domingo, 31 de enero de 2016

“Y diles lo que yo te mando”
Jeremías 1, 17.
Jeremías 1, 4-5. 17-19; Salmo 70/71, 1-6. 17; 1Corintios 12, 31-13, 13; Lucas 4, 21-30.
El profeta es una persona humana elegida por Dios, es un hombre de fe, y en su elección se muestra ya cómo Dios ama a su pueblo. Puesto que el profeta no tiene otro interés más que comunicar al pueblo las palabras del Señor. Está escrito: «Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mis senderos», Salmo 118/119, 105.
Si la sola palabra del Señor es lámpara que guía los pasos del hombre por el sendero justo, el cometido del profeta será entonces a partir de la palabra Dios, señalar el camino recto a quien se ha desviado. El profeta se convierte así en la voz de la conciencia del pueblo, por eso le hemos escuchado decir al Señor al profeta Jeremías en la primera lectura: «Cíñete y prepárate; ponte en pie y diles lo que yo te mande…así se trate de los reyes de Judá, como de sus jefes, de sus sacerdotes o de la gente del campo», Jeremías 1, 5. 18.
Lo cierto es, que el profeta no podrá ser jamás la conciencia del pueblo si primero él no se ciñe. La palabra ceñir significa rodear, ajustar o apretar la cintura, el cuerpo, el vestido u otra cosa. Si Dios le pide al profeta que se ciña le está indicando que primero él debe ajustarse a su palabra, hacer vida su palabra, actuar conforme a su palabra, todo lo que diga o haga debe estar en los límites que la palabra de Dios indica.
Le dice también «prepárate» y ésta palabra no sólo indica que el profeta en el presente debe aprender, formarse o instruirse, sino que dicha preparación tiene como finalidad el futuro. Así que podemos entender que la palabra del Señor se convertirá para el profeta en los criterios de su vida pastoral, en luces para discernir la realidad. Las palabras del Señor son un baluarte para el profeta, es decir, la palabra del Señor es el amparo y defensa del profeta, por eso le escuchamos decir al Señor: «Mira: hoy te hago ciudad fortificada, columna de hierro y muralla de bronce, frente a toda esta tierra…Te harán la guerra, pero no podrán contigo, porque yo estoy a tu lado para salvarte», v. 18. 19.
«Ponte en pie», el profeta no puede estar agachado, agazapado en una vida de confort, la palabra de Dios debe ser su motivación más profunda, esta palabra le hace ser resuelto, es decir, decidido, valiente y audaz. Estar en pie, es estar en camino, es ser consciente que su vida es una vida moral auténticamente irreprochable.
La palabra del Señor ha ceñido, preparado y puesto de pie al profeta para que sea el custodio del auténtico culto del Señor, se convierte así en la “atalaya” que grita y hace salir de sí mismo a quien se ha encerrado en su egoísmo y se ha olvidado en practicar la justicia y el amor por eso se le puede muy bien aplicar lo que el Salmista canta: «Yo proclamaré siempre tu justicia y a todas horas, tu misericordia», Salmo 70/71, 17.
Así que la primera tarea del profeta es la de anunciar la salvación, despertar la conciencia que se ha que dado adormecido por el pecado, iluminando el comportamiento de los hombres e indicándoles el sendero justo, de ahí que Jesús el auténtico profeta nos diga: «hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír». ¿Cuál pasaje? Aquel que dice: «El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor», Lucas 4, 18-19. 21.
La palabra del Señor se cumple plenamente en Jesús de Nazaret porque le vemos enseñar en las sinagogas, expulsar demonios, sanando a los enfermos, dando esperanza y acompañando al pueblo que caminaba extraviado sin que hubiera alguno que se ocupara desinteresadamente de él. Las acciones que Jesús realiza en Galilea le acreditan como el profeta que señala la justicia, el derecho y sobre todo la gran misericordia de Dios. Así que su persona hace visible lo que antiguamente el mismo Señor había dicho por boca del profeta Oseas: «porque quiero amor, no sacrificios; conocimiento de Dios, no holocaustos», 6, 6. El señor Jesús le hace ver a su pueblo de Nazaret que el verdadero culto a Dios está en aceptarlo a él como Mesías y en amar al pueblo como Dios pide.
El profeta no condena, pero su palabra es fuego que quema y por eso se vuelve un signo de contradicción, no obra Jesús ningún milagro allí con sus paisanos porque estos no creen en él y no se han abierto al mensaje de Salvación que trae de parte de Dios.
Pero en todas y en cada una de sus actitudes el profeta manifiesta la ternura de Dios, el amor de Dios, por eso hemos escuchado decir a san Pablo: «aunque yo tuviera el don de profecía y penetrara todos los misterios…si no tengo amor, nada soy», 1Corintios 13, 2. No se trata pues de echar en cara los pecados, de decir las cosas a “quema ropa”, sino de persuadir, de conquistar, de ganarse al hermano, decir la verdad sí, “sin manitas ni patitas” pero con mucho tacto, con mucho respeto, con amor pues, ya que el Sabio nos dice: «Panal de miel son las palabras amables, dulzura en la garganta, salud de los huesos…las palabras amables convencen mejor», Proverbios 16, 24. 21.
Vivamos el profetismo con arrojo y con amor sin que olvidemos vivir y conformar toda nuestra vida según la palabra del Señor para que nuestro anuncio evangélico sea cosa creíble. No importa si no nos hacen caso o quieran despeñarnos de sus vidas, cumplamos la misión de ser anunciadores alegres del evangelio.

