viernes, 28 de febrero de 2014

“No hay amor fino sin la paciencia”
Santa Teresa de Ávila, Poesía 30.
Santiago 5, 9-12; Salmo 102/103, 1-4. 8-12; Marcos 10, 1-12.
Con su paciencia el creyente, el hombre de fe, se convierte en testigo de su fidelidad y amor a Cristo Jesús. El creyente padece con paciencia porque está seguro de su esperanza, sabe en quien ha puesto su confianza, está cierto de ella, por eso no duda de que el padecer puede tener también un significado positivo y no sólo negativo –del sufrir por sufrir. El texto bíblico que nos presenta hoy la primera lectura nos enseña cual es el sentido de la paciencia cristiana:
Primero, el texto nos dice: «Fíjense en el labrador: cómo aguarda con paciencia hasta recibir la lluvia temprana y tardía, con la esperanza del fruto valioso de la tierra», Santiago 5, 7. La paciencia como signo de confianza, de fe en el Señor, de esperanza ante el futuro; de saber que aunque no se conozca que depara el futuro existe la certeza de que el Señor estará allí, junto a uno. En ese sentido, la paciencia no es inactividad o pasividad para el cristiano sino más bien vigilia, es decir, el cristiano con sus oraciones, sacrificios y obras con mirada expectante exclama: ¡Te esperamos, Señor, Jesús! ¡Ven pronto, no tardes más!
Segundo, la paciencia como signo gozoso de la segunda venida del Señor, la parusía del Señor, por eso se nos dice: «Hermanos, no se quejen unos de otros, y no serán juzgados: miren que el juez ya está a  la puerta», v. 9.  La paciencia evita que el fiel cristiano reclame justicia por sus propias manos, y le incita al ejercicio de “sufrir con paciencia los defectos del prójimo”, de hacer concreto el ejercicio de la misericordia a partir del reconocimiento de su propia debilidad y fragilidad, de aceptar que se poseen también demasiados defectos, esta propia experiencia debe dotar al cristiano de una alta sensibilidad que le permita establecer dentro de lo posible una sana relación con el prójimo. El creyente encuentra en la “proximidad” de la venida del Señor su más grande motivación, pues con la llegada del Señor se instaurará la justicia tan anhelada y eso brinda en medios de los sufrimientos nuevos bríos y esperanzas para continuar en el camino del bien.
Tercero, la paciencia como signo de profético pues se nos dice: «Tomen como ejemplo de sufrimiento y paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor», v. 10. Los profetas del Señor hicieron siempre la voluntad del Señor, dieron testimonio con su vida –y también con su muerte– de la verdad, de la justicia, del amor y del poder de Dios. En estos tiempos nuestros, vivir el profetismo bautismal es también una exigencia y un deber para el cristiano.
Cuarto, la paciencia con signo de fortaleza, de templanza, de inocencia y de humildad ante los sufrimientos y calamidades de la vida, pues el texto afirma: «Llamamos dichosos a los que supieron soportar el sufrimiento», v. 11. La figura de Job en este punto es totalmente iluminador, pues nos enseña a padecer como “corderos sin manchas”, como ofrenda agradable, por nuestra purificación y por la del mundo entero. El sufrimiento unido a Cristo se transforma en oración sublime, redentora, y nos alcanza victorias y grandes riquezas espirituales y porque no decirlo, también materiales, puesto que el Señor es compasivo y piadoso. Hay que vivir sin renegar y sin lloriquear, porque “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”. Hay que vivir siempre positivamente.

jueves, 27 de febrero de 2014

“El salario... que no pagaron...alza el grito; el clamor...ha llegado a los oídos del Señor Todopoderoso”
Santiago 5, 4.
Santiago 5, 1-6; Salmo 48/49, 14-20; Marcos 9, 41-50.
El Señor Todopoderoso que en el pasado escuchó el clamor de su pueblo y los liberó del pesado yugo que los oprimía, también hoy, continúa escuchando los gritos de justicia que claman sus hijos en el orbe de la tierra.
El pasaje de Santiago es contemporáneamente un mensaje profético y apocalíptico. Profético, porque el escritor sagrado denuncias las situaciones injustas que existen fuera e incluso en medio de las comunidades cristianas, especialmente por la incoherencia de vida de algunos miembros de la comunidad, incoherencia que producen escandolos que generan el debilitamiento de la fe o bien, la muerte de quien todavía poseía un aliento de esperanza de que todo pudiese cambiar para bien de todos y no de unos pocos. Es apocalíptico, porque es Dios quien llamará a juicio y quien no dejará que el clamor de su pueblo se desvanezca con el viento.
El texto de Santiago es ante todo una exhortación a volver re-tomar el camino de la rectitud, de emprender nuevamente el éxodo que libera al hombre del egoísmo y de la indiferencia, porque toda injusticia es fruto del mal, y «no tiene raíces exclusivamente externas; tiene su origen en el corazón humano, donde se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal», Benedicto XVI.
Pero este recorrido que debe hacer todo cristiano para vivir su propio éxodo liberador, es un recorrido hacia el bien, de una vida cristiana vivida en coherencia, de total seguimiento a Cristo Jesús, es decir, el éxodo liberador del cristiano es su conversión a Cristo, del que todo hombre necesita su perdón y su amistad. Y esta justicia –perdón y amistad– que Dios nos ofrece en su Hijo Jesucristo nos «libra de la muerte», Proverbios 11, 4.

