jueves, 31 de diciembre de 2015

“Hijos míos: Ésta es la última hora”
1Juan 2, 18.
1Juan 2, 18-21; Salmo 95/96, 1-2. 11-13; Juan 1, 1-18.
«Hijos míos: Ésta es la última hora», 1Juan 2, 18 nos dice san Juan, pero no se refiere a un tiempo o a un final de la historia sino más bien a una situación donde el hombre parece haber perdido el rumbo; donde todo es ambiguo y se pone en tela de juicio lo que antes se aceptaba sin dudas; donde la verdad y la fe se ven disminuidas por los antitestimonios que existen en los cristianos de este tiempo.
“La última hora” está señalada por los falsos hombres religiosos, es decir, por el “dominio” de los llamados anticristos, aquellos que rechazan silenciosamente no con palabras sino con obras y abiertamente se oponen a Cristo el Salvador por su manera de conducirse en la vida presente, por eso Juan nos dice: «vino a los suyos y los suyos no lo recibieron», Juan 1, 11.
“La última hora” está enmarcada por la falta de coherencia entre lo que se piensa, se dice y se hace, generándose así una falta de auténtica identidad del cristiano y su condición de ungido, es decir, de bautizado porque no viven según la verdad porque todo lo consideran relativo, se niegan a reconocer a que existe lo Absoluto y lo definitivo, y dejando como última medida sólo el propio yo con sus antojos.
“La última hora” exige discernimiento para encontrar la verdad y desenmascarar la mentira y las seducciones de la mundanidad como bien aconseja Jesús el Señor: «¡Tengan cuidado, y que nadie los engañe! Porque muchos se presentarán en mi nombre, diciendo que son el Mesías, y engañarán a muchos», Mateo 24, 4-5. Esta mundanidad ha permeado con su mentalidad y con sus estilos de vida a la propia comunidad cristiana, y algunos cristianos se han convertido en herejes porque pregonan doctrinas contrarias a la genuina fe de la Iglesia; han caído incluso en un sincretismo religioso pues han hecho de la fe un producto de muchas corrientes de pensamiento a tal punto que pueden encenderle un cirio a la Virgen Madre y otra a la muerte; ir a una misa de sanación y también a las limpias. El cristiano de hoy no tiene muy claro lo que dice creer.
Y no sólo eso, sino que algunos han apostatado de la propia fe y con odio atacan a la Iglesia, a sus representantes, a sus miembros. Hay quienes desean expropiarle a la Iglesia edificios para convertirlos en museos o bares; extraen de las ermitas y los lugares destinados al culto obras de escultura, pintura e incluso han profanado robando los vasos sagrados o extrayendo del tabernáculo a Jesús Eucaristía para exhibirlos públicamente haciendo con cada forma consagrada frases para un “gran performance”.
“La última hora” pone en evidencia que existe en nuestros días una clara rebeldía del hombre, el cual se encuentra “atrincherado” en una concepción errónea de la libertad por eso el apóstol dice: «De entre ustedes salieron, pero no eran de los nuestros; pues si hubieran sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros», 1Juan 2, 19. ¿Cuántos obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos, consagrados, hombres y mujeres de Iglesia han esparcido por el mundo “semillas erróneas” de doctrinas insanas que están en completo desacuerdo con la fe de Iglesia? ¡Muchos!
Por eso, “la última hora” nos apremia, nos impulsa a pregonar la Palabra de Dios con valentía, con claridad, con rectitud, con verdad y unción de Espíritu Santo. Y para que eso sea posible es fundamental que se sea hombre maduro en la fe; adultos maduros en la fe quiere decir estar completamente enraizados, arraigados en la amistad con Cristo. Porque es Cristo el modelo de todo hombre y por consiguiente el criterio óptimo para discernir entre la verdad y la mentira, por eso dice el apóstol Pablo: «Así no seremos niños, juguete de las olas, arrastrados por el viento de cualquier doctrina, por el engaño de la astucia humana y por los trucos del error», Efesios 4, 14.