sábado, 30 de enero de 2016

“Ese hombre eres tú”
2Samuel 12, 7.
2Samuel 12, 1-7. 10-17; Salmo 50/51, 12-17; Marcos 4, 35-41.
Uno puede preguntarse y de qué le sirvió a Urías ser fiel si al final no le fue reconocido su honorabilidad. Hay quien podría afirmar que Betsabé le fue infiel a Urías porque ella estaba sola, y pregunto: ¿y eso es una justificación para la infidelidad? Esta historia no termina felizmente, pero los versículos que siguen, se nos enseñará que Dios es el justo juez y hará que se levante la voz profética y le haga comprender al rey el daño que hizo, por eso el capítulo once del segundo libro de Samuel concluye: «pero el Señor reprobó lo que había hecho David».
El rey había pensado que la injusticia que había cometido quedaría prontamente en el olvido, su soberbia le había hecho creer que ninguno en su reino le llamaría a él a juicio por la muerte de un inocente. El poder corrompió a David y le hizo perder la cordura y olvidarse de cómo había llegado a ser rey. Dios lo había sacado de los rebaños de Jesé, lo ungió como rey de Israel y le colocó en sus brazos a la hija de Saúl y las mujeres de su harem y, sin embargo, su corazón se llenó de avaricia, Cfr. 2Samuel 12, 7-8. Por eso, el Señor le preguntará por boca del profeta Natán: «Por qué te has burlado del Señor haciendo lo que él reprueba? Has asesinado a Urías, el hitita, para casarte con su mujer matándolo a él con la espada amonita», v. 9.
Dios llama a juicio al rey David, pero su justicia es acción salvadora. Dios no es indiferente ni se encuentra lejano de la historia de los hombres. Dios como explica el libro del Éxodo nos continúa diciendo: «He visto la opresión de mi pueblo…he visto sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Y he bajado a librarlos», 3, 7-8. La salvación que Dios ofrece no excluye al que hace el mal, el viene por los justos, pero también por quienes andan extraviados en los caminos de la injusticia. Por eso suscita en medio de su pueblo al profeta, el cual tiene la misión de anunciar la salvación del Señor y de motivar a que el hombre tome conciencia de sus actos, confiese sus pecados, se arrepienta de su mala vida y dé verdaderas muestras de un auténtico arrepentimiento: «David le dijo a Natán: “He pecado contra el Señor”», v. 13.
En eso ha consistido la tarea de Natán, la historia que le expone al rey, es como un espejo donde el propio rey puede entender por sí mismo sin que se le acuse directamente o se le eche en cara sus pecados, la atrocidad de sus propias acciones. La misión del profeta es clara: la corrección fraterna tiene como propósito excelente la salvación del hermano de tal manera que pueda permanecer en la comunidad y desempeñe su función adecuadamente para que todo sea de provecho común. Dios no acusa, sino que despierta la conciencia adormecida por el pecado. Dios no rechaza al pecador, sino que restaura su imagen en el hombre perdonándole y haciéndole pasar por el crisol de la purificación.
Ya el Señor le había anunciado a David hablándole de su descendencia que le construiría un templo «Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo. Si hace el mal, yo lo castigaré con vara fuerte y con azotes, pero no le retiraré mi favor», 2Samuel 7, 14-15. Pero David es también hijo de Dios, por eso como Padre amoroso le dice el Señor por medio de Natán: «El señor perdona tu pecado. No morirás. Pero por haber despreciado al Señor con lo que has hecho, el hijo que te ha nacido morirá», v. 13-14. La muerte de un inocente, como Urías ahora un bebé, y es difícil de entender. Pero el libro de la Sabiduría nos ayuda a entender mejor esto: «Fue agradable para Dios, y Dios lo amó. Entre pecadores vivía, y Dios se lo llevó. Se lo llevó para que la maldad no pervirtiera su conciencia, para que la perfidia no sedujera su alma. Su alma fue agradable a Dios y se apresuró a salir de la maldad. La gente lo ve y no lo comprende ni se da cuenta de que el Señor ama a sus elegidos y se apiada de aquellos que le son fieles», 4, 10-11. 14-15.
David sufrirá la muerte de su hijo, y cada día recordará que no lo disfrutó por el asesinato que cometió. Ese será su dolor y lo acompañará a lo largo de toda su vida. Lo había rechazado queriéndole hacer a Urías de “chivo los tamales” pero ahora Dios le niega el derecho de ser padre de una criatura inocente. Lo hizo en secreto pero sufrirá la deshonra porque un hijo suyo se acostará con sus mujeres a medio día y lo perseguirá a muerte, así se cumplirá aquello que también se le dijo: «Yo haré que de tu propia casa surja tu desgracia, te arrebataré a tus mujeres ante tus ojos y se las daré a otro, que dormirá con ellas en pleno día. Tú lo hiciste a escondidas; pero yo cumpliré esto que te digo, ante todo Israel y a la luz del Sol», v. 11-12. La enseña es clara: la justicia divina es real.
Dios perdona y cuando lo hace redime, es decir, salva por eso está escrito: «pagará a cada uno según sus obras», Romanos 2, 6. David enderezó su vida e hizo lo que Dios le agrada el resto de sus días. A eso estamos invitados a cambiar de vida.


“La mujer quedó embarazada y le mandó decir a David: Estoy encinta”
2Samuel 11, 5.
2Samuel 11, 1-4. 5-10. 13-17; Salmo 50/51, 3-7. 10-11; Marcos 4, 26-34.
Todavía no ha nacido el hijo que concibió en su adulterio Betsabé con el rey de David, y ya se volvió un ser incómodo. El Hijo todavía no sabe hablar y desde el vientre materno grita justicia por la honra del fiel Urías, el hitita. El hijo no es de Urías sino de David y sin embargo el hijo defiende al inocente porque manifestará con su nacimiento el engaño y la deshonestidad y la falta de lealtad del que ostenta el poder y la nula fidelidad de la esposa. Se cumple la palabra de Jesús nuestro Señor: «porque si algo está escondido, es para que se descubra; y si algo se ha ocultado, es para que salga a la luz», Marcos 4, 22.
El hijo pone en evidencia cuan necesaria es saber asumir adecuadamente no sólo la responsabilidad de las consecuencias de los propios actos sino de también ser capaz de discernir si conviene realizarlos: «David mandó unos criados a buscarla. Se la trajeron a su casa y durmió con ella. La mujer quedó embarazada y le mandó decir a David: “Estoy en cinta”», 2Samuel 11, 4-5. ¿Qué hace David? No se comporta como hombre libre y totalmente responsable. Su instinto sexual lo metió en aprieto. Y por puro instinto de conservación reaccionará no como hombre prudente o sabio, no como hombre arrepentido sino como animal salvaje que se siente amenazado y cubre sus “heces” para no dejar rastro y pueda ser cazado.
Es curioso saber que David enfrentó muy valerosamente a Goliat y hoy le veamos perder el color ante los latidos de un bebito que lleva en el vientre la mujer de Urías. David no tenía miedo a la muerte cuando enfrentaba a los filisteos, y cunde de pánico porque se hará comidilla del reino. Su imagen de héroe se diluirá por no saber reconocer, respetar, promover la dignidad de la persona, especialmente de un soldado que entregaba la vida por un pueblo que no era el suyo: «Haz que venga Urías, el hitita», v. 6.
David querrá hacer a Urías de “chivo los tamales”, pero jamás imaginó que el soldado tendría un alto sentido del deber, de fidelidad, de prudencia y sobre todo de conmiseración pues ante la invitación del rey: «Ve a descansar a tu casa, en compañía de tu esposa», v. 8. Urías responderá por qué rechazó tal invitación: «El arca, Israel y Judá viven en tiendas de campaña; Joab, mi jefe, y sus oficiales acampan a la intemperie; ¿y yo voy a ir a mi casa a banquetear y acostarme con mi mujer? ¡Por la vida del Señor y por tu propia vida, no haré tal cosa!», v. 11. El rey tiembla y se desespera, pero es al mismo tiempo un león que no tan fácilmente dejará ir a su presa.
David manifiesta su perversidad y trata de corromper al inocente. Esto es escandaloso. El texto nos dice: «lo hizo beber hasta embriagarse», v. 13. Pero Urías no cayó en la trampa y no bajó tampoco esa noche a casa a dormir con su mujer. Y cuando el corrupto se encuentra con el honesto y no encuentra la forma de comprarlo se convierte en una “piedra en el zapato” que su sola presencia es ya desafiante por eso decide aniquilarlo: «Pon a Urías en el sitio más peligroso de la batalla y déjalo solo para que lo maten», v. 15.
Uno puede preguntarse y de qué le sirvió a Urías ser fiel si al final no le fue reconocido su honorabilidad. Hay quien podría afirmar que Betsabé le fue infiel a Urías porque ella estaba sola, y pregunto: ¿y eso es una justificación para la infidelidad? Esta historia no termina felizmente, pero los versículos que siguen, se nos enseñará que Dios es el justo juez y hará que se levante la voz profética y le haga comprender al rey el daño que hizo.