miércoles, 26 de febrero de 2014

“Nadie puede comprar su propia vida, ni por ella pagarle a Dios rescate”
Salmo 48/49, 8.
Santiago 4, 13-17; Salmo 48/49, 2-3. 6-11; Marcos 9, 38-40.
Vivir cada día es un don de Dios, una oportunidad bella para disfrutar y gozar cada momento de la propia existencia incluyendo también los días aciagos, pues todo aquello que el hombre experimenta forma parte de su historia y de su proyecto personal. Vivir cada día significa abrazar el presente así como viene sin perder de vista el futuro; pero sin que el futuro impida vivir el presente. Vivir el presente con esperanza, con el sueño de que todo puede ser mejor no es vana ilusión si dicha esperanza es una que no termina nunca y que dota siempre de elementos significativos el deseo de continuar esforzándose para vivir bien y en el bien; vivir el presente con esperanza es aceptar y afrontar la realidad sabiendo de ante mano que el hombre desempeña un rol importante en la construcción de la humanidad.
El sabio escribió «lo bueno y lo que vale es comer, beber y disfrutar de todo el esfuerzo que uno realiza bajo el sol los pocos años que Dios le concede», Eclesiastés 5, 17. Si cada día es un don para construir el mañana, hay que vivir con agradecimiento, siempre dando gracias a quien ha dado la vida como don, depositando en él la confianza –la fe – para retomar cada día con esperanza. De esta manera, se mantiene un sano equilibrio entre el Donante (Dios), el don (la vida del hombre) y lo que el hombre puede lograr gracias a su esfuerzo y afán –trabajo (bienes). Pues es sólo recuperando la fe en la providencia y la confianza absoluta en la gratuidad divina como nos distanciamos marcadamente de la pasividad o providencialismo, de aquella autosuficiencia que seduce y engaña a quienes consideran que no necesitan de los otros para desarrollar el potencial humano que hay en uno mismo.
De ahí, que las palabras de Santiago son para el hombre de fe una sentencia que motiva a posar la mirada en Aquel que puede garantizar que el mañana no sea una cosa frustrada: «si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello», 4, 15. Porque una autosuficiencia que nos aleja del reconocimiento de sabernos limitados y necesitados de los otros –Dios, hombre y mundo–  para el crecimiento y progreso en todos los ámbitos de la vida es simplemente soberbia y orgullo enmascarados.

martes, 25 de febrero de 2014

“¿De dónde vienen las luchas y los conflictos entre ustedes?¿No es, acaso, de las malas pasiones, que siempre están en guerra dentro de ustedes?”
Santiago 4, 1.
Santiago 4, 1-10; Salmo 54/55, 7-11. 23; Marcos 9, 30-37.
Todo hombre, varón y mujer, posee una voluntad al que le doy el calificativo de poder. Primero, para que se comprenda  la facultad que el hombre tiene a su disposición, como algo propio, muy suyo y la consiguiente oportunidad de poder modificar su situación no sólo interna sino también externa hasta donde le sea posible. Y segundo, el riesgo que deriva de la exageración de concebir este poder como algo ilimitado, de hacer y deshacer según el propio criterio, sin caer en la cuenta de que dicha voluntad debe ser educada, canalizada y totalmente dirigida hacia el bien personal y social. Pues dicha voluntad de poder se manifiesta en cada una de las decisiones que toma la persona en, con y por “libertad”. Dándole al varón y a la mujer la posibilidad de construir o destruir, ya sea para bien suyo y gozo de los demás, o bien, en contra suya y en perjuicio de los otros.
Por esta voluntad de poder el varón y la mujer expresan sus más nobles deseos, entre ellas el deseo de ser siempre el mejor en todos los aspectos de la vida: en el campo laboral, en el deporte, en el estudio, en lo religioso, etc. Y eso es bueno, es lo que se espera de cada persona, y así lo constata las Sagradas Escrituras cuando declara: «Y vio Dios todo lo que había hecho: y era muy bueno», Génesis 1, 31. Y Jesús no se opone a ello, al contrario alienta, motiva al hombre a ser siempre el primero, pues dice: «si alguno quiere ser el primero», Marcos 9, 35. ¿En dónde reside entonces la problemática de ser el primero? El texto mismo nos lo dice «porque en el camino había discutido sobre quien de ellos era el más grande», v. 34. En la pregunta que hace Jesús y en el silencio de sus discípulos subyace una voluntad de poder que está animada por una “sabiduría” que excluye a los otros, que busca solamente el bien de una sola persona, se esconde la intención de una persona narcisista, malévola y casi diabólica, pues se afirma en la carta de Santiago: «si ustedes...hacen las cosas por rivalidad, no se engañen...Ésa no es sabiduría que baja del cielo, sino terrena, animal, demoníaca», 3, 14-15.
Entonces ¿por qué y para qué ser el más importante? ¿Cuál es la finalidad de haber sido elegido el mejor empleado del mes? ¿el más inteligente de la clase? ¿el ganador de los cien metros planos? Etc. Creo que el problema reside en el hecho de la idolatría, que nada tiene que ver con un reconocimiento sano al esfuerzo y a la dedicación que personalmente ha hecho el sujeto sino con el reclamo que el orgullo y la soberbia ponen de manifiesto: “somos merecedores de culto y de adoración porque hemos demostrado ser los mejores”. ¿Cuántas veces no se alegra el estudiante de ser el mejor de la clase sin importarle aquel que tiene dificultades para aprender? Pues no hay ganador sin perdedor. Lo cierto es, que este tipo de voluntad de poder demoníaco «conduce a una situación en la que uno se impone y los demás sirven; uno es feliz –si es que puede haber felicidad en ello–, los demás infelices; sólo uno sale vencedor todos los demás derrotados; uno domina, los demás son dominados», Cantalamesa. Se nos olvida que todos los males de la humanidad tienen esta raíz. Piénsese por ejemplo en las relaciones familiares, cuando sólo impera la opinión del Padre por encima de la Madre y de los hijos, cuando se determina tajantamente que se hace y que no, y no se da espacio al consenso o a la deliberación.
A esta manera de ser el primero y el más importante Jesús se opone. Él, sin embargo, propone un nuevo camino: «si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos», Marcos 9, 35. Significando que en el servicio todos encuentran un espacio donde desarrollarse y crecer, todos se benefician de la grandeza de uno, más que elevarse por encima de los demás, eleva a los demás consigo.
Ciertamente, para que nuestra voluntad de poder esté al servicio del bien común se necesita constancia, disciplina y arduo trabajo. Dado que el «servicio desinteresado supone decisiones radicales y grandes dosis de amor que excluye todo egoísmo. Se trata, por tanto, de un camino verdadero pero áspero», Guillermo Gutiérrez. Porque incluso hay que remar contra corriente, uno puede tener la firme determinación de generar el cambio, de querer hacer algo por los demás, pero muchos otros no estarán de acuerdo si se opone a sus propios intereses. De ahí, que se vean asediados, perseguidos, calumniados. Como bien afirma el libro de la Sabiduría: «tendamos una trampa al justo, porque nos molesta y se opone a lo que hacemos», 2, 12.
Pero el mayor obstáculo de servicio se encuentra en uno mismo, pero como está escrito: «el pecado acecha a la puerta de tu casa para someterte, sin embargo tú puedes dominarlo», Génesis 4, 7. Y uno se da cuenta de ello, por eso Santiago nos dice marcadamente: «¿De dónde vienen las luchas y los conflictos entre ustedes? ¿No es, acaso, de las malas pasiones, que siempre están en guerra dentro de ustedes?», 4, 1.  Y a pesar de las fragilidades humanas estamos llamados de usar correctamente el poder de nuestra voluntad.