Y la amistad con Cristo se cultiva con estudio y formación, especialmente de las Sagradas Escrituras y del Catecismo de la Iglesia Católica; con la oración y la meditación, entre ellas el rezo del credo que contiene en síntesis las verdades de nuestra fe y el santo rosario que nos recuerdan con sus misterios la vida de Jesucristo; y sobre todo poniendo en práctica las obras de misericordia del Señor que son ya obras buenas de amor al prójimo.
Sólo siendo amigos de Cristo, dejándonos iluminar por la verdad de su doctrina y la gracia de sus sacramentos tenemos garantía de ser testigos de la luz (Cfr. 1Juan 1, 6-8) y es posible hacer realidad el deseo de Jesús el cual nos dice: «Brille igualmente la luz de ustedes ante los hombres, de modo que cuando ellos vean sus buenas obras, glorifiquen al Padre de ustedes que está en el cielo», Mateo 5, 16.


miércoles, 30 de diciembre de 2015

“En esto tenemos una prueba de que conocemos a Dios, en que cumplimos sus mandamientos”
1Juan 2, 3.
1Juan 2, 3-11; Salmo 95/96, 1-3. 6; Lucas 2, 22-35.
La vida religiosa está a nuestro alcance, el hombre es religioso por naturaleza, siempre le vemos ligado a algo o a alguien. En estos tiempos vemos al hombre adherido a muchas cosas, su ritmo de vida revela incluso hasta una especie de rito o culto. Hay por ejemplo quienes hacen del gimnasio un estilo de vida, le rinden culto al cuerpo, son cuidadosos en su alimentación, en su apariencia y en el tipo de accesorios que utilizan, que visten o calzan. Hay quienes sienten una fascinación tremenda por el trabajo o por el futbol o algún otro pasatiempo (el celular, videojuegos, tv, radio, música, etc.).
El cristiano tampoco está exento de hacer lo mismo, puede hacer que su vida gire en torno a cosas vanas y superfluas. ¡Ojo! No estoy diciendo que hacer ejercicio, alimentarse bien, el trabajar, el tener un rato de esparcimiento no sea justo, necesario y saludable. ¡No! Esa no es mi intención. Lo que intuyo más bien, es el hecho, de que el hombre a veces o la mayoría de las veces se apega a “algo” sin detenerse si quiera a reflexionar adecuadamente, si ese “algo” es esencial o una cosa de la que puede prescindir sin que ponga en peligro su vida. Porque hay cosas que son en verdad fundamentales de las que depende no sólo la vida, el desarrollo de la persona, la propia humanización sino incluso la salvación.
El cristianismo es una religión (porque uno está ligado o adherido conscientemente, no a algo sino a alguien) monoteísta (se cree en un único Dios) y no acepta la monolatría (la adoración a un único Dios, pero aceptando la existencia de otros dioses) ni el politeísmo (muchos dioses). El cristiano le rinde culto, adoración y le sirve a un único Dios en tres personas distintas (Padre, Hijo y Espíritu Santo). El cristiano como explica san Juan debe manifestar con su estilo de vida que pertenece a Cristo, pues de él recibe su nombre y su significado, por eso afirma: «el que afirma que permanece en Cristo debe de vivir como él vivió», 1Juan 2, 6. Cristo vivió siempre amando a todos por igual.
Así que para permanecer en Cristo debemos asumir no sólo su enseñanza sino imitar también sus actitudes por eso escuchamos decir: «en esto tenemos una prueba de que conocemos a Dios, en que cumplimos sus mandamientos», v. 3. Y uno puede preguntarse cuáles y el Señor mismo te responde como lo hizo con el joven rico: «no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no jurarás en falso, no defraudarás; honra a tu padre y a tu madre», Marcos 10, 19. Y te das cuenta de que se trata de los mandamientos antiguos, aquellos que hemos aprendido y memorizado desde pequeños.