viernes, 29 de enero de 2016

“¿No es para ponerla en el candelero?”
Marcos 4, 21.
2Samuel 7, 18-19. 24-29; Salmo 131/132, 1-5. 11-14; Marcos 4, 21-25.
Iluminar la vida de los otros no es cosa sencilla, colocar los propios talentos para el servicio comunitario tampoco lo es. Hay quien puede mal interpretar la actitud, se puede incluso sentir incómodo o hasta ofendido. Y quedará la duda si ha valido la pena haber colocado la lámpara en el candelero. Lo cierto es que se nos invita a actuar siempre correctamente, eso es como andar en plena luz. En cambio, esconderse para que los otros no vean lo que se hace es absurdo pues nada hay que no salga a la luz, como explica el apóstol Juan en su evangelio: «todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios», 3, 20-21.
En las relaciones interpersonales la rectitud de intensión es muy apreciada, la persona siempre descubrirá si es valorada como tal o si se quiere hacer uso de su situación para intereses un tanto egoístas o mezquinos. Por eso, Jesús nos advierte: «La misma medida que utilicen para tratar a los demás, esa misma se usará para tratarlos a ustedes y con creces», Marcos 4, 24. Esta regla de oro en las relaciones interpersonales sigue vigente.
El cristiano es luz, por eso Jesús dice: «Ustedes son la luz del mundo», Mateo 5, 14 y su función es iluminar. El cristiano no debe tener miedo de iluminar y de calentar con su esplendor el mundo de sus relaciones. El cristiano está llamado a ser una persona auténtica, sana y equilibrada, es decir, sus actos deben ser expresión de la virtud de la prudencia. Debe tener tacto para que pueda cumplir su misión y no sea rechazado por falta de congruencia a la hora de poner en práctica los valores del evangelio de Jesucristo.
Este pasaje que estamos meditando viene propuesto inmediatamente después de que el Sembrador salió a sembrar, así que el cristiano encierra en su corazón la semilla que el propio Espíritu de Jesús ha depositado en él, lleva en su persona la palabra de vida del evangelio, y la tiene que hacer germinar ahí donde se desenvuelve cotidianamente, y es en su mundo relacional donde los otros deberán comer de sus frutos, para que la predicación del evangelio sea algo creíble por su verificación.
El cristiano no puede vivir oculto, su amor a Cristo debe ser una profesión pública, por eso se le exige que ponga continuamente su lámpara en el candelero y san Pablo nos recuerda que «el Espíritu que Dios nos ha dado no es un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, amor y templanza», 2Timoteo 1, 7. El cristiano que no predica el evangelio de Jesucristo por temor a ser rechazado está invitado a descubrir la causa de su cobardía, por eso, enseguida el apóstol agrega: «No te avergüences de dar testimonio de Dios», v. 8. La peor excusa que puede un cristiano exponer para justificarse de no predicar el nombre de Dios es la falsedad de su vida, una doble vida moral. Aunque puede existir quien se anime hacerlo para vergüenza suya y del nombre de Cristo. El creyente está llamado a vivir honestamente su fe y para ello es necesario que él conserve fielmente las enseñanzas del evangelio, Cfr. v. 13.
El cristiano debe seguir el ejemplo de su maestro Jesús de Nazaret, deberá asumir las actitudes de Jesús como propias y habrá de vivir también conforme a sus enseñanzas pues ha dicho de sí mismo el Señor: «Yo soy la luz del mundo, quien me siga no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida», Juan 8, 12.

jueves, 28 de enero de 2016

“Escuchen. Salió el sembrador a sembrar”
Marcos 4, 4.
2Samuel 7, 4-17; Salmo 88/89, 4-5. 27-30; Marcos 4, 1-20.
«Escuchen» nos dice Jesús, él reclama nuestra atención por eso agrega: «el que tenga oídos para oír que oiga», Marcos 4, 4. 9. El señor quiere disponible la mente del hombre para poder llegar a su conciencia. En una mente ocupada por tantos pensamientos no hay sitio, se requiere una depuración, un vaciarse para volverse a llenar. Y asombra el saber que a la mente del hombre llegan muchas propuestas, pero sólo algunas encuentran sitio en la memoria. Otras, por más que se las repitan no encuentran hospitalidad y se aplica aquello que dice Jesús: «por más que oigan, no entenderán», v. 12. Si Jesús pide que lo escuchen y que para ello se tenga listo el sentido del oído es porque el conocimiento se inicia en los sentidos. Y quien tiene los sentidos dormidos no aprende y está muerto.
«Salió el sembrador a sembrar», v. 4. Quien siembra lo hace con fe y con mucha esperanza. Aunque también habrá alguno que lo haga por obligación, con enfado, cansado y porque no le queda de otra. Lo cierto es que quien siembra trasforma la realidad sin que inmediatamente caiga en la cuenta de ello. El que siembra multiplica y lo hace para tener más. Sembrar es trabajar y trabajar es producir y dominar la creación. El que siembra no pasa desapercibido la cosecha habla de su esfuerzo y dedicación. El que siembra tiene y el que no aun lo que tiene puede perderlo, pues está escrito: «al que tiene, se le dará; pero al que tiene poco, aun ese poco se le quitará», v. 25.
El sembrador siembra la semilla y espera recoger más semillas del mismo género. Si el sembrador siembra maíz cosechará maíz no puede esperar otro fruto diverso. Jesús dice «salió el sembrador a sembrar», v. 4 el sembrador es Él y la semilla es su palabra divina: «El que siembra, siembra la palabra», v. 14. La palabra como la semilla encierra en sí misma un dinamismo que cuando encuentra tierra fértil es capaz de generar vida y transformar el ambiente. La palabra posee una potencialidad inimaginable por eso san Pablo exhorta a tener cuidado pues cada uno debe fijarse «como construye» o edifica la casa de Dios, es decir, como está formando y educando a los hijos de Dios, Cfr. 1Corintios 3, 10 o como dice en otra parte: «No salga de sus bocas ninguna palabra ofensiva, sino solo palabras buenas que ayuden a crecer a quien lo necesita y agraden a quien las escucha», Efesios 4, 29.
Se nos dice «salió el sembrador a sembrar» para que tengamos siempre en cuenta que Dios desea depositar su semilla, su palabra en tu mente para purificarla, en tus sentimientos para clarificarlos, en las intenciones de tu corazón para enderezarlas. Dios en definitiva desea que el hombre produzca no maleza, no espinos, no abrojos, sino frutos de calidad pues es tierra buena y no debe ser desaprovechado, Cfr. Génesis 1, 31.
El hombre es tierra buena y siempre produce frutos, pero la cuestión es ¿qué tipos de frutos? San Pablo nos dice: «procuren hacer el bien delante de todos los hombres», Romanos 12, 17. Y Jesús nos recuerda: «de modo que cuando ellos vean sus buenas obras, glorifiquen al Padre de ustedes que está en el cielo», Mateo 5, 16. Lo que se pide entonces es que el hombre sea un obrero del reino de Dios intachable, que merezca elogio y no desaprobación, Cfr. 2Timoteo 2, 15.
Dios no se cansa de sembrar y depositar su palabra, pues dice «salió el sembrador a sembrar» y eso es en verdad cuestionante: ¿qué uso hago de la palabra de Dios? ¿permito que ilumine mi vida y la llene de significado? O más bien ¿soy oyente olvidadizo?