lunes, 24 de febrero de 2014

“Que te sean gratas las palabras de mi boca y los anhelos de mi corazón”
Salmo 18/19, 15.
Santiago 3, 13-18; Salmo 18/19, 8-10. 15; Marcos 9, 14-29.
«Que te sean gratas las palabras de mi boca y los anhelos de mi corazón», Salmo 18/19, 15 es la petición que el creyente eleva a YHWH porque desea que sus pensamientos, las intenciones de su corazón, sus palabras, sus obras, en fin su vida misma, manifiesten sintonía con la voluntad del Señor expresada muy puntualmente en la ley.
El hombre de fe reconoce que hacer vida la instrucción del Señor lo hace no sólo prudente en su actuar, sino que también le enseña el camino de la sabiduría, le da ánimo, apoyo y consuelo, por eso expresa sin tapujos: «la ley  del Señor es perfecta del todo y reconforta el alma...y hacen sabio al sencillo», v. 8.
Las palabras del Señor desean ser una custodia para el hombre, para evitar que se meta en camisas de once varas. Así por ejemplo, al decir «que te sean gratas las palabras de mi boca y los anhelos de mi corazón», el creyente puede estar pidiendo la gracia necesaria para evitar caer fácilmente presa de los falsos testimonios, de las mentiras, del engaño, de la codicia, etc.
Pero como dice Santiago en su carta: «nadie logra dominar la lengua», 3, 8 de ahí que necesitemos ser guiados, prevenidos: no darás falso testimonio ni mentirás, Cfr. Éxodo 20, 16. De ahí, que estemos llamados siempre a comunicar en, con y por amor a la verdad.

domingo, 23 de febrero de 2014

“Como un padre se enternece con sus hijos, así se enternece el Señor con sus fieles”
Salmo 102/103, 13.
Levítico 19, 1-2. 17-18; Salmo 102/103, 1-4. 8-10. 12-13; 1Corintios 3, 16-23; Mateo 5, 38-48.
«Como un padre se enternece con sus hijos, así se enternece el Señor con sus fieles», Salmo 102/103, 13 es el himno de alabanza que el Salmista ofrece a YHWH, cántico de acción de gracias, de profunda gratitud, por todos y cada uno de los «beneficios», v. 2 que el Señor le ha otorgado aun sin merecerlo.
También es el reconocimiento de que YHWH ama profundamente al hombre,  su amor es gratuito, eterno e incondicional, como bien explica el profeta Jeremías: «Con amor eterno te amé, por eso prolongué mi lealtad», 31, 3. Ese amor leal de YHWH por el hombre, el Salmista «bendice» y canta lleno de júbilo, Cfr. Salmo 102/103, 1-2. Lo canta, lo expresa porque ha experimentado, ha comprobado, ha vivenciado ese amor, por eso le escuchamos decir: «El Señor perdona tus pecados y cura tus enfermedades; él rescata tu vida del sepulcro y te colma de amor y de ternura», 3-4.
El Salmista nos revela que el Amor de Dios es un amor respetuoso dado que nos deja actuar con libertad, es un amor que no utiliza la manipulación o el chantaje, es decir, Él nos continúa amando aunque le rechacemos o vayamos por caminos distintos a los suyos, no nos deja, no nos abandona, por eso agrega: «No nos trata como merecen nuestras culpas, ni nos paga según nuestros pecados», v. 10. Un amor perfecto es el amor de YHWH, el Amor del Padre, y un amor así hermanos míos ¿acaso no es digno de ser alabado, ensalzado y proclamado? Creo que sí, pues que nuestra jornada no la terminemos sin que hayamos agradecido a Dios por tanto amor.
Este amor de Dios no es idea, utopía, razonamientos abstractos, carente de contenido. ¡No! Este Amor perfecto de Dios Padre se ha manifestado con toda luminosidad en la Persona de su Hijo Amado, nuestro Señor Jesucristo, Él, como dice san Pablo «es imagen del Dios invisible, primogénito de toda la creación», Colosenses 1, 15. Para darnos a entender que si queremos ver cómo es la manera como Dios ama necesariamente hemos de posar la mirada en su Hijo Amado, es decir, en Jesús de Nazaret.
Y nosotros ya hemos escuchado hablar a Jesús de Nazaret, nos ha dicho en el evangelio que hemos proclamado: «Ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto», Mateo 5, 48. Para darnos a entender que solo Dios Padre es el punto adecuado de referencia que todo fiel cristiano ha de tener en cuenta para conducirse durante su vida. Jesús habla de perfección, pero aquí la perfección no se ha de tomar en sentido de igualar al modelo, porque si esto es así, se nos convierte la perfección en una tarea que no podremos realizar, en una empresa muy difícil de hacer prosperar, sino más bien hemos de entender la perfección como aquello que estamos llamados a ser, a desarrollar según nuestra naturaleza. Dios ama como Dios, el ser humano ha de amar como ser humano.
Por tanto, amar como personas humanas significa que hemos de amar con toda la capacidad con la que hemos sido facultados. Nadie nace sabiendo amar. Aprendemos amar y lo hacemos con mucho riesgo. Es una aventura bella y al mismo tiempo dolorosa, porque en el camino del amor tenemos la posibilidad de provocar heridas mortales e incurables, de asesinar ilusiones, despojar corazones. Por tanto, amar implica sufrir y no cualquiera está dispuesto a ello. Dado que «el amor se escribe con sangre», Mariano de Blas.
Recordemos que el Hijo Amado del Padre al hacerse Hombre se hace el punto de encuentro entre el Amor de Dios y el amor del hombre. Por eso el discípulo Amado nos dice en su evangelio: «Si uno dice que ama a Dios mientras odia a su hermano, miente; porque si no ama al hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve», 1Juan 4, 20.
Y las enseñanzas de nuestro querido Jesús son claras y su Evangelio, el que hemos proclamado, nos presenta dos actitudes que estamos llamados asumir: Primero, ante la ley del talión: «Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente», Mateo 5, 38 nos propone la virtud de la Mansedumbre, el corazón fraternal, pues dice: «pero yo les digo que no hagan resistencia al hombre malo», v. 39. Esto parece descabellado e imposible de realizar. ¡Aaah! Hermanos míos, cómo descansa el alma cuando nos esforzamos por hacer vida esta exhortación del Señor. En cambio, cuando hacemos realidad la ley del talión en nuestras vidas todo se complica, no se vive en paz, ni se descansa adecuadamente y el corazón sufre tormentos inenarrables. Sobre todo porque en la violencia no se deja de ser hermano y continuamos siendo hijos de un mismo Padre el cuál nos ha comprado a gran precio.
Segundo, «han oído ustedes que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo; Yo, en cambio, les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre Celestial», v. 43-45. Jesús nos propone el amor a los enemigos como signo de filiación divina. Los enemigos no son producto del azar ni aparecen de la nada, el hombre es quien los genera, quien los construye, se los gana a pulso. Así que si sufres por haber hecho mal a alguien no llores ni te lamentes, ni le reclames su perdón, ellos están justificados en su actuar. Por tanto, si sufres por haberlo merecido no seas cobarde sino valiente, padece, ofrece y ora para que se te perdonen los pecados porque no sólo ofendiste a tu hermanos sino también a Dios. Y así como Dios nos da tiempo para que reconozcamos nuestros errores y faltas, manifestándonos su paciencia. De la misma manera, tú has de tener la suficiente paciencia para esperar el perdón del prójimo que has ofendido.
Pero si en conciencia descubres que eres inocente, y no sabes cómo actuar ante personas que te persiguen y buscan tu daño, escucha esto hermano, está poderoso: «Yo opondré mi oración a su malicia» 140/141, 5. El gancho al hígado, el mejor golpe que podemos asestar contra el malvado es pedir a nuestro Señor que lo tenga a fuego lento, es decir, en el fuego de su amor divino; oremos por la conversión del malvado, pues si se convierte dejará de hacer el mal y aprenderá hacer el bien.
Ahora bien, lo que Jesús nos propone en este segundo punto es completamente revolucionario, porque cambia por completo las actitudes y las relaciones interpersonales.

