“Y diles lo que yo te mando”
Jeremías 1, 17.
Jeremías 1, 4-5. 17-19; Salmo 70/71, 1-6. 17; 1Corintios 12, 31-13, 13;
Lucas 4, 21-30.
El profeta es una persona humana
elegida por Dios, es un hombre de fe, y en su elección se muestra ya cómo Dios
ama a su pueblo. Puesto que el profeta no tiene otro interés más que comunicar
al pueblo las palabras del Señor. Está escrito: «Lámpara es tu palabra para mis
pasos, luz en mis senderos», Salmo 118/119, 105.
Si la sola palabra
del Señor es lámpara que guía los pasos del hombre por el sendero justo, el
cometido del profeta será entonces a partir de la palabra Dios, señalar el
camino recto a quien se ha desviado. El profeta se convierte así en la voz de
la conciencia del pueblo, por eso le hemos escuchado decir al Señor al profeta
Jeremías en la primera lectura: «Cíñete y prepárate; ponte en pie y diles lo
que yo te mande…así se trate de los reyes de Judá, como de sus jefes, de sus
sacerdotes o de la gente del campo», Jeremías 1, 5. 18.
Lo cierto es, que
el profeta no podrá ser jamás la conciencia del pueblo si primero él no se
ciñe. La palabra ceñir significa rodear, ajustar o apretar la cintura, el
cuerpo, el vestido u otra cosa. Si Dios le pide al profeta que se ciña le está
indicando que primero él debe ajustarse a su palabra, hacer vida su palabra,
actuar conforme a su palabra, todo lo que diga o haga debe estar en los límites
que la palabra de Dios indica.
Le dice también
«prepárate» y ésta palabra no sólo indica que el profeta en el presente debe
aprender, formarse o instruirse, sino que dicha preparación tiene como
finalidad el futuro. Así que podemos entender que la palabra del Señor se
convertirá para el profeta en los criterios de su vida pastoral, en luces para
discernir la realidad. Las palabras del Señor son un baluarte para el profeta,
es decir, la palabra del Señor es el amparo y defensa del profeta, por eso le
escuchamos decir al Señor: «Mira: hoy te hago ciudad fortificada, columna de
hierro y muralla de bronce, frente a toda esta tierra…Te harán la guerra, pero
no podrán contigo, porque yo estoy a tu lado para salvarte», v. 18. 19.
«Ponte en pie», el
profeta no puede estar agachado, agazapado en una vida de confort, la palabra
de Dios debe ser su motivación más profunda, esta palabra le hace ser resuelto,
es decir, decidido, valiente y audaz. Estar en pie, es estar en camino, es ser
consciente que su vida es una vida moral auténticamente irreprochable.
La palabra del
Señor ha ceñido, preparado y puesto de pie al profeta para que sea el custodio
del auténtico culto del Señor, se convierte así en la “atalaya” que grita y
hace salir de sí mismo a quien se ha encerrado en su egoísmo y se ha olvidado
en practicar la justicia y el amor por eso se le puede muy bien aplicar lo que
el Salmista canta: «Yo proclamaré siempre tu justicia y a todas horas, tu
misericordia», Salmo 70/71, 17.
Así que la primera
tarea del profeta es la de anunciar la salvación, despertar la conciencia que
se ha que dado adormecido por el pecado, iluminando el comportamiento de los
hombres e indicándoles el sendero justo, de ahí que Jesús el auténtico profeta
nos diga: «hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de
oír». ¿Cuál pasaje? Aquel que dice:
«El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los
pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación
a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia
del Señor», Lucas 4, 18-19. 21.
La palabra del
Señor se cumple plenamente en Jesús de Nazaret porque le vemos enseñar en las
sinagogas, expulsar demonios, sanando a los enfermos, dando esperanza y
acompañando al pueblo que caminaba extraviado sin que hubiera alguno que se
ocupara desinteresadamente de él. Las acciones que Jesús realiza en Galilea le
acreditan como el profeta que señala la justicia, el derecho y sobre todo la
gran misericordia de Dios. Así que su persona hace visible lo que antiguamente
el mismo Señor había dicho por boca del profeta Oseas: «porque quiero amor, no
sacrificios; conocimiento de Dios, no holocaustos», 6, 6. El señor Jesús le
hace ver a su pueblo de Nazaret que el verdadero culto a Dios está en aceptarlo
a él como Mesías y en amar al pueblo como Dios pide.
El profeta no
condena, pero su palabra es fuego que quema y por eso se vuelve un signo de
contradicción, no obra Jesús ningún milagro allí con sus paisanos porque estos
no creen en él y no se han abierto al mensaje de Salvación que trae de parte de
Dios.
Pero en todas y en
cada una de sus actitudes el profeta manifiesta la ternura de Dios, el amor de
Dios, por eso hemos escuchado decir a san Pablo: «aunque yo tuviera el don de
profecía y penetrara todos los misterios…si no tengo amor, nada soy»,
1Corintios 13, 2. No se trata pues de echar en cara los pecados, de decir las
cosas a “quema ropa”, sino de persuadir, de conquistar, de ganarse al hermano,
decir la verdad sí, “sin manitas ni patitas” pero con mucho tacto, con mucho
respeto, con amor pues, ya que el Sabio nos dice: «Panal de miel son las
palabras amables, dulzura en la garganta, salud de los huesos…las palabras
amables convencen mejor», Proverbios 16, 24. 21.
Vivamos el
profetismo con arrojo y con amor sin que olvidemos vivir y conformar toda
nuestra vida según la palabra del Señor para que nuestro anuncio evangélico sea
cosa creíble. No importa si no nos hacen caso o quieran despeñarnos de sus
vidas, cumplamos la misión de ser anunciadores alegres del evangelio.