domingo, 24 de enero de 2016

“Somos la burla de nuestros vecinos, el hazmerreír de cuantos nos rodean”
Salmo 79/80, 7.
2Samuel 1, 1-4. 11-12. 17. 19. 23-27; Salmo 79/80, 2-3. 5-7; Marcos 3, 20-21.
Los momentos más dramáticos que el hombre en un determinado período de su existencia padece pueden ser una gran oportunidad para crecer y para recapitular la propia historia personal. Son precisamente en esos momentos donde casi por lo regular se reconoce al menos en conciencia cuan débiles y frágiles son los seres humanos. Es allí, donde se desquebrajan la soberbia y el orgullo, y se vislumbra un poco de humildad y entonces comprendemos que, si incluso el mar tiene límites fijados por el Creador, ¿por qué el hombre no los ha de tener?: «y le dije: hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí acabarán la arrogancia de tus olas», Job 38, 11.
Lo cierto es, como afirma el sabio: «el hombre nacido de mujer, de vida breve, lleno de inquietudes; como flor se abre y se marchita, huye como la sombra sin parar», Job 14, 1-2. Hoy David llora la muerte del amigo Jonatán y del rey Saúl. Hoy el poderoso Saúl se reúne con sus antepasados, y el amigo fiel ya no está. ¿Pero qué hombre piensa en su muerte? ¿quién pierde el tiempo en ello pues, aunque el hombre no se acuerde ni quiera ir a reunirse con sus antepasados también le llegará su momento? Por eso afirma el libro del Eclesiástico: «¡Oh muerte! ¡qué amargo es tu recuerdo para el que vive tranquilo en medio de sus bienes, para el hombre contento que prospera en todo y tiene salud para gozar de los placeres!», 41, 1. Todo lo dejará nada se llevará. ¿Quién lo recordará y por qué motivo lo hará?
Pero para quien lo ha perdido todo y “muere” al perder sus bienes, que no le encuentra sabor a la vida y sufre de hastío y le da vergüenza verse derrotado y mendigar el pan: «¡Oh muerte! ¡qué dulce es tu sentencia para el hombre derrotado y sin fuerzas, para el hombre que tropieza y fracasa, que se queja y ha perdido la esperanza!», v. 2. Saúl se quitó la vida, en un abrir y cerrar de ojos lo perdió todo, el trono, el pueblo, sus hijos: «Entonces cayó sobre Saúl el peso del combate; los arqueros le dieron alcance y lo hirieron gravemente. Saúl dijo a su escudero: saca la espada y atraviésame, no vayan a llegar esos incircuncisos y abusen de mí. Pero el escudero no quiso, porque le entró pánico. Entonces Saúl tomó la espada y se dejó caer sobre ella», 1Samuel 31, 3-4. Es paradójico que el hombre sea capaz de dar el paso firme hacia su propia muerte que soportar en vida la humillación y el desprecio. No cabe duda que se requiere mucho más que valentía para afrontar el dramático momento de la muerte: ¡amor a la vida!
Porque se tiene amor a la vida y aunque se reconozca que se haya mal vivido, por eso se elevan las plegarias a quien puede salvar y prolongar la existencia: «Señor, Dios de los ejércitos, ¿hasta cuándo seguirás airado y sordo a las plegarias de tu pueblo?», Salmo 79/80, 5. No importa ya si la desgracia que se padece sea castigo, se acepta y se pide perdón con el anhelo de la restauración.
Hay una pregunta que David dice en la lamentación que entona por Saúl y por Jonatán que puede ayudarnos a comprender un poco el por qué hoy día el hombre muere tan violentamente: «¿Por qué cayeron los valientes y pereció la flor de los guerreros?», 2Samuel 1, 27. Por el pecado de ambición y la hegemonía del poder. Y entonces comprendo que los hombres se convierten en la burla de sus vecinos y en el hazmerreír de cuantos los rodean por la propia insensatez de realizar un proyecto de vida de espaldas de Dios, es decir colocaron su confianza en viento: «Si uno de ustedes pretende construir una torre, ¿no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No suceda que, habiendo echado los cimientos y no pudiendo completarla, todos los que miran se pongan a burlarse de él diciendo: éste empezó a construir y no puede concluir», Lucas 14, 28-30.
Si el hombre hoy no apuesta por la fraternidad no tendrá quien le llore el día de su muerte, no habrá quien se acuerde de él; si en vida no le preocupó tejer redes solidarias de afecto, de colaboración, de tolerancia, de comprensión y amor morirá solo y en angustia. Por qué vivir peleando cuando se puede vivir amando y morir sintiéndose perdonado y amado: «Por ti Jonatán, hermano mío, estoy lleno de pesar. Te quise con todo el alma y tu amistad fue para mí más estimable que el amor de las mujeres», 2Samuel 1, 26.
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para…proclamar el año de gracia del Señor”
Lucas 4, 19.
Nehemías 8, 2-4. 5-6. 8-10; Salmo 18/19, 8-10. 15; 1Corintios 12, 12-30; Lucas 1, 1-4; 4, 14-21.
Jesucristo, es decir, Jesús el Ungido del Señor inaugura el tiempo de la misericordia de Dios, el cual es un tiempo caracterizado por el anuncio de la alegría del Evangelio, y por las obras que brotan a partir de que la palabra del Señor encontró mesón en los corazones de los hombres: liberación, curación y misericordia, Cfr. Lucas 4, 18-19.
Y es precisamente eso lo que la Iglesia pretende vivir en este año santo: «llevar una palabra y un gesto de consolación a los pobres, anunciar la liberación a cuantos están prisioneros de las nuevas esclavitudes de la sociedad moderna, restituir la vista a quien no puede ver más porque se ha replegado sobre sí mismo, y volver a dar dignidad a cuantos han sido privados de ella. La predicación de Jesús se hace de nuevo visible en las respuestas de fe que el testimonio de los cristianos está llamado a ofrecer», Misericordiae Vultus 16.
Cada cristiano por la unción que recibió en el Bautismo, con y por el Espíritu Santo, es responsable de que la obra de su Señor continúe vigente en el tiempo que le ha tocado vivir. Y en esta noble misión tiene la oportunidad de imprimirle a las obras de misericordia que realiza en favor del prójimo su sello propio, es decir, a partir del carisma que ha recibido gratuitamente del Espíritu Santo tiene la tarea de enriquecer el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, del que también forma parte.
Pero el cristiano debe caer en la cuenta que solamente es posible poner en marcha la obra de Jesús si primero se deja interpelar por la palabra de Dios, pues los mandamientos del Señor «son luz…para alumbrar el camino», Salmo 18/19, 9. Es la palabra del Señor la que hace ver la realidad desde una nueva perspectiva, la que incluso impulsa al cambio de vida y al arrepentimiento y a la conversión, por eso hemos escuchado en la primera lectura que el escritor sagrado decía: «todos lloraban al escuchar las palabras de la ley», Nehemías 8, 9. Sólo dándose la oportunidad de confrontarse con la palabra del Señor y corrigiendo el sendero de la vida hacia lo que es recto, bueno y verdadero, el cristiano podrá experimentar que la palabra del Señor es «alegría para el corazón», Salmo 18/19, 9.
Así tendrá en su interior el deseo de salir de sí mismo e ir al encuentro del hermano que sufre. Esto es poderoso, porque cuestiona grandemente la manera como interactuamos o nos ponemos en contacto con la palabra del Señor. Si la palabra del Señor no motiva e impulsa la acción solidaria algo sucede en nosotros: “¿somos acaso oyentes olvidadizos?” “¿sufrimos de autismo y andamos en nuestro propio mundo?” “o quizás todavía no comprendemos que el auténtico amor a Dios pasa necesariamente por el amor al prójimo”.
El hecho de que cada cristiano forme parte del «cuerpo de Cristo» y se conciba como un «miembro» digno de él no sólo es motivo de alegría, sino que manifiesta al mismo tiempo, el alto sentido de responsabilidad que se posee al respecto, Cfr. 1Corintios 12, 27. Cada cristiano es corresponsable de su hermano, por eso subraya el apóstol: «cuando un miembro sufre, todos sufren con él; y cuando recibe honores, todos se alegran con él», v. 25. Es escandaloso y grave pecado que en una comunidad cristiana exista alguien que no tenga que comer o beber, vestirse o cubrirse o refugiarse del frío, enfermos que no los atiendan o estén solos y marginados o encarcelados que no tengan quien luche por su causa e inocencia. En las obras de misericordia, las catorce, la Iglesia tiene un programa pastoral que ofrecer e impulsar en las parroquias y en sus comunidades. Este es el itinerario de este año santo.

