domingo, 9 de noviembre de 2014

«Un río alegra la ciudad de Dios»
Salmo 45/46, 5.
Ezequiel 47, 1-2. 8-9. 12; Salmo 45/46, 2-3. 5-6. 8-9; 1Corintios 3, 9-11. 16-17; Juan 2, 13-22.
Un río alegra la ciudad de Dios nos dice el Salmista, es un río que tiene su origen en el mismo templo de Dios, así lo afirma el profeta Ezequiel: «los riegan las aguas que manan del santuario», 47, 12. Y el agua de este río no sólo «corría por el lado derecho», v. 2., del templo sino que descendía hacia el altar, Cfr. v. 1. Y san Juan en su Evangelio nos da testimonio que una vez muerto Jesús en la cruz no le rompieron las piernas «sino que un soldado le abrió el costado con una lanza. En seguida brotó sangre y agua», 19, 34. Ahora bien, el relato que san Juan nos refiere viene a significar ese río que alegra la ciudad de Dios que ve proféticamente Ezequiel y que nosotros hemos escuchado en la primera lectura. Este río es la multiforme gracia de Dios que a cada cristiano se le otorga gratuitamente y por infinita misericordia en los sacramentos que la Iglesia-Madre confiere a todos sus hijos que se abren con un corazón sincero y aceptan a Jesucristo como Único Dios Salvador.
Este río que es la gracia de Dios tiene la fuerza, la vitalidad de la propia fuente, pues así como Jesucristo reconstruyó su propio templo, es decir, su cuerpo cuando resucitó, de la misma manera la gracia de Dios otorga sanidad, genera vida, produce fecundidad, es alimento y medicina para el alma, para todo el hombre, Cfr. Ezequiel 47, 9. 12. Esta es la verdadera purificación y la auténtica construcción que el Señor Dios por medio de su Hijo Amado, nuestro Señor Jesucristo realiza en cada corazón humano.
Gracias a la sangre santificadora de Jesús, que es el río de la gracia, cada hombre se convierte en templo vivo donde el Espíritu de Dios habita, Cfr. 1Corintios 3, 16. En la «casa que Dios edifica», v. 9c. Esta construcción no es sólo material sino también espiritual pues el hombre es cuerpo y es también espíritu. Así que no podemos olvidar que cada hombre, cada mujer pertenece a la gran familia de Dios que ha sido redimida por la preciosa sangre de Jesucristo. Redención que se actualiza cada vez que el hombre deja pasar por su vida el río de la gracia que se le concede en cada sacramento que recibe.
Si el hombre, la mujer es el edificio vivo que Dios construye para sí, ahora entendemos el ¿por qué? no es conveniente profanar este recinto sagrado, por eso Jesús le dice a los que vendían palomas: «quiten todo de aquí y no conviertan en un mercado la casa de mi Padre», Juan 2, 16. La «casa que Dios edifica», 1Corintios 3, 9c está destinada al culto, es decir, a la adoración del Dios vivo, a la alabanza y acción de gracias por todas «las cosas sorprendentes que ha hecho el Señor sobre la tierra», Salmo 45/46, 9.
La «casa que Dios edifica», 1Corintios 3, 9c no está destinada para convertirse en un lugar de compra-venta, es decir, en un mercado, en un espacio para los negocios, donde todo tiene un precio y se puede adquirir si tienes el “modo”, no es tampoco un tiempo que se dedica para lucrar. ¿Cuándo profano o convierto en un mercado la casa del Padre? Cuando creo que puedo comprar y vender el favor de Dios, cuando pisoteamos la dignidad de la persona humana, cuando egoístamente buscamos a como dé lugar nuestro propio interés y nos olvidamos de los derechos del prójimo: a la vida, a una casa digna, a un trabajo estable, a la salud, a la educación, a la libre expresión, a la libertad religiosa, etc.
La «casa que Dios edifica», 1Corintios 3, 9c es el lugar idóneo para el culto agradable a Dios, ¿cómo debe ser el culto público (liturgia) que debemos ofrecer a Dios? Jesús enseña a la Samaritana que «los que dan culto auténtico adorarán al Padre en espíritu y en verdad» Juan 4, 23, es decir, con Espíritu Santo y con Jesús pues éste ha dicho: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida: nadie va al Padre sino es por mí», 14, 6.
Así que nuestro verdadero culto está en aceptar y confesar que Jesús de Nazareth es el nuevo templo de Dios, es la tienda de reunión, el lugar del encuentro entre Dios y el hombre. En Jesús de Nazareth, Dios y el hombre son Uno, porque este Jesús de Nazareth, el hijo de María, el carpintero es verdadero Hombre y verdadero Dios. Sin pasar por alto, que Dios nuestro Padre es el Dios invisible, el que no puede ser contenido en recintos de piedra o de madera, por eso, se hizo un templo propio: Jesús. Y es en Jesús como cada uno de nosotros podemos ver al Dios invisible, pues está escrito en Colosenses 1, 15: «Él es imagen del Dios invisible». Y en otra parte de la Escritura el mismo Jesús afirma a Felipe: «Quien me ha visto a mí ha visto al Padre», Juan 14, 9.
Hasta ahora hemos dicho que la «casa que Dios edifica», 1Corintios 3, 9c es todo hombre, y la casa perfecta, el templo perfecto que Dios se ha construido es Jesús de Nazareth. Entonces nos preguntamos: ¿por qué continuamos reuniéndonos en templos de piedras? Porque es precisamente en dicha reunión donde el verdadero templo de Dios se hace visible. En dicha reunión se encuentran en asamblea todos los que creemos, amamos y adoramos a Jesús llamado Cristo. Y reunidos en asamblea no sólo formamos el pueblo de Dios sino la propia Iglesia (εκκλησία), que es al mismo tiempo cuerpo místico de Cristo, por donde el río de la gracia fluye sin cesar para santificarla y pueda simbolizar así la Esposa de Cristo, Madre de los discípulos de Jesucristo, la Casa del Padre, es decir, la Jerusalén del Cielo.
Con lo anterior queda pues de manifiesto que nos une por tanto una misma fe y un mismo amor en la asamblea (εκκλησία). Por eso, la caridad, el amor será siempre el testimonio más bello y elocuente que el cristiano posea para manifestarle al mundo que el Dios de Jesucristo continúa vivo y en medio de su pueblo, obrando con poder y gran misericordia.

