sábado, 18 de febrero de 2023

¿La santidad hoy? ¿Para qué sirve?

 Sean santos, porque yo, el Señor, soy santo", Levítico 19, 2.


La santidad es el llamado que Dios hace al hombre de hoy y de todos los tiempos.  ¿Para qué ser santos? puede preguntar uno. Y se le responde: porque Dios es Santo. Y quién dice eso, respondemos el mismo Dios por medio de su siervo Moisés. Se presenta Dios como modelo a alcanzar. Si está llamando a la santidad es porque no somos santos, y por tanto, nos quiere divinos como Él. Lo maravilloso es el hecho de reconocer que el hombre está llamado a cosas grandes, hacerse dios. No espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada, Gaudete et exsultate 1.

¿Pero que es ser santos? Es ser perfecto. La ley de santidad, el llamado o la orden que Dios dice al hombre, sean santos, porque yo, el Señor, soy santo, en Jesús Hombre-Dios, vemos el camino a recorrer, y en Él esta ley de santidad se convierte en camino de perfección, por eso dice: Ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto, Mateo 5, 48.

Así que ser santos o perfectos que es lo mismo, es ante todo la convicción de caminar en la presencia del señor irreprochablemente, pues el texto bíblico lo confirma: camina en mi presencia y sé perfecto, Gn 17, 1. O bien, como explica san Pablo en la carta a los Efesios que nos ha elegido y nos ha creado por amor para ser santos e inmaculados en su presencia, 4. La santidad y la perfección consiste en caminar sin mancha en la presencia de Dios, es decir, caminar de virtud en virtud. Y la virtud consiste en tener buenos y maravillosos hábitos con Dios, consigo mismo, con el prójimo y con la creación. Estos hábitos deben tener como plataforma el amor y la comunión. Todo por amor nada sin amor. El amor a Dios, al prójimo como a uno mismo, el amor que se expresa como cuidado de la casa común. Todo el que ama busca el bien en todo y con todos. Esa es la clave de la santidad y de la perfección.

Dios que llama a la santidad es el que santifica al hombre, y el hombre que se ama así mismo como al prójimo, a la creación entera y a su mismo hacedor se santifica. La expresión santificado sea tu nombre dirigida al Padre celestial es en sí misma el reconocimiento en primer momento de que Dios es Santo y en segundo lugar que a partir de lo que el hombre realiza se extienda la santidad de Dios, pues todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios y tiene presente lo que a Dios le agrada y satisface. Así que podríamos sintetizar de un modo que la santidad consiste en hacer de la vida ordinaria todo bien.  

 

