácter y temperamento en el trabajo ordinario? ¿No estaba constantemente expuesto a la intemperie? ¿No fue ahí donde aprendió a valerse por sí mismo? Es en la vida ordinaria, con sus problemas y dificultades, en los momentos difíciles y de crisis, donde el hombre aprende y crece, donde se forja y se prepara para la vida. Es en el trabajo donde David adquirió habilidad. Por eso, podemos decir, no les enseñen a trabajar a sus hijos y sin darse cuenta los estarías orillando a ser los inútiles y temerosos del mañana. Creo que ustedes se han dado cuenta de cómo está la situación del mundo actual. Tantos jóvenes perdidos en los vicios, anquilosados en un mar de desgracias y el futuro del mundo se ve amenazado.
Si David fue preparado por Dios en el trabajo pastoril para defender a su pueblo. Dios nos prepara en la vida diaria para madurar y crecer en la fe. David le dice al Goliat Tú vienes hacia mí con espada, lanza y jabalina. Pero yo voy contra ti en el nombre del Señor de los ejércitos, 1Samuel 17, 45. David sabe que Dios está de su lado, que se aventura con él, por eso no tiene miedo porque se siente amado y elegido de YHWH.
Ahora bien, la actitud valerosa de David tiene un valor simbólico. El pastor cuida de sus ovejas, las defiende de las fieras; el rey debería cuidar de su pueblo, defendiéndolo del enemigo; así que el rey no solamente debe gobernar sino también cuidar y pastorear a su pueblo. Saúl, rey de Israel no es capaz de cumplir con su oficio, David en cambio lo cumple mostrando así su capacidad para reinar.
Comienza así para David la fascinante aventura de joven líder emergente, un nuevo jefe valiente de Israel, capaz de combatir por su pueblo y de salvarlo de la esclavitud y de la muerte. De esta manera, David nos pone de manifiesto que solamente se puede enfrentar de manera idónea los desafíos que la realidad nos presenta si nuestra actitud está permeada de una genuina positividad:
-  -  Fe en Dios y lo que uno puede realizar con su esfuerzo y afán.
-  -     Esperanza en Dios y la certeza que con nuestro “granito de arena “ ponemos en movimiento el cambio de justicia, de paz y de seguridad que anhelamos.
-          El amor de Dios y el amor al prójimo como el motor que alimenta nuestra fe y nuestra esperanza.
Este último punto que he subrayado se desprende del hecho de que la vida campirana representada en la irrupción de David en el campo de batalla trae nuevos bríos que hacen girar el modo de ver y de percibir las cosas. Había llegado al campamento para saber cómo estaban sus hermanos y para entregarles los dones (grano tostado, panes, quesos, etc., Cfr. v. 17) que su padre Jesé le había indicado llevar, Cfr. v. 22. Pero es en realidad el vigor de un jovencito quien termina por disipar el terror y el miedo en el que estaban sometidos los israelitas. Esto me hace pensar que cuando la armonía de la vida campirana se hace presente en la batalla, la guerra concluye y todo vuelve a la sana normalidad.
Es la valentía que el amor infunde en el corazón del hombre la que nos hace caer en la cuenta que todo es posible. Por consiguiente, cuando el amor de Dios permea toda la vida del hombre éste puede sin lugar a dudas recuperar el Señorío que los vicios y la vida de pecado le han arrebatado, puede incluso mantenerse en paz aun cuando los problemas le están asediando por doquier.

martes, 21 de enero de 2014

“El Señor ve el corazón”
1Samuel 16, 7.
1Samuel 16, 1-13a; Salmo 88/89, 20-22. 27-28;  Marcos 2, 23-28.


El texto que hemos escuchado en la primera lectura inicia con la siguiente pregunta que el Señor Dios le dice al profeta Samuel: ¿Hasta cuándo vas a estar lamentándote por Saúl, si yo lo he rechazado como rey de Israel?, 1Samuel 16, 1a. Y nos preguntamos ¿Por qué Dios ha rechazado a Saúl como rey de su pueblo Israel? Respondemos: por desobediencia.