domingo, 2 de noviembre de 2014

«El que no ama permanece en la muerte»
1Juan 3, 14.
Sabiduría 3, 1-9; Salmo 26/27, 1. 4. 7-9. 13-14; 1Juan 3, 14-16; Mateo 25, 31-46.
El proyecto de Dios es, ha sido y siempre será un proyecto de amor, pues leemos en el Salmo 32/33, 11: «el plan del Señor subsiste por siempre, los proyectos de su corazón, de edad en edad». Un proyecto que no ha sido obstaculizado ni truncado por el pecado del hombre, es decir, por el rechazo a “vivir” sin amor. Es un proyecto que tiene su propia sinergia, su propia fuente en Dios mismo, ya que está escrito que «Dios es amor», 1Juan 4, 8. Este proyecto no es producto del azar o de la ocurrencia de un Dios que como recurso desesperado después de la desobediencia de Adán y Eva esté improvisando. ¡No! Esto no es así. Más bien, se trata de un proyecto que ha sido preparado como explica el evangelio de hoy: «desde la creación del mundo», Mateo 25, 34. Y quienes creen en el proyecto divino y se atreven amar no sólo de palabras y con la boca sino con obras y en verdad (Cfr. 1Juan 3, 18) «permanecerán a su lado», Sabiduría 3, 9 pues les dirá: «Vengan benditos de mi Padre tomen posesión del Reino preparados por ustedes», Mateo 25, 34.
Por tanto, se hace más que necesario pedirle al Señor que continuamente nos ayude a comprender la verdad de su proyecto de amor, que nos conceda las gracias y dones necesarios para no vivir en el temor y, podamos así, responsablemente hacerlo visible, concreto e incluso alcanzable al prójimo, pues éste «la bondad del Señor espera ver en esta misma vida», Salmo 26/27, 13. Lo que significa que el amor se vive, se experimenta, se siente en esta vida, aunque sea imperfectamente, pero ha de ser un acontecimiento real, que no se pueda negar, ocultar o callar, pues el que ama, ama y, el que no, no.
Hermanos, hermanas: la manera como Dios ha amado nos da la pauta para que también nos aventuremos armados de «valor y fortaleza» a realizar lo propio, v. 14. El texto dice: «conocemos lo que es el amor, en que Cristo dio su vida por nosotros. Así también debemos nosotros dar la vida por nuestros hermanos», 1Juan 3, 16.
De esto se desprende, que amar es donación, es entrega, pero me queda claro que antes del recibir está el dar. Esto es así, para que el mismo acto de amar sea reciproco, es decir, se convierta en una fuerza que impulse, motive amar, devolviendo a otros lo que ha sido dado con entera exclusividad, en este punto descubro asombrosamente que el amor es tener siempre el corazón abierto, disponible para acoger a los demás. De ahí, que se entienda que el amor sea la garantía de la fraternidad, de la comunión y de la unidad, por un lado; y por el otro, reconocemos también que el amor es fundamento de una sana y genuina sociabilidad donde la mutua ayuda y la solidaridad encuentran su máxima expresión.
El texto es claro cuando dice que Cristo dio su vida y luego agrega debemos nosotros dar la vida, por tanto, el que ama da su vida, da la vida, por eso, los hijos son la expresión pura de un acto de amor de sus padres. Ahora entendemos, lo que san Juan nos dice: «El que no ama permanece en la muerte», 1Juan 3, 14 porque no ha entendido que la única chance para manifestar que estamos vivos es amando. Y dar la vida tiene un matiz propio. Y el evangelio de la vida que es el evangelio de Jesucristo, el que hemos proclamado hace unos instantes los enumera.
Es una lista que atiende apropiadamente el significado de dar la vida, y al respecto, los padres deben tener muy en cuenta esto, engendrar hijos es una forma de dar la vida, pero ese significado se oscurece si se pierde de vista que hay que alimentarlos, vestirlos, educarlos, etc. Y cuando esto no está garantizado y se abandona a los hijos el significado de haberles dado vida se pierde y recobra mayor fuerza aquella otra expresión que dice: es mucho mejor padre el que cría que el que sólo engendra.
En esta lista que el Evangelio enumera, el Señor Jesús ha querido que la manera concreta de amar a Dios sea el prójimo, así lo expresa cuando dice: «Yo les aseguro que cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron», Mateo 25, 40. Y cuando dice insignificante el Señor no habla de categorías de persona, sino que atiende la mirada del que dona, pues a sus ojos puede parecer el prójimo poca cosa y esto no es así, pues a los ojos de Dios todos poseemos la misma dignidad y no se avergüenza de llamarnos hijos.
Para Jesús una clara forma de amar y de dar la vida es: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, el ser hospitalarios, vestir al desnudo, cuidar a los enfermos y redimir al cautivo, Cfr. vv. 35-36. 42-43. Pareciera que esto es simple y no lo es. Porque esta manera concreta de amar y de dar la vida está íntimamente relaciona con el rol que desempeñes en la sociedad, así por ejemplo, si eres papá tu deber y compromiso de garantizar la vida es con tu propia familia, si eres sacerdote tu manera de amar y de dar la vida será la predicación del Evangelio, la preparación para recibir los sacramentos, impulsando incluso actividades caritativas y promoción por la persona humana. Pero si eres empresario, funcionario público, o representas al Estado esto cambia y genera una manera diversa de amar y de dar la vida. Así que la propuesta de Jesús trastoca todos los niveles del tejido social.
Y no sólo eso, sino que dice que el que ama y da la vida es justo, Cfr., v. 46, y que por eso puede vivir en paz y tranquilamente, Cfr., Sabiduría 3, 3 no teme el día del juicio, porque ha hecho lo que se la pedido, ha entendido el lenguaje del amor.
Y se preguntarán y esto ¿qué tiene que ver con el día de los fieles difuntos? Todo. Si fueron justos, es decir, si amaron y dieron vida ya están gozando del Reino de los Cielos. Y sí no, no entendieron el proyecto de Dios y permanecen en la muerte. Pero el que importas eres tú, el que está vivo y que todavía puede inclinar la balanza a favor del amor y de la vida.