sábado, 6 de agosto de 2016

“No temas, rebañito mío, porque tu Padre ha tenido a bien darte el Reino”
Lucas 12, 32.
Sabiduría 18, 6-9; Salmo (32) 33, 1. 12. 18-20; Hebreos 11, 1-2. 8-19; Lucas 12, 32-48.
“No temas” te dice a ti Jesús en este día. El temor es una pasión del ánimo que lleva a un sujeto a tratar de escapar de aquello que considera arriesgado, peligroso o dañoso para su persona. El temor, por lo tanto, es una presunción, una sospecha o el recelo de un daño futuro.
Jesús nos dice “no temas” después de la parábola del rico confiado, de una serie de indicaciones sobre los bienes que son necesarios al hombre para su desarrollo tales como: comida, vestido y sustento.
¡No temas rebañito mío!
El “no temas” indica aquí la trascendencia del espíritu, el no dejarse ‘esclavizar’ de nuevo, el de mantenerse libre de ataduras para volar alto, porque sin libertad no se entra a la tierra prometida. Y en este punto nos es muy benéfico recordar aquel pasaje del libro de los Números donde se nos narra la exploración de la tierra de Canaán por los jefes de las doce tribus de Israel. Después de cuarenta días regresaron y solamente Caleb y Josué dieron un informe positivo sobre la tierra prometida y motivaron al pueblo para conquistarla pues estaba ocupada por los amalecitas, los hititas, jebuseos, amorreos y cananeos. Pero los otros jefes desmotivaron al pueblo diciéndoles que estaban habitados por gigantes descendientes de Anac. Por cobardía el pueblo no se atrevió a conquistar la tierra prometida y cargó con el peso de vagabundear cuarenta años por el desierto de tal modo que quienes desconfiaron en el Señor murieron, solamente sus descendientes entraron a la tierra prometida junto a Caleb y Josué y la descendencia de estos (Cfr. 13-14).
Así que el “no te mas de Jesús” es una invitación a la confianza, a colocar la propia vida en las manos de Dios, de aprender a vivir bajo su providencia, de sentirse y saberse amados por Él, por eso le hemos escuchado decir al Salmista: «Cuida el Señor de aquellos que lo temen y en su bondad confían; los salva de la muerte y en épocas de hambre les da vida», (32) 33, 18-19. ¡No dejemos que el miedo, las inseguridades, las incertidumbres nos arrebaten la fe en Dios!
“Rebañito mío”, somos el pueblo de Dios, somos su propiedad, por eso el Salmo recita bellamente: «Feliz la nación cuyo Dios es el Señor, dichoso el pueblo que eligió por suyo», v. 12. Sintámonos felices de que Dios nos ame tanto, así como somos, así como estamos. Y que este amor nos impulse a ser cada día mejores. Él es nuestro Padre y como explica la carta a los Hebreos «no se avergüenza de ser llamado» nuestro Dios, 11, 16. Y sí somos sus hijos ‘predilectos’ ¿quién se atreverá arrancarnos de su mano?, Cfr. Romanos 8, 35. ¡No dejemos que las malas obras entristezcan el corazón de nuestro Padre Dios!
Hay un efecto que se origina del simple hecho de haber sido constituidos hijos de adopción por el Bautismo, y san Pablo nos lo explica: «Y si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos con Cristo, siempre y cuando ahora padezcamos con él, para ser luego glorificados con él», v. 17. “Padecer con Él” significa la exigencia que reclama el ser herederos del Reino:
-          Hacer de la sobriedad un estilo de vida, para que al ejercitarnos en la solidaridad los que menos tiene se vean beneficiados y enriquecidos por nuestra generosidad.
-          Estar en continuo discernimiento para que “la mundanidad” no pervierta nuestra fe y nos haga caer en un profundo letargo.
-          Preferir siempre ser servidores alegres que contagien y promuevan en el mundo el mandamiento del amor, a tal punto que se vea que hay mucha más ganancia en el servir que en el ser servido.
-          Vivir en la esperanza de que la segunda venida de Cristo es una realidad que cada día está más cerca.
-          Reconociendo que he recibido a lo largo de la historia personal muchos bienes y que estoy llamado a dar siempre lo mejor de mí en cada circunstancia y con cada persona.

¡No dejemos que el mundo y sus placeres nos hagan perder la herencia eterna!