viernes, 21 de febrero de 2014

“pero los misericordiosos no tienen por qué temer al juicio”
Santiago 2, 13.
Santiago 2, 14-24. 26; Salmo 111/112, 1-6; Marcos 8, 34-9, 1.
Las obras de misericordia con los pobres y más necesitados son la premisa que permiten a Santiago hablar de fe y obras, no como dos cosas opuestas sino como dos elementos totalmente recíprocos
y complementarios. Y la misión de la Iglesia que es al mismo tiempo tarea de cada cristiano, nos ponen de manifiesto tal correlación:
-          El anuncio del Evangelio para que sea creíble deberá ser encarnado, es decir, narrado con la propia experiencia.
-          La celebración de la fe para que no se reduzca a un mero ritualismo deberá estar lleno de un auténtico significado: la salvación que Jesucristo ofrece al mundo y que en la vida del fiel ha encontrado resonancia.
-          Y el testimonio que ha de ser un testimoniar al Dios amor para hacerlo encontrable y palpable a todo hombre, de tal manera, que posibilite la colocación del germen vivificante de este amor en la sociedad y logre así una sinergia efectivamente solidaria tan necesaria en nuestros tiempos.
Pues sólo el amor posibilita la salida de nuestras barricadas y nos faculta para ver la necesidad del prójimo como una oportunidad para actuar a su favor. Presentándose el testimonio del Dios amor como un proceso completamente liberador. Todos estamos llamados a experimentar la provocación de la solidaridad subsidiaria.

jueves, 20 de febrero de 2014

“No tengan favoritismos”
Santiago 2, 1.
Santiago 2, 1-9; Salmo 33/34, 2-7; Marcos 8, 27-33.
Estas palabras nos hacen que pongamos la mirada en nuestras relaciones interpersonales, en la manera como nos relacionamos con los demás, nos invita incluso a detenernos un momento en nuestros círculos de amistad y de analizar si sólo tratamos bien a quienes conocemos y amamos. Porque si esto es así, «¿qué mérito tienen? También los pecadores aman a sus amigos», Lucas 6, 31.
La exhortación de Santiago busca que tratemos a los demás sin parcialidades, de igual manera, porque a los ojos de Dios todos tenemos la misma dignidad y merecemos las mismas oportunidades y respeto. Evitando que las diversas expresiones de la cultura, de las clases, de las razas, de las lenguas, etc., se propongan como justificaciones para levantar el muro de la división, de la exclusión, de la marginación, del desprecio, de la indiferencia, etc.
Si la fe en Jesucristo nuestro Señor nos ha congregado en una sola familia, la gran familia de Dios, es escandaloso que una familia existan las divisiones y el trato desigual. Porque el favoritismo se opone rotundamente al ejercicio de amor al prójimo y es generadora de:
-          Daño en las relaciones interpersonales y sobre todo, es fomentadora de corrupción.
-          De rencores y de resentimientos que alientan el odio, la venganza y al final la muerte.
-          Del utilitarismo, pues se busca servirse del prójimo pero no servirle a él como es debido, es decir, en justicia.
-          Indiferencia y de insolidaridad.