domingo, 26 de octubre de 2014

«Porque si…ellos claman a mí, ciertamente oiré yo su clamor»
Éxodo 22, 22.
DomingoxxxTO: Éxodo 22, 20-26; Salmo 17/18, 2-4. 47. 51; 1Tesalonicenses 1, 5-10; Mateo 22, 34-40.
 «Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo…Hacer oídos sordos a ese clamor, cuando nosotros somos los instrumentos de Dios para escuchar al pobre, nos sitúa fuera de la voluntad del Padre y de su proyecto, porque ese pobre apelará al Señor contra ti, y resultarás culpable, Deuteronomio 15,9. Y la falta de solidaridad en sus necesidades afecta directamente a nuestra relación con Dios: Si te maldice lleno de amargura, su Creador escuchará su imprecación, Eclesiástico 4,6», EG 187.
Debemos escuchar el clamor del pobre dices, pero te pregunto: ¿quién es el pobre? El texto de la primera lectura nos señala quienes son los pobres: el migrante, las viudas, los huérfanos, los que no posee nada y va al día y se exponen por un pedazo de pan a la explotación, Cfr. Éxodo 22, 20-26. La segunda lectura en cambio nos señala indirectamente que los pobres son los destinatarios del Evangelio, a ellos con especial cariño, por medio de la evangelización se les infunde nuevas esperanzas, nuevos bríos para afrontar positivamente los desafíos de la realidad, para que desde su pobreza, encarnando a Cristo pobre den también ellos testimonio vivo del Evangelio de Jesucristo, a tal punto, como dice san Pablo que él y sus colaboradores: no tenían ya «necesidad de decir nada», 1Tesalonicenses 1, 8.
Pero es también necesario reconocer nuevas formas de pobreza y de sufrimientos humanos: los sin techo, los tóxico dependientes, los refugiados, los pueblos indígenas, los ancianos cada vez más solos y abandonados, la trata de personas, las mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia, los niños por nacer, la misma creación pues también somos responsables de las demás criaturas que el Señor Dios puso bajo nuestro cuidado, etc., Cfr. EG 210-215.
«El imperativo de escuchar el clamor de los pobres se hace carne en nosotros cuando se nos estremecen las entrañas ante el dolor ajeno», EG 193. Pero no se trata sólo de saber quién la está pasando mal sino más bien de comprometernos, de meter el hombro, de meternos en “camisa de once varas” por el bien del prójimo, por eso el Apóstol San Juan nos dice: «si uno vive en la abundancia y viendo a su hermano necesitado le cierra el corazón y no se compadece de él, ¿cómo puede conservar el amor de Dios? Hijitos, no amemos de palabra y con la boca, sino con obras y de verdad», 1Juan 3, 17-18. Pues continuamente nos enteramos de cosas y de situaciones horribles, dramáticas, inaceptables, que trasgreden y violentan la esfera de lo humano, pero ¿Qué hacemos al respecto? ¿Estamos acobardados? ¿Somos indiferentes e insensibles? O más bien, ¿miedosos, perezosos y negligentes? ¿Acaso estamos esperando que las “aguas nos lleguen a los aparejos” para comprender lo que significa injusticia, humillación, dolor y marginación? Creo que todos estamos llamados no sólo a escuchar el clamor del pobre que sufre sino también de atender a su dolor y necesidad, eso es lo que significa amar a Dios y al prójimo con el corazón, con toda el alma y con toda la potencialidad de nuestro ser, Cfr. Mateo 22, 37. 39.
«Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos», EG 198. Pero requiere de mucha inversión y quizás de mínimos resultados. Mucha inversión: tiempo, espacio en nuestras vidas, incomprensiones, caminar muchas veces solos, generosidad en el compartir los bienes materiales, enseñar, educar, etc. Mínimos resultados: son muchos los pobres, y algunos sólo te escucharán mientras les des casa, vestido y sustento, verás que no tienen ideales de superación y eso te desanimará. Pero el Señor es muy claro cuando dice: «Tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará», Mateo 6, 18, es decir, que te impulse a trabajar por el pobre el amor y no los resultados, pero eso no significa que trabajemos por el pobre desorganizadamente, sin programas o proyectos, sino con la firme esperanza que con nuestro “grano de arena” bajo el esquema de la solidaridad subsidiaria existe la posibilidad de detonar el cambio en nuestra realidad.
Amar a Dios y amar al prójimo no son dos tipos de amores son, más bien, dos expresiones de un mismo acto de amor, por eso san Juan nos dice: «Si uno dice que ama a Dios mientras odia a su hermano, miente; porque si no ama al hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y el mandato que nos dio es que quien ama Dios ame también a su hermano», 1Juan 4, 20-21. Y aquí, el término hermano tiene el significado del más próximo, es decir, del prójimo. Por tanto, amar al prójimo es reconocer lo valioso que él es para Dios y eso se entiende por el mandato: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo», Mateo 22, 39.
Así como no hay hijo feo para una madre o padre, lo mismo para Dios, para él todos sus hijos son bellos y dignos de amor, y eso implica mirar más allá de las apariencias, descubriendo lo bueno que hay en la persona y eso requiere no sólo un cambio de mentalidad sino mirar desde la visión de Dios y para eso debemos continuamente pedírselo, pues el pobre se da cuenta, tiene la capacidad para captar quien lo tiene en un altísimo valor y quien solamente hace demagogia con su nombre y situación «y esto diferencia la auténtica opción por los pobres de cualquier ideología, de cualquier intento de utilizar a los pobres al servicio de intereses personales o políticos. Sólo desde esta cercanía real y cordial podemos acompañarlos adecuadamente en su camino de liberación. Únicamente esto hará posible que los pobres, en cada comunidad cristiana, se sientan como en su casa.», EG 199.

domingo, 19 de octubre de 2014

«Velen por los derechos de los demás»
Isaías 56, 1.
Isaías 56. 1. 6-7; Salmo 66/67, 2-3. 5. 7-8; 1Timoteo 2, 1-8; Mateo 28, 16-20.

Hoy más que nunca las palabras del profeta recobran fuerza y significado en este nuestro tiempo tan necesitado de luz y de dirección. Hemos perdido el camino de la verdad y de la justicia porque la indiferencia, el egoísmo y otras tantas actitudes negativas han desplazado al amor. Nos hemos negado amar. Nos hemos negado a sembrar amor.
Se nos ha olvidado que el amor da sentido auténtico a «la relación personal con Dios y con el prójimo; [el amor] no sólo es el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas», CV 2. Pero para que el amor sea el principio fundamental de las relaciones humanas es necesario que sea verdadero, pues «la verdad es luz que da sentido y valor al» amor, sólo en la verdad brilla con mayor intensidad el amor y puede ser vivida auténticamente, pues «sin la verdad, [el amor] cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Éste es el riesgo fatal del amor en una cultura» donde la verdad es despreciada, marginada y relegada de las relaciones personales y públicas, CV 3.
Los graves y grandes problemas socioeconómicos y políticos que vive el territorio nacional, necesitan de la verdad para presentar una solución adecuada que garantice el desarrollo y el bienestar social de la población. Porque es un hecho que las estructuras edificadas por las mentiras y las falsedades se están hoy derrumbado, no tienen consistencia en sí mismas. Sin la verdad no hay credibilidad ni confianza ni respeto ni mucho menos «conciencia y responsabilidad social, y la actuación social se deja a merced de intereses privados y de lógicas de poder con efectos» que dañan cada día más el tejido social, CV 5.
«Velen por los derechos de los demás, practiquen la justicia» nos dice el profeta Isaías, 56, 1. Velen por los derechos. ¿Cuáles? Me pregunto. Y respondo: ¡Todos! Pero existe uno, al que llamamos fundamental, donde se asientan los otros derechos como base y plataforma, que si se niega, los otros derechos de la persona humana no pueden sustentarse. Y me refiero al principio de la dignidad de la persona humana. Dicha dignidad consiste en reconocer que somos Imago Dei, imagen de Dios, hijos de Dios, pues por Él fuimos creados a su imagen  y semejanza, Génesis 1, 27. Y sólo el reconocimiento de tal dignidad «hace posible el crecimiento común y personal de todos», CDSI 145.
Este principio de la dignidad de la persona humana nos invita a reconocer que toda persona humana es digna de: vivir, de ser amada, respetada y valorada, custodiada y promovida para no ser “presa” de coacciones, violaciones y esclavizaciones. Es digna incluso de recibir: una buena educación, un trabajo digno, estable y bien remunerado, con posibilidad de acceder a un sistema de sanidad que le ofrezca el servicio adecuado para atender su salud, etc.
Es lo que anhelamos y esperamos de un estado de derecho pues «toda sociedad elabora un sistema propio de justicia», CV 6, pues «toda ley que promulga un Estado debe tener como finalidad alcanzar y procurar el bien común; y no se puede alcanzar [el bien común] si se violan los derechos de la persona»[1]. Así, para que una ley sea justa debe siempre salvaguardar la dignidad de la persona humana. Y en este punto hemos de recordar que el amor está vinculada no sólo con la verdad sino también con la justicia. Porque si «amar es dar y ofrecer de lo mío al otro» la justicia en este sentido nos ayuda a esclarecer lo que al otro «le corresponde en virtud de su ser y de su obrar. No puedo dar al otro de lo mío sin haberle dado en primer lugar lo que en justicia le corresponde. Quien ama con caridad a los demás, es ante todo justo con ellos» pues la justicia es la medida mínima del amor, CV 6.
De todo esto que es fundamental nos olvidamos y por si fuera poco, permitimos que se promulguen leyes que son en algunas de las veces totalmente contrarias a la propia dignidad de la persona humana. Nos entristece y nos repugna, incluso condenamos acciones que atentan contra la vida de un ser humano: «la humanidad horrorizada condenó en su época los crímenes nazis; la humanidad actual protesta contra las guerras, contra la pena de muerte, contra las torturas y mutilaciones de miembros humanos», los secuestros, extorsiones narco fosas, etc. Y mientras se lucha por conservar la vida de los ancianos, adultos y jóvenes vehiculamos leyes que despenalizan el aborto. Por eso, afirmo: «Si no se defiende la vida desde su inicio, no se defenderá en su desarrollo» y me pregunto: «¿Cuál será el siguiente paso? ¿el infanticidio? ¿la eutanasia? Si es potestad del Estado no castigar este “mal” del aborto, consecuentemente también podrá “razones convenientes”, como hoy se dice, de no castigar esos otros crímenes»[2]. ¡Cuidado! La bio-política es una espada de doble filo.
Continúa el texto de Isaías «Velen por los derechos de los demás, practiquen la justicia, porque mi salvación está a punto de llegar y mi justicia a punto de manifestarse». La justicia de Dios es totalmente diferente a la justicia humana. Nos da miedo hablar de la justicia divina. Pero no la hemos comprendido del todo. La justicia de Dios es Jesucristo. Mientras la justicia del hombre condena, aniquila y da muerte, la justicia de Dios perdona, purifica, renueva y salva. Entonces, ¿Está opuesta la justicia divina a la justicia humana? No, si se garantiza la dignidad de la persona humana. Porque si optamos por defender la dignidad de la persona humana hemos de hacerlo sin parcialidades. Pues, ¿de qué han servido los centros de readaptación social? ¿Han logrado poner en verdad un límite al mal o se han convertidos en lugares propicios para la maquinación y propagación de los males sociales?
Hoy que celebramos el domingo mundial de las misiones, quizás piensas que debo comprarme un mapa y ubicarme, pero no estoy perdido ni delirando: la predicación del evangelio, destinada a toda la humanidad, tiene como meta la salvación de los hombres y mujeres. Y ese anuncio del Evangelio de Jesucristo es revolucionario porque con un corazón convertido a Él, es capaz de provocar una sinergia que cambia el mundo de las relaciones humanas, pues la sociedad es eso, relaciones humanas. Y las lecturas nos proponen un programa que podemos poner en marcha para iniciar a velar por los derechos de los demás:
1.      La oración: «por todos los hombres, y en particular, por los jefes de Estado y las demás autoridades». ¿Para qué orar? «para que podamos llevar una vida tranquila y en paz, entregada a Dios y respetable en todo sentido», 1Timoteo 2, 2.
2.      La educación: Jesús ordena «y enseñándoles a cumplir todo cuanto yo les he mandado», Mateo 28, 20. Educar no sólo en la religión sino también cultural, moral e intelectualmente.