sábado, 30 de julio de 2016

“Enséñanos a ver lo que es la vida y seremos sensatos”
Salmo (89) 90, 12.
Eclesiastés (Cohélet) 1, 2; 2, 21-23; Salmo (89) 90, 3-6. 12-14. 17; Colosenses 3, 1-5. 9-11; Lucas 12, 13-21.
Un hombre le dijo a Jesús: «Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia», Lucas 12, 13. La avaricia y la codicia tiene a los hermanos divididos. La avaricia es una pasión desordenada porque imprime en el corazón de la persona el afán de poseer muchas riquezas por el solo placer de atesorarlas sin compartirlas con nadie. Mientras que la codicia es el deseo vehemente de poseer muchas cosas, especialmente riquezas o bienes.
"Eviten con gran cuidado toda clase de codicia", Lucas 12, 15.
Cuando la avaricia y la codicia encuentran su sede en el corazón del hombre la persona experimenta una especie de ‘bulimia del espíritu’, pues en el fondo existe un trastorno, una especie de locura que hace que la persona desee llenar el vacío existencial que experimenta con cosas materiales, a tal punto que ese desorden hace que se comporte “estúpidamente”, de ahí que le hayamos escuchado decir a Jesús al hombre que tenía su ‘futuro’ asegurado y quería simplemente disfrutar de sus bienes: «¡Torpe!». Algunas traducciones bíblicas en español inclusive señalan dicha actitud con las siguientes palabras: ¡Pobre loco! ¡Imprudente! ¡Tonto! Pero el término griego utilizado por Jesús es ἄφρν (á·frōn) y significa “irrazonable”.
Hay pues en la avaricia como en la codicia una actitud y un comportamiento totalmente fuera de lógica, de razón, de ahí, que el Salmista diga: «Enséñanos a ver lo que es la vida y seremos sensatos», Salmo (89) 90, 12. La insensatez radica en el hecho de gastar tantas energías para conseguir bienes materiales que muy fácilmente se pierde de vista que existen también bienes espirituales por los cuales vale la pena consumir la propia existencia. Una de ellas la deja muy en claro el texto del evangelio que estamos meditando: la fraternidad. ¿Cuántos hermanos y familias destruidas o descuidadas por la avaricia y la codicia?
En este punto considero que es muy conveniente que recordemos el espíritu del Evangelio de Jesús nuestro Maestro y Señor: «Da a quien te pida, y a quien te quita lo tuyo no se lo reclames», Lucas 6, 30. Esta exigencia de Jesús para quien tiene apegado su espíritu a los bienes materiales resulta dura y fuera de sí, y le cuesta incluso reconocer su idolatría por eso san Pablo nos dice en la segunda lectura: «Den muerte, pues, a todo lo malo que hay en ustedes: la fornicación, la impureza, las pasiones desordenadas, los malos deseos y la avaricia, que es una forma de idolatría», Colosenses 3, 5. Y el único camino para dejar de ser egoístas y ensimismados, que son actitudes muy claras de avaricia, es el compartir, es decir, el reconocimiento de que devolvemos sin ningún otro interés adjunto lo que hemos recibido precedentemente.
Para quienes han comprendido la lógica del reino, saben de ante mano que todo cuanto poseen aun cuando se haya conseguido honestamente, con un trabajo arduo y una buena administración, no pasan por alto que continúan siendo más que administradores de la multiforme gracia de Dios, pues todo es de Dios: «Pues ¿quién te hace superior a los demás? ¿qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te enorgulleces como si no lo hubieras recibido?», 1Corintios 4, 7. Los que han entendido la lógica del reino de Dios no contraponen el principio universal de los bienes y el de la propiedad privada, sino que con creatividad la hacen complementarias la una de la otra.
La propiedad privada nace ciertamente del trabajo del hombre y tiene como finalidad asegurar el futuro de la descendencia. Y en este punto, el texto sagrado nos dice: «Hay quien se agota trabajando y pone en ello todo su talento, su ciencia y su habilidad, y tiene que dejárselo todo a otro que no lo trabajó», Eclesiastés 2, 21. Hay que disfrutar del fruto del trabajo sin despilfarrar, sin olvidarte de los pobres, acordándote incluso de que la vida da muchos reveses (Cfr. Génesis 41) y quizás seas tú el menesteroso el día de mañana. Hay que vivir de cara al mañana con la confianza no en las posesiones adquiridas sino en Dios pues está escrito: «No se inquieten por el día de mañana, que el mañana traerá su propia preocupación. A cada día le basta su propio afán», Mateo 6, 34 pero eso no significa que no trabajemos con responsabilidad y dedicación pues también se dice: «Vete a ver a la hormiga, perezoso, observa sus costumbres y aprende. Aunque no tiene capataz ni jefe ni inspector, reúne su alimento en el verano, recoge su comida durante la cosecha. ¿Hasta cuándo dormirás, perezoso? ¿Cuándo te levantarás de tu sueño? Duermes un rato, dormitas otro rato, cruzas los brazos y a descansar. Y te llega la miseria del vagabundo y la pobreza del mendigo», Proverbios 6, 6-11.



