miércoles, 22 de junio de 2016

“He hallado en el templo el libro de la ley”
2Reyes 22, 8.
2Reyes 22, 8-13; 23, 1-3; Salmo 117/118, 33-37. 40; Mateo 7, 15-20.
El libro encontrado en el templo es el Deuteronomio en su primera redacción, o al menos su sección central (Deuteronomio 12-28). Es probable que este código legal hubiera sido redactado durante el reinado de Ezequías y que se extraviara en tiempos de Manasés y Amón reyes perversos que tergiversaron el culto a Yahvé. Según nos narra este segundo libro de los reyes, Manasés reinó cincuenta y cinco años en Jerusalén mientras que su hijo Amón solamente dos años (2Reyes 21, 1. 19), así que el ‘libro de la ley’ permaneció olvidado cincuenta y siete años, ¡toda una generación!, la cual no conoció los preceptos del Señor pues la maldad salió del palacio real y de los sacerdotes que por miedo o presión no cumplieron con su función como Dios había indicado.
"Inclina mi corazón a tus preceptos", Salmo 117/118, 36.
Por eso, es maravilloso el papel que desempeñan el ministro de palacio (Safán), el sumo sacerdote Jilquías y el propio rey Josías ante el ‘libro de la ley’ que encuentran en el templo, (2Reyes 22, 8). No son indiferentes a la palabra de Dios, se dejan interpelar por ella, encontrando luz para enderezar el camino del pueblo y fuerzas para corregir los pasos de los extraviados; representado simbólicamente en el hecho de que el rey se haya rasgado sus vestiduras cuando «oyó las palabras del libro de la ley», v. 11. Josías emprende por así decirlo una reforma en el culto y por consiguiente en el modo de vivir del pueblo de Judá, por eso inmediatamente, quiere conocer cuál es la voluntad del Señor que ha de seguirse y termina enviando una comitiva para que consultase a la profetisa Juldá al respecto.
De lo que venimos comentando podemos extraer grandes enseñanzas para que podamos emprender una verdadera conversión pastoral en nuestras vidas. Por ejemplo, el hecho significativo de que el ‘libro de la ley’ se haya encontrado en el templo. Cada día, en la santa misa nos encontramos frente a la santa palabra de Dios pronunciado por los lectores, se tiene pues garantizado un trato cotidiano con ella, pero ¿nos dejamos interpelar? ¿la palabra de Dios es acogida con la reverencia y el respeto que se merece? ¿soy indiferente a ella a tal punto que no tiene nada nuevo que decirme?
Una vez que me he encontrado con la palabra ¿soy como Jilquías (sumo sacerdote) de llevar con alegría el anuncio de la palabra hacia las realidades donde los hombres construyen el mundo (representados en las figuras del secretario Safán y del propio rey Josías)? Porque una cosa queda clara, cada fiel cristiano tiene la responsabilidad de anunciar la buena noticia del Evangelio, como bien nos lo recuerda el apóstol: «predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, corrige, reprende y exhorta, hazlo con mucha paciencia y conforme a la enseñanza», 2Timoteo 4, 2.
Si hoy, el mundo de la política está despaldas al pueblo y a Dios, es porque los fieles cristianos los hemos dejado hacer y deshacer a su antojo, por eso, no hay más que maldición, es decir, muerte representadas por la corrupción, las diversas formas de violencia, de asesinatos u homicidios, de leyes inicuas y perversas, etc. Porque nos hemos olvidado de la palabra de Dios el mundo sufre la tiranía del malvado representado en los períodos monárquicos de Manasés y su hijo Amón, como señalábamos anteriormente.
Hoy el cristiano debe abandonar su miedo, debe continuamente invocar a Dios Espíritu Santo para que se vea fortalecido e impulsado a desempeñar su papel de constructor de un mundo mejor, porque como se nos dice en las Sagradas Escrituras: «porque Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de buen juicio», 1, 7. Hoy más que nunca estamos llamados los cristianos a dar ‘fruto para la vida del mundo’ es la única manera de hacer creíble el anuncio evangélico. No es retrayéndonos como construiremos el reino de Dios, ‘la sal’ tiene que disolverse, formar parte con el todo, de ahí, que se insista tanto de que hemos de convertirnos en una Iglesia en salida, que toque las periferias humanas, aquellas fronteras donde el mal parece dominar. El mundo debe conocer a los cristianos discípulos de Jesús por sus obras no sólo de palabras sino también por medios de las acciones concretas de amor, por eso hemos escuchado en el Evangelio que Jesús nos dice: «Así que por sus frutos los conocerán», Mateo 7, 20.

Te doy gracias, Señor, hoy te he escuchado hablar y no quiero dejar pasar la oportunidad de anunciar la alegría del evangelio a un mundo que vive sumergido en la tristeza por tantas cosas negativas que experimenta en el cotidiano vivir. Dame la gracia para hacerlo con creatividad, con amor, con verdadero carisma e entusiasmo, para que contagie la vitalidad de tus palabras e infunda en tu pueblos nuevas y grandiosas esperanzas. Amén.

martes, 21 de junio de 2016

“Esto dice el Señor, Dios de Israel: He escuchado tu oración’’
2Reyes 19, 20.
2Reyes 19, 9-11. 14-21. 31-35. 36; Salmo 47/48, 2-4. 10-11; Mateo 7, 6. 12-14.
‘He escuchado tu oración’ es la respuesta que Dios da al rey de Judá, Ezequías, por el ministerio profético de Isaías. Esta respuesta resulta reconfortante para quien se encuentra en situaciones verdaderamente difíciles. Y revela no sólo la gran misericordia de Dios, su cercanía y su interés por los hombres. Dios se interesa por los hombres porque los ama.
'He escuchado tu oración'
Pero al mismo tiempo la respuesta que Dios da pone de manifiesto el reconocimiento de las propias debilidades, fragilidades y miserias de quien ora. El que ora es el rey Ezequías, un hombre de corazón humilde, se trata de un hombre justo, de él se dice que: «agradó con su conducta al Señor como su antepasado David. Puso su confianza en el Señor Dios de Israel y no hubo en Judá rey como él, ni entre sus sucesores ni entre sus antecesores. Vivió unido al Señor, sin apartarse de él, y cumplió los mandamientos que el Señor había ordenado a Moisés. El Señor estuvo con él, y por eso triunfó en todo lo que emprendió», 2Reyes 19, 3. 5-7. Por eso, podemos decir que la oración del justo penetra los cielos. Aquí está una catequesis hermosa, ¿incluyo a Dios en todas las metas que me propongo? ¿mi vida gira entorno a Dios? ¿busco afanosamente a Dios sólo cuando estoy en aprieto? ¿es grande la confianza que tengo en Dios? ¿sé esperar pacientemente la respuesta de Dios y dejo que Él me salve a su manera y no bajo mis condiciones y criterios?
Cuando Ezequías rey de Judá ora delante de Dios reconoce la grandeza y la omnipotencia de Dios, y sabe situarse, se percibe a sí mismo como creatura de Dios: «Señor, Dios de Israel, que estás sobre querubines, tú eres el único Dios de todas las naciones del mundo, tú has hecho los cielos y la tierra», v. 15. Reconoce que Dios está cerca y la manera como habla denota la confianza amigable y el conocimiento que tiene de Dios, aunque utilice para ello palabras antropomórficas pues le dice: «Acerca, Señor, tus oídos y escucha; abre, Señor, tus ojos y mira», v. 16. Este versículo nos refiere que Dios no es ajeno a los acontecimientos humanos, pero tampoco es el Dios que está mirando para castigar a los que se portan mal. Dios se hace cercano porque desea tener con el hombre una amistad franca, duradera, de completa fidelidad. Dios se acerca al hombre para bendecirlo, para cuidarlo pues sigue siendo el hombre su criatura perfecta.
En la oración, Ezequías expone su causa y pone a Dios como quien puede hacerle justicia, haciéndonos en tender que Dios es la roca perfecta, el salvo conducto que nunca falla, la esperanza cierta en los días aciagos: «Oye las palabras con que Senaquerib te ha insultado a ti, Dios vivo. Es cierto, Señor, que los reyes de Asiria han exterminado a todas las naciones», vv. 16-17. El rey de Asiria se burlaba de Ezequías, borracho de soberbia se jactaba de su poderío militar, seguro de sí mismo no midió sus palabras y atentó contra el Altísimo diciendo: «que no te engañe tu Dios, en el que confías, pensando que no será entregada Jerusalén en manos del rey de Asiria», v. 10.
De ante mano, sabemos que en la guerra todo se vale y que las estrategias para vencer al enemigo asumen diversas formas y a veces no muy dignas de honor, no interesa tanto el medio si el fin es vencer. La intimidación forma parte de la guerra y eso, parece ser lo que el rey Asirio realiza. Lo contrastante es que esa estrategia le ha funcionado con los otros pueblos y sus ídolos, pero con el pueblo de Judá y el Dios verdadero no. Topa con la Roca eterna y se estrella. Su arrogancia se pulveriza y su humillación es grande. Dios ‘pone’ el rostro por su pueblo pues el ‘levanta del polvo a los desvalidos y desprecia la actitud soberbia’.