viernes, 22 de enero de 2016

“Dios me libre de levantar la mano contra el rey, porque es el ungido del Señor”
1Samuel 24, 7.
1 Samuel 24, 3-21; Salmo 56/57, 2-4. 6. 11; Marcos 3, 13-19.
Hay un salmo en las Sagradas Escrituras que expresamente dice: «No toquen a mis ungidos, no maltraten a mis profetas», Salmo 104/105, 15 y hay una enseñanza del apóstol Pablo en la carta a los Romanos que todo cristiano debe poner en práctica: «A nadie devuelvan mal por mal, procuren hacer el bien delante de todos los hombres», 12, 17. También el apóstol Pedro nos recuerda: «no devuelvan mal por mal ni injuria por injuria, al contrario bendigan, ya que ustedes mismos han sido llamados a heredar una bendición», 1Pedro 3, 9. Y el propio Jesús nos dice: «Amen a sus enemigos, traten bien a los que los odian…Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes», Lucas 6, 27. 31.
Y hoy le hemos escuchado a David decir a sus hombres: «Dios me libre de levantar la mano contra el rey, porque es el ungido del Señor», 1Samuel 24, 7. David teniendo la ocasión de asestar un golpe fulminante a su perseguidor decide perdonarle la vida, hasta este momento busca realizar la voluntad del Señor porque sabe que Dios pide respetar la vida de su ungido. Respetando la vida del rey, reconociéndole su autoridad, David hace entrar en razón a Saúl, y éste le dice: «Tú eres más justo que yo, porque sólo me haces el bien, mientras que yo busco tu mal», v. 18. David trató con magnanimidad a Saúl y Saúl se siente deudor. David reveló con esa actitud un noble temperamento, una grandeza de espíritu y sobre todo se comportó con gran generosidad. No realiza la ley del talión. David tiene un corazón según la voluntad de Dios pues está escrito: «He encontrado a David, hijo de Jesé, hombre según mi corazón; él cumplirá todos mis deseos», Hechos 13, 22.
Al respetar la vida de Saúl, David se presenta ante sus hombres como instrumento de reconciliación y de paz, como propiciador de la unidad. Con ello indica que no desea más el derramamiento de sangre y le da un puesto central a la fraternidad tan necesaria para la unificación de las tribus en un solo reino. David como estratega sabe que la venganza genera sólo odio y muerte por eso ante la propuesta que le hacen sus hombres: «Ha llegado el día que te anunció el Señor, cuando te hizo esta promesa: pondré a tu enemigo entre tus manos, para que hagas con él lo que mejor te parezca», 1Samuel 24, 5. David rechaza el camino de la violencia y elige el camino del diálogo y de los procesos de reconciliación y de paz.
En este año de la misericordia el cristiano está llamado también a imitar a David, a escuchar a los apóstoles Pedro y Pablo, al propio Señor Jesús y poner en práctica una obra espiritual de misericordia: soportar pacientemente los defectos del prójimo. Pero como hemos descubierto en la historia del perseguido David soportar las injusticias no quiere decir de ningún modo que nos quedemos con los brazos cruzados, y nos adecuemos a las situaciones insanas, de violencias y corrupciones. ¡No! Soportar pacientemente los defectos del prójimo significa trabajar o padecer con sentido, para que las situaciones puedan cambiar.
David fue perseguido y huye, y pone en práctica lo que años más tarde dirá Jesús: «cuando los persigan en una ciudad, escapen a otra», Mateo 10, 23. Huir para conservar la vida. Huir reconociendo con humildad las posibilidades de la victoria. La valentía resulta infructuosa cuando hay mucho que perder. A veces es necesario retroceder para ganar más impulsos. David huye, pero también, nos recuerda aquel consejo que el príncipe de los apóstoles nos dice en una de sus cartas: «Es mejor sufrir por hacer el bien, si así lo quiere Dios, que por hacer el mal», 1Pedro 3, 17. David huye porque existen hombres que le envidian y le quieren muerto, por eso le dice a Saúl: «¿por qué haces caso a la gente que dice: David trata de hacerte mal», 1Samuel 24, 10.
Hemos de luchar para que según nuestras posibilidades disminuyan en nuestras relaciones interpersonales las envidias, los falsos testimonios, las mentiras que corrompen y destruyen el tejido social. Hoy hay la necesidad de colaborar con entusiasmo para recuperar no sólo la confianza en nuestros tratos sino también la credibilidad, hay que poner en marcha los procesos de educación en la legalidad si en verdad queremos una sociedad de respeto y de armonía y de prosperidad.

“A partir de aquel día, el espíritu del Señor estuvo con David”
1Samuel 16, 13.
1Samuel 16, 1-13; Salmo 88/89, 20-22. 27-28; Marcos 2, 23-28.

Dios ha elegido a un nuevo rey para el pueblo de Israel y envío al profeta Samuel con el cuerno de aceite para que lo ungiese delante de todos sus hermanos, Cfr. 1Samuel 16, 13. Después de que se realizó la unción el escritor sagrado afirma: «A partir de aquel día, el espíritu del Señor estuvo con David», Ibíd.
Sólo después de la unción desciende el “Espíritu del Señor”, gracias a esto el rey se convierte en el ungido del Señor, en el representante de Dios en el pueblo, el será la cabeza visible no sólo de las tropas de Israel sino de todas y cada una de sus tribus, Cfr. 1Samuel 15, 17. Pero el rey no debe olvidarse que el Soberano de todo cuando tiene en sus manos es el Señor, y es a Él a quien le debe obediencia y le ha de rendir cuentas. El rey sólo es el administrador de los bienes del Señor, el pueblo incluso a quien gobierna no es suyo sino del Señor. La unción revela entonces la misión, la tarea a desempeñar, el papel que se ha de realizar en la comunidad. La unción reviste de una nueva condición a la persona, lo habilita y capacita para que la persona pueda fielmente realizar el encargo.
Saúl es el rey en turno y es también el ungido del Señor, pero ha sido rechazado como rey de Israel. El motivo: por haber apostatado del Señor y no cumplir sus órdenes, Cfr. v. 11 por eso escuchamos en la primera lectura que el Señor le dice a Samuel: «¿Hasta cuándo vas a estar triste por Saúl? Yo ya lo rechacé y él no reinará más sobre Israel», 1Samuel 16, 1. Esta decisión del Señor sobrecoge un poco y hasta incomprensible se hace sobre todo cuando vemos el motivo de la desobediencia de Saúl.
El Señor le había mandado a Saúl exterminar al pueblo Amalecita: «ahora ve y atácalo; entrega al exterminio todo lo que tiene, y a él no lo perdones; mata a hombres y mujeres, niños de pecho y chiquillos, toros, ovejas, camellos y burros», 1Samuel 15, 3. Dios pide cuentas a una nueva generación de amalecitas por un acto de sus antepasados: «Voy a pedir cuentas a Amalec de lo que hizo contra Israel, al cortarle el camino cuando éste subía de Egipto», v. 2. Esto parece injusto. Escandaloso es que muera todo un pueblo a causa de la cerrazón de algunos. Es un genocidio. Y como Saúl no obedeció es destituido como rey de Israel. Así Saúl “aparece” como hombre justo mientras que el Señor Dios como un ser vengativo.
 ¿Cuál es entonces la enseñanza que existe en el fondo de esta narración? El Señor lo dijo: Saúl «ha apostatado de mí y no cumple mis órdenes», v. 11 es decir, renunció a seguir al Señor y siguió sus propios ideales; sobre todo no quiso perder la popularidad ante el pueblo y prefirió congraciarse con sus tropas que dócilmente obedecer al Señor, Saúl dice a Samuel: «Sí, he pecado, pues pasé por alto la orden del Señor y tus instrucciones, porque tuve miedo de la gente y atendí su petición», v. 24. Esto sucede actualmente con algunos pastores, en especial en aquellos que apuestan más por las “formas” y los “favores que pueden conseguir de los hombres” que por el contenido o las palabras del evangelio del Señor. Se apacientan a sí mismo y se olvidan de realizar la voluntad del Señor. Se afanan por complacer a la mayoría y buscar su vanagloria que corregir al pueblo y señalarles el camino correcto. De esa manera, el ungido del Señor, pasa a ser marioneta de las inspiraciones de los hombres, pero no del Espíritu del Señor.
Rechazar a Saúl como rey no implica que se le rechace como hijo de Dios o que se le condene. El Señor corta de raíz lo que puede corromper al pueblo. La apostasía de Saúl se puede convertir en la apostasía del pueblo, lo que está en juego con la rebeldía de Saúl es la fe genuina del pueblo en el único Dios Salvador.
Por eso, el Señor unge a otro hombre, pero lo elige no por su apariencia sino porque le conoce, pues dice: «el Señor se fija en los corazones», 1Samuel 16, 7. Cuando el Señor eligió a Saúl también miró su corazón mucho más que sus cualidades, pero el corazón de Saúl lo trasmutó el poder. A David le sucederá casi lo mismo, pero cuando Dios le pide cuenta por boca del profeta Natán, acepta su pecado, cumple el castigo y corrige su vida. No así Saúl, sus promesas están vacías, porque no cumple sus juramentos, tiene el corazón torcido y sólo ostenta el poder y lo utiliza inadecuadamente.