sábado, 9 de julio de 2016

“Has contestado bien; si haces eso, vivirás. Anda y haz tú lo mismo”
Lucas 10, 28. 37.
Deuteronomio 30, 10-14; Salmo 68/69, 14. 30-31. 33-34. 36-37; Colosenses 1, 15-20; Lucas 10, 25-37.
Único es el camino que conduce a la vida eterna: el amor. Y el amor tiene rostro concreto: Dios y el prójimo. Y en Jesús Dios se hace cercano, se hace próximo a la humanidad, se hace prójimo, como nos enseña muy bien san Pablo en su carta a la Iglesia de Colosas: «Cristo es la imagen de Dios invisible», Colosenses 1, 15. Y así nos lo enseña el propio Jesús cuando le dice a Felipe: «el que me ve a mí, ve al Padre», Juan 14, 9. ¿Queremos ver a Dios? Dirijamos la mirada hacia los evangelios, y ahí, nos encontraremos con Jesús.
¡Amar como Jesús amó, soñar como Jesús soñó!
Pero existe otro pasaje bíblico donde Jesús nos enseña otro modo de encontrarnos con él y por tanto con el Padre: «les aseguro que cuando lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron», Mateo 25, 40. ¿Queremos ver a Jesús? Dirijamos no sólo la mirada sino acerquémonos con respeto, con tolerancia, con solidaridad, con amor a los hombres y mujeres de hoy.
Así que todos estamos llamados a entrar en la lógica del ‘misterio de la Encarnación’ para que la expresión de nuestro amor a Dios sea cosa creíble, esta misma idea la encontramos en una de las cartas del discípulo amado: «hijos míos, no amemos solamente de palabra, sino con hechos y de verdad», 1Juan 3, 18. El amor se percibe, se toca, se huele, se sabe y se siente. El amor no es simplemente un “hormigueo” en el cerebro o un “vacío” en el estómago, el amor te “duele” porque tiene “entrañas” de misericordia: «Pero un samaritano que iba de viaje, al llegar junto a él y verlo, sintió lástima. Se acercó y le vendó las heridas después de habérselas limpiado con aceite y vino; luego lo montó en su cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, se sacó unas monedas y se las dio al encargado, diciendo: cuida de él y lo que gastes de más te lo pagaré a mi regreso», Lucas 10, 33-35.
Hay un dicho muy popular entre nosotros que expresamente dice ‘de la vista nace el amor’ pero hoy nos damos cuenta que no basta mirar, hay que acercarse, hay que ‘meterse en camisas de once varas’ para que podamos ‘sentir’ y ‘experimentar’ el dolor de primera mano. Hoy Jesús nos enseña llevar el discurso del amor a algo concreto. No es suficiente hacer un compromiso con la vista y con la inteligencia es más que fundamental dejarse implicar en el plano existencial. La profunda necesidad de pasar de la teoría a la praxis.
«Has contestado bien; si haces eso vivirás», v. 28. No se trata solamente de decir ‘te amo’ hay que aventurarse ‘hacer’ el amor. Y el amor es mucho más que pura genitalidad. «Anda y haz tú lo mismo», v. 37 es una orden perentoria del que no tan fácilmente podemos sustraernos sin pagar caro las consecuencias.
Jesús nos pide que nos acerquemos, nos hagamos prójimos, pero con una actitud no para sondear, criticar, juzgar, condenar, expulsar o marginar o poner a prueba al que sufre en su cuerpo y su espíritu. No imitemos al doctor de la ley. Imitemos la actitud y las obras del Samaritano. Hagamos puente, tendamos lazos de unidad y comunión, de solidaridad, de colaboración y cooperación, vínculos de participación y de amistad. No esperemos escuchar ‘el grito de socorro’ adelantémonos al necesitado pues el amor de Cristo por la humanidad nos apremia ya que en él Dios Padre: «quiso reconciliar consigo todas las cosas, del cielo y de la tierra, y darles la paz por medio de su sangre, derramada en la cruz», Colosenses 1, 20. Hagámonos imitadores de Cristo que, en Él, se manifiesta plenamente el amor de Dios por la humanidad.

Dame Señor entrañas de misericordia, para alimentar al que tiene hambre, dar de beber al que está sediento, cuidar al enfermo, visitar al encarcelado, dar posada al peregrino, vestir al desnudo, en fin, para socorrer al prójimo sin ningún otro interés que su bienestar y salvación. Amén.