Pero también el texto nos manifiesta en la actitud de Samuel la manera como todo discípulo debe servir al Señor, pues Dios le dice al profeta: ¡Llena tu cuerno de aceite y parte! Yo te envío a Jesé, el de Belén, porque entre sus hijos me he elegido un rey. Samuel contestó: ¿Cómo voy a ir? Si se entera Saúl, me matará, v. 1b-2. Hay que servir al Señor no sólo con docilidad a su palabra sino con astucia, inteligencia y valentía. Digo con astucia, inteligencia y valentía porque Samuel sabe lo que significa ungir a otro rey, por un lado: obediencia y docilidad a la palabra de YHWH, pero por el otro lado, la “aparente” traición al rey en turno, Saúl, lo que implica hacerse su enemigo y hacerse reo de muerte. Eso también se descubre en la actitud como los ancianos reciben al profeta: ¿vienes en son de paz?, v. 4. Esta pregunta nos deja entrever la existencia de rivalidades entre el pueblo, los que eran partidarios de Saúl y los que se encontraban a favor de YHWH representado en el ministerio profético de Samuel.
Me resulta un tanto disparatado, que sea solamente para el camino del mal cuando pongamos la mayoría de las veces a funcionar “el changuito”, pero que torpes nos volvemos cuando se nos pide que hagamos el bien. Por ejemplo, quien va a cometer un robo, asesinato, la venta de estupefacientes o drogas, el que le va poner los cuernos a su pareja, el que va a mentir, etc., se cuida, contempla todos los pormenores, muestra astucia, inteligencia y valentía para “destrozar” su vida y la de los otros, en ese sentido es más fácil destruir que construir, el pecado siempre dañará al hombre. Pero cuando se trata de organizarnos para el Bien Común, es cuando manifestamos desacuerdos, críticas, no jalamos parejo, no hacemos el bien ni dejamos que los otros lo hagan. ¿Qué ejemplos pueden ilustrarnos este tipo de actitudes? Tomemos como iluminación la pavimentación de las calles, hay quienes dicen que como no tienen autos no necesitan de ese servicio.
Pero ¿por qué el camino del bien encuentra más obstáculos para su realización? Porque cuando hacemos el mal, detrás de esa acción se encuentra una profunda actitud egoísta que busca saciar solamente el interés personal. Porque al hacer el bien no sólo se alcanza la realización personal sino al mismo tiempo se posibilita que los otros se beneficien y eso no gusta demasiado.
Lo disparatado no sólo está en el hecho de que no pongamos al servicio de Dios nuestras facultades sino en que no creamos que es posible hacer el bien y olvidamos que incluso contamos con su gracia y apoyo incondicional para la realización de cosas bellas y buenas.
 Pero cuando el Señor da una misión, no solo manda sino que otorga todo lo necesario para que su servidor pueda cumplir con su labor. De ahí, que el discípulo de Cristo ha de aprender a confiar en Dios, debe descubrir su presencia soberana y amorosa en cada acontecimiento de la vida, por eso es de vital importancia ejercitarse en la escucha de su Palabra, porque es en Ella donde encontrará consuelo y fortaleza. Eso es lo que descubro cuando el Señor le dice a Samuel: llevarás una ternera y dirás que vas a hacer un sacrificio al Señor. Convidarás a Jesé al sacrificio, y yo te indicaré lo que tienes que hacer; me ungirás al que yo te diga, v. 2-3. Incluso veo también que es “el sacrificio de la ternera” la que brindará la posibilidad de un nuevo rey. Porque permitirá que la familia de Jesé entre en comunión con el profeta y con Dios; y quienes preguntaron ¿vienes en son de paz? Ahora están unidos y serán testigos de la unidad que Dios concederá al ungirse otro rey. Además de que David es pastor de ovejas, cfr. v. 11. Dejará de ser pastor de “brutos” para ser pastor de hombres. En David Dios utilizará el ímpetu de los hombres israelitas para fraguar la identidad nacional de su pueblo.