Gracias Señor porque siempre escuchas y respondes a quien te invoca. Concédeme ser siempre fiel, un corazón humilde y que continuamente te busque. Que pueda hacer de Ti el eje fundamental de mi vida y de todos mis proyectos.

lunes, 20 de junio de 2016

“Pero ellos no escucharon y endurecieron su corazón como lo habían hecho sus padres, que no quisieron obedecer al Señor, su Dios”
2Reyes 17, 14.
2Reyes 17, 5-8. 13-15. 18; Salmo 59/60, 3-5. 12-14; Mateo 7, 1-5.
La caída del reino de norte (Samaría) es narrada por el escritor sagrado desde un punto de vista religioso vinculadas incluso a consecuencias de tipo económicos, políticos y sociales. El reino de Israel desaparece y la causa es haber pecado, no haberse arrepentido y volver la espalda al Dios verdadero, el que los había rescatado de la esclavitud en Egipto, por ir detrás de otros dioses y realizar prácticas abominables: «se hicieron dos becerros fundidos y una imagen sagrada, adoraron a todos los astros del cielo y dieron culto a Baal. Pasaron a sus hijos y a sus hijas por el fuego, practicaron la adivinación y la hechicería, y se entregaron a todo lo que el Señor desaprueba, hasta colmar su indignación», 2Reyes 17, 16-17. Cumpliéndose así lo que el Salmista indica al exclamar: «Tú, Señor, nos has rechazado y no acompañas ya a nuestras tropas», 59/60, 12.
Bendice hoy y siempre
La catequesis es clara, el pecado es esclavitud y no sólo en el ámbito espiritual sino también en la dimensión material pues el narrador sagrado es muy claro al decir: «el Señor rechazó a toda la raza de Israel y la humilló entregándola en manos de saqueadores, hasta arrojarla de su presencia», 2Reyes 17, 20. Hay que recordar que el esclavo no posee nada como suyo, lo que indica pobreza, miseria, fatigas inútiles, enfermedades, amargura en el corazón al percatarse que se consume la vida sin dejar nada a su posteridad antes bien se le condena a la mista situación de esclavitud. No hay bendiciones, no hay crecimiento, no hay desarrollo, no hay paz.
El pecado distorsiona la imagen de Dios en el hombre; el hombre debería ser señor y dominador, pero por la ‘ley del más fuerte’ es sometido a situaciones injustas que le hacen experimentar una vida ‘de animal de carga’, ya no es el hombre compañero y ayuda adecuada para los otros hombres, son más bien por el pecado ‘animales racionales’ que se pueden explotar y hacer morir para que otros injustamente se enriquezcan.
El pecado hace desaparecer al pueblo porque hace perder la propia identidad, eso es lo que el Escritor sagrado da entender cuando dice que Salmanasar: «rey de Asiria conquistó Samaría y se llevó cautivos a los israelitas estableciéndolos en Jalaj, junto al jabor, río de Gozán, y en las ciudades de Media», v. 6. El pueblo israelita asumirá una nueva cultura, estará sujeto a gobernantes que no conocen a Yahvé, aprenderá una nueva lengua. Y la propia cultura se expone a la contaminación y mutación. Esta conquista cultural es la que más hondamente pega, porque trastoca los principios, valores, costumbres e historia particular del pueblo.
El pecado se propaga y contagia. Hay un versículo que es sorprendente y que nos enseña una vez más ‘que nadie experimenta en cabeza ajena’. El versículo es el siguiente: «Sólo quedó la tribu de Judá, aunque tampoco Judá cumplió los mandamientos del Señor su Dios, sino que imitó las costumbres de Israel. Por eso, el Señor rechazó a toda la raza de Israel», vv. 18-20. Considero que ésta es la exhortación que hoy la palabra de Dios nos dirige a cada uno. Es una invitación a reflexionar ¿el por qué las bendiciones que Dios derrama sobre sus hijos no se hacen realidad en algunos? Pues está escrito: «porque sólo yo sé los planes que tengo para ustedes, oráculo del Señor; planes de prosperidad y no de desgracias, pues les daré un porvenir lleno de esperanza», Jeremías 29, 11.
Hay necesidad de volverse al Señor con todo el corazón. La conversión del corazón trae bendiciones y enriquecimientos espirituales y materiales para la persona que aprende a confiar rotundamente en el Señor.
Señor, te doy gracias, hoy reconozco la imperiosa necesidad de volver a ti con un corazón bien dispuesto, con una voluntad firme de poner en práctica tus enseñanzas y mantenerme en el camino de la verdad, de la justicia y del amor con gran entereza y mucho mayor fidelidad.