jueves, 21 de enero de 2016

“Mirándolos con ira y con tristeza”
Marcos 3, 5.
1Samuel 17, 32-33. 37. 40-51; Salmo 143/144, 1-2. 9-10; Marcos 3, 1-6.
El rostro visible de Dios, Jesús de Nazaret, manifiesta indignación y tristeza ante la necedad del hombre religioso que pone por encima de la dignidad humana la ley. Jesús está indignado, es decir, se ha enfadado ante un acto injusto, ofensivo y perjudicial para el hombre como es su salud: «los fariseos estaban espiando a Jesús para ver si curaba en sábado y poder acusarlo», Marcos 3. 2. Querer la salud del hombre es quererlo bien, es procurar su bienestar y todo lo que se oponga a que el hombre goce de completa salud de alma y cuerpo ofende gravemente a Dios.
La actitud de indignación de Jesús debe ayudarnos a comprender que luchar para que se restablezca la justicia jamás se opondrá a la misericordia y al amor. Es necesario que se revuelvan las entrañas para dejar a un lado la indiferencia. No hay acto de misericordia sin sentimiento de indignación y de dolor por el sufrimiento del prójimo. Jesús se indigna, pero no trata con dureza ni desprecia y ni ofende a los fariseos. Jesús tiene dominio de sí, que es un fruto del Espíritu Santo, no se deja dominar por ese sentimiento de enojo o de ira, lo sabe canalizar o manejar.
Jesús mira a los fariseos con tristeza. Jesús está triste, tiene dolor en su corazón y es posible que hasta los ojos se le pusieron “vidriaos” a causa de la dureza y crueldad de los hombres de fe. No han entendido, no quieren “entender” señala el texto, que Jesús ha venido a manifestar el amor de Dios. Ellos no quieren hacer esa experiencia de misericordia, de ante mano ya han rechazado a Jesús, pues Marcos nos dice que ellos están en la sinagoga no porque quieran tener un encuentro con la palabra viva del Padre, no para dejarse iluminar por la palabra sino para espiar a Jesús y después acusarlo. Tienen cerrado su corazón porque consideran que Jesús ha venido sólo a corromper las costumbres del culto a Dios, su mentalidad cerrada les impide reconocer en la persona de Jesús al Mesías de Dios, por eso se resisten a la conversión y a la salvación que Dios ofrece en su Hijo Amado. ¿Qué padre o madre, hermano o hermano, amigo o amiga estaría triste si ve al ser amado perderse? Jesús se pone triste porque le duele que los fariseos, hijos también de Dios, se obstinan a tradiciones que esclavizan y no liberan al hombre.
Porque ciertamente, ¿qué puede hacer el hombre con una mano tullida? Con las manos realizamos muchas cosas. Si hay leyes que obstruyen el auténtico desarrollo de la persona humana, así como su creatividad esas leyes no sirven. Si hay leyes que no protegen la dignidad de la persona humana y la ponen en peligro de muerte esas leyes no son útiles y son totalmente dañinas. Si hay leyes que son tan permisivas que corrompen las sanas costumbres y hacen decaer la cultura esas leyes no deberían ni promulgarse ni existir o seguir vigentes. Las leyes deben estar al servicio del hombre. Y hemos de entender que cuando se sustenta, se apoyen y se promuevan leyes inicuas que esclavicen, atenten, o pongan en riesgo la vida del hombre se ofende gravemente a Dios.
Las preguntas que Jesús dirige a los fariseos son cuestionamientos que invitan no sólo al discernimiento sino también a una toma de conciencia, de partido, de compromiso, no se puede seguir a Dios a distancia, o se está con él o contra él. El hombre está llamado siempre a decidirse por el bien y por la vida: «¿qué es lo que está permitido hacer en sábado, el bien o el mal? ¿Se le puede salvar la vida a un hombre en sábado o hay que dejarlo morir?», v. 4.
El hombre religioso, de fe, debe escoger entre lo bueno siempre lo mejor. Nunca deberá ser para el cristiano el mal una opción. Incluso en el culto, el hombre ocupa un puesto importante, nunca debe sentirse marginado, está al centro, por eso, Jesús le dice al hombre de la mano tullida: «Levántate y ponte allí en medio», v. 3. Cuando oramos, el prójimo debe encontrar un espacio, ya sea en la oración personal o comunitaria, el prójimo debe ocupar un lugar prominente. El prójimo se convierte para los hombres de fe en el significado referencial tan necesario para que se haga creíble el culto a Dios. El hombre que ora sin tener en cuenta más que sus propias necesidades es un hombre egoísta. Y eso a Dios no le agrada.