[1] Cem, Aborto y despenalización, Ed. Paulinas, 19883, México, p. 14.
[2] Ibid.,p. 21s.

domingo, 12 de octubre de 2014

«El proyecto de Dios ha sido, es y siempre será un proyecto de Amor»
Cugj.Cali†.
Nuestro Dios ha preparado para su Único Hijo un banquete de Bodas (Cfr. Mateo 22, 2) y ha invitado a todos los pueblos de la tierra como señala puntualmente Isaías: «el Señor del universo preparará sobre este monte un festín con platillos suculentos para todos los pueblos; un banquete con vinos exquisitos y manjares sustanciosos», 25, 6. Dios ha desposado a su Hijo con la humanidad, y se trata de un proyecto de amor que no excluye a ninguno, en ese proyecto de amor Dios quiere compartir su vida divina, enriquecer al hombre después de la ruina y pobreza que le originaron el pecado de nuestros primeros padres. Esa boda del Hijo de Dios con la humanidad se ha llevado a cabo en la Encarnación y a que dado manifiesto cuán grande y sublime ese amor en el ara de la Cruz.
Pero como ustedes saben, el amor tiene como premisa fundamental la libertad, el consentimiento de los contrayentes, Dios no obliga ni violenta, y por muy costosa que haya resultado la redención del hombre, Dios no compra el amor, pues como explica el Sabio en el Cantar de los cantares: «Si alguien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa, sería sumamente despreciable», 8, 7. Y en este punto hay una cosa que debemos clarificar: El hijo de Dios se hizo el maldito, el más despreciable de la tierra, pero no por comprar el amor ni por arrancarlo a la fuerza, sino por amar incondicionalmente y en total libertad al hombre; que un Dios se haya humillado por su creatura es sumamente incomprensible, suena a locura y a insensatez. Pero por muy loco que sea este amor no deja por un instante ser real, y es así como vemos que nuestro Dios en Jesucristo se ha convertido por amar al hombre en un mendigo de Amor y no tiene menoscabo por ello. Dios jamás se avergonzará de amarnos con tanta pasión y locura.
Decíamos que nuestro Dios se ha convertido en mendigo de Amor y me asombra rotundamente el hecho de que continuamente salga al paso, al encuentro del hombre, pues el texto nos señala que los criados del rey han salido a invitar a la boda de su hijo al menos unas tres veces (Cfr. Mateo 22, 3. 4. 9).  Y sin embargo, pareciera que todo ha sido en vano, porque se ha invitado a muchos y son muy pocos los que han aceptado el mensaje y han comprendido en qué consiste el lenguaje del Amor. Porque esto no lo hemos de olvidar: el proyecto de Dios es un proyecto de amor, es un mundo nuevo, un estilo de vida diverso en el amor. Y quien no ha comprendido el lenguaje del amor corre el riesgo de que se excluya así mismo: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de fiesta?», v. 12. El que odia, guarda rencor, envidia, etc., todo lo que sea opuesto al amor queda fuera porque no encaja, se siente incómodo, es infeliz y lo seguirá siendo por eso detesta amar y no pertenece al Reino de los Cielos. Hay que recordar lo que nos narra el libro del Génesis cuando después de pecar, Adán y Eva, quedaron desnudos y se hicieron unos taparrabos con hojas de higuera, Cfr. 3, 7. Pero Dios no los dejó partir así, pues nos dice el texto que: «Hizo también el Señor Dios a Adán y a su mujer unas túnicas de pieles, y los vistió», v. 21.
No hay excusa alguna, el hombre ha sido creado por amor, una comunidad de amor (Padre, Hijo y Espíritu Santo) y esta comunidad de amor lo ha llamado a la existencia. Además, el hombre ha sido engendrado por un acto de amor de sus progenitores y aun así, predispuesto para el amor, no sabe amar y va aprendiendo amar en el transcurso de su historia personal. Amando es como se realiza. Pero incluso de esto mismo se olvida pues otros menesteres acaparan su energía, su mente, su corazón, su vida.
¿Qué es aquello que entretiene al hombre y le hace olvidar que sólo amando es como puede ser feliz? El texto nos lo confirma: «Pero los invitados no hicieron caso. Uno se fue a su campo, otro a su negocio y los demás se les echaron encima a los criados, los insultaron y los mataron», vv. 5-6. Es decir, el hombre como hacedor de su propio destino “crea” las condiciones necesarias para su propio proyecto, proyecto donde muchas de las veces está ausente Dios y el prójimo, y en ese sentido se trata de un proyecto egoísta, que se eclipsa solo en el vacío y en el sin sentido.
Y ¿qué sucede cuando el hombre no ama? El texto dice: «Entonces el rey se llenó de cólera y mandó sus tropas, que dieron muerte a aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad», v. 7. Dios no castiga es la primera afirmación que deseo hacer al comentar este versículo. Lo que el texto enseña es el hecho de que es posible la autodestrucción como consecuencia de no amar.
Téngase presente por ejemplo, en una familia donde el amor está ausente y sólo hacen acto de presencia la violencia, los insultos, las irresponsabilidades, las incomprensiones y humillaciones, simplemente el ambiente se trastorna, se contamina y no es idóneo para vivir.
Es curioso, saber que la boda es una fiesta y que el hombre está hecho para la fiesta. Pero ¿por qué nos empeñamos en vivir trabajando, ocupados en tantas cosas, legítimas algunas, otras no tanto, hasta el punto de sentirnos cansados, frustrados, estresados, esperando ser salvados del activismo para reposar un poco y encontrar confortación? Lo pregunto porque he escuchado decir: “Lo bueno es que ya es viernes”.
Y luego, lo paradójico, trabajamos tanto para que en la ancianidad gocemos de nuestro retiro pero con tristeza vemos que el sistema de pensiones es la menos redituable en el país. Trabajamos con salarios mínimos y lo que es peor aún administramos incorrectamente e invertimos en cosas que no son proporcionales a tanto esfuerzo. Es más, trabajamos sólo pagar nuestras deudas. Y qué decir de quienes no tienen trabajo y se excusan por ello.
Trabajamos a todas horas para forjarnos un futuro el cual es incierto y esto genera desequilibrio no sólo emocional sino incerteza e inseguridad, desconfianza y miedo ante una realidad que muda constantemente por la inestabilidad  que existe en el ámbito político, económico, social y cultural del país. El hombre está hecho para la fiesta y sin embargo, no sabe disfrutar, no vive su realidad gozosamente porque está anclado en la horizontalidad de una materialidad que no es equitativa para todos, que genera vacío y esclavitud porque está ausente el amor de Dios en su corazón.