miércoles, 19 de febrero de 2014

“Que cada uno sea pronto para escuchar”
Santiago 1, 19.
Santiago 1, 19-27; Salmo 14/15, 2-5; Marcos 8, 22-26.
El que escucha no sólo pone al servicio de quien habla sus oídos sino así mismo, se dona y manifiesta al mismo tiempo, una actitud de hospitalidad porque también sabe acoger no sólo las palabras pronunciadas sino al mismo sujeto quien las dice. Porque el que sabe escuchar:
-          Se enriquece, crece y aprende.
-          Es paciente y se ejercita en las obras de misericordia.
-          Está en posibilidad de obedecer y de poner por obra lo mandado. Y al poner por obra lo mandado se sentirá bien consigo mismo, estará en paz con los demás y experimentará las delicias de la felicidad.
-          Sale de su indiferencia y egoísmo y transita por la vía de la solidaridad y de la ayuda mutua.
-          Vive en fidelidad y hace de la coherencia su estilo de vida.

martes, 18 de febrero de 2014

“Cada uno es tentado por el propio deseo que lo arrastra y seduce”
Santiago 1, 14.
Santiago 1, 12-18;  Salmo 93/94, 12-15. 18-19; Marcos 8, 14-21.
El grito de la tentación es ensordecedor sólo para quien la experimenta, la voz de la tentación aunque sutil enclaustra y envuelve, no permite escuchar otras voces, martillea hasta lograr la posesión del sujeto. Una vez que ha logrado esto, significa que la razón y la voluntad ya han justificado el deseo, por eso se han dejado arrastrar y seducir, ahora sólo es cuestión de tiempo para “parir al hijo de las entrañas”. ¿Quién ayudará a concebir? Siempre existirá un acomedido que lo facilite todo, pues en el camino de la vida el hombre no marcha solo y al final todo se comparte.
Y después del “retozo” aparece el “mocoso”: la cruda realidad, que se afronta con remordimientos y vergüenza, o bien,  con gusto y, es cuando se transita no por vías alternas sino por la única salida que se logra ver: el circulo vicioso, del cual no todos tienen la fortuna de salir.
Pero hasta aquí, el hombre ha caminado bajo sus propios criterios, ha sentido el peso de la tentación, nunca ha estado sólo siempre estuvo acompañado, lo cierto es que la compañía no fue la adecuada. Pues el Salmista dice:«cuando decía: “mi pie vacila”, tu fidelidad, Señor, me ha sostenido», 93/94, 18. El Señor está siempre dispuesto a socorrernos, sólo es necesario pedírselo, escucharlo y obedecerlo, Cfr. v. 14.

lunes, 17 de febrero de 2014

“Quien es inconstante e indeciso en su vida, no recibirá nada del Señor”
Santiago 1, 7-8.
Santiago 1, 1-11; Salmo 118/1 19, 67-68. 71-72. 75-76; Marcos 8, 11-13.
¿Con qué actitud me acerco a ti Jesús?¿Qué busco y por qué lo hago? ¿Necesito milagros para creer en Ti?¿Acaso no queda claro que donde hay fe en Ti hay milagros?
La señal más clara y distinta eres Tú. Pero un corazón arrogante que desea dictar lo que ha de creerse termina por estar ciego aunque vea. ¡Oh, si entendiéramos! Que la actitud que nos favorece en cada encuentro contigo es la sencillez y el asombro, sólo así estaríamos capacitados para ver maravillas.
Pues un corazón en total apertura está en posibilidad de ver mientras que uno incrédulo permanece ciego. Señor dame fe para creer en Ti. Que te busque con un corazón abierto para acoger no sólo tus designios sino la salvación que me ofreces. Perdóname por las veces que he deseado que te muestres con poder. Pero Tú actúas en un corazón que sabe esperar a pesar de todo. Que mi fe sea el signo de mi amor por Ti. En estos tiempos revueltos, de crueldad y de sufrimiento, que esta sea mi señal: saber esperar (Esperanza) y creer en Ti (Fe). Amén.