“Luego lo condujo ante Saúl, y David continúo a su servicio, como antes”
1Samuel 19, 7.
1Samuel 18, 6-9; 19, 1-7; Salmo 55/56, 2-3. 9; 10-12; Marcos 3, 7-12.
Hay un pasaje en las Sagradas Escrituras que como golpe de rayo ha penetrado en mis pensamientos, y que esta noche quiero compartir con ustedes, se trata del versículo catorce del libro del Eclesiástico y dice: «El amigo fiel es refugio seguro; quien lo encuentra, encuentra un tesoro». Y lo he querido compartir porque creo que es saludable el tener amigos, el contar con alguien que te quiera bien, que se alegre contigo en los momentos bellos, de triunfo, de victoria y que sea capaz de permanecer a tu lado en los momentos aciagos y difíciles.
Meditando las actitudes de los personajes de la primera lectura me ha parecido más atrayente la actitud del príncipe Jonatán que la del rey Saúl. Aunque podemos aprender mucho de ambos. Rápidamente, podemos decir algunas breves palabras respecto a la actitud del rey Saúl, el texto señala que después de oír cantar a las mujeres por el triunfo de David sobre Goliat, al rey le cayeron como gancho al hígado las palabras del cántico de las mujeres «Mató Saúl a mil, pero David a diez mil», 1Samuel 18, 7. El rey no fue capaz de reconocer su pusilanimidad, se le “arrugó” como dirían los jóvenes hoy, pues en el momento más crucial del campo de batalla su ejército necesito ver a su rey con gallardía y sólo vio a un hombre atemorizado encerrado en su tienda. El ejército comprobó como un jovenzuelo inexperto para la milicia tuvo que dar la cara no sólo por el rey sino por todo el pueblo de Israel. El pueblo no es tonto ni ingenuo, sabe quién es su héroe, por eso lo canta y lo danza. Y Saúl, en lugar de tener un ánimo de gratuidad «se enojó muchísimo…miraba a David con rencor», v. 8 y como no pudo lidiar con la vergüenza «había decidido matar a David», 1Samuel 19, 1. Esto trae a mi memoria el pasaje del Génesis donde Yahvé le dice a Caín: «¿Por qué estás resentido y con la cabeza baja? Si obras bien, andarás con la cabeza levantada. Pero si obras mal, el pecado acecha a la puerta de tu casa para someterte, sin embargo, tú puedes dominarlo», 4, 6-7. Caín no dominó esos sentimientos negativos (resentimiento, envidia, odio, etc.) y terminó matando a su hermano Abel.
Dios se manifestó a Caín, no sólo como su creador, sino como un compañero de camino, como un amigo ya que le indicó y le señaló que no debería dejarse manipular por esos sentimientos que le sumergían en tristeza y que le amargaban el espíritu. Pero desgraciadamente Caín rechazó el consejo de Dios.
Vemos, al príncipe Jonatán, que se presenta como un excelente hijo, que le ayuda a leer a su padre el rey la situación desde una perspectiva positiva. No desea que sus manos se manchen de sangre inocente. Es Jonatán admirable consejero, posee el don de consejo, es un hombre prudente y sabio. Jonatán sabe que su padre caería en descredito ante el pueblo si asesina a su héroe.
Jonatán es un hombre libre, no tiene miedo en manifestar sus buenos y correctos sentimientos, el texto lo señala, tenía admiración por David: «Jonatán quería mucho a David», 1Samuel 19, 1. Reconoce lo que David ha hecho por el reino de su padre y por el pueblo, ya que le dice a su padre: «No hagas daño, señor mío, a tu siervo David, pues él no te ha hecho ningún mal, sino grandes servicios. Arriesgo su vida para matar al filisteo, con lo cual el Señor dio una gran victoria a todo Israel. Tú mismo lo viste y te alegraste», v. 4-5.
 ¡Ojalá todos pudiésemos tener a una persona, amigo o amiga, que diera la cara para defendernos de las injusticias de los poderosos! ¡Ojalá tuviéramos a un hijo o hija, amigo o amiga que, con el don de la persuasión, con las palabras correctas y con mucha paciencia pudieran ayudarnos a recobrar un poco la cordura y desistir de las necedades y de la insensatez!
Pero también, pudiéramos como Saúl, saber escuchar atentamente las palabras de los hijos, de los amigos, de los padres, de las personas que nos quieren bien: «Al oír esto, se aplacó Saúl y dijo: “Juro por Dios que David no morirá”», v. 6.
¡Bendito sea Dios si tenemos amigos que propicien el perdón, la reconciliación y la paz, que apuesten por la fraternidad y la amistad: «Jonatán llamó a David y le contó lo sucedido. Luego lo condujo ante Saúl, y David continuó a su servicio, como antes», v. 7.

lunes, 18 de enero de 2016

“¿Por qué citas mis preceptos y hablas a toda hora de mi pacto, tú que detestas la obediencia y echas en saco roto mis mandatos?”                                                                                 
Salmo 49/50, 16-17.
1Samuel 15, 16-23; Salmo 49/50, 8-9. 16-17. 21. 23; Marcos 2, 18-22.

«¿Por qué citas mis preceptos y hablas a toda hora de mi pacto, tú que detestas la obediencia y echas en saco roto mis mandatos?», Salmo 49/50, 16-17 pregunta esta noche Yahvé a Ti, a mí, a su pueblo en general. Se trata de una pregunta provocativa, que confronta, y que busca re-orientar la vida del creyente en dos aspectos: el culto y el testimonio.
Respecto al culto: «No voy a reclamarte sacrificios, dice el Señor, pues siempre están ante mí tus holocaustos», v. 8. En primer lugar, el Señor no reclama sacrificios porque Él no se alimenta de ello, no depende su existencia y su poder o su majestad o gloria de los sacrificios que el hombre pueda ofrecerle. Dios existe, aunque haya ateos, es decir, Dios precede al hombre y a su razón o imaginación. En segundo lugar, si Dios tuviera hambre tomaría de lo que es suyo, por eso afirma: «si yo tuviera hambre, no te lo diría a ti, pues el mundo es mío, con todo lo que hay en él», v. 12. Pero Dios no se alimenta de la sangre sacrificada de los animales por eso a continuación agrega: «¿Acaso me alimento de carne de toros, o bebo sangre de machos cabríos?», v. 13. Dios no prolonga su existencia por medio de los alimentos el hombre en cambio sí lo hace.
¿Qué sentido tiene entonces el sacrificio? Y el Salmista nos responde: «¡Sea la gratitud tu ofrenda a Dios; cumple al Altísimo tus promesas!», v. 14. Como si el Señor nos estuviese diciendo, reconoce quien soy Yo, no soy un hombre, soy Tú creador, al que le debes no sólo tu existencia si no todo cuanto tienes, aunque lo hayas trabajado arduamente recuerda que yo te di inteligencia, una razón, un corazón que late sin cesar. Yo soy el que te sostengo, aunque no me veas y lo reconozcas. Hermanos: la persona que se abre a la gratuidad tiene la posibilidad de experimentar la dicha y no se frustra tan fácilmente como quien espera que se le dé algo porque cree merecer.
Ahora, el sacrificio no es de retribución, es decir, yo le doy al Señor esto para que Él me de aquello que le pido. Eso no es cumplir las promesas del Señor. Cumplir los votos al Señor es permanecer en la fidelidad, es hacer valedera nuestra condición de filiación, es decir, de vivir continuamente todos los días de la vida como auténticos hijos de Dios. El hecho de ser hijo de Dios debe ser la mayor alegría, la más grande motivación para que siempre nuestra alabanza se eleve en su honor. Ese es el sentido de una auténtica gratuidad, el hecho de sentirse amados por Dios, a tal grado que nos llame hijos.
Y es precisamente la condición filial, de ser hijos de Dios, lo que debe impulsar al hombre de fe a vivir una vida digna de los hijos de Dios. Este es el segundo aspecto del culto: el testimonio. Hermanos: de qué le sirve a un hijo llevarle flores a su madre el día que celebramos “el día de la madre” si los otros 364 días que restan del año, le saca “canas verdes”, no la respeta, ni la escucha, ni le apoya, ni le obedece. El testimonio exige rectitud de la conciencia y coherencia.
La rectitud de la conciencia evoca la verdad mientras que la coherencia, un equilibrio lógico entre los pensamientos, las palabras y las obras. Entonces ¿cómo se atreve el creyente ofrecer sacrificios al Señor si su conciencia no es recta y ni está apegada a la verdad? ¿cómo pretende el creyente agradar al Señor si no hay concordancia entre lo que razona, habla y pone por obra?  Por eso el Señor dice: «¿Por qué citas mis preceptos y hablas a toda hora de mi pacto, tú que detestas la obediencia y echas en saco roto mis mandatos?», Salmo 49/50, 16-17.
El hombre a veces con su ofrenda pretende callar o comprar el silencio de Dios, para que se olvide de sus fechorías. Es fácil decir “Dios te ama” pero manifestar con nuestras actitudes que Dios ama al prójimo eso es “harina de otro costal”. Por eso, el culto será verdadero si el creyente no sólo vive su condición filial sino también el sentido de fraternidad, pues el culto a Dios no es sólo privado sino también público o comunitario, eso es precisamente lo que significa la palabra liturgia: “Culto público”.
Y a eso hemos venido esta noche, a testificar, a vivir un culto público. Gira a tu alrededor y ve cuantos hermanos tienes en la fe. Ellos te conocen y es posible que se encuentren más de una vez en los espacios públicos, incluso con tus vecinos o compañeros de trabajo que no están esta noche aquí pero que saben que eres sumamente una persona religiosa. ¿Creerán en tu culto a Dios y los convencerás con tu testimonio de fe?
Creo que conviene entonces vivir nuestra condición filial y fraternal, para que el culto sea agradable a Dios pues dice: «Si ves a un ladrón, disfrutas con él, con los adúlteros te deleitas. En tu boca fraguas la maldad, con la lengua urdes engaños; te sientas a murmurar de tu hermano a chismorrear del hijo de tu madre. Tú haces esto, ¿y yo tengo que callarme? ¿Crees acaso que yo soy como tú? No, yo te reprenderé y te echaré en cara tus pecados», vv. 18-21.
Hermanos: el Salmo (49) /50 es un pleito judicial entre Dios y su pueblo, pero no es un pleito para castigar o condenar a quien ha errado y pecado, es un salmo que pretende más bien, re-orientar la vida del hombre de fe, no sólo en su aspecto religioso o cultual sino en todos los ámbitos de la vida misma pues la vida del hombre es completamente relacional. No hay auténtico culto a Dios si no le amamos a Él en el prójimo ya que el mandamiento más grande que tenemos los cristianos es la de vivir el mandamiento del amor.