lunes, 24 de marzo de 2014

“Si escuchas hoy su voz: No endurezcan tu corazón”
Cfr. Salmo (94), 8.
Éxodo 17, 3-7; Salmo (94), 1-2. 6-9; Romanos 5, 1-2. 5-8; Juan 4, 5-42.
El domingo pasado celebrábamos la Transfiguración del Señor en el monte Tabor. Allí el Padre Celestial nos presentó a su Hijo Amado y nos pidió que le escucháramos. Hoy, tercer domingo del tiempo cuaresmal, te repito parafraseando el Salmo responsorial: Si escuchas hoy su voz: No endurezcan tu corazón, Cfr. Salmo (94), 8. Y la voz de Jesús de Nazaret ha retumbado en este templo, como voz de trompeta, como voz de Profeta, se lo dice a la Samaritana del evangelio junto al pozo de Jacob, Cfr. Juan 4, 6, te lo dice a ti que has venido a este “pozo” a beber su Palabra, que te has acercado al banquete eucarístico para saciar tu hambre y tu sed. Me lo dice a mí pastor de su pueblo para que escuchando su voz lleve a su rebaño hacia Él. Nos lo dice a todos nosotros sus hermanos, la gran familia de su Padre de Dios, su pueblo predilecto: «Dame de beber», Juan 4, 7.
Pero el Señor no quiere agua en el sentido literal de la palabra, porque ante la negativa de la mujer: «¿Cómo es que tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy Samaritana?», v. 9. Jesús responde: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva», v. 10.
Si conocieras el don de Dios como dándonos a entender que hay algo más grande, de mucho y sumo valor, que hace incluso palidecer al agua natural tan necesaria en la vida ordinaria del hombre. Ustedes saben el agua es un bien material que no podemos darnos el lujo de desperdiciarla sin que por ello paguemos las consecuencias de nuestra osadía: su escasez. ¡Cuántos hombres y mujeres alzan su voz cuando este vital líquido les hace falta! Pero con todo esto Jesús nos dice Si conocieras el don de Dios indicando así que este bien material pasa a un segundo plano, porque cada hombre, cada mujer tiene un cuerpo y tiene un espíritu. El cuerpo queda saciado con el agua natural, pero el espíritu no. Al cuerpo puedes darle todo aquello que se le antoje pero no por ello sacias el espíritu. Ciertamente, dice el refrán: barriga llena corazón contento. Si el cuerpo está bien lo estará también el espíritu. Pero la experiencia es sabia y nos enseña que no siempre es así. El espíritu reclama aquello que este mundo material no puede colmar.
¿Cuál es ese don de Dios del que habla Jesús? Se refiere a su misma Persona, Jesús es Don del Padre a la humanidad tan hambrienta y sedienta de amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, Cfr. Gálatas 6, 22, de perdón, Cfr. 1Corintios 13, 5, de felicidad, de realizaciones nuevas cada mañana. En Jesús de Nazaret, Dios Padre: «sostiene a los que caen, y levanta a los que se doblan…Satisface los deseos de sus fieles, escucha sus clamores y los salva», Salmo (144), 14. 18. Por tanto, quien escucha a Jesús de Nazaret escucha al Padre que lo envió, Cfr. Juan 14, 24. Quien cree en Jesús cree en Dios Padre, quien ama Jesús ama al Padre, quien acepta al Hijo acepta al Padre. También, hermanos míos, el don al que se refiere Jesús es al Espíritu Santo, don que no puede recibirse sino se acepta a Jesús como Dios y Señor Salvador porque este Espíritu de Dios procede del Padre y del Hijo como confesamos al recitar el Credo.
«Si conocieras…quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva», v. 10. Te pide de beber Dios mismo. Cosa antes nunca visto, que un Dios se vuelva mendigo del amor del hombre. La samaritana figura de todo un pueblo extranjero, figura de la Iglesia venida de la gentilidad, es figura del hombre y de la mujer de hoy que buscan incansablemente la verdad, la justicia, lo bueno, lo bello, lo recto. Figura de los hombres de este tiempo que buscan a Dios por caminos equivocados. La samaritana y los cinco hombres de su vida, ninguno marido suyo, Cfr. Juan 4, 16-18 nos dicen de la insaciabilidad del corazón del hombre. Un corazón que no se conforma con poco, un corazón que no reclama ya bienes materiales sino lo eterno. Un corazón que evoca elocuentemente su origen: lo divino. Aquí Jesús de Nazaret se presenta como el verdadero marido, el auténtico Esposo.
«Entonces la mujer dejó su cántaro, se fue al pueblo y comenzó a decir a la gente: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Mesías?” Salieron del pueblo y se pusieron en camino dónde él estaba», v. 28-30. Dejó su cántaro, es decir, su sed quedó saciada. Y esa alegría que le inunda el corazón es inmensa que es ya un torrente impetuoso que no puede contener y termina por derramarla. La comunica, se hace discípula de Jesús y se convierte en apóstol.
Nuestro país, nuestras ciudades, nuestras colonias, nuestras familias tienen sed, como el pueblo de Israel en el desierto. Pero «mientras no haya conversión de los corazones, aunque cambien los partidos en el poder, [se abandonen a los hijos e hijas, se cambie al esposo, esposa por otro u otra], se implemente nuevas leyes o se incrementen más operativos policíacos y militares, seguirán imperando la injusticia y la mentira, la violencia y el egoísmo, los asaltos y asesinatos, el narcotráfico y, en una palabra, lo que llamamos cultura de la muerte. Sólo Cristo puede cambiar los corazones, para que juntos construyamos la nueva sociedad que anhelamos. Por eso, no nos cansaremos de repetir: mientras gobernantes, legisladores, líderes sociales, dirigentes empresariales, educadores, dueños de medios informativos y ciudadanos en general no se acerquen a Cristo, que es fuente de vida eterna, nada va a cambiar en forma estable y profunda…Sin Cristo, nadie es capaz de ceder en sus propias posturas, en aras del bien social. Sin Cristo, nadie acepta sus errores y sólo culpa a los otros de los males sociales…Sólo Cristo puede saciar nuestra sed de un mundo mejor. Sólo Él puede ayudar a los esposos a permanecer unidos y fieles, a perdonarse y soportar los problemas, para no desintegrar su familia», Mons. Felipe Arizmendi