miércoles, 22 de junio de 2016

“He hallado en el templo el libro de la ley”
2Reyes 22, 8.
2Reyes 22, 8-13; 23, 1-3; Salmo 117/118, 33-37. 40; Mateo 7, 15-20.
El libro encontrado en el templo es el Deuteronomio en su primera redacción, o al menos su sección central (Deuteronomio 12-28). Es probable que este código legal hubiera sido redactado durante el reinado de Ezequías y que se extraviara en tiempos de Manasés y Amón reyes perversos que tergiversaron el culto a Yahvé. Según nos narra este segundo libro de los reyes, Manasés reinó cincuenta y cinco años en Jerusalén mientras que su hijo Amón solamente dos años (2Reyes 21, 1. 19), así que el ‘libro de la ley’ permaneció olvidado cincuenta y siete años, ¡toda una generación!, la cual no conoció los preceptos del Señor pues la maldad salió del palacio real y de los sacerdotes que por miedo o presión no cumplieron con su función como Dios había indicado.
"Inclina mi corazón a tus preceptos", Salmo 117/118, 36.
Por eso, es maravilloso el papel que desempeñan el ministro de palacio (Safán), el sumo sacerdote Jilquías y el propio rey Josías ante el ‘libro de la ley’ que encuentran en el templo, (2Reyes 22, 8). No son indiferentes a la palabra de Dios, se dejan interpelar por ella, encontrando luz para enderezar el camino del pueblo y fuerzas para corregir los pasos de los extraviados; representado simbólicamente en el hecho de que el rey se haya rasgado sus vestiduras cuando «oyó las palabras del libro de la ley», v. 11. Josías emprende por así decirlo una reforma en el culto y por consiguiente en el modo de vivir del pueblo de Judá, por eso inmediatamente, quiere conocer cuál es la voluntad del Señor que ha de seguirse y termina enviando una comitiva para que consultase a la profetisa Juldá al respecto.
De lo que venimos comentando podemos extraer grandes enseñanzas para que podamos emprender una verdadera conversión pastoral en nuestras vidas. Por ejemplo, el hecho significativo de que el ‘libro de la ley’ se haya encontrado en el templo. Cada día, en la santa misa nos encontramos frente a la santa palabra de Dios pronunciado por los lectores, se tiene pues garantizado un trato cotidiano con ella, pero ¿nos dejamos interpelar? ¿la palabra de Dios es acogida con la reverencia y el respeto que se merece? ¿soy indiferente a ella a tal punto que no tiene nada nuevo que decirme?
Una vez que me he encontrado con la palabra ¿soy como Jilquías (sumo sacerdote) de llevar con alegría el anuncio de la palabra hacia las realidades donde los hombres construyen el mundo (representados en las figuras del secretario Safán y del propio rey Josías)? Porque una cosa queda clara, cada fiel cristiano tiene la responsabilidad de anunciar la buena noticia del Evangelio, como bien nos lo recuerda el apóstol: «predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, corrige, reprende y exhorta, hazlo con mucha paciencia y conforme a la enseñanza», 2Timoteo 4, 2.
Si hoy, el mundo de la política está despaldas al pueblo y a Dios, es porque los fieles cristianos los hemos dejado hacer y deshacer a su antojo, por eso, no hay más que maldición, es decir, muerte representadas por la corrupción, las diversas formas de violencia, de asesinatos u homicidios, de leyes inicuas y perversas, etc. Porque nos hemos olvidado de la palabra de Dios el mundo sufre la tiranía del malvado representado en los períodos monárquicos de Manasés y su hijo Amón, como señalábamos anteriormente.
Hoy el cristiano debe abandonar su miedo, debe continuamente invocar a Dios Espíritu Santo para que se vea fortalecido e impulsado a desempeñar su papel de constructor de un mundo mejor, porque como se nos dice en las Sagradas Escrituras: «porque Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de buen juicio», 1, 7. Hoy más que nunca estamos llamados los cristianos a dar ‘fruto para la vida del mundo’ es la única manera de hacer creíble el anuncio evangélico. No es retrayéndonos como construiremos el reino de Dios, ‘la sal’ tiene que disolverse, formar parte con el todo, de ahí, que se insista tanto de que hemos de convertirnos en una Iglesia en salida, que toque las periferias humanas, aquellas fronteras donde el mal parece dominar. El mundo debe conocer a los cristianos discípulos de Jesús por sus obras no sólo de palabras sino también por medios de las acciones concretas de amor, por eso hemos escuchado en el Evangelio que Jesús nos dice: «Así que por sus frutos los conocerán», Mateo 7, 20.