domingo, 16 de febrero de 2014

“Es infinita la sabiduría del Señor”
                                                                                                                                                                Eclesiástico 15, 18.
Eclesiástico 15, 16-21; Salmo (118), 1-2. 4-5. 17-18. 33-34; 1Corintios 2, 6-10; Mateo 5, 17-37.
En este domingo nos hemos reunido como antaño se reunieron la muchedumbre entorno a Jesús de Nazaret. Él está sentado en la falda del monte, ahí, en su cátedra, nos enseña, como en el pasado lo hizo Moisés en el monte Sinaí. Moisés entregó al pueblo los mandamientos que el “dedo” del Señor Dios había escrito en dos tablas de piedra. Ahora el nuevo Moisés, Jesús de Nazaret, nos ha entregado las Bienaventuranzas como camino de felicidad (Cfr. Mt 5, 1-12), nos ha dado una identidad y misión al llamarnos “sal luminosa” (Cfr. Mt 5, 13-16). Ahora nos dice que Él es el auténtico intérprete de la ley, el que le da su sentido pleno, el correcto, manifestando así cuál es la voluntad última del Padre. Jesús se revela como el legislador de la ley. Él nos dice: «No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud», v. 17. Jesús no desprecia ni rechaza la enseñanza que la sabiduría del Antiguo Testamento ofrece sino que se presenta más bien como quien la actualiza y la hace vigente a los hombres de hoy. Por lo cuál en la persona de Jesús, en su modo de vivir, en su estilo de vida podemos no sólo ver sino comprobar que es posible vivir los mandamientos de la ley de Dios, porque «quien ama no hace mal al prójimo, por eso el amor es el cumplimiento pleno de la ley», Romanos 13, 10. En ese sentido, Jesús no sólo cumple la ley porque vivió haciendo el bien sino que además enseña como hacerlo vida por eso es considerado el más grande en el Reino de los cielos, Cfr. 5, 19.
En la segunda lectura, san Pablo nos presenta a Jesús de Nazaret:
-          Como la sabiduría de Dios porque Él es Hijo de Dios, es la eterna palabra del Padre que se ha encarnado, en Jesús de Nazaret Dios ha dicho su última palabra, Cfr. 1Corintios 2, 7.
-          Como la sabiduría misteriosa porque siendo Dios vive como verdadero Hombre, su Humanidad esconde su Divinidad, Ibíd. De ahí, que si queremos encontrarnos con Dios hemos de transitar por el Camino de su Humanidad, dado que solo Él es quien puede conducirnos a la gloria del Eterno Padre, Cfr. Jn 14, 6.
-          Como el Hombre del Espíritu que conoce lo más profundo de Dios, 1Cor 2, 10. Por eso nos ayuda a comprender lo que la voluntad de su divina majestad ha expresado en los mandamientos.
No hemos de pasar por alto que los mandamientos de la ley de Dios tienen un “espíritu” que hemos de descubrir para comprender las palabras que san Pablo nos dice en la segunda lectura: «ningún ojo vio, ni oído oyó, ni mente humana concibió, lo que Dios ha preparado para los que lo aman», v. 9 indicando así que el verdadero sentido de la ley la encontramos en el amor.
Carísimos, les recuerdo que el amor genuino, verdadero, auténtico se da entre personas libres. Y como explica el libro del Eclesiástico: «El Señor creó al hombre al principio y le entregó el poder de elegir», 15, 14. El hombre es libre porque fue creado por Aquel que es la Libertad Absoluta, por eso se le dice: «Si tú lo quieres, puedes, guardar los mandamientos; permanecer fiel a ellos es cosa tuya», v. 15. He aquí el drama de la libertad: el saber que no debemos elegir entre el bien y el mal, sino de lo bueno lo que es mejor. Pero cuando descubrimos que el hombre capaz de hacer daño, de hacer mal, entonces nos preguntamos: ¿qué ha sucedido? Respondemos: faltó el discernimiento adecuado, pues no se eligió el mal en sí sino la apariencia de bien que la cosa encerraba en sí misma. Y en este punto, es fundamental no olvidar que cada decisión y elección que el hombre realiza es también una decisión y elección sobre la vida y sobre la muerte. De ahí, que antes de actuar sea necesario pensar, porque el hombre está llamado a ser en todo momento y en cada circunstancia de su existencia el generador, el promotor, el custodio de la vida pues Dios «a ninguno le ha mandado ser impío y a ninguno le ha dado permiso de pecar», v. 21 pues como nos dice san Pablo «el salario del pecado es la muerte», Romanos 6, 23.
Dios desea que el hombre ejercite su señorío con responsabilidad, que administre correctamente los dones que le ha concedido con rectitud y sobretodo con un profundo respeto. Este señorío del hombre de someter la creación se extiende también a las relaciones con sus semejantes, consigo mismo y con Dios. Esta es la nueva actitud que Jesús reclama a todos sus discípulos: una actitud no de servilísmo sino de auténtico servicio; no una actitud de una persona que se siente y vive como esclavo sino como un ser que actúa siempre sin temor porque se ve libre; una actitud que ponga de manifiesto que realiza las cosas no por obligación sino por, con y en el amor; una actitud que diga que sus relaciones tienen como fundamento la amistad, la fraternidad, el amor.
Porque si el amor se coloca a la base de toda relación ya no tiene sentido la ley porque en ella habrá alcanzado su perfeccionamiento. Pero si el amor no está a la base de las relaciones interpersonales la ley le recuerda al hombre que está llamado a amar pues ha sido creado y engendrado por una comunidad Amante. El hombre debe reconocer que sólo amando es como alcanza su realización, su perfeccionamiento, su felicidad, pues en el amor el hombre siempre encontrará su motivación más profunda.

sábado, 15 de febrero de 2014

“Y pensó para sus adentros: Todavía puede volver el reino a la casa de David”
1Reyes 12, 26.
1Reyes 12, 26-32; 13, 33-34; Salmo 105/106, 6-7. 19-22; Marcos 8, 1-10.

Después de la separación de las diez tribus de Israel de la casa de David sucede el culto cismático. Los dos pilares del reino: la política y la religión. Jeroboán reconoce que el factor religioso juega un papel determinante en la consolidación del reino del norte que él encabeza. Jeroboán sabe que el templo de Jerusalén es el centro de unidad de la vida del pueblo israelita, su belleza, el arca de la alianza, las tablas de la ley, la presencia de Dios en la nube no son sólo valores o símbolos de la fe del pueblo sino también la sabia que les da identidad y que los impulsa a la prosperidad, al crecimiento y al desarrollo porque se saben bendecidos, escogidos entre todos los pueblos, es simplemente el orgullo nacional.
Y es precisamente en este punto de la identidad nacional donde se ve con mucha claridad que la lucha por la consolidación del reino del norte, no es ya una lucha en el plano político sino en el espiritual, no es una lucha contra los otros reinos es una lucha contra YHWH pues trastoca la fidelidad, la lealtad, la verdad, la gratitud, la adoración que es debida al Señor Dios.  Se trata entonces de un atentado contra la identidad nacional del pueblo, porque atentar contra la identidad es encaminarse hacia la desfiguración o descomposición de la personalidad, es transitar sin sentido alguno, es caminar sin rumbo. La senda por donde Jeroboán desea conducir a su pueblo es un asunto en verdad muy delicado.
Pero ¿qué podría contrarrestar esos valores que el Templo de Jerusalén evoca con su magnificencia? Es la pregunta que Jeroboán responde y lo hace apelando a otros valores:
-          Construyendo dos santuarios: Uno en Betel, que evoca la figura de Abrahán. Y el otro, en Dan, que representa la figura de los jueces.
-          Idolatría por los dos terneros de oros que fabricó aprovechándose de que al pueblo le gusta ver, tocar, oler, sentir, cosa que en el templo de Jerusalén jamás verán porque se realiza siempre un culto sin imágenes.
-          Institución de sacerdotes para el culto y el sacrificio, descartando a la tribu de Leví y tomándolos del pueblo.
-          Estableciendo una fiesta que propiciara las peregrinaciones a los nuevos templos que había construido y así evitar que su gente fuera a Jerusalén.
Todo la labor que realiza Jeroboán es para mantener el poder absoluto, el desea gobernar pero no servir, le importa un “bledo” si pone en riesgo la unidad y la identidad de su pueblo. Esto me hace pensar en el servicio que desempeñan los coordinadores de los diversos grupos de iglesia, de los papás en su familia, de los sacerdotes con el pueblo y con su obispo. De los trabajos pastorales, de los proyectos laborales, de las metas que la familia se propone durante el año, en fin en tantas cosas donde el ejercicio del poder es necesario pero la manera como se efectúa también.