No se trata pues como enseña Juan de «un mandamiento nuevo, sino de un mandamiento antiguo, que ustedes tenían desde el principio», 1Juan 2, 7. Pero dirán son muchos o uno solo. Si te fijas bien te darás cuenta que es uno solo pero como repercute en toda la vida, es decir, en las relaciones que el hombre tiene con su prójimo, con su esposa, esposo, con sus padres, hermanos, amigos, conocidos, etc., se convierte en muchos porque pretende iluminar todas las relaciones humanas. Es una única palabra, pero como existen diversas personas con sus variadas formas de vida toca a cada una según sea el estado de vida elegido. Y como cada quien la recibe según su estado de vida al encarnarse en ella lo antiguo pasa y se actualiza y se hace nuevo, por eso agrega san Juan: «Y, sin embargo, es un mandamiento nuevo éste que les escribo», v. 8.
¿De qué mandamiento se trata? Del mandamiento nuevo del amor que se desglosa en dos: amor a Dios y amor al prójimo. No pueden separarse. Se reclaman recíprocamente, por eso Juan enseña: «Si uno vive en la abundancia y viendo a su hermano necesitado le cierra el corazón y no se compadece de él, ¿cómo puede conservar el amor de Dios?», 1Juan 3, 17. Y Jesús enseña que en el amor a Dios y al prójimo depende la ley entera y los profetas (Mateo 22, 40), por eso san Pablo en sus predicaciones decía: «quien ama no hace mal al prójimo, por eso el amor es el cumplimiento pleno de la ley», Romanos 13, 10.
De lo anterior, comprendemos que la verdadera religiosidad, el auténtico cristianismo se manifiesta cuando el hombre, la mujer aman al prójimo como Cristo nos enseñó. En el amor tenemos la prueba, el testimonio convincente y creíble para gritar con todo el corazón que amos a Dios, que le conocemos porque hacemos lo que él nos ha pedido: Amar.
Es el amor quien capacita al hombre para descubrir en la cotidianidad de la vida la presencia del Señor. El amor nos afina, nos hace susceptibles y capaces de experimentar una gama de sentimientos que son al mismo tiempo verdaderos, pero también inexplicables, porque el amor diviniza, el amor convierte, el amor inspira. Sólo así puedo comprender que el anciano Simeón pudo expresar: «porque mis ojos han visto a tu Salvador», Lucas 2, 30.
“El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él”
Lucas 2, 40.
1Juan 2, 12-17; Salmo 95/96, 7-10; Lucas 2, 36-40.
«El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él», Lucas 2, 40 nos refiere Lucas en su evangelio y nos recuerda el papel que juega la familia en la formación y educación de los hijos. Los padres tienen ese deber y esa obligación por derecho natural. La responsabilidad de los padres hacia los hijos es algo connatural. En este punto el cuarto y quinto mandamientos de la ley de Dios están entrelazados.
«Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar», Éxodo 20, 12 expresa de forma positiva el cuarto mandamiento, indicando los deberes que se han de cumplir para que, en la familia, en el trabajo, en la escuela, en la ciudadanía existan una armónica convivencia. Esa armónica convivencia no puede existir sin ciertos valores tales como: el respeto, la tolerancia, la comprensión, la solidaridad, la seguridad, la paz, la justicia, el amor, etc.
Este mandamiento exige reciprocidad y al mismo tiempo magnanimidad. Reciprocidad porque si deseas que tus hijos te respeten debes enseñarles caritativamente el respeto, tratándoles con dignidad y buenos modales. De la misma manera el jefe a sus subordinados, los maestros a sus alumnos, el ciudadano al que ostenta la autoridad, etc. Magnanimidad, que denota ya el poseer un temperamento noble, una grandeza de espíritu que le hace que se comporte con generosidad a pesar de las injurias y las actitudes negativas que puede recibir hacia su persona. Los hijos están llamados a respetar a sus padres, aunque éstos sean grotescos y salvajes con ellos, es decir, están llamados los hijos a restablecer la paz manifestando gran magnanimidad hacia sus padres.
