“Hijos míos: Ésta es la última
hora”
1Juan 2, 18.
1Juan 2, 18-21; Salmo 95/96, 1-2. 11-13; Juan 1, 1-18.
«Hijos míos: Ésta
es la última hora», 1Juan 2, 18 nos dice san Juan, pero no se refiere a un
tiempo o a un final de la historia sino más bien a una situación donde el hombre
parece haber perdido el rumbo; donde todo es ambiguo y se pone en tela de
juicio lo que antes se aceptaba sin dudas; donde la verdad y la fe se ven
disminuidas por los antitestimonios que existen en los cristianos de este
tiempo.
“La
última hora” está señalada por los falsos hombres religiosos, es decir, por el
“dominio” de los llamados anticristos, aquellos que rechazan silenciosamente no
con palabras sino con obras y abiertamente se oponen a Cristo el Salvador por su
manera de conducirse en la vida presente, por eso Juan nos dice: «vino a los
suyos y los suyos no lo recibieron», Juan 1, 11.
“La
última hora” está enmarcada por la falta de coherencia entre lo que se piensa,
se dice y se hace, generándose así una falta de auténtica identidad del
cristiano y su condición de ungido, es decir, de bautizado porque no viven
según la verdad porque todo lo consideran relativo, se niegan a reconocer a que
existe lo Absoluto y lo definitivo, y dejando como última medida sólo el propio
yo con sus antojos.
“La
última hora” exige discernimiento para encontrar la verdad y desenmascarar la
mentira y las seducciones de la mundanidad como bien aconseja Jesús el Señor:
«¡Tengan cuidado, y que nadie los engañe! Porque muchos se presentarán en mi
nombre, diciendo que son el Mesías, y engañarán a muchos», Mateo 24, 4-5. Esta
mundanidad ha permeado con su mentalidad y con sus estilos de vida a la propia
comunidad cristiana, y algunos cristianos se han convertido en herejes porque
pregonan doctrinas contrarias a la genuina fe de la Iglesia; han caído incluso
en un sincretismo religioso pues han hecho de la fe un producto de muchas corrientes
de pensamiento a tal punto que pueden encenderle un cirio a la Virgen Madre y
otra a la muerte; ir a una misa de sanación y también a las limpias. El cristiano
de hoy no tiene muy claro lo que dice creer.
Y
no sólo eso, sino que algunos han apostatado de la propia fe y con odio atacan
a la Iglesia, a sus representantes, a sus miembros. Hay quienes desean
expropiarle a la Iglesia edificios para convertirlos en museos o bares; extraen
de las ermitas y los lugares destinados al culto obras de escultura, pintura e
incluso han profanado robando los vasos sagrados o extrayendo del tabernáculo a
Jesús Eucaristía para exhibirlos públicamente haciendo con cada forma
consagrada frases para un “gran performance”.
“La
última hora” pone en evidencia que existe en nuestros días una clara rebeldía
del hombre, el cual se encuentra “atrincherado” en una concepción errónea de la
libertad por eso el apóstol dice: «De entre ustedes salieron, pero no eran de
los nuestros; pues si hubieran sido de los nuestros, habrían permanecido con
nosotros», 1Juan 2, 19. ¿Cuántos obispos,
sacerdotes, diáconos, religiosos, consagrados, hombres y mujeres de Iglesia han
esparcido por el mundo “semillas erróneas” de doctrinas insanas que están en
completo desacuerdo con la fe de Iglesia? ¡Muchos!
Por
eso, “la última hora” nos apremia, nos impulsa a pregonar la Palabra de Dios
con valentía, con claridad, con rectitud, con verdad y unción de Espíritu
Santo. Y para que eso sea posible es fundamental que se sea hombre maduro en la
fe; adultos maduros en la fe quiere decir estar completamente enraizados,
arraigados en la amistad con Cristo. Porque es Cristo el modelo de todo hombre
y por consiguiente el criterio óptimo para discernir entre la verdad y la
mentira, por eso dice el apóstol Pablo: «Así no seremos niños, juguete de las
olas, arrastrados por el viento de cualquier doctrina, por el engaño de la
astucia humana y por los trucos del error», Efesios 4, 14.
Y
la amistad con Cristo se cultiva con estudio y formación, especialmente de las
Sagradas Escrituras y del Catecismo de la Iglesia Católica; con la oración y la
meditación, entre ellas el rezo del credo que contiene en síntesis las verdades
de nuestra fe y el santo rosario que nos recuerdan con sus misterios la vida de
Jesucristo; y sobre todo poniendo en práctica las obras de misericordia del
Señor que son ya obras buenas de amor al prójimo.
Sólo
siendo amigos de Cristo, dejándonos iluminar por la verdad de su doctrina y la
gracia de sus sacramentos tenemos garantía de ser testigos de la luz (Cfr.
1Juan 1, 6-8) y es posible hacer realidad el deseo de Jesús el cual nos dice: «Brille
igualmente la luz de ustedes ante los hombres, de modo que cuando ellos vean
sus buenas obras, glorifiquen al Padre de ustedes que está en el cielo», Mateo
5, 16.