En la vida no se puede tener todo, es más que necesario dejar atrás todas aquellas cosas que pueden impedir que se realice la misión. Samuel tuvo que dejar de lado su miedo y armarse de valor. David por su parte la vida campirana y aceptar la propuesta de Dios, los ancianos en cambio las rivalidades e involucrarse en un proyecto común de nación.
Pero sobre todo hermanos, la característica de todo discipulado es la atenta escucha a la Palabra de Dios, pues el texto dice: me ungirás al que yo te diga. En la Palabra de Dios encontramos el faro que nos guía en la inmensidad de este mar de la vida. En la escucha de su voz tenemos seguros el horizonte, el rumbo y la meta de llegada. Solamente con la Palabra de Dios podemos convertirnos en hombres prudentes, capaces de discernir cuál es la mejor opción que se ha de tomar en todos los aspectos de la vida. Porque el hombre prudente se detiene a reflexionar, analiza la realidad, se pregunta así mismo, les pregunta a los otros y se pregunta sobretodo cuál será la voluntad de Dios que hay que concretizar en ese momento crucial de su vida. Y cuando decide no se equivoca, porque no juzga por las apariencias. En ese sentido, descubro que el camino del discípulado no es la vía de lo aparente sino de la verdad objetiva. El discípulo por tanto no dice medias verdades o verdades a medias, sino que su senda es el camino de la Verdad, por eso su juicio está llamado a ser uno muy certero. Eso comprendo cuando YHWH le dice al profeta: No te fijes en las apariencias ni en su buena estatura. Lo rechazo. Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia. El Señor ve el corazón, v. 7. Se manifiesta incluso en la elección que Dios realiza un poco de misterio, porque elige “lo pequeño”, “lo débil”, “lo inútil” para confundir lo fuerte y sabio del mundo.
Entonces, ¿Dios se equivocó cuando eligió a Saúl? ¡No! Dios no se equivoca cuando llama y unge. Es el hombre que no responde adecuadamente porque no sabe escuchar, porque este Dios que le habló a Samuel cuando niño, el Dios que ungió a Saúl y a David como reyes de su pueblo, es el mismo que te ha ungido a ti en el Bautismo y el que te habla en cada acontecimiento de la vida ordinaria. ¿Estás listo para responderle adecuadamente?

"La obediencian vale más que el sacrificio; la docilidad, más que la grasa de carneros"
1Samuel 15, 22b.
1Samuel 15, 16-23; Salmo 49/50, 8-9. 16-17. 21. 23; Marcos 2, 18-22.

El pasaje de la primera lectura tomada del primer libro de Samuel es un tanto oscuro, desconcertante diría yo. Porque Dios pide el exterminio del pueblo Amalecita.
          Es algo aterrador que nuestro Dios, el Señor de la Vida pida muerte. Y nos deja un tanto confundidos cuando el motivo que aparentemente justifica esa masacre raya en la locura, pues el texto afirma: Así dice el Señor Todopoderoso: Voy a pedir cuentas a Amalec de lo que hizo contra Israel, al cortarle el camino cuando éste subía de Egipto, v. 3.
          Pero como dice el sínodo de los obispos celebrado en Roma en 2008: A veces surgen dificultades en la lectura del Antiguo Testamento a causa de textos que contienen elementos de violencia, de injusticia, de inmoralidad o de escasa ejemplaridad incluso en figuras bíblicas importantes. Se necesita, por ello, una preparación adecuada de los fieles, 29. Es por eso que nos preguntamos por la catequesis que está de fondo en la narración que el escritor sagrado quiso transmitirnos.
           La catequesis que nos transmite la primera lectura es que YHWH es un Dios Único, que no tiene rival, así lo expresa muy claramente el libro del Éxodo cuando dice: Yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso, 20, 5. Y al declarar el exterminio del pueblo Amalecita significa que el pueblo debe desterrar de su corazón todo tipo de idolatría, toda clase de injusticias y de pecados, porque estas actitudes son contrarias a YHWH.
          Por eso el profeta Samuel le dice al rey Saúl: La rebelión contra Dios es tan grave como el pecado de hechicería, y la obstinación, como el crimen de idolatría, 1Samuel 15, 23. Rebelarse es oponerse, es negarse a seguir lo mandado, es no querer estar bajo la autoridad.