Te doy gracias, Señor, hoy te he escuchado hablar y no quiero dejar pasar la oportunidad de anunciar la alegría del evangelio a un mundo que vive sumergido en la tristeza por tantas cosas negativas que experimenta en el cotidiano vivir. Dame la gracia para hacerlo con creatividad, con amor, con verdadero carisma e entusiasmo, para que contagie la vitalidad de tus palabras e infunda en tu pueblos nuevas y grandiosas esperanzas. Amén.

martes, 21 de junio de 2016

“Esto dice el Señor, Dios de Israel: He escuchado tu oración’’
2Reyes 19, 20.
2Reyes 19, 9-11. 14-21. 31-35. 36; Salmo 47/48, 2-4. 10-11; Mateo 7, 6. 12-14.
‘He escuchado tu oración’ es la respuesta que Dios da al rey de Judá, Ezequías, por el ministerio profético de Isaías. Esta respuesta resulta reconfortante para quien se encuentra en situaciones verdaderamente difíciles. Y revela no sólo la gran misericordia de Dios, su cercanía y su interés por los hombres. Dios se interesa por los hombres porque los ama.
'He escuchado tu oración'
Pero al mismo tiempo la respuesta que Dios da pone de manifiesto el reconocimiento de las propias debilidades, fragilidades y miserias de quien ora. El que ora es el rey Ezequías, un hombre de corazón humilde, se trata de un hombre justo, de él se dice que: «agradó con su conducta al Señor como su antepasado David. Puso su confianza en el Señor Dios de Israel y no hubo en Judá rey como él, ni entre sus sucesores ni entre sus antecesores. Vivió unido al Señor, sin apartarse de él, y cumplió los mandamientos que el Señor había ordenado a Moisés. El Señor estuvo con él, y por eso triunfó en todo lo que emprendió», 2Reyes 19, 3. 5-7. Por eso, podemos decir que la oración del justo penetra los cielos. Aquí está una catequesis hermosa, ¿incluyo a Dios en todas las metas que me propongo? ¿mi vida gira entorno a Dios? ¿busco afanosamente a Dios sólo cuando estoy en aprieto? ¿es grande la confianza que tengo en Dios? ¿sé esperar pacientemente la respuesta de Dios y dejo que Él me salve a su manera y no bajo mis condiciones y criterios?
Cuando Ezequías rey de Judá ora delante de Dios reconoce la grandeza y la omnipotencia de Dios, y sabe situarse, se percibe a sí mismo como creatura de Dios: «Señor, Dios de Israel, que estás sobre querubines, tú eres el único Dios de todas las naciones del mundo, tú has hecho los cielos y la tierra», v. 15. Reconoce que Dios está cerca y la manera como habla denota la confianza amigable y el conocimiento que tiene de Dios, aunque utilice para ello palabras antropomórficas pues le dice: «Acerca, Señor, tus oídos y escucha; abre, Señor, tus ojos y mira», v. 16. Este versículo nos refiere que Dios no es ajeno a los acontecimientos humanos, pero tampoco es el Dios que está mirando para castigar a los que se portan mal. Dios se hace cercano porque desea tener con el hombre una amistad franca, duradera, de completa fidelidad. Dios se acerca al hombre para bendecirlo, para cuidarlo pues sigue siendo el hombre su criatura perfecta.
En la oración, Ezequías expone su causa y pone a Dios como quien puede hacerle justicia, haciéndonos en tender que Dios es la roca perfecta, el salvo conducto que nunca falla, la esperanza cierta en los días aciagos: «Oye las palabras con que Senaquerib te ha insultado a ti, Dios vivo. Es cierto, Señor, que los reyes de Asiria han exterminado a todas las naciones», vv. 16-17. El rey de Asiria se burlaba de Ezequías, borracho de soberbia se jactaba de su poderío militar, seguro de sí mismo no midió sus palabras y atentó contra el Altísimo diciendo: «que no te engañe tu Dios, en el que confías, pensando que no será entregada Jerusalén en manos del rey de Asiria», v. 10.
De ante mano, sabemos que en la guerra todo se vale y que las estrategias para vencer al enemigo asumen diversas formas y a veces no muy dignas de honor, no interesa tanto el medio si el fin es vencer. La intimidación forma parte de la guerra y eso, parece ser lo que el rey Asirio realiza. Lo contrastante es que esa estrategia le ha funcionado con los otros pueblos y sus ídolos, pero con el pueblo de Judá y el Dios verdadero no. Topa con la Roca eterna y se estrella. Su arrogancia se pulveriza y su humillación es grande. Dios ‘pone’ el rostro por su pueblo pues el ‘levanta del polvo a los desvalidos y desprecia la actitud soberbia’.