“El que quiera venir en pos de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y me siga”
Lucas 9, 23.
Zacarías 12, 10-11; 13, 1; Salmo 62/63, 2-6; Gálatas 3, 26-29; Lucas 9, 18-24.
El libro de los Hechos de los Apóstoles nos narra que Pablo y Bernabé evangelizaron una población llamada Antioquía, y fue precisamente en ese lugar «donde por primera vez se llamó a los discípulos cristianos», 11, 26. La identidad del cristiano es Cristo. Así como no existe Cristo sin Cruz no existe cristiano sin relación a Cristo y a la Cruz de cada día. Esta identidad propia del cristiano se cultiva, se fragua en el trato continuo con Jesús el Hijo de Dios.
¿Quién soy yo?
Esta relación íntima se logra por medio de la oración, que es ya un diálogo permanente que hace salir al discípulo de la propia autoreferencialidad y lo sitúa en el plano del otro, en este caso, con el propio Señor. El texto del Evangelio de este Domingo nos lo enseña. Jesús pregunta «¿Quién dice la gente que soy yo?», Lucas 9, 18. Es una pregunta que tiene como contexto no sólo un lugar solitario, lejano del ‘rumor’ de la gente, sino un diálogo que es ya oración profunda. En este diálogo-oración los protagonistas no son los discípulos de Jesús, es Dios mismo, es decir, es Jesús pues es quien revela el misterio de su propia identidad. Es Jesús quien hace que la oración no se convierta en un monólogo sino en un diálogo, donde Dios pregunta y el hombre responde y viceversa. Es en este clima de oración, de íntima relación entre Dios y el hombre donde se fragua la propia identidad.
Las respuestas de los discípulos nos ayudan a comprender mejor este punto. Los discípulos en un primer momento le dicen a Jesús la concepción figurativa que la gente posee de su persona: «unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías, y otros, que alguno de los antiguos profetas que ha resucitado», v. 19. Jesús es el profeta por antonomasia porque es la Palabra hecha carne, la Palabra Eterna del Padre, como explica el evangelio de san Juan: «Todo fue hecho por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto llegó a existir», 1, 3. Por tanto, no puede ser confundido con Elías ni con Juan el Bautista u otro profeta. Jesús es mucho más grande que Elías y el propio Juan el Bautista. El ministerio profético de Elías y de Juan el Bautista no tienen sentido y carece de significado si no tiene relación con esta Palabra divina que se ha hecho carne, v. 14. La propia existencia, el ser mismo de Elías y de Juan el Bautista, se debe a esta Palabra que es Dios, v. 1. De ahí, que podamos descubrir una nota característica de la identidad de Jesús: Jesús es el Dios creador mientras que Elías y el Bautista son creaturas. Así que cuando oramos lo hemos de hacer conscientes de que somos creaturas y criaturas de Dios.
La otra respuesta que los discípulos dan a Jesús no es ya lo que la gente comenta sino lo que ellos mismos han descubierto en el propio caminar, en el trato asiduo y continuo que tienen con el propio Jesús. Los versículos (18-24) del capítulo nueve de este evangelio de Lucas que estamos meditando están precedidos por hechos muy significativos, por ejemplo: ‘la misión de los doce de evangelizar a los pueblos anunciando la buena noticia y sanando a los enfermos y expulsando a los demonios con el poder de Jesús’, vv. 1-9; ‘el desconcierto de Herodes al oír hablar de lo que Jesús realiza’, vv. 7-9; y, ‘el prodigio de la multiplicación de los panes’, vv. 10-17. Es a partir del ‘Hacer’ de Jesús que los discípulos descubren la ‘Misión de Jesús’ y sobre todo caen en la cuenta de la propia identidad de Jesús (Ser): «El Mesías de Dios», v. 20. Hasta este punto parece todo muy bien.
Pero en este diálogo Jesús revela la manera como debe ser entendido su misión de ‘Mesías de Dios’ por eso inmediatamente les dice el primer anuncio de su pasión. Y es este el punto neurálgico de la propia identidad de Jesús pues se identifica con el ‘siervo de Yahvé’ que el profeta Isaías describe en el capítulo 53 del libro que lleva su nombre y que del puntualmente dice: «Sufrió el castigo para nuestro bien y con sus heridas nos sanó. Pues él cargó con los pecados de muchos e intercedió por los pecadores», v. 5. 12.
Y es este camino del ‘siervo de Yahvé’ que todo discípulo de Jesucristo ha de asumir para identificarse plenamente con Él, por eso le escuchamos decir tres condiciones propias del discipulado: renunciar así mismo, abrazar la cruz de cada día y seguir a Jesús hasta el Calvario para que se haga realidad el poder de su resurrección. He aquí la sabiduría de la Cruz de Cristo.
Señor Jesús tu eres mi Dios Salvador. A ti debo mi existencia y todo cuanto soy. Y mi quehacer pastoral tiene el significado correcto si estoy íntimamente unido a Ti, que eres la Vid Verdadera. ¡Quiero fructificar! Concédeme aquellos bienes que son necesarios para abrazar mi Cruz y dar testimonio de mi fe en Ti. Ayúdame a edificar tu Iglesia.


jueves, 16 de junio de 2016

“¡Padre mío, padre mío, carro y caballería de Israel!”
2Reyes 2, 12.
Es la exclamación que Eliseo le dice a Elías cuando éste fue arrebato en un torbellino hacia el cielo, en un carro de fuego con caballos de fuego, Cfr. 2Reyes 2, 11. Y en esta exclamación de Eliseo podemos perfilar un rasgo característico del propio profeta: Una mirada muy aguda, que incluso puede penetrar con su mirada natural las revelaciones provenientes de los cielos. Este punto, hoy día es de suma importancia porque la vida del profeta se desarrolla de cara hacia la realidad circundante, no es ni debe estar ajeno a los acontecimientos de la vida humana. Es propiamente en los acontecimientos humanos donde el profeta debe descubrir las acciones divinas. Dios actúa e interactúa en el mundo de los hombres.
¡Veo los cielos abiertos!
Mirar la irrupción de Dios en la historia de cada ser humano es la finura del profetismo y eso solamente es posible si se cuenta con la gracia, el carisma o el don de Dios de mirar como Él ve. Y si Eliseo ve la manera como Dios se lleva consigo al profeta Elías significa que Eliseo posee el don profético. Dios ha elegido a Eliseo y la manera como la palabra nos narra este hecho es en verdad no sólo fantástica sino llena de misterio, es decir, ninguno puede atribuirse a sí mismo el don de profecía si no le es dado de lo alto.
Eliseo llama a Elías en este versículo que estamos meditando dos veces con el nombre de “Padre mío, padre mío” para dar entender que él es el heredero de la espiritualidad profética y se considera a sí mismo como el primogénito, pues está Escrito: «reconocerá al hijo de la aborrecida como primogénito, asignándole dos tercios de todo cuanto posea, pues es en primicia de su virilidad y a él le pertenece el derecho de primogenitura», Deuteronomio 21, 17. Aquí hay un punto que debe ser aclarado, y es el hecho de que Eliseo está pidiendo la parte correspondiente al primogénito, por eso le dijo a Elías: «Dame como herencia dos tercios de tu espíritu», 2Reyes 2, 9. Es una petición difícil y un tanto descabellada porque el ‘espíritu profético’ no se hereda, sino que es un Don de Dios. Por eso, Elías le responde: «es difícil lo que pides; pero si alcanzas a verme, cuando sea arrebatado de tu lado, lo obtendrás; si no, no lo obtendrás», v. 10.
De ahí, que le hayamos escuchado gritar a Eliseo: «¡Padre mío, padre mío, carro y caballería de Israel!», v. 12. Eliseo logra ver la manera como Elías es arrebatado hacia el cielo y obtiene la herencia que como primogénito le corresponde. Pero justo en este punto, reside otro hecho que merece explicación: ¿no importa que no se haya recibido el don si la fuerza de voluntad parece que puede alcanzarlo todo? Eso no es cierto. ¡No! Eliseo ya había sido elegido por Dios como sucesor de Elías, pues el mismo Señor le dijo a Elías en el monte Horeb: «Anda, regresa a Damasco por el camino del desierto y, cuando llegues, unge a…Eliseo, hijo de Safat, de Abelmejolá, como profeta sucesor tuyo», 1Reyes 19, 15. 16. Elías realizó lo indicado por el Señor según nos narra los versículos 19-21. Cuando Eliseo fue elegido por Elías, éste «pasó junto a él y le echo encima su manto», v. 19.
Así que, es importante considerar que en Israel se hereda cuando los padres han muerto, por eso, Eliseo recibe los dos tercios del ‘espíritu de Elías’ cuando éste deja el mundo de los hombres y entra en los cielos. Y esto viene representado simbólicamente en la narración haciéndonos saber que cuando Eliseo dejó de ver a Elías en el torbellino de fuego: «se quitó sus vestidos y los partió en dos. Recogió el manto de Elías, que se le había caído, y regresó a la orilla del Jordán. Tomó el manto de Elías y golpeó con él las aguas, al tiempo que decía: ¿Dónde está el Señor, Dios de Elías, dónde está? Golpeó las aguas que se dividieron, y Eliseo pasó el río», 2Reyes 2, 12-14. Eliseo cruza el Jordán invocando el nombre del Señor, cumpliéndose así el rito de su purificación (bautismo) y el inicio de su ministerio profético, como explica bellamente el Salmista: «la voz del Señor sobe las aguas, el Dios de la gloria ha tronado, el Señor sobre las aguas torrenciales», 28/29, 3. Y en otra parte, la Escritura afirma: «Si atraviesas las aguas, yo estaré contigo; en los ríos no te ahogarás», Isaías 43, 2. El Espíritu del Señor ha consagrado a Eliseo como profeta de su propiedad. Por eso, el grupo de profetas que observaba desde lejos a Eliseo, al verlo cruzar el Jordán sin mojarse rotundamente afirmaron: «¡El Espíritu de Elías se ha posado sobre Eliseo!», 2Reyes 2, 15.