         Al rey Saúl se le olvidó que ha sido YHWH quien lo constituyó rey de su pueblo y por eso le debe no sólo respeto, gratitud sino también obediencia, el rey es sólo administrador y servidor del pueblo no su amo, por eso Samuel recuerda su origen, para que ponga sus pies sobre la tierra y destierre de su corazón actitudes de grandezas que son sólo vanidades que no alimentan a ninguno y siempre dejan con hambre al que lo propicia y sufrimiento a quién lo vive: Aunque a tus propios ojos no valías nada, ¿no llegaste a caso a ser el jefe de Israel? El Señor te ungió como rey de Israel, v. 17. Y le pregunta: ¿por qué no has obedecido al Señor? ¿Por qué te has lanzado sobre el botín haciendo lo que el Señor reprueba?, v. 19.
         Lo cierto es, que Samuel ha relativizado las palabras de YHWH, la ha interpretado según sus propios interesés, la ha acomodado a él. Y no le ha permitido a las palabras de YHWH que sean ellas quienes iluminen su corazón. Desechó las palabras de YHWH, le quitó la autoridad y le arrebató el Señorío que le correspondía y se proclamó así mismo Señor, he aquí, el pecado de idolatría de Saúl.
          
          La obstinación es una idea necia, una tanto terca, testaruda, aun cuando sea equivocada o errónea. Vemos así, que termina prevaleciendo más el parecer del rey que la de YHWH. De ahí que Saúl diga: Si la tropa tomó del botín ovejas y vacas, lo mejor de lo destinado al exterminio, lo hizo para ofrecérselas en sacrificio al Señor, nuestro Dios, en Guigal, v. 24.
         Pero es Samuel quien descubre con la siguiente pregunta la voluntad de YHWH: ¿Quiere el Señor sacrificios y holocaustos o quiere que obedezcan su voz? La palabra obedecer, deriva del latín ob-audire, el cual  indica ya el sometimiento libre de la voluntad humana a la palabra escuchada. Así que la persona que obedece es aquella que sabe escuchar.
         Por otra parte, no debemos olvidar que la voluntad de Dios está manifestada en los diez mandamientos, por eso Moisés cuando le da a conocer al pueblo los mandatos y decretos de Dios les dice: Escucha, Israel, Deuteronomio 5, 1.
          Si Saúl no obedece a YHWH es porque su corazón ya no pertenece a Dios, Saúl ha dejado de escuchar la voz de Dios y se ha abandonado a merced de sus deseos desordenados. Por eso culmina la narración del texto con una frase dura y aleccionadora: Por haber rechazado al Señor, el Señor te rechaza hoy como rey, v. 23. Y aquí es necesario prestar la atención debida, dice el Señor te rechaza como rey no le rechaza como hijo, pues Dios sigue amando al hombre aún cuando éste sea un pecador empedernido. Le quita del puesto asignado, porque si la cabeza se pierde puede corromper a todo el cuerpo, por eso le dará el mando a otro que haga transitar a su pueblo por la senda de la verdad y de la justicia.
         El evangelio nos da la pauta de cómo debe ser la relación que todo hombre y toda mujer debe entablar con Dios: la rectitud interior. Porque el verdadero ayuno tiene como finalidad comer el alimento verdadero, que es hacer la voluntad del Padre, Cfr. Juan 4, 34; Benedicto XVI. Ninguno puede presumir de hacer la voluntad del Padre si no obedece. Como tampoco es cierto de que uno ayune si no deja o rechaza toda clase de pecados. El trozo de tela nueva así como a vino nuevo, odres nuevos significa que solamente un corazón bien dispuesto es capaz de escuchar, obedecer y de hacer la voluntad del Padre.

sábado, 18 de enero de 2014

“Yo lo vi y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios”
Juan 1, 34.
Isaías 49, 3. 5-6; Salmo (39); 1Cor 1, 1-3; Juan 1, 29-34.