domingo, 17 de enero de 2016

“Así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él”
Juan 2, 11.
Isaías 62, 1-5; Salmo 95/96, 1-3. 7-10; 1Corintios 12, 4-11; Juan 2, 1-11.
El domingo pasado celebrábamos el Bautismo del Señor Jesús, ahí, se nos reveló la Trinidad, el misterio de nuestra fe. Escuchamos decir al Padre que Jesús era su Mesías, el que revelaría a los pecadores su gran misericordia y a los pobres el evangelio de la alegría. Y nos hizo que comprendiéramos que Jesús es su Hijo Amado, su predilecto en quien tiene su complacencia. En él actúa el Espíritu Santo, el cual lo revistió ungiéndolo con gran poder para obrar no sólo milagros sino la entera obra de Salvación. Ahora Jesús revela su identidad a quienes ha escogido como discípulos suyos por eso la narración del evangelio que proclamamos concluye de la siguiente manera: «Así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él», Juan 2, 11.
El evangelio de san Juan es de una gran riqueza teológica y, sucede como cuando uno va al mar, se puede nadar en la superficie, pero nunca ver lo que hay en el fondo. El evangelio de Juan contiene muchos simbolismos que no conviene dejar pasar si se quiere comprender en la medida de lo posible el mensaje que desea transmitir el evangelista. Estamos ubicados en la parte que llamamos “el libro de los signos” que va desde el capítulo primero al doce y mientras que “el libro de la hora” inicia en el capítulo trece y concluye en el veinte y al final se nos ofrece un epílogo.
“El libro de la hora” es la exaltación de Jesús, su glorificación en la cruz, ahí derrota Jesús a quien en el paraíso derrotó a nuestros primeros padres en un árbol, por eso le hemos escuchado decir a Jesús a la Virgen Madre: «Mujer, ¿qué podemos hacer tú y yo? Todavía no llega mi hora», Juan 2, 4. En cambio, en el “libro de los signos” Jesús revela paulatinamente su identidad a través de señales milagrosas, eso para suscitar la fe en él, para que cuando llegase el momento de “la hora” ninguno se escandalice de él y termine por abandonarlo. La hora de Jesús es también la hora del cristiano, porque ahí, se percibe o más bien, queda al descubierto la fidelidad o el tipo de fe que se tiene en el Hijo de Dios.
El evangelista san Juan ha querido valerse del amor esponsal entre un hombre y una mujer para hablar del amor de Dios por su pueblo, de ahí, que en la primera lectura de esta misa se haya dicho refiriéndose al pueblo de Dios: «a ti te llamarán mi favorita y tu tierra tendrá marido, porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá esposo», Isaías 62, 4. El Señor Jesús es el auténtico esposo de la Iglesia, y la Iglesia es el pueblo de Dios. Y eso debe ser causa de profunda alegría, de verdadero gozo y júbilo, pues así «como el esposo se alegra con la esposa, así se alegrará tu Dios contigo», v. 5. Dios nos mira en Jesús y sonríe, somos sus hijos, y así como para un padre o madre no hay hijo feo ni malo, así para nuestro Dios, para él todos somos buenos, un poco testarudos, pero buenos pues llevamos su impronta, Cfr. Génesis 1, 26-27.
Quisiera ir desglosando versículo por versículo, pero será en otra ocasión. Ahora quiero centrar la mirada en el milagro de Jesús y en especial en lo que él les dijo a los sirvientes: «“Llenen de agua esas tinajas”. Y las llenaron hasta el borde», Juan 2, 7. Me asombra el hecho de que Jesús utilice la colaboración humana. Y comprendo, no hay milagro si el hombre no pone su parte. Dios obra donde encuentra la generosidad del hombre. No hay milagro sin fe, y recuerdo un pasaje que ha martillado mi mente durante esta jornada: «viendo Jesús la fe de aquellos hombres, le dijo al paralítico: hijo, tus pecados te quedan perdonados…Yo te lo mando: levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa», Marcos 2, 5. 10. La Virgen Madre les había dicho a los sirvientes «Hagan lo que él les diga», Juan 2, 5. María tenía fe en su Hijo, los sirvientes creyeron en las palabras de Jesús y llenaron las tinajas hasta el borde. La fe genera intercesión. María intercede por los esposos que no tenían vino. La labor de los sirvientes es necesaria para que haya vino añejo, es decir, el vino excelente.
El vino en las sagradas escrituras tiene un sentido muy positivo, como explica el Salmista: «vino que alegra el corazón», 103/104, 15. No así la embriaguez. Jesús da el mejor vino, es decir, la auténtica alegría y la verdadera esperanza. Jesús no emborracha y nulifica la mente, Jesús colma y satisface el corazón de los hombres. El vino terreno embota la mente y hace perder suelo, te hace sentir alegre por unos instantes y al final genera “cruda”, el vino de Jesús no, jamás hará sentirte avergonzado ni te hará arrastrarte por el suelo, por eso dice san Pablo: «No se embriaguen con vino, que engendra lujuria, más bien llénense de Espíritu de Dios», Efesios 5, 18.
He descubierto, por este pasaje, que Dios desea obrar grande y poderosamente en la vida del hombre, pero el hombre debería tener su tinaja llena de fe hasta los bordes y eso puede entristecernos y desesperarnos, al reconocer quizás que nuestra fe es muy incipiente, pero escucha lo que Jesús dice: «Si tuvieras fe como semilla de mostaza, dirían a esta morera: arráncate de raíz y plántate en el mar, y les obedecería», Lucas 17, 6. ¡Señor aumenta nuestra fe en Ti! Sólo así podremos recuperar la alegría, el gozo, la paz, el amor, la tranquilidad, la dicha, la felicidad, el perdón, la reconciliación que hemos perdido. ¡Danos Tú el vino mejor! Y que nuestra vida sea una fiesta al saber que nos amas profundamente.