Gracias te damos Señor Dios, porque tu riges el camino de los pueblos y de los hombres. Tú interactúas con los hombres y los llamas a tu servicio, para que sean en medio de sus hermanos, la voz que les exhorta a preparar el corazón para recibir el perdón por sus pecados. Señor concédeme la gracia de ser un auténtico servidor tuyo, que viva de cara al pueblo para leer de primera mano los signos de los tiempos. Amén.

martes, 14 de junio de 2016

“¿No que tú eres el rey poderoso que manda en Israel? Levántate, come y alégrate. Yo te daré la viña de Nabot”
1Reyes 21, 7.
1Reyes 21, 1-16; Salmo 5, 2-3. 5-7; Mateo 5, 38-42.
El rey de Israel Ajab ante la negativa de Nabot de venderle su viña regresa a su palacio triste e irritado, asumiendo una actitud casi infantil pues el texto señala que «se acostó con el rostro hacia la pared y no quiso comer», 1Reyes 21, 4. El rey está “berrinchudo” y esa actitud nos obliga a preguntarnos: ¿es necesario el viñedo de Nabot para la prosperidad y desarrollo del reino Israel ¿El deseo del rey es en verdad una necesidad o simplemente un deseo vano? ¿Cuáles son las responsabilidades de un rey y cuáles las de un súbdito? ¿El cumplimiento de las leyes exime al rey o también está sujeto el monarca a ellas?
La "alegría" de la tiranía
El rey le cuenta a su mujer lo sucedido con Nabot. Y ella le pregunta: «¿No que tú eres el rey poderoso que manda en Israel? Levántate, come y alégrate. Yo te daré la viña de Nabot», v. 7. La primera parte de este versículo es una pregunta irónica, de burla, de “carrilla” diríamos hoy. Pero al mismo tiempo es un reto a utilizar el poder no como servicio sino tiránicamente. Y eso es una cosa diabólica, Jezabel encarna al diablo y tienta a Ajab, casi repitiéndose lo que antiguamente hizo Eva con Adán, haciendo desencadenar tragedia para el propio reino porque en su afán de posesión injusta se llevan “entre las patas” a los magistrados del reino, y provocan un daño estructural. El pecado personal de Jezabel pasa al ámbito social porque corrompe a dos hombres y los hace pasar por testigos falsos, lo que provoca un pecado estructural porque tergiversa la justicia e involucra «a los habitantes de la ciudad, los ancianos y los hombres principales» de la ciudad, v. 11.
«Levántate, come y alégrate» es la segunda parte del versículo siete. Como diciéndole al rey no tienes por qué detenerte en tus propósitos, no hay límites para el rey. Si no puedes conseguir las cosas por ‘intercambio’, por ‘compra’ lo puedes obtener violentamente haciendo uso de tu “calidad” de rey. Es perversa la propuesta de Jezabel a Ajab y la podemos desglosar de la siguiente manera:
-          Levántate, es decir, mientras puedas continuar con tu vida qué importan los demás, que ‘el mundo ruede’ si quiere, lo importante es el éxito.
-          Come: ahora que tienes pan de sobra qué importa la manera como ha llegado a tu mesa.
-          Alégrate: y si puedes disfrutar y gozar de los placeres de palacio no hay nada malo si ahora ríes, cantas y bailas porque la vida es corta y hay que aprovecharse de los débiles y tontos.
Jezabel concretiza la actitud infantil del rey de dar ‘la espalda’ a las cosas importantes del reino, porque ella lo lleva a la total indiferencia de las situaciones del pueblo. No importan el lamento y las necesidades de los hombres y mujeres del reino. Lo que importa es que hay que saciar la gula del rey-niño o los caprichos del rey.
«Yo te daré la viña de Nabot». Jezabel es la reina esposa-madre. Es la usurpadora del poder, es quien en verdad tiene el poder práctico, su demagogia la puso en tal sitio y la seducción la mantiene en su hegemonía, deslizándose y atacando como serpiente depositó el veneno en el rey, en los ancianos (líderes de pueblo) y los nobles de la ciudad de Yezrael:
-          Pervirtió el culto: la orden fue convocar un ayuno y hacer que Nabot estuviera presente en la asamblea, v. 9.
-          Corrompió la justicia: envió cartas a los ancianos y notables de la ciudad indicándoles la condena que tenían que ejecutar: “mátenlo a pedradas”, v. 10.
-          Tergiversó la verdad: con dos testigos falsos que dijeron en el plenario de la asamblea: “Ha maldecido a Dios y al rey”, v. 13.
Señor, concédeme la gracia de ser un auténtico servidor tuyo. Me has encomendado pastoralmente a una porción de tu pueblo. Soy sólo soy un administrador de tus bienes y quiero ser responsable con la tarea encomendada. Y esto no es un privilegio sino una gran responsabilidad. No permitas que olvide mi origen, porque eres Tú Señor, quien “levantas del estiércol al hombre y lo haces sentar entre los príncipes de tu pueblo”, Salmo 112/113, 7. Amén.