Gracias Señor porque siempre escuchas y respondes a quien te invoca. Concédeme ser siempre fiel, un corazón humilde y que continuamente te busque. Que pueda hacer de Ti el eje fundamental de mi vida y de todos mis proyectos.

lunes, 20 de junio de 2016

“Pero ellos no escucharon y endurecieron su corazón como lo habían hecho sus padres, que no quisieron obedecer al Señor, su Dios”
2Reyes 17, 14.
2Reyes 17, 5-8. 13-15. 18; Salmo 59/60, 3-5. 12-14; Mateo 7, 1-5.
La caída del reino de norte (Samaría) es narrada por el escritor sagrado desde un punto de vista religioso vinculadas incluso a consecuencias de tipo económicos, políticos y sociales. El reino de Israel desaparece y la causa es haber pecado, no haberse arrepentido y volver la espalda al Dios verdadero, el que los había rescatado de la esclavitud en Egipto, por ir detrás de otros dioses y realizar prácticas abominables: «se hicieron dos becerros fundidos y una imagen sagrada, adoraron a todos los astros del cielo y dieron culto a Baal. Pasaron a sus hijos y a sus hijas por el fuego, practicaron la adivinación y la hechicería, y se entregaron a todo lo que el Señor desaprueba, hasta colmar su indignación», 2Reyes 17, 16-17. Cumpliéndose así lo que el Salmista indica al exclamar: «Tú, Señor, nos has rechazado y no acompañas ya a nuestras tropas», 59/60, 12.
Bendice hoy y siempre
La catequesis es clara, el pecado es esclavitud y no sólo en el ámbito espiritual sino también en la dimensión material pues el narrador sagrado es muy claro al decir: «el Señor rechazó a toda la raza de Israel y la humilló entregándola en manos de saqueadores, hasta arrojarla de su presencia», 2Reyes 17, 20. Hay que recordar que el esclavo no posee nada como suyo, lo que indica pobreza, miseria, fatigas inútiles, enfermedades, amargura en el corazón al percatarse que se consume la vida sin dejar nada a su posteridad antes bien se le condena a la mista situación de esclavitud. No hay bendiciones, no hay crecimiento, no hay desarrollo, no hay paz.
El pecado distorsiona la imagen de Dios en el hombre; el hombre debería ser señor y dominador, pero por la ‘ley del más fuerte’ es sometido a situaciones injustas que le hacen experimentar una vida ‘de animal de carga’, ya no es el hombre compañero y ayuda adecuada para los otros hombres, son más bien por el pecado ‘animales racionales’ que se pueden explotar y hacer morir para que otros injustamente se enriquezcan.
El pecado hace desaparecer al pueblo porque hace perder la propia identidad, eso es lo que el Escritor sagrado da entender cuando dice que Salmanasar: «rey de Asiria conquistó Samaría y se llevó cautivos a los israelitas estableciéndolos en Jalaj, junto al jabor, río de Gozán, y en las ciudades de Media», v. 6. El pueblo israelita asumirá una nueva cultura, estará sujeto a gobernantes que no conocen a Yahvé, aprenderá una nueva lengua. Y la propia cultura se expone a la contaminación y mutación. Esta conquista cultural es la que más hondamente pega, porque trastoca los principios, valores, costumbres e historia particular del pueblo.
El pecado se propaga y contagia. Hay un versículo que es sorprendente y que nos enseña una vez más ‘que nadie experimenta en cabeza ajena’. El versículo es el siguiente: «Sólo quedó la tribu de Judá, aunque tampoco Judá cumplió los mandamientos del Señor su Dios, sino que imitó las costumbres de Israel. Por eso, el Señor rechazó a toda la raza de Israel», vv. 18-20. Considero que ésta es la exhortación que hoy la palabra de Dios nos dirige a cada uno. Es una invitación a reflexionar ¿el por qué las bendiciones que Dios derrama sobre sus hijos no se hacen realidad en algunos? Pues está escrito: «porque sólo yo sé los planes que tengo para ustedes, oráculo del Señor; planes de prosperidad y no de desgracias, pues les daré un porvenir lleno de esperanza», Jeremías 29, 11.
Hay necesidad de volverse al Señor con todo el corazón. La conversión del corazón trae bendiciones y enriquecimientos espirituales y materiales para la persona que aprende a confiar rotundamente en el Señor.
Señor, te doy gracias, hoy reconozco la imperiosa necesidad de volver a ti con un corazón bien dispuesto, con una voluntad firme de poner en práctica tus enseñanzas y mantenerme en el camino de la verdad, de la justicia y del amor con gran entereza y mucho mayor fidelidad.