Toda persona humana es un ser relacional pero aún cuando se identifique con un grupo, viva y se exprese dentro de una comunidad, continua conservando su individualidad. Así que el sujeto que desea dar testimonio acerca de alguien del grupo lo hará bien si se conoce así mismo. De lo contrario su testimonio será confuso porque si no se conoce a sí mismo¿pretenderá conocer a su prójimo? Hoy Juan Bautista da su testimonio sobre Jesús y lo hace porque se conoce.
Juan se conoce
Él dice de sí mismo: «Yo no soy el Cristo. Le preguntaron: -Entonces ¿Eres Elías? Respondió: -No lo soy. ¿Eres el profeta? Respondió: -No. Le dijeron ¿quién eres?...Respondió:-Yo soy la voz del que grita en el desierto: Enderecen el camino del Señor», Jn 1, 20-23. Dando a entender que era el canal, el vehículo por el cual había de fluir la palabra. Reconocía en ese sentido que él había sido enviado delante de su Señor, a preparar los corazones de los hombres para que fuesen capaces de acoger con generosidad al Mesías enviado por Dios, pues Juan dice: «Yo bautizo con agua. Entre ustedes hay alguien a quien no conocen, que viene detrás de mí; y no soy digno de soltarle la correa de su sandalia», v. 26-27. Con esto Juan expresa que su bautismo es sólo figura tenue de lo que el Mesías traerá. Por tanto, no puede arrebatarle al Mesías su derecho ni mucho menos usurpar su lugar. Al conocerse Juan, podía realizar con mucha claridad y transparencia su tarea y misión, siéndose fiel así mismo Juan alcanza también su realización personal. Juan sabía que el Señor lo «formó desde el seno materno, para que fuera su servidor; para hacer que Jacob volviera a él y congregar a Israel en torno suyo», Is 49, 5. Pero tenía muy en claro que Él no era el Salvador. Por eso le escuchamos decir: «vine a bautizar con agua para que Él fuera manifestado a Israel», Jn 1, 31. Juan es relámpago, destello, rayo de luz pero reconoce que solamente el Mesías es «luz» para las naciones. Juan convoca y reúne al pueblo pero sabe que el Mesías es el Único quien hace posible que «la salvación» de Dios «llegue hasta los últimos rincones de la tierra», Is 49, 6. Juan se ha convertido por beneplácito de Dios en anunciador de la Palabra, mensajero, en un «Apóstol», precursor del Mesías, Cfr. 1Cor 1, 1.
En estos tiempos, que son los nuestros, cuan necesario y urgente se hace vivir en la honestidad, en la transparencia y la sencillez. Evitemos sacar ventaja y provecho de la imagen, de la identidad y obras que non nuestras; más bien, reconozcamos y hagamos promoción de la autoría del prójimo, porque actuando así no sólo reconocemos su valía sino también su creatividad y sobre todo nos convertimos en seres hospitalarios capaces de acoger a la persona integralmente.  Aquí Juan Bautista nos enseña que solamente esto será posible si uno hace de la humildad su estilo de vida.
Juan conoce al Mesías de Dios
El texto sagrado en dos ocasiones hace referencia que Juan Bautista no conocía al Mesías , Cfr. Jn 1, 31. 33. ¿Cómo fue entonces que Juan llegó a conocer al Mesías de Dios? Primero, porque fue dócil a la acción del Espíritu. Juan manifiesta una actitud obediente. Nuevamente resalta aquí su condición de ser «voz», un canal limpio, por donde fluye la voluntad divina. Haciendo Juan lo que Dios le pide abre la posibilidad del encuentro con el Mesías, pues sabe que en su tarea de bautizar el Mesías habría de manifestarse, Cfr. v. 31.
Pero del gentío que viene a él ¿Cómo supo quién era? De aquí se desprende una Segunda actitud de Juan. La cuál consiste en el estar atento, vigilante, con los sentidos despiertos, en constante apertura y en alta sensibilidad de lo divino, a semejanza de esas grandes “antenas parabólicas” que detectan las más finas señales del cosmos. Por eso sabe captar y escuchar lo que el mismo Espíritu de Dios le indica pues afirma: «el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien veas que baja y se posa el Espíritu Santo, ése es el que ha de bautizar con el Espíritu Santo», v. 33.