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que «el respeto a los padres (piedad filial) está hecho de gratitud para quienes, mediante el don de la vida, su amor y su trabajo, han traído sus hijos al mundo y les han ayudado a crecer en estatura, en sabiduría y en gracia», 2215 por eso nos recuerda el libro del Eclesiástico: «Honra a tu padre de todo corazón y no olvides los dolores de tu madre; recuerda que ellos te engendraron, ¿qué le darás por lo que te dieron?», 7, 27-28. El sentido de gratitud brota de haberse experimentado insuficiente y totalmente dependiente de los padres.
Jesús niño, necesitó de los pechos de la Virgen Madre para su alimentación, del cariño y cuidados necesarios para crecer sano y salvo. Pero José jugó un papel importantísimo, pues su sola presencia era ya garantía de estabilidad emocional, de seguridad, protección, y con su trabajo proporcionó todos los condicionamientos necesarios para que el niño Jesús se desarrollara dignamente. Pero cuando los padres son irresponsables, cuando no tienen en cuenta las obligaciones que se desprenden de haber concebido un hijo, ¿se despertará en los hijos sentimientos de gratitud o no será más bien de resentimientos, amarguras y hasta desprecio y odio? Sin los sentimientos de gratitud, hermanos, será difícil que los hijos den afecto y muestren respeto filial con docilidad y obediencia, aunque se les exija eso por el simple hecho de vivir todavía en casa. La cosa se torna difícil y el ambiente es ríspido porque no hay paz. Y si no hay respeto filial tampoco habrá buenas relaciones entre hermanos y hermanas y qué decir todavía de la comunidad en la que comúnmente se habita.
Por otra parte, no hay que olvidar que la sabiduría humana se adquiere a través de las relaciones interpersonales. Jesús se “llenaba de sabiduría” porque José y María le enseñaban adecuadamente según sus posibilidades. No me quiero imaginar la presión que sentían y la gran responsabilidad que había caído sobre sus hombros al ser conscientes que Dios había colocado en sus propias manos a su Amadísimo Hijo. Y sigue siendo semejante la cosa, Dios continúa colocando en el seno de las familias, su “imagen y semejanza”, porque todo hombre, toda mujer que viene al mundo llevan la impronta de su creador, así que Dios espera que cada hombre, cada mujer alcance la medida de su Hijo Jesús.
Con los ejemplos sabios de los padres los hijos crecen y se robustecen, pero hay todavía un papel más que desempeñar con gran esmero y dedicación, para que en los hijos también actúe copiosamente “la gracia de Dios”, es decir, que se cultive una amistad sana, duradera, honesta y recta con Dios. Y esa es tarea también de los padres. Y para evitar que esa relación amorosa con Dios se distorsione, se fracture o se corrompa es necesario atender la exhortación que el Apóstol Juan nos dice en la primera lectura: «no amen al mundo ni lo que hay en él. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él», 1Juan 2, 15. En otras palabras no deben vivir los padres mundanamente, no se deben corromper ni contaminar por la mundanidad de este mundo, hay que desterrar y arrancar de raíz «las pasiones desordenadas…, las curiosidades mal sanas y la arrogancia del dinero», v. 16 pues estas ensucian la mente, generan sentimientos vanos y obras malas.
Grandes tareas tienen los padres y el Señor lo sabe por eso les auxilia y apremia a que vivan santamente.

lunes, 28 de diciembre de 2015

“Nuestra ayuda nos viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra”
Salmo 123/124, 8.
1Juan1, 5-2,2; Salmo 123/124, 2-8; Mateo 2, 13-18.
«Nuestra ayuda nos viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra», Salmo 123/124, 8 es la confesión orante del hombre de fe. Este Salmo es un cántico de acción de gracias que se dirige a Dios por la salvación que ha realizado en favor de sus fieles, de su pueblo. Hoy hemos tenido la oportunidad de escucharlo totalmente en sus ocho versículos cuando se ha recitado como Salmo responsorial. Y nos permite en retrospectiva descubrir en qué ha consistido el auxilio que el Señor ha ofrecido a su pueblo. El versículo que estamos meditando nos ayuda a reconocer que la acción poderosa del Dios creador también se manifiesta en acciones concretas de salvación.