domingo, 12 de junio de 2016

“Tus pecados te han quedado perdonados”
Lucas 7, 48.
2Samuel 12, 7-10. 13; Salmo 31/32, 1-2. 5-6. 11; Gálatas 2, 16. 19-21; Lucas 7, 36-8, 3.
El reto que hoy Jesús nos invita aceptar es la de amar siempre a pesar de todo dolor, humillación, desprecio, traición, violencia, etc., es decir, a pesar de todas las situaciones adversas que podamos encontrar en el mundo de las relaciones donde comúnmente nos desenvolvemos.
Amar sin distinción
Hay un pasaje en las Sagradas Escrituras que ha llegado a mi memoria y que nos habla precisamente de dejar pasar las ofensas, de no permitir que encuentren en nuestro espíritu tierra fértil donde puedan crecer y desarrollar actitudes de odio, rencor, desprecio, amargura. El versículo que a continuación señalo está en marcado en el Himno a la Caridad que san Pablo ha escrito en su primera Carta a la comunidad eclesial de Corinto: «El amor es paciente y bondadoso…deja atrás las ofensas y las perdona. Todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta», 13, 5. 7. Un amor así, flexible, alargado, incondicional suena imposible para el hombre, pero como nos dice el Arcángel Gabriel «nada es imposible para Dios», Lucas 1, 42. Por eso, le escuchamos decir al apóstol san Juan en su primera carta: «Dios es amor», 4, 8. 16. Y Jesucristo, como explica el apóstol Pablo es la «imagen visible del Dios invisible» por eso le hemos escuchado que le dijo a la mujer que amargamente llora, le besa los pies y se los seca con su cabellera: «Tus pecados te han quedado perdonados», Lucas 7, 48. Cumpliéndose así aquel pasaje de la Escritura que nos invita a bendecir al Señor porque: «el perdona todas tus culpas y sana todas tus enfermedades», Salmo 102/103, 3.
Porque quien deja crecer en su corazón actitudes de odio, rencor, desprecio, amargura se enferma y se muere. Muchas de las enfermedades físicas, psíquicas y espirituales que padece el hombre se debe sin lugar a dudas porque se convierte en una persona aprehensiva, que hasta por el más mínimo detalle saca chispas y ocasiona una gran quemazón donde ella también perece. El amor hace que el hombre viva sin miramientos, sin prejuicios, proporcionándoles mayores oportunidades para establecer relaciones duraderas de amistad y de fraternidad. El amor hace caminar al hombre con mayor ligereza y gran espíritu de libertad. El amor permite que la voluntad domine los sentimientos y no al revés.
Lo cierto es que en verdad el hombre necesita de la multiforme gracia de Dios para que pueda insertarse como es debido en su proyecto de amor. No es fácil perdonar una infidelidad, el asesinato de un hijo, la violencia de un esposo o de un padre, etc. El instinto natural induce al hombre a replegarse sobre sí mismo, retroceder para abalanzarse con toda la fuerza del que es capaz. Y el autodominio o lo que es mejor aún la virtud de la prudencia y de la templanza no es tan fácil ejercerlo. Y eso genera, al menos, para el cristiano convencido de poner en marcha la obra de Jesús un desgaste profundo, por eso san Pablo nos recuerda: «porque los bajos instintos van en contra del Espíritu y el Espíritu va en contra de los bajos instintos; y son tan opuestos, que ustedes no pueden hacer todo el bien que quisieras», Gálatas 5, 17. Necesitamos del amor de Jesús, solamente haciendo experiencia de su amor, de su misericordia, tendremos la oportunidad de realizar otro tanto por el prójimo. La mayoría somos buenos como el fariseo Simón, pero a veces nos dejamos dominar por el orgullo, que terminamos por olvidar que también necesitamos ser perdonados y que estamos llamados a perdonar.
Señor, que no busque ser amado sino amar. Concédeme que mi fragilidad, debilidad y pecado sean el termómetro para tratar con mucho tacto y respeto a mi prójimo. Enséñame a mar como Tú me amas a mí. Sólo así seré completamente libre.


sábado, 11 de junio de 2016

“¿Qué haces aquí, Elías?”
1Reyes 19, 13.
1Reyes 19, 9. 11-16; Salmo 26/27, 7-9. 13-14; Mateo 5, 27-32.
Han pasado ya cuarenta días y cuarenta noches de su peregrinación y Elías el buscador incansable de Dios ha llegado al Horeb, la montaña de Dios (Cfr. 1Reyes 19, 8). Su peregrinar nos recuerda el peregrinar de Moisés y su encuentro con Dios en esa misma montaña (Éxodo 3; 19; 33). Y aquí encuentro la primera enseñanza: Dios se hace el encontradizo o más bien se deja encontrar o alcanzar. Dios responde a quien le busca con sincero corazón. Pero esta búsqueda de Dios que el hombre puede experimentar, aunque nace de su deseo y su voluntad humana, va precedido por la llamada eterna del propio Dios, el cual dice, como explica bien el Salmista: «El corazón me dice que te busque y buscándote estoy», 26/27, 8.
¿Por qué busca Elías a Dios? El Salmista nos lo dice con una expresión muy bella: «No rechaces con cólera a tu siervo, tú eres mi único auxilio; no me abandones ni me dejes solo, Dios y salvador mío», v. 9. Elías es un fugitivo, tiene miedo a morir, ha escapado del poder de Jezabel que lo persigue por haber incitado al pueblo a que dieran muerte a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal, Cfr. 1Reyes 19, 1-3; 18, 22. 40.
¿Qué haces aquí, Elías?
Elías busca a Dios porque desea confirmar que la acción que ha realizado es correcta. La expresión del Salmista ‘No rechaces con cólera a tu siervo’ es el reconocimiento del pecado. Elías fríamente podríamos decir es un asesino y no se justifica de algún modo esta actitud. Y su caminar por el desierto ha sido el tiempo de su purga, busca perdón, busca liberación y sanidad. Cuarenta días y cuarenta noches, tiempo de su recorrido para llegar al monte del Señor, evoca ya, la manera como el cristiano debe salir al encuentro de su Señor, con el reconocimiento de la propia fragilidad, debilidad y pecado; con las obras buenas, con los sueños, ilusiones, con los miedos y temores, etc., es decir con auténtica sinceridad.
El desierto más que un lugar geográfico es el símbolo de una toma de conciencia, de una lectura introspectiva de la historia personal, pero desde la mirada de Dios, desde la fe. Dios es quien ilumina y clarifica la conciencia y le hace al hombre capaz de reconocer su pecado. Y en ese proceso doloroso de la toma de conciencia Dios no se presenta como absoluto juez sino como Peregrino que ayuda a recobrar el ánimo y los deseos por vivir y empezar de nuevo con fe viva y grande esperanza: «De nuevo, el ángel del Señor lo tocó y le dijo: Levántate y come, pues te queda todavía un camino muy largo», 1Reyes 19, 7. Este es el punto grandioso del examen de conciencia, un reajustar el camino para avanzar, para crecer y madurar humana y cristianamente.
El asesinato de los profetas de Baal. Tiene un significado muy positivo y al mismo tiempo radical, que no debe verse como justificación alguna para atentar con la vida de quienes piensan y profesan una confesión de fe distinta a la cristiana. El cristiano está llamado a ser gente de paz, de tolerancia e instrumento de reconciliación. El significado positivo está en el hecho de no auto-engañarse, de querer vivir una vida de fe un tanto comodina, según los criterios del mundo, una fe a la medida y gusto personal, por eso el profeta llegó a decirles a sus coetáneos: «¿Hasta cuándo van a andar cojeando de las dos piernas? Si el Señor es Dios, sigan al Señor; y si lo es Baal, sigan a Baal»,1Reyes 18, 21. Y es en este punto donde también subyace la radicalidad del seguimiento, que implica el cortar de raíz con todo aquello que puede contaminar, profanar, minar o pervertir el auténtico culto del Señor.
El Señor en dos ocasiones le pregunta a Elías ¿qué haces aquí? (1Reyes 19, 9. 13). Y las dos veces le responde lo mismo: «Me consume el celo por tu honra, Señor, Dios de los ejércitos, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derribado tus altares y asesinado a tus profetas; sólo quedo yo y me andan buscando para matarme», 19, 10. 14. La expresión ‘me consume el celo’ evoca un pasaje del evangelio de san Juan donde Jesús expulsa a los vendedores del templo y lo hace violentamente, y esto les permitió a sus discípulos recordar un pasaje de la Escritura donde se encuentra la siguiente expresión y que aplicaron a Jesús de Nazaret: «porque me devora el celo por tu templo y el insulto de los que te insultan cae sobre mí», Salmo 68/69, 10; Juan 2, 17. Así que muy bien, en un sentido digamos pasivo el profeta al decir ‘me consume el celo por tu honra, Señor de los ejércitos’ lo que está dando a entender es que está sufriendo profundamente por amor y ese padecimiento le impulsa actuar haciéndole perder un tanto la cordura (piensen por ejemplo, cuando a uno se la ‘rayan’ o se la ‘recuerdan’ es en verdad difícil el contenerse).
Lo que ha venido realizando Elías está en marcado en el amor a Dios y en el amor a su pueblo. Dios quiere a sus hijos libres y la idolatría es perversión, es corrupción de la identidad y es también esclavitud. Y cuando los derechos más fundamentales de la humanidad están siendo profanados ¿qué camino le queda al hombre tomar? Queda claro que la honra (Culto) de Dios es también la honra (respeto) del hombre y viceversa.