Hermanos sólo quien tiene una auténtica y genuina experiencia de Dios sabe distinguir su presencia en la cotidianidad de su vida, esta es sin duda alguna la Tercera actitud que Juan nos enseña. Porque es el contacto cercano, perseverante, fiel y continúo que Juan tiene con lo divino lo que le ha facultado para descubrir su actuar, por eso nos dice: «Vi al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y posarse sobre él», v. 32.
Juan descubre que el Mesías es el Ungido del Señor, ya no con aceite sino con Espíritu de Dios. El Espíritu habita plenamente en Él. Por eso el Mesías es el Hombre del Espíritu, el gran comunicadordel Espíritu de Dios. Por eso descubre en Jesús de Nazaret, en su humanidad la presencia del Dios vivo. Dios está en Jesús de Nazaret, Jesús de Nazaret es Dios. Por eso nos dice:«Yo lo vi y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios», v. 34.
Interesante por no decir complicado se vuelve el hecho de que ahora cada uno de nosotros está llamado a reconocer en cada ser humano la imagen viva de Dios. ¡Dios nos ayude! Pues en cada hombre y mujer habita el Espíritu creador de Dios, Cfr. Gén 2, 7.
El testimonio que Juan Bautista hace de Jesús es el siguiente:
Primero, nos dice que Jesús es el «Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo», Jn 1, 29 para indicar que Jesús de Nazaret es la respuesta, la solución que Dios nos ofrece a toda clase de opresión y de esclavitud, Él es el gran liberador, el que rescata de la prisión y de las mazmorras donde Satanás tiene prisionero al hombre.
Segundo, afirma que Jesús tiene «precedencia» sobre él porque «existía» antes que él (Cfr. Jn 1, 30) siendo que Juan nació primero que Jesús. Pero con esto el Bautista quiere indicar que es Jesús quien le dio a Él el ser, su existencia, en definitiva Jesús de Nazaret es el Creador y Juan es su creatura, obra de sus manos. 
Tercero, Juan vio «al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y posarse sobre» Jesús, Jn 1, 32 para indicar que Jesús es la “Casa” donde el Espíritu de Dios habita y actúa en plenitud.
Cuarto, Jesús es quien «ha de bautizar con el Espíritu Santo», Jn 1, 33 pues Juan practica un bautismo con agua, la purificación es por decirlo de un modo un hecho externo, pero con Jesús y su espíritu el verdadero renovamiento interior se hace posible y el hombre nuevo es ya una realidad que se hace visible.
Quinto, Jesús de Nazaret «es el Hijo de Dios», Jn 1, 34 pues así lo atestigua su propio Padre, Cfr. Mc 1, 11.
Llamados a dar testimonio de nuestra fe
Los cristianos hemos de ser a ejemplo de Juan Bautista testigos de Cristo Jesús y lo haremos adecuadamente si tenemos experiencia de Dios. Experiencia de Dios que nace, brota del encuentro íntimo con Jesucristo. ¿En dónde podemos encontrarnos con Jesús de Nazaret? En la escucha asidua de la palabra de Dios, en la oración personal y comunitaria, en los sacramentos, en el prójimo, en la creación. No se trata de transmitir un cúmulo de ideas y de pensamientos bonitos sino de una experiencia viva, actuante de Dios. La experiencia que se ha de transmitir es como Jesús de Nazaret ha venido cambiando, transformando la vida. El testigo de Cristo es el cristiano con vencido que Jesús es Dios, su único Salvador y Redentor, por eso ha adecuado todo su vida a Él y donde quiera que vaya vivirá en coherencia con su fe. De esta manera estarán dando testimonio de su fe en Jesús, porque «un testigo de Jesús demuestra con hechos su creencia, tanto en los momentos muy personales de su vida, como en su actuación pública: en la política, en la economía, en la universidad, en los medios informativos, en el deporte, en las fiestas, en las diversiones, etc. », Mons. Felipe Arizmendi Esquivel. Ser testigo es luchar contracorriente pero unidos a Jesús de Nazaret encontraremos siempre nuevas fuerzas. No lo olviden.