Pensar en las acciones concretas de salvación que el Dios creador realiza nos debe motivar para descubrir cuáles son esas mediaciones que el Señor pone a nuestro alcance para liberarnos de los “males” que nos circundan y nos sumergen en la desesperación, angustia y miedo. Esto implica estar atentos, discerniendo constantemente la realidad porque Dios está cerca y mueve los hilos de la historia siempre a favor del hombre. Es interesante la manera como el Poeta (el Salmista) compara su situación y desgracia a la red que tienden los cazadores de pájaros, el texto subraya: «Nuestra vida se escapó como un pájaro de la trampa de los cazadores. La trampa se rompió y nosotros escapamos», v. 7.
Un ave en desesperación logró romper la red y pudo volar. Esto nos da pie para decir, que la angustia, el miedo, la desesperación, la frustración, la soledad que provocan las situaciones negativas la beberemos hasta la última gota, es decir, el dolor y el sufrimiento forman parte de la propia humanidad del hombre. Ese dolor y sufrimiento nos hace de un modo experimentarnos vivos y nos dan lucidez para querer conservar la propia vida. Así que todas estas formas de sentimientos que el hombre puede experimentar ante las situaciones críticas para que no oscurezcan la mente se deben aceptar, para digerirlas mejor y lograr ver la salida o el camino para afrontarlas adecuadamente.
Hoy al celebrar a los santos inocentes, mártires, el evangelio nos presenta una mediación directa que le sirvió a José para custodiar la vida de su hijo Jesús y de su esposa María: «el ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Quédate allá hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo», Mateo 2, 13. La mediación directa que el Señor utiliza para salvar a su propio Hijo es el Ángel, se trata pues de una mediación sobrenatural, divina por decirlo de un modo.
Pero existieron otras mediaciones y que son humanas las cuales no se enumeran, pero son también muy importantes y por esa razón no se pueden infravalorar, por ejemplo: el propio José y su destreza para llegar a Egipto sano y salvo con su esposa e hijo; la caravana de mercaderes que comúnmente se desplazaban en las rutas comerciales por esa región y que sirvió como camuflaje a la Sagrada familia; la misma población en Egipto que acogió a los migrantes y permitió que José pudiera sostener con su trabajo a su propia familia; incluso no hay que restarle el mérito a los medios de transporte de ese tiempo, el burrito, el buey, los camellos; el dinero, etc. Hay pues muchas mediaciones que aparecen alrededor de una desgracia y es posible que no se vean tan claramente como cuando uno está en paz y en tranquilidad, pero todas ellas responden o mejor dicho se interrelacionan para poder tocar o experimentar lo que en la fe llamamos providencia divina.
La muerte de los inocentes no son una mediación que Dios utiliza para salvar a su Hijo. La muerte de los niños inocentes son la consecuencia de un corazón borracho de poder, de envidia y de odio ante quien es en verdad por linaje y dinastía el auténtico rey de Israel: Jesús de Nazaret. Porque hay que decirlo, Herodes es idumeo no es israelita, por lo tanto, por su sangre no corre la genealogía davídica. En cambio, con Jesús sí porque es hijo legítimo de José que pertenece a la casa de David.
Y, sin embargo, la sangre derramada de esos inocentes no fue en vano. Herodes quiso dar muerte al niño Jesús asesinando a todos los pequeños menores de dos años y Dios sacó de lo trágico, porque toda muerte es trágica, algo maravilloso: los coronó dándoles vida eterna. Los niños inocentes perdieron la vida injustamente, pero Jesús que es Dios, es también un intercesor «Justo» ante el Padre, el cual les concede la corona de la inmortalidad, Cfr. 1Juan 2, 1.