Concédeme Señor un profundo amor a Ti y a mi prójimo; el respeto por tus hijos es el auténtico culto a Ti. Dame la gracia que necesito para no convertir en un mercado tu casa y sobre todo para reconocerte presente en la Eucaristía y demás sacramentos, y en el rostro de los pobres. Ayúdame a vivir como nos pide la santa Madre la Iglesia el día domingo, día para fomentar las relaciones interpersonales Contigo y los hombres.
“Entonces Elías dijo a todo el pueblo: Acérquense a mí. Y todo el pueblo se acercó a él. Elías reparó el altar del Señor, que había sido destruido”
1Reyes 18, 30.
1Reyes 18, 20-39; Salmo 15/16, 1-2. 4-5. 8. 11; Mateo 5, 17-19.
He aquí la misión del profeta: enderezar el camino del pueblo hacia Dios y el restablecimiento del auténtico culto a Dios. Dios es único y no tiene comparación alguna. Y es curioso, sólo cuando el pueblo se acerca al profeta y realiza lo que se le indica para el holocausto recuerda su identidad: «Israel es tu nombre», 1Reyes 18, 31. Es Dios quien le ha dado un nombre, es Dios quien convoca y reúne en un solo pueblo a todas las tribus de Jacob. Sin identidad propia los pueblos terminan por desaparecer o confundirse o disgregarse. Y divididos es imposible que alcancen auténtico desarrollo. Lo mismo, una persona que no trabaja sobre su propia identidad no madura, se desconoce así mismo y no alcanza la plenitud de su humanidad.
Los verdaderos adoradores del Padre lo hacen de ser en espíritu y en verdad
El hombre no puede realizarse plenamente despaldas a Dios, lo han explicado muy bien los padres conciliares cuando han dicho: «el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado», GS 22. Negando el principio no hay raíces profundas que garanticen crecimiento y fructificación. Así como un hijo no puede dar razón de sí mismo si no tiene vinculación con sus padres, de la misma manera, el cristiano pierde significado si no posee una relación íntima con Cristo Jesús. Otro tanto sucede con el hombre, sin relación a la divinidad su existencia se reduciría a un mero existencialismo terrenal donde todas y cada una de las aspiraciones de su espíritu quedarían en el vacío. En el fondo el hombre se percibe no como la ‘máquina perfecta’ de una cadena de la evolución, sino como un acontecimiento distinto y superior, de otra índole, es decir, de un linaje diverso a la pura animalidad. El hombre en su ser experimenta lo divino que hay en él pues casi en todas aspiraciones evocan eternidad.
¿Cómo evangelizar a los hombres hoy si cada cual sigue lo que considera correcto y bueno a sus intereses? Al hombre se le va la mayor parte de la vida en la consecución de aquellos bienes que les permiten subsistir temporalmente. No tienen tiempo para el culto ni mucho menos para la adoración al verdadero Dios. La mente, el corazón y sus obras se levantan, pero no al cielo sino en la tierra, para transformar un mundo donde Dios ya no está al centro de los acontecimientos humanos. ¿Qué se puede hacer para que el hombre vuelva a Dios? Lo que hizo Elías en verdad fue grandioso, le dio al pueblo los elementos necesarios para que reconociera que solamente hay un Dios: «¡El Señor es Dios! ¡El Señor es Dios!», 1Reyes 18, 39.
En este tiempo, constatamos la desfiguración del hombre, les vemos cansados, faltos de una auténtica espiritualidad que les dote de nuevas fuerzas para que puedan construir relaciones y puentes de amistad y de fraternidad. El hombre quizás consciente o inconscientemente se ha convertido en profeta de Baal, pues están desde la mañana hasta casi el anochecer, y algunos durante la noche y otros tanto en la madrugada, generando productividad para el dios dinero.
El hombre al rendirle culto a los ídolos está sin percatarse de ello realizando lo mismo que los falsos profetas hicieron al invocar a Baal, están poniendo su vida en peligro sin que al final encuentre respuesta alguna: «Ellos gritaban más fuerte y, según su costumbre, se cortaban con espadas y lanzas, hasta lograr que corriera la sangre por su cuerpo. Después del mediodía, se pusieron a delirar hasta la ofrenda del sacrificio vespertino. Pero no se oía ninguna voz; nadie respondía ni hacía caso», v. 28-29. El ídolo no es sólo la falsa imagen que el hombre tiene de Dios sino también la imagen errónea que el hombre tiene de sí mismo.
Elías restableció el culto a Yahvé, y sacó al hombre de su horizontalidad y le recordó que está llamado a compartir junto a su creador una vida plena y eterna. El culto visto de la perspectiva del “compartir” con el inmensamente Otro no sólo el tiempo, el espacio, los bienes espirituales y materiales que ha adquirido a través de su trabajo, imprime en el corazón del hombre el sentido de gratuidad, como bien explica san Pablo: «Pues ¿quién te hace superior a los demás? ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te enorgulleces como si no lo hubieras recibido?», 1Corintios 4, 7. Pero el verdadero culto a Dios tiene estrecha vinculación con el trato cotidiano con el prójimo y no se entiende ni se explica sin ésta relación, pues educa a que el hombre alcance su realización en el mundo de las relaciones interpersonales como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: «El domingo está tradicionalmente consagrado por la piedad cristiana a obras buenas y a servicios humildes para con los enfermos, débiles y ancianos…El domingo es un tiempo de reflexión, de silencio, de cultura y de meditación, que favorece el crecimiento de la vida interior y cristiana», 2186.
Señor, Tú eres mi Dios, y solo a Ti quiero alabar, bendecir, adorar y servir. Ayúdame a buscarte siempre, concédeme el don de la fidelidad y del servicio a Ti y a mis hermanos. Quiero como Elías ser un buscador constante de tu rostro y de acompañar y conducir a Ti al pueblo que me has confiado. Amén.