domingo, 16 de marzo de 2014

“Éste es mi hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias; escúchenlo”
Mateo 17, 5.
Génesis 12, 1-4; Salmo (32), 4-5. 18-21; 2Timoteo 1, 8-10; Mateo 17, 1-9.
«Éste es mi hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias; escúchenlo», Mateo 17, 5 dice  Dios a Pedro, a Santiago y a Juan en el monte Tabor, Cfr. v. 1. Se los dice en un clima de intimidad pues ellos han estado con Jesús «a solas». Dios se revela como Padre y presenta a Jesús de Nazaret como Hijo suyo, Hijo Amado. Jesús de Nazaret es el Hijo por excelencia, es el Hijo que colma el amor de Dios, es el Hijo que realiza en su vida la voluntad de Dios Padre, pues en Él están puestas sus «complacencias».
Por tanto, Dios Padre se hace presente en Jesús de Nazaret, en Jesús de Nazaret Dios Padre ha puesto su morada, su Sekina. La Sekina (presencia) de Dios Padre no es imaginaria sino real, Dios existe y se le ve cuando «a solas» estamos con Jesús, pues Jesús mismo ha dicho: «quien me ha visto a mí ha visto al Padre», Juan 14, 9. Porque como está escrito: Jesús de Nazaret es el «reflejo su gloria, la imagen misma de lo que Dios es», Hebreos 1, 3. El texto indica que Dios Padre habla desde «una nube luminosa», Mateo 17, 5. Como cuando habló al pueblo de Israel en el monte Sinaí y les entregó los diez mandamientos, Dios le dijo a Moisés: «Voy a cercarme a ti en una nube espesa, para que el pueblo pueda escuchar lo que hablo contigo y te crea en adelante…Todo el pueblo percibía los truenos y relámpagos, el sonar de la trompeta y la montaña humeante. Y el pueblo estaba aterrorizado, y se mantenía a distancia. Y dijeron a Moisés: -Háblanos tú y te escucharemos; que no nos hable Dios, que moriremos. Moisés respondió: -No teman», Éxodo 19, 9; 20, 18-20.
El nuevo pueblo de Israel representado en las columnas de la Iglesia: Pedro, Santiago y Juan escuchan la voz del Padre, «cayeron rostro en tierra, llenos de gran temor. Jesús se acercó a ellos, los tocó y les dijo: “Levántense y no teman», Mateo 17, 6-7. Los discípulos de Jesús no están como antaño el pueblo de Israel a las faldas del monte, ellos están en la cumbre del monte elevado, circundados por la Sekina (presencia) del Padre. La Sekina (presencia) de Dios no es signo de muerte sino de Salvación y vida en plenitud, no de temor sino de confianza. Dios se acerca al hombre le ofrece su amistad, su compañía, su amor. Jesús es el nuevo Moisés, es el Mesías, el Ungido de Dios, el Salvador ya no de un pueblo sino de toda la humanidad, en Él la ley tiene su plenitud, Él es el nuevo legislador por eso señala el texto que está conversando con Moisés, Cfr. v. 3.
También aparece Elías, profeta que había caminado «cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios. Allí se metió en una cueva», 1Reyes 19, 8-9. Y Dios le habló desde una suave brisa, Cfr. v. 12. La misión de Elías como la de cualquier otro profeta es dar a conocer la voluntad de Dios, es ser embajador de Dios, no habla por hablar sino que comunica y hace todo lo que Dios le indica y cuando la profecía se cumple el profeta queda acreditado como tal delante de los hombres. Si el texto señala que Jesús conversa también con Elías lo hace para indicar que Jesús es el Profeta por excelencia, Él es la Palabra Eterna del Padre. Todo lo que el Padre ha dicho y comunicado lo ha realizado en Jesús de Nazaret por eso dice: «escúchenlo», Mateo 17, 5 porque quien escucha a Jesús le escucha a Él, pues está escrito: «las palabras que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió», Juan 14, 24.
Descubrimos entonces que nuestro Dios es un Dios cercano, que se comunica, es el Ser de la relación, es una Persona y continuamente a lo largo de la historia de nuestra Salvación se ha venido revelando y como explica el libro de los Hebreos: «En el pasado muchas veces y de muchas formas habló Dios a nuestros padres por medio de los profetas. En esta etapa final nos ha hablado por medio de su Hijo, a quien nombró heredero de todo, y por quien creó el universo», Hebreos 1, 1-2.
Es en la intimidad con Jesús, en un monte elevado, en las alturas, junto a las nubes donde Jesús revela su gloria, su divinidad. Ninguno puede contemplar la divinidad de Jesús si antes no se encuentra con Él en su humanidad. Ninguno puede contemplar la divinidad de Jesús si no es tomado por Jesús y llevado a la cumbre de la contemplación. Subir un monte elevado, requiere tiempo, esfuerzo, dedicación, constancia, perseverancia, es abandonar lo terreno, lo superfluo, las preocupaciones del mundo y adentrarse en el misterio de lo divino, sin estos presupuestos no hay transfiguración, renovación interior, transformación, renacimiento. Eso es lo que significa la escalada cuaresmal que estamos viviendo.
«En el camino hacia Jerusalén, Jesús escoge a aquellos tres discípulos y les permite entrever y gozar por unos momentos la gloria de Dios, esa sensación de estar ante alguien que desdramatiza tus dramas, y con su sola presencia pone paz, una extraña pero verdadera paz en medio de todos los contrastes, dudas, cansancios y dificultades con los que la vida nos convida con demasiada frecuencia…Nuestra condición de cristianos no nos exime de ningún dolor, no nos evita ninguna fatiga, no nos desgrava ante ningún impuesto. Hemos de redescubrir siempre, y la cuaresma es un tiempo propicio, que ser cristiano es seguir a Jesús, en el Tabor o en el Calvario; cuando todos le buscan para oír su voz y como cuando le buscan para a callársela; cuando todos le aclaman ¡hosannas!, como cuando le gritan ¡crucifixión! En el Evangelio de este domingo volvemos a escuchar también nosotros: no tengan miedo...levántense, bajen de la montaña y emprendan el camino», Mons. Jesús Sanz Montes, Ofm.
Porque el triunfo en la vida requiere de sacrificio, trabajo arduo, privaciones de muchas cosas y de abstenciones aunque sean legítimas. Si el triunfo deseas que sea grande, consistente y no efímero hay que hacer renuncias profundas. No hay resurrección sin muerte no hay triunfos sin sacrificios, eso es lo que significa la metamorfosis que Santiago, Pedro y Juan vieron en el Tabor. El hombre ve a un Jesús derrotado pero Dios le manifiesta al mundo que eso no es así, las heridas de Jesús dejan escapar los rayos de su gloria. Dios está transformando el mundo sin que éste quiera reconocerlo pidamosle que abra nuestros ojos.