La fiesta de los santos inocentes nos recuerda que el Dios en el que creemos es ante todo el Dios de la vida. Y nos enseña también, que el hombre a pesar de que es un ser vivo puede convertirse en destructor de la propia vida como la del prójimo, y eso, nos debe invitar a estar siempre atentos y vigilantes para respetar siempre la vida de los demás seres de la creación.

sábado, 26 de diciembre de 2015

“Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén para las festividades de la Pascua”
Lucas 2, 41.
1Samuel 1, 20-22. 24-28; Salmo 83/84, 3. 5-6. 9-10; 1Juan 3, 1-2. 21-24; Lucas 2, 41-52.
Hoy vemos a papá José, a mamá María y al adolescente Jesús cumplir con las prescripciones de la ley; como peregrinos se dirigen al templo de Jerusalén para la conmemoración de las festividades de la Pascua; festividad que celebra la liberación que el Señor hizo de su pueblo Israel de la esclavitud de Egipto (Deuteronomio 16, 1). Como explica la ley tres veces al año deberían ir los israelitas en peregrinación al lugar Santo para las fiestas del Señor: la de los panes Ázimos, de las semanas (Pentecostés) y de las Chozas. Y no deberían presentarse «con las manos vacías». Cada uno debería dar lo que podía «conforme a la bendición que el Señor» le hubiera otorgado v. 16-17. La familia de Jesús es una familia israelita muy piadosa, vinculada a la identidad de su pueblo, a sus costumbres, a sus leyes pues Lucas nos dice: «fueron a la fiesta según la costumbre», 2, 42.
Y es precisamente en esta religiosidad de los padres de Jesús donde descubrimos particularmente no sólo el derecho sino también el deber de educar y formar a los hijos. El papel de José es insustituible, porque él tiene la responsabilidad de enseñar al Hijo el sentido de la fiesta porque es el jefe de familia (Éxodo 12, 26-27), pues está escrito: «cuando el día de mañana te pregunte tu hijo ¿qué son estas normas, esos mandatos y decretos que les mandó el Señor, su Dios», Deuteronomio 6, 20. «Y ese día le explicarás a tu hijo: Esto es por lo que el Señor hizo en mi favor cuando salí de Egipto», Éxodo 13, 8. La fiesta actualiza el hecho, no se trata de recordar cosas del pasado, sino experimentar cada día como el Señor va liberando de las esclavitudes a su pueblo. El padre tiene la responsabilidad de transmitir la fe al hijo, para que éste, cuando forme su propia familia les explique a sus hijos el sentido de las festividades de la pascua.
Lucas nos narra que después de que fue Jesús presentado al templo y circuncidado a los ocho días de nacido, los padres regresaron a Nazaret y ahí «el niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y el favor de Dios lo acompañaba», 2, 40. Y ahora, en este pasaje que estamos meditando, después de que encuentran a Jesús hablando con los doctores de la ley, le reprendieron y Lucas nos vuelve a decir: «Jesús iba creciendo en saber, en estatura y en el favor de Dios y de los hombres», v. 52. Para indicarnos que Jesús está madurando, se está convirtiendo en adulto, en hombre, eso es lo que significa la expresión «cuando el niño cumplió doce años», v. 42. Jesús comienza a tomar sus propias decisiones, se vislumbra ya la autonomía e independencia del joven, por eso enfatiza: «Jesús se quedó en Jerusalén», v. 43. Por eso, podemos afirmar que la tarea de la familia es la de formar hombres responsables en todos los ámbitos de la vida humana: en el trabajo, en el aspecto religioso, en las costumbres morales, en las obligaciones civiles, etc.
El hombre que va a Jerusalén no va con las manos vacías, tiene que presentarle al Señor las ofrendas, que son ya signos muy claros de haber laborado, de haberse ganado el pan honradamente, de haberse hecho responsables de sí mismo y de la propia familia. El trabajo forja el carácter y modela el temperamento de la persona. El texto señala muy bien que Jesús en Nazaret «siguió sujeto» a la autoridad de José y de María. Y es precisamente allí, a lado de José donde Jesús aprende a trabar la madera que será el oficio que le permita llevar el pan a la mesa cuando José muera, pero, sobre todo, cumplir con la ofrenda en cada peregrinación a Jerusalén para los días de la pascua. El trabajo hace madurar a la persona y le hace más humano.