  

martes, 7 de junio de 2016

“…lo comeremos y luego moriremos”
1Reyes 17, 12.
1Reyes 17, 7-17; Salmo 118/119, 129-133. 135; Mateo 5, 13-16.
Muere quien no tiene pan como el que tiene de sobra; la muerte es un acontecimiento del que ningún ser vivo puede sustraerse, eso es lo que enseña la palabra de Dios: «porque una misma es la suerte de los hombres y la de los animales: la muerte de uno es como la de los otros, sin que el hombre aventaje al animal, pues todo es vanidad. Todos van al mismo lugar: todos vienen del polvo y regresan al polvo», Eclesiastés 3, 19-20.
"Todos ustedes son hijos de la luz, hijos del día", 1Tesalonicences 5,5.
Pero, aunque muera el santo y el pecador, el necio como el sabio, el rico como el pobre, el bueno y el malo parece que no da lo mismo morir sin esperanza que con una muy grande y completamente fiable. Una esperanza que se presente como modelo de vida, como camino transitable a la eternidad aun cuando se tenga que beber el trago amargo de la muerte terrena. Al respecto la Palabra de Dios enseña que el necio, el pecador, el malo, el injusto, etc., se equivocan en su proyecto de vida y que además la propia maldad se vuelve para ruina de sí mismos pues terminan ciegos porque «ignoran los secretos de Dios, no confían en el premio de la virtud, ni creen en la recompensa de los intachables», Sabiduría 2, 21-22. Por eso, hemos escuchado en el Salmo responsorial que se dijo: «La explicación de tu palabra es luz que ilumina y proporciona instrucción a los sencillos», 118/119, 130.
La palabra de Dios es fuente de esperanza cuando la muerte se acerca con sus nubarrones y trata de oscurecer nuestras vidas, apagándola, sumergiéndola en la desesperación y en el desánimo. Por eso, le escuchamos decir al profeta Isaías ante la dramática situación del viuda de Sarepta de que moría de hambre por la escasez de pan y aceite: «porque así dice el Señor, Dios de Israel: No faltará harina en la vasija ni aceite en la jarra hasta el día en que el Señor haga caer la lluvia sobre la tierra», 1Reyes 17, 14. Es la palabra de Dios quien sostiene y da sustentabilidad a la vida del hombre, y el propio Señor lo deja claro ante la tentación demoniaca de desvivirse por lo material, es decir, de ir convirtiendo a lo largo del camino ‘las piedras en pan’: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios», Mateo 4, 4. Y poeta también canta: «No te inquietes cuando alguien se enriquece y aumenta el lujo de su casa: cuando muera no se llevará nada, su lujo no bajará con él», Salmo 48/49, 17-18. Eso queda todavía más claro, con el acontecimiento de que aunque la tinaja de harina no se vació ni la jarra de aceite disminuyó, es decir, aunque la viudad de Sarepta tenía asegurado el pan cotidiano su hijo murió y por la palabra del Señor Elías lo arrancó de las garras del abismo, Cfr. 17, 17-24.
Nos es claro que sólo cuando la palabra de Dios habita en la mente, en el corazón del cristiano, su vida es portadora de sabor (SAL) en el mundo insípido, es decir, lleva paz donde hay odio, alegría donde hay tristeza, consuelo donde hay llanto, esperanza cuando hay desilusión, etc. Como lo hizo Elías con la viuda de Sarepta. A veces se quiere dar consuelo, alegría, paz y esperanza con la simplicidad de las palabras humanas, y no se cae en cuenta de que se termina por alimentar a los hombres con golosinas, panaceas que adormecen su espíritu pero que terminan hostigándola y dejándola mucho peor.
Creo que es conveniente hacer nuestra la petición del Salmista: «Muéstrame tu rostro radiante, enséñame tus normas», 118/119, 135. El rostro radiante de Dios es Jesucristo pues ha dicho de sí mismo: «Yo he venido al mundo como la luz, para que todo el que crea en mí no siga en la oscuridad», Juan 12, 46. Jesús es el modelo de vida de todo cristiano, es a él a quien debemos volver siempre nuestra mirada, porque contemplándolo encontraremos una manera, un estilo genuino para convertirnos en portadores de luz y hacer también realidad su palabra en nuestras vidas: «Brille su luz delante de los hombres de modo que, al ver sus buenas obras, den gloria a su Padre que está en los cielos», Mateo 5, 16. Ser luz para quienes viven en oscuridad, orientación para quienes andan extraviados, sentido nuevo para quienes están asqueados de la vida y han perdido su sabor, es la tarea y el desafío del cristiano de hoy.
“Señor envíame tu luz y tu verdad, que ellas me guíen, y me lleven a tu santo monte, hasta tu morada”, Salmo 42/43, 3. Alimenta mi vida con tu Palabra. Mi ministerio sacerdotal sea expresión de tu palabra para que pueda ser sal y luz del mundo a ejemplo tuyo. Entre la luz y la oscuridad; entre lo salado e insípido queda el camino del temor y de la santa esperanza: la virtud de la sobriedad. Ayúdame a ser sobrio, Cfr. 1Tesalonicenses 5, 8.