martes, 11 de marzo de 2014

“Ustedes oren así: ¡Padre nuestro que estás en el Cielo! Santificado sea tu nombre”
Mateo 6, 9.
Isaías 55, 10-11; Salmo 33/34, 4-7. 16-19; Mateo 6, 7-15.
La oración es un diálogo amistoso, y es en este diálogo de amor, de afecto entrañable como dices Jesús que tu Padre es también mío y de todos. Y es precisamente en esta enseñanza donde el misterio se ve des-velado, donde encuentro mi ser de hijo, hijo en el Hijo, hijo por amor en el Amor. Aquí también se evoca el origen de todo, pues no salí, no salimos espontáneamente, no somos efecto de la mera evolución de las cosas. Existe en mí y en todos una connotación específica: tengo un Padre que es Dios y Señor de todo cuanto existe. No somos huérfanos. No estamos solos. Nos ha creado la misma divinidad, la mismísima Trinidad. Por amor hemos sido acogidos en el seno del Padre.
Si tu Jesús me pides que vea a tu Padre como mi Padre, a tu Dios como mi Dios es porque revelas que sólo en esa relación mi existencia adquiere sustancialidad y sentido. Es en ese encuentro amoroso, en esa relación dichosa o bienaventurada donde podemos llegar a ser lo que estamos llamados a ser, pues tenemos impresa una vocación divina.
Tu nombre es santo. Eres tú quien santifica. ¿Cómo puedo entender esta petición de santificado sea tu nombre sino que en mi vida, que soy imagen tuya, tu nombre sea alabado y bendecido? ¿Necesitarás Tú de mi alabanza y adoración? Si lo necesitaras no fueras Dios. Entonces, descubro que en la alabanza y adoración que brota de mi corazón lleno de gratitud hacia Ti simplemente soy. Alabar y santificar tu nombre es al mismo tiempo descubrirme persona, pues en esta relación amistosa mi condición de creatura se manifiesta mucho mejor.
Señor, ayúdame a tener plena conciencia de que eres mi Padre. Pero como no puedo amar a quien no veo sino amo a quien debo porque lo veo. Ayúdame amar a mis padres como debería hacerlo, con tal de que en esa bella relación, obtenga la experiencia necesaria para tratarte a Ti con mejor afecto, con profundo respeto y veneración, con mucho amor y adoración.

lunes, 10 de marzo de 2014

Sean perfectos como es perfecto el Padre de ustedes que está en el cielo”
Mateo 5, 48.
Levítico 19, 1-2. 11-18; Salmo 18/19, 8-10. 15; Mateo 25, 31-46.
Estamos llamados continuamente a ser perfectos por Aquel que es en sí mismo Perfecto. La perfección humana está ligada a nuestra naturaleza, y es allí, en la naturalidad humana donde hemos de manifestar la “semilla” de incorruptibilidad, pues es en el devenir de la vida donde está la posibilidad de desplegar, desarrollar o ir desenvolviendo el pergamino de la perfección. Pero necesitamos un Big Bang que nos impulse o nos permita por su fuerza explosiva alcanzar tal perfección.
La perfección está estrechamente vinculada a la santidad, y la una no se entiende sin la otra, son dos términos correlativos, pues quien ha llamado a la perfección es el mismo quien llama también a la santidad, pues dice: «Sean santos, porque yo, el Señor, su Dios, soy santo», Levítico 19, 2. De esta manera, podemos afirmar sin titubeos que quien alcanza la santidad posee ya un grado de perfección en su ser. Esto me da pie para pensar que la santidad como la perfección están dentro de la estructura del Ser, no es algo añadido, porque si fuera algo accidental daría lo mismo tenerla o no. Pero si forma parte del ser personal de cada sujeto entonces está en plena correspondencia con el crecimiento humano e involucra todos sus aspectos: biológico, psíquico, moral, espiritual y social. Además que se han colocado como condiciones o premisas fundamentales para ver a Dios –la santidad– y para la Salvación –la perfección. Ahora bien, si es Dios quien pide y exige la santidad y la perfección es porque de antemano sabe que la poseemos.
Por otra parte, el hombre necesita accionar su Big Bang, esta fuerza centrifuga –la que aleja del centro– y centrípeta –la que atrae, impele y dirige hacia el centro– para que pueda salir de sí mismo y se encamine al encuentro del otro. Nuestro Big Bang es el Amor de Dios que se ha manifestado en Jesús de Nazaret. Es Jesús quien nos ha revelado lo que somos –fuerza centrípeta–y lo que estamos llamados a ser –fuerza centrifuga.
Estamos pues llamados a configurarnos continuamente a Jesús el Hijo de Dios. Y su santidad exige del hombre actitudes limpias, transparentes, sinceras, honestas. Exige desechar y arrancar de raíz todos los afectos desordenados. Y es en este proceso donde quizás la desesperación invade al creyente porque parece que no hace valer en él los frutos de la muerte y resurrección de Cristo Jesús. Pero no hemos de olvidar que en el proceso espiritual se trata de dejar hacer a Dios lo que Él quiera, es decir, permitir que sea Dios quien lleve acabo la purificación del templo como antaño hizo con el templo de Jerusalén, pues en el dejar hacer estamos colaborando y estamos haciendo. Es dejarlo actuar en entera libertad y sin resistencia alguna, puesto que Él es el auténtico Maestro interior, por lo tanto, por eso es muy conveniente que se rinda uno a su amor, «porque al que ama lo reprende el Señor, como un padre al hijo querido», Proverbios 3, 12 y Él mismo dice: «A los que amo yo los reprendo y corrijo. Sé fervoroso y arrepiéntete», Apocalipsis 3, 19. Aquí está la clave: que no disminuya el fervor, es decir, el esfuerzo, la dedicación, la búsqueda continua de su Rostro y el arrepentimiento, es decir, el reconocimiento continúo de la necesidad de su gracia para mantenernos en pie de lucha a pesar de nuestras debilidades y fragilidades.

Por eso son importantes para la santidad y la perfección del creyente una vida de participación en los sacramentos, especialmente el de la Reconciliación y el de la Sagrada Eucaristía. Porque en la Eucaristía descubriremos que la perfección es el Amor, y sólo allí, uno puede crecer y madurar espiritualmente en el perdón, en la misericordia, en la paciencia, en la donación y entrega sin reserva, en la generosidad, en la limosna, en la solidaridad, en el respeto, en hospitalidad, en el compartir, etc., pues todas ellas son expresiones del auténtico amor de Dios por el hombre y estas expresiones el creyente está llamado a concretizarlas en sus relaciones interpersonales. Entonces, descubrimos que el sacramento de la Reconciliación y de la Eucaristía ayudarán no sólo a recuperar la conciencia de ¿quién soy? sino que también permitirán el crecimiento humano, es decir, lo que debo llegar a ser. Por lo tanto, una vida sin Dios debe quedar en el pasado.