viernes, 14 de febrero de 2014

“Lo he abandonado a la dureza de su corazón, siguendo sus propios proyectos”
Salmo 80/81, 13.
1Reyes 11, 29-32; 12, 19; Salmo 80/81, 9-10. 12-15; Marcos 7, 31-37.
El autor sagrado realiza una lectura de la situación política del pueblo israelita desde una perspectiva religiosa y presenta la separación de Israel de la casa de David como un castigo por la apostasía idolátrica de Salomón, Cfr. 1Reyes 12, 19.
La división acontece en tiempos de Roboán, hijo de Salomón que le sucedió en el trono después de haber reinado cuarenta años, Cfr. 1Reyes 11, 42. Durante su reinado la política exterior de Salomón consistió en las alianzas con los reinos circunvecinos, tratados de paz y de comercio basados en las alianzas matrimoniales. Pero para que Salomón pudiera pactar de esta manera su reino debería presentarse ante el mundo de su tiempo como un pueblo poderoso, cosa que era cierto, gracias a las incursiones  militares y al sometimiento de los pueblos vecinos a través de los impuestos que su padre David había realizado. Pero sometimiento significa sólo para el poderoso victoria no así para el que ha sido derrotado, pues implica disgusto, sufrimiento, dolor, gente resentida, inconforme y que espera detrás de las sombras una oportunidad para cobrar venganza. Y oportunidad siempre hay,  y para estos pueblos empezó a vislumbrarse con la muerte de David y de los grandes jefes militares del reino. Y en sus días Salomón tiene que lidiar con algunas rebeliones: con Hadad, el idumeo, de la estirpe real de Edom, con Rezón rey de Sobá y con Jeroboán funcionario de su reino que Dios eligió como jefe de diez tribus de Israel. Esa es la situación que tuvo que hacer frente también su hijo Roboán, Cfr. 1Reyes 11, 14-43.
Roboán pudo evitar la división si hubiera escuchado a los jefes de las tribus israelitas cuando le dijeron: «Tu padre nos impuso un yugo pesado. Aligera tú ahora la dura servidumbre a que nos sujetó tu padre y el pesado yugo que nos echó encima, y te serviremos», 1Reyes 12, 4. El rey pidió tiempo para tomar una decisión, consultó a los ancianos que habían estado al servicio de su padre, ellos le dijeron: «si hoy te comportas como servidor de este pueblo, poniéndote a su servicio, y le respondes con buenas palabras, serán servidores tuyos de por vida», v. 7. Pero el rey no quería servir sino gobernar, desechó el consejo de los ancianos y siguió el consejo de los jóvenes que se habían educado con él: «si mi padre los cargó con un yugo pesado, yo les aumentaré la carga; si mi padre los castigó con azotes, yo los castigaré con latigazos. De manera que el rey no hizo caso al pueblo. Viendo los israelitas que el rey no les hacía caso, le replicaron: ¿qué parte tenemos nosotros con David?¡No tenemos herencia común con el hijo de Jesé!¡A tus tiendas, Israel!», v. 14. 15. 16.
El drama del conflicto se sitúa, pues, en la desobediencia y en la incapacidad de no saber escuchar. Y Dios deja que el pueblo siga su propio curso, lo abandona a la dureza de su corazón y a sus propios proyectos. Si Dios castiga lo hace permitiendo que los desobedientes sigan sus propios caminos, beban las consecuencias de sus actos,  con la finalidad de que el hombre aprenda de sus errores y comprenda que sus mandatos los ha dado para evitar complicaciones, dolores y sufrimientos. El pecado divide internamente al hombre y termina por provocar también rupturas en las relaciones interpersonales y sociales, el pecado del hombre es totalmente permisivo.

jueves, 13 de febrero de 2014

“Sus mujeres le desviaron el corazón hacia otros dioses”
1Reyes 11, 4.
1Reyes 11, 4-13; Salmo 105/106, 3-4. 35-37. 40; Marcos 7, 24-30.
Nuestras debilidades –y también nuestras heridas más profundas– pueden hacer que abandonemos nuestros grandes proyectos, que boicoteemos nuestros sueños, que perdamos el rumbo y que traicionemos nuestros pactos.
Cuando las debilidades están muy acentuadas y arraigadas en la persona siempre causarán daños y no importa si dicha persona sea la más sabia del mundo, la más recta, la más buena, la más santa, su voluntad terminará por debilitarse a tal grado de llegar a realizar cosas que jamás había pensado, imaginado o ideado. Situaciones que posteriormente le causarán vergüenza, enojo, tristeza y sobretodo sentimientos de culpabilidad.
 Cuando no son atendidas correctamente las debilidades humanas llegan a convertirse en las amenazas que impiden levantar el vuelo hacia la prosperidad en el desarrollo personal y el progreso en otros aspectos de la vida humana. De nada sirven los bellos propósitos y los grandes proyectos cuando no se tiene la voluntad fortificada para realizarlo. Pues paradójico es el hecho que se quiera progresar en la virtud cuando es la misma persona quien lo impide. ¿Pero cómo se fortifica la voluntad?
Pero la verdad es que quizás se deba a lo que en física se conoce como la impenetrabilidad de los cuerpos, es decir, «a la resistencia que opone un cuerpo a que otro ocupe su lugar en el espacio; ningún cuerpo puede ocupar al mismo tiempo el lugar de otro». Esto me hace pensar entonces en la fuerza que pueda desplazar al cuerpo para su espacio pueda ser ocupado por otro. Una idea-fuerza es quien puede desplazar otra idea si la razón reconoce que conviene y quiere asumirla, eso lo deduzco por el hecho que el escritor sagrado dice: «pero Salomón no observó cuanto le había mandado el Señor», 1Reyes 11, 10, porque el Señor ya no tenía lugar en el corazón del rey israelita. Cuando la persona a quien decimos amar ya no ocupa nuestros pensamientos ni está incluida en los proyectos personales es signo de que algo anómalo esta pasando: ¿será que la costumbre ha hecho acto de presencia?¿Será porque otra persona ha aparecido en el horizonte?¿Se ha perdido el sentido y la ilusión?¿Qué será?