Si hoy hay hijos “ninis” porque no trabajan o estudian a ¿quiénes hemos de responsabilizar? ¿al estado por la falta de creación de empleos? Creo que sabemos en quien recae la responsabilidad como primera instancia. Hemos de hacerle caso al sabio: «de todo esfuerzo se saca provecho; del mucho hablar, solo miseria», Proverbios 14, 23.
Quiero todavía compartir un punto más de nuestra meditación: «Al tercer día lo encontraron en el templo» sentado y enseñando, v. 46. Jesús está en un nuevo camino, José y María no lo encuentra entre los parientes y los conocidos, v. 44. Este nuevo camino no lo entienden incluso ni los mismos doctores pues el texto señala: «Todos los que lo oían se admiraban de su inteligencia y de sus respuestas», v. 47. Este nuevo camino está representado por una manera nueva de relacionarse con Dios: a quien le llama Padre. Este camino se entenderá mucho mejor cuando Jesús resucite y se siente a la derecha del Padre, pues dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida: nadie va al Padre si no es por mí», Juan 14, 6. Pero esta relación filial que Jesús tiene como Hijo de Dios lo desarrollo en su humanidad gracias a la vinculación afectuosa, amorosa, de respeto y de cariño hacia José y María, por eso Lucas nos dice: «volvió con ellos a Nazaret y siguió sujeto a su autoridad», 2, 51.
La familia la vemos entonces como la escuela donde se aprenden las grandes virtudes humanas, tan necesarias, para que pueda existir una sana convivencia en la sociedad donde comúnmente se desenvuelve el hombre. Las familias habilitan los dones de sus miembros para que éstos a su vez enriquezcan a la sociedad civil. Si hoy el tejido social está fragmentado se debe sin duda alguna a la disolución del ámbito familiar. Y de eso son culpables tanto los padres como los hijos. Hoy la sagrada familia nos motiva a echarle ganas a nuestras familias para éstas lleguen a ser la comunidad de vida y de amor.

“En tus manos encomiendo mi espíritu y tú, mi Dios leal, me librarás”
Salmo 30/31, 6.
Hechos 6, 8-10. 12; 7, 54-60; Salmo 30/31, 3-4. 6-8. 16-17; Mateo 10, 17-22.
«En tus manos encomiendo mi espíritu y tú, mi Dios leal, me librarás», Salmo 30/31, 6 dice expresamente el Salmista, se trata de un hombre que ha puesto totalmente su confianza en Dios, es un hombre que ya no tiene fuerzas y que el enemigo le persigue a muerte. No tiene en donde apoyarse por eso expresa: «soy la burla de todos mis enemigos, el asco de mis vecinos, el espanto de mis conocidos: me ven por la calle y escapan de mí», v. 12. Dios es invocado por este hombre con diversos apelativos: roca, fortaleza, refugio, muralla, defensa. Pero hay una expresión contenida en este versículo que estamos meditando que ilumina nuestra reflexión, el orante dice “y tú, mi Dios leal, me librarás” para darnos entender que quien se abandona en Dios no queda defraudado y lo expresa más claramente cuando dice: «¡Y yo que me decía a la ligera: me has echado de tu presencia!, pero tú escuchaste mi súplica cuando te pedí auxilio», v. 23.