lunes, 6 de junio de 2016

“Elías se puso en camino y, siguiendo las órdenes del Señor, se fue al torrente Querit, al este del Jordán”
1Reyes 17, 5.
1Reyes 17, 1-6; Salmo 120/121, 1-8; Mateo 5, 1-12a.
Existe un pasaje en el libro del Eclesiástico donde sintéticamente se nos narra el ministerio profético de Elías, 48, 1-11. La figura de Elías que se presenta en dicho libro es en verdad impresionante: ‘su palabra quemaba como antorcha’ y por medio de ella realizó prodigios admirables: hambre, muerte, hizo descender fuego del cielo, cerró los cielos para que no lloviera, resucitó a un muerto, destronó a reyes, vio la gloria de Dios, fue arrebatado en un carro de fuego y que en tiempos del Mesías regresaría para reconciliar a los padres con los hijos y restaurar las tribus de Israel.
Tu Palabra me da vida
Pero en dicho pasaje existen dos versículos que son totalmente reveladores y nos hace comprender al mismo tiempo que todo lo que realizó Elías estaba respaldado por la Palabra eterna de Dios. Se trata de los versículos 3 y 5. En éstos versículos encontramos respectivamente las siguientes expresiones: «Por la palabra del Señor» y «por la palabra del Altísimo». Aquí existe ya una catequesis muy grande para la vida del cristiano, para la vida espiritual y pastoral de la Iglesia inclusive. Y conviene preguntarnos: ¿La Buena Noticia que proclamamos es en verdad una gran noticia que procede de Dios o son solo palabras humanas? Porque sin son solamente palabras de hombre hemos de reconocer que por eso no hay conversión y por tanto no se generan prodigios admirables en la vida de los oyentes.
El ministerio profético de Elías tiene una relación íntima con la voluntad de Dios. Esto pone en evidencia dos grandes actitudes del profeta, una de ellas representada en el versículo 7 y la otra derivada del propio versículo. El versículo dice: ‘escuchaste’, primera actitud. De la cual se desprende esta otra: fidelidad a la palabra pronunciada (un depósito intacto). Pero ¿cómo fue ‘capaz’ de escuchar Elías la voz del Señor? Es el Apóstol Santiago quien nos ilumina y nos refiere que: «Elías, que era un hombre de nuestra misma condición, oró fervorosamente para que no lloviera, y no llovió sobre la tierra durante tres años y seis meses; oró de nuevo, y el cielo dio la lluvia y la tierra produjo su fruto», 5, 17-18. Para darnos a entender que lo realizado por Elías no ha sido cuestión de privilegio sino de la búsqueda continua del rostro de Dios. Elías es un buscador incansable de Dios como lo puede ser también cualquier hombre, varón o mujer, que tenga sed del Dios. Considero que hoy hemos de pedir esa sed de Dios y podemos a hacer nuestra esa exclamación del Salmista: «Como busca la cierva corrientes de agua, así, Dios mío, te busca todo mi ser. Tengo sed de Dios, del Dios vivo, ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?», 41/42, 2-3.
La Palabra de Dios es para el profeta el agua que refresca y sacia su sed, representada en la primera lectura por la figura del ‘torrente Querit’. Y en la carta del Apóstol Santiago por la ‘oración’. Pero incluso en este punto, hemos de reconocer, que si no tenemos ‘sed’ y ‘hambre’ de Dios es debido a que existe una causa. ¿Cuál es? Porque la humanidad está llena y saciada pero insatisfecha y no es feliz.
Y hoy descubrimos que la palabra de Dios es para el profeta el alimento cotidiano, así lo enseña el primer libro de los Reyes: «Los cuervos le traían pan y carne por la mañana y por la tarde, y bebía el agua del torrente», 17, 6.
Porque resulta que quien tiene hambre y sed de realizar la voluntad de Dios ese es feliz, y es capaz de experimentar auténtico gozo, aunque no tenga el pan y el agua material, así lo ha dicho Jesús en el Evangelio de este día: «Dichosos los que tienen hambre y sed de hacer la voluntad de Dios, porque Dios los saciará», Mateo 5, 6.
Ahora, si el hombre experimenta hambre y sed, pero tiene la sensación de estar lleno, es momento de que reflexione y comience el ayuno, ‘la dieta espiritual’, la que despoja de todo lo superfluo y que no es esencial para la vida del reino de los Cielos. Este ejercicio del ayuno y de la ‘dieta espiritual’ es ponerse en camino hacia el encuentro de Dios. Eso es lo que entiendo cuando el texto dice: “Elías se puso en camino”.
Hoy me has enseñado Señor que mi vida ministerial debe estar anclada en tu Palabra para que sea fructífera. Tu Palabra es la garantía de la vitalidad pastoral y de una auténtica espiritualidad. Dame hambre y sed de realizar siempre tu voluntad. Amén.


domingo, 5 de junio de 2016

“Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: ‘No llores’”
Lucas 7, 13.
1Reyes 17, 17-24; Salmo 29/30, 2-6. 11-12; Gálatas 1, 11-19; Lucas 7, 11-17.
El Señor ve y no es ajeno a los acontecimientos de la vida humana. Con la mirada percibimos lo que acontece a nuestro alrededor y empezamos a interactuar con el ambiente circundante. El Señor ve y te pregunto: ¿qué actitud asumes delante de su presencia? ¿actúas siendo consciente de que Dios te ve? Sabes, la mirada de Dios es una mirada de ternura, no es el ‘big brother’ que se divierte viéndote actuar para luego señalar tus errores, fechorías o desaciertos. La mirada del Señor es una mirada amorosa y paterna.
"No llores"
Después de que el Señor ve a la viuda de Naím, el texto señala que se ‘compadeció de ella’ haciéndose realidad aquellas palabras de la Sagrada Escritura que dice: «Padre de los huérfanos y defensor de las viudas, ese es Dios en su morada santa», Salmo 67/68, 6. El Señor se presenta como ‘defensor de las viudas’ porque ellas han quedado solas en el mundo. Podrán tener hijos, hermanos, nietos, bisnietos y sin embargo se sienten solas, sin que puedan llenar el vacío que ha dejado el marido, su primer ‘Go’El’. La alegría de la viuda era su hijo quien hacía presente la ausencia de su ‘Go’El’ y se había convertido para ella refugio y protección, podríamos decir en un segundo ‘Go’El’. Pero al no tener ya a ningún ‘Go’El’ que haga suya su causa, que dé la cara por ella, se encuentra en una nueva situación donde se percibe desprotegida y es entonces cuando su mundo se derrumba. Hermanos: superar la muerte de su esposo y ahora la de su hijo no es nada sencillo para la viuda de Naím. Esa es la realidad que el Señor mira: un corazón angustiado, lleno de incertidumbres y sin un futuro claro. Es esa realidad dura la que el Señor ve y le hace compadecerse de la viuda.
Le dijo: ‘No llores’. La petición del Señor parece desatinada, antinatural, ¿Cómo no llorar? ¿Por qué arrebatarle las lágrimas a una viuda si es el único camino de desahogo que puede experimentar? Pero cuando Jesús dice ‘No llores’ indica aquello que san Pablo enseña: «No queremos, hermanos, que permanezcan ignorantes acerca de los que ya han muerto, para que no se entristezcan como los que no tienen esperanza», 1Tesalonicenses 4, 13. Jesús es el nuevo ‘Go’El’ para los desamparados, es la cercanía de un Dios que se hace compañero de camino, es quien enjuga las lágrimas de los que lloran, porque inmediatamente ‘tocó el ataúd y quienes lo llevaban se detuvieron’. Este gesto de Jesús revela algo inaudito, al detener el cortejo fúnebre está indicando que con Él la muerte no tiene la última palabra sobre el hombre; él tiene el poder de hacer nuevas todas las cosas y todo adquiere un nuevo significado, todo se recapitula en Jesús, la misma muerte en Jesús pasa de ser un acontecimiento dramático a la oportunidad de una verificación de la misericordia del mismo Dios por eso le escuchamos decir a la viuda de Sarepta en la primera lectura: «Ahora reconozco que eres un hombre de Dios y que la palabra del Señor que tú pronuncias se cumple», 1Reyes 17, 24.
Decíamos que en Jesús todas las cosas obtienen un nuevo significado pues está Escrito: «El que toque un cadáver, sea quien fuere el muerto, quedará impuro siete días», Números 19, 11. Jesús nos enseña que cuando la misericordia se manifiesta toda corrupción e impureza desaparece, pues también se afirma en la Palabra Santa: «Ante todo ámense intensamente unos a otros, pues el amor perdona los pecados», 1Pedro 4, 8. Y los pecados hermanos son expresión de muerte, pues se indica que: «el pago del pecado es la muerte, mientras que Dios nos ofrece como don la vida eterna por medio de Cristo Jesús, nuestro Señor», Romanos 6, 23.
Jesús al tocar el cadáver del joven toca la herida profunda del corazón de la viuda y la sana liberándola de la angustia y el temor que le infringía la propia soledad.
Señor, hoy quiero junto a Ti, consolar a los que están tristes. Y lo quiero hacer llevándoles el consuelo que tu Palabra poderosa encierra: ‘levántate’. Ayúdame a no caer en un autismo espiritual, deseo tener en mis oraciones a todos los que me has confiado a mi cuidado. Amén.