miércoles, 12 de febrero de 2014

“y quiso cerciorarse personalmente de su sabiduría”
1Reyes 10, 1.
1Reyes 10, 1-10; Salmo 36/37, 5-6. 30-31. 39-40; Marcos 7, 14-23.
El que busca encuentra, el que busca no lo hace sin sentido ni sin dirección, hay una pregunta sin respuesta que le impulsa a la investigación. La búsqueda es también conocimiento, es verdad, es hecho concreto, es descubrimiento, es plenitud, es cambio, es enriquecimiento, es un proceso que ha iniciado con nuestra existencia y terminará sólo con la muerte. Si la búsqueda implica todas aquellas cosas que hemos enumerado anteriormente, significa entonces, que el buscador no será jamás el mismo aunque se trate de la misma persona, pues el hombre continuamente se está haciendo, y en sí mismo lleva el deseo de perfección y realización, dos ideas pilares que jalonan su existencia a ser siempre más y mejor.
Pero hay algo que acapara mi atención y es el hecho de la actitud que asume el buscador ante el hallazgo, ante el descubrimiento, ante esa verdad que ha encontrado. Porque el problema no está en el hecho de saber la verdad sino que hacer con la verdad que se ha revelado: la aceptamos o la rechazamos; la seguimos y le prestamos obediencia o simplemente la colocamos en un escalafón y la abandonamos en una estantería de biblioteca. Así por ejemplo, ¿de qué le serviría a un individuo saber que su padre murió de diabetes si su sobrepeso hoy no le hace emprender un vía de prevención y cuidado de su salud? Lo cierto es que nos cuesta mucho esfuerzo no sólo aceptar la verdad sino obedecerla, seguirla, ser fan de ella; como dice san Pablo, se cambia la verdad por la mentira, por la falsedad, por la negación, por la indiferencia; pero detrás de estas actitudes se encuentra un espíritu egoísta que busca por todos los medios sobreponerse silenciando la verdad, Cfr. Romanos 1, 25. Pero como diría santa Teresa de Ávila: «la verdad padece, mas no perece», Carta 283, 26. Y a pesar de todo, la verdad siempre nos alcanzará y nos rebasará de un modo u otro.
De ahí, que sea importante la actitud de quien honestamente busca la verdad. ¡Interesante! La reina de Sabá nos da ejemplo de actitud ante la verdad. Su búsqueda la hizo desplazarse no sólo métricamente hablando sino incluso de categorías de pensamiento: dejó atrás la duda, el rumor, lo que oyó decir de Salomón. Ella misma quiso cerciorarse personalmente de su sabiduría, Cfr. 1Reyes 10, 1 y una vez que comprobó que era cierto su actitud fue positiva. Reconoce que la relación sabiduría-prosperidad van de la mano, porque si el pueblo goza de paz y seguridad –frutos sin duda alguna de la implementación de una administración de política justa– el desarrollo es posible, el florecimiento de tantas cosas no es una ilusión sino realidad que se ve embellecida, enriquecida con los talentos que cada uno es capaz de colocar al servicio del bien común. Y por la administración de una política justa, la reina de Sabá, reconoce que la sabiduría de Salomón es un don de YHWH, al que alaba y bendice. En ese sentido, es bello reconocer que la verdad sobre “el hecho Salomón” la condujo al encuentro de la Sabiduría Infinita, Dios.

martes, 11 de febrero de 2014

“Escucha y perdona”
1Re 8, 30.
1Reyes 8, 22-23. 27-30;  Salmo 83/84, 3-5. 10-11; Marcos 7, 1-13.

En estos tiempos donde la información se ha enrolado en una carrera vertiginosa, saber escuchar resulta ser todo un arte pues requiere tiempo, espacio, paciencia, atención, dedicación, comprensión, calidez humana, etc. Y el tiempo es oro, así que saber escuchar se ha convertido también en una manera de generar dinero. Pero ante todo saber escuchar es saber redimir, sacar del anonimato evitando la marginación o la exclusión de aquellos que necesitan ser comprendidos y ayudados, por lo tanto, saber escuchar es también un acto de solidaridad con el prójimo y por ende es poner en marcha la ayuda humanitaria que tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo esperan y necesitan.
El rey Salomón al ver que Dios que entra en comunicación con el hombre, que cumple sus palabras, y que sobretodo hace acto de presencia por medio de una nube, queda maravillado, su corazón rebosa de jubilo y en su oración reconoce algunos atributos del Señor, convirtiéndose su plegaria en una profesión de fe:  la existencia de un sólo Dios, la fidelidad de Dios, la misericordia de Dios, la grandeza de Dios y lo inabarcable que resulta su presencia, Cfr. 1Reyes 8, 23. 27.
La oración de Salomón deja entre ver la necesidad de ser escuchado, redimido, comprendido, pues en seis ocasiones evoca la urgencia de que las súplicas se han acogidas por este Dios que se ha manifestado misericordioso, el rey dice: «atenderás a la oración de tu siervo y a su plegaria», «oirás el clamor y la oración que tu siervo hace hoy delante de ti», «escucha la oración que tu siervo te dirige en este sitio», «oye pues...la súplica de este siervo tuyo y de tu pueblo Israel», «escúchanos desde el cielo» y «escúchanos y perdónanos», vv. 28-30.
Lo interesante es que en realidad Dios cumple lo que el corazón de Salomón le ha pedido: que el Templo se convierta no sólo en un espacio sagrado sino el lugar privilegiado donde el hombre y Dios se encuentren, lugar de oración, es decir, lugar íntimo donde los corazones amantes y palpitantes se fundan. Salomón reconoce que a Dios se le puede invocar desde cualquier lugar pues está en todas partes. Pero así como los esposos exigen casa propia, el arte de saber hablar y escuchar exigen su lugar propio y que mejor que el templo. Decíamos que Dios cumple sus promesas y jamás pasó por la cabeza del rey, que el mismo Señor Dios se construiría su propia casa, su propia tienda del encuentro, su propia morada en donde habitar por siempre, su propio templo donde quiere ser adorado, alabado, amado: Jesús de Nazaret, pues de Él está escrito: «La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros», Juan 1, 14.