domingo, 9 de marzo de 2014

“La cuaresma, el éxodo de nuestra liberación”
Cugj.CaliϮ.
Génesis 2, 7-9; 3, 1-7; Salmo 50/51, 3-6. 12-14. 17; Romanos 5, 12-19; Mateo 4, 1-11.
En las aguas del Jordán la voz del Padre Celestial acaba de afirmar que Jesús es su Hijo amado en quien se complace, Cfr. Mateo 3, 17. Y estas pruebas o tentaciones que Jesús experimenta en el desierto vendrán a manifestar lo que la Voz Celestial había dicho.
«El Espíritu condujo a Jesús al desierto», Mateo 4, 1. La cuaresma es un tiempo de gracia que Dios nos concede vivir, es un momento privilegiado que nace de su misericordia, sólo Él puede suscitar en el corazón del hombre el deseo de recorrer el camino interior que va de una vida sumergida en situación de pecado hasta alcanzar una vida permeada, vivificada, nutrida por la gracia divina.
Todos somos pecadores y estamos llamados a entrar en este proceso de conversión. No hay  justificación alguna que sustente una vida sin pecado si no es por orden divina. Y lo digo: ¡Somos pecadores! Y aunque muchas veces nos empeñamos en callar la conciencia eso no deja de ser real, porque el espíritu que vive en nosotros no se cansa de gemir por nuestra liberación, por alcanzar el descanso y la paz de la conciencia. Pero sería muy pobre de nuestra parte si buscáramos sólo el descanso y la paz de la conciencia, porque el camino que se emprende en el proceso de conversión tiene como cometido la amistad perdida, el deseo unitivo con la persona amada, de lo contrario el camino no tendría sentido recorrerlo.
«Para que el diablo lo pusiera a prueba», v. 1. La tentación de Jesús fue posible sólo por el hecho de que asumió nuestra naturaleza humana. Pero dicha tentación es para nosotros una lección ante el poder del Maligno: ¡Lo podemos vencer! Pues está escrito: «el pecado acecha a la puerta de tu casa para someterte, sin embargo tú puedes dominarlo», Génesis 4, 7.
El diablo, el que busca dividir, manchar, distorsionar la imagen del Hombre en Jesús poniéndole una serie de trampas como lo hizo con Adán y Eva. Es en los acontecimientos de la vida ordinaria donde debemos realizar la complacencia del Padre porque somos hijos en el Hijo, y es esta dignidad de hijos de Dios la que se pone en juego en las tentaciones. Jesús, la verdadera imagen del Padre viene a recuperar no sólo el camino que se había cerrado a causa del pecado sino a restaurar la imagen de hijos de Dios desfigurada por el pecado de nuestros primeros padres.
«Después de ayunar cuarenta días y cuarenta noches, sintió hambre», Mateo 4, 2. Jesús se encuentra en el desierto como el nuevo Moisés, el nos acompaña en nuestro éxodo a la casa del Padre. El tiempo que se nos ha concedido vivir, es el tiempo del camino, de las luchas y de las pruebas. Es el tiempo necesario para la recuperación de la identidad de hijo de Dios, es el tiempo de madurar y de crecer en la libertad, es el tiempo de los días claros y de las densas tormentas, es el tiempo del hambre, pues muchas cosas desean saciar y satisfacer el corazón del hombre hambrienta de verdad, de esperanza, de amor y de felicidad. Es el tiempo de elegir con qué y cómo alimentarnos y nutrirnos. Es el tiempo de vivir en la Alianza y en la fidelidad, eso es lo que significa cuarenta días y cuarenta noches, una generación, mi generación.
«El tentador se acercó entonces y le dijo: si eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes», v. 3.  El tentador hace uso de lo que tiene a la mano, se sirve de las fragilidades y debilidades humanas para sacar ventaja, se acerca a Jesús porque tiene hambre. Se acercará a ti porque también tienes hambre. El hambre aquí representa el anhelo más profundo de todo corazón humano. De ahí, que sea importante clarificar no sólo los deseos sino también el modo y los medios que se emplean para conseguir satisfacer los apetitos.
Santiago en su carta nos dice: «Cada uno es tentado por el propio deseo que lo arrastra y seduce», 1, 14. Y ese sentido creo que debemos darle crédito a Santiago porque en nosotros hay apetitos o inclinaciones que son contrarias totalmente al espíritu evangélico, y estamos invitados a no consentirlas, porque como enseña el CEC 2846: «nuestros pecados son los frutos del consentimiento a la tentación». La exhortación del Apóstol Pedro nos advierte al respecto: «Sean sobrios, estén siempre alertas, porque su adversario el Diablo, como león rugiendo, da vueltas buscando a quien devorar. Resístanlo firmes en la fe», 1Pedro 5, 8-9.
En las tentaciones de Jesús podemos visualizar las tentaciones que el hombre sufre en la briega diaria:
1.    Le propone que haga uso del “pan y circo”, que utilice el hambre del hombre para someterlos, explotarlos, para alcanzar sólo intereses personales, es el ámbito del paternalismo. A veces, pensamos que el aspecto económico puede darnos todo, hacer incluso que las piedras se conviertan en panes. Esta primera tentación se sitúa en la parte corporal del hombre: «Cuántas familias viven angustiadas porque alguno de sus miembros tienen dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la pornografía», Papa Francisco, la gula, la lujuria, la pereza, el culto al cuerpo, etc.
2.    La segunda propuesta es la del espectáculo y de la milagrería: la vanidad, la fama, la apariencia, el éxito público a través de una publicidad manipulada, el populismo, la soberbia, la egolatría, etc.
3.    La tercera propuesta que el diablo le presenta a Jesús es el uso del poder y la idolatría de las riquezas: la ira, la envidia y la avaricia son los impulsores para el enriquecimiento ilícito y obsceno, para el tráfico de influencias y las administraciones corruptas, para el robo y el injusto despojo de los bienes del prójimo, para el narcomenudeo, la trata de blancas, el secuestro, la extorsión, el lavado de dinero, etc.
Jesús nos enseña la manera cómo podemos salir victoriosos en las tentaciones:
-       No dialoga con Satanás como lo hizo Eva, es decir, no se expone a la tentación ni la consiente, la rechaza desde el primer momento en que este le presenta sus argumentos.
-       Jesús lo afronta refugiándose y confiando en la palabra de Dios. Lo primero que el diablo hace es separarte de Dios, que abandones la oración y la escucha de la palabra de Dios, hace que dejes la vida de los sacramentos, pues se dice: divide y vencerás. Te aísla de la vida comunitaria. ¡Cuidado! Solos no podemos vencer, es Dios quien lo ha derrotado.

sábado, 8 de marzo de 2014

“Te llamarán reparador de brechas, restaurador de casas en ruinas”
Isaías 58, 12.
Isaías 58, 9b-14; Salmo 85/86, 1-6; Lucas 5, 27-32.
La práctica de la justicia, la disponibilidad y la solidaridad con el pobre no aseguran sólo la felicidad para la otra vida sino también la paz y la prosperidad en la vida presente, pues compartir el pan tiene como cometido mitigar el hambre; el destierro de todo tipo de opresión y de esclavitud la promoción del hombre y el cuidado de su dignidad; evitando señalar los defectos del prójimo establecemos relaciones sanas y duraderas; no diciendo malas palabras o palabras ofensivas fraguamos por medio del respeto y el diálogo la amistad y la fraternidad, la seguridad y la paz, Cfr. Isaías 58, 9-10. Por eso hemos escuchado que el profeta le llama al hombre justo y solidario: «reparador de brechas, restaurador de casas en ruinas», v. 12.
Reparamos brechas cuando hacemos el camino de los hombres transitables, es decir, cuando les garantizamos confianza y credibilidad restableciendo las relaciones interpersonales que entre amigos, hermanos, conocidos, vecinos, compañeros de trabajo se habían dañado por diferencias o incomprensiones. Reparamos brechas cuando ayudamos a encontrar el camino recto a quienes han perdido el sentido de la vida, cuando les inyectamos nuevas ilusiones y esperanzas, y les otorgamos nuevos motivos para vivir, para construir un mundo, una sociedad más justa donde sea posible la convivencia de todos.
Construimos casas en ruinas cuando nos convertimos en punto de apoyo para quienes reprenden el destino de su propia vida después de vagar sin rumbo fijo anclados en vicios que les han desfigurado la imagen de hijos de Dios. Construimos casas en ruinas cuando nos esforzamos para que en casa exista: respeto, fraternidad, colaboración, ayuda mutua, paz, alegría, fidelidad, tolerancia, etc. Cuando en casa se ora y se bendice el nombre del Señor, y nos comprometemos alejar de ella la plaga del aborto, el divorcio, el adulterio, los métodos de contracepción, la violencia y las vejaciones intrafamiliares.
Todos estamos llamados a comprometernos a ser reparadores y constructores de brechas y casas, llamados hacer creíble el camino de la caridad, pues sólo el amor puede liberarnos del odio y del egoísmo que propician la muerte de muchos hermanos.