Jesús de Nazaret, en la cruz, acude a este salmo 30/31, 6 como oración confiada y nos enseña que incluso en los momentos más atroces de nuestra existencia no hemos de poner en duda nuestra condición filial, somos hijos de Dios, por eso dice: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu», Lucas 23, 46. Jesús nos consuela haciéndonos ver que el Señor Dios lo sostiene en su propia muerte. No lo abandona al sepulcro, lo hace resurgir de entre los muertos. El Padre no abandona ni desoye la súplica de su Hijo. Creo que ésta debe ser la actitud creyente que hemos de asumir antes los momentos más dramáticos de nuestra existencia, en la enfermedad, en la muerte, en los mismos fracasos que a veces nos hacen sumergirnos en un cieno profundo. Abandonarnos confiadamente a los brazos del Padre de la misericordia, pues el Salmista exclama: «Vuelve, Señor, tus ojos a tu siervo y sálvame, por tu misericordia», Salmo 30/31, 17.
La primera lectura de hoy, con el martirio de Esteban resalta esta confianza en Dios que todo hombre y mujer de fe deben tener, pero ahora lo hace el discípulo de Jesús cuando dice: «Señor Jesús, recibe mi espíritu», Hechos 7, 59. Esteban confiesa que Jesús está a la derecha de Dios reinando, vivo, se trata de una experiencia personal, él ve con sus propios ojos los cielos abiertos y lo hace desde la tierra, Cfr. v. 56. Esta confianza en Jesús como Señor y Dios le da fuerza y lo mantiene firme en la fe. La contemplación de su Señor glorioso es el aliciente necesario para soportar las injurias, los desprecios, las incomprensiones, los ataques y violencias que le profieren sus coetáneos y es entonces cuando comprende aquellas palabras del propio Maestro que les enseñaron los apóstoles: «amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada a cambio. Así será grande su recompensa y serán hijos del Altísimo, que es generoso con ingratos y malvados», Lucas 6, 35. Esta enseñanza de Jesús Esteban lo pone en práctica cuando dice: «Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y diciendo esto, se durmió en el Señor», Hechos 7, 60.
Y se confirma así, con su actitud frente a la agresión y los actos violentos que en verdad Él estaba «lleno del Espíritu Santo», v. 55. He hizo lo que el Espíritu de Dios le inspiró en ese momento (Cfr. Mateo 10, 19), le inspiró como en enseña el Apóstol Pedro a no devolver «mal por mal ni injuria por injuria, al contrario» bendijo, pidió para sus asesinos el perdón de sus pecados, 1Pedro 3, 9.
El perdón que pide a Dios por sus verdugos pone de manifiesto otras características que nos permite descubrir la presencia de Dios Espíritu Santo en su vida:
-          Goza de una profunda libertad interior por eso puede donar su vida, no tiene miedo sabe que su confianza está en Jesús resucitado, Cfr. 2Corintios 3, 17.
-          Es capaz de perdonar quien en verdad ama, pues está escrito: El amor «no se irrita, sino que deja atrás las ofensas y las perdona. Todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta», 1Corintios 13, 5.
-          Señala el texto de los Hechos de los Apóstoles que «no podían refutar la sabiduría y el espíritu con que hablaba» cuando discutía con los judíos, 6, 10. Esteban no habla tonterías, habla sabiamente, da razones y explicaciones. Se mantiene en la verdad, pues como afirma la Biblia: «El espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad plena», Juan 3, 13.
-          Si Esteban estaba lleno del Espíritu Santo entonces gozaba de sus frutos, pues el Apóstol Pablo nos dice que: «el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, modestia, dominio propio», Gálatas 5, 22-23.
-          Esteban le hace honor a su nombre: coronado. Coronado nada menos por la gracia y el poder de Dios. Mostró que en verdad el Espíritu de Dios nos hace hijos y nos impulsa a exclamar: ¡Abbá, es decir Padre!, Cfr. Romanos 8, 15.

   

jueves, 24 de diciembre de 2015

“Hemos visto su gloria”
Juan 1, 14.
Isaías 52, 7-10; Salmo 97/98, 1-6; Hebreos 1, 1-6; Juan 1, 1-18.
Uno ve el pesebre y ve a María y a José presentándonos al niño en vuelto en pañales, no hay nada de extraordinario aparentemente, un hijo más ha venido al mundo y toda alegría se reduce a la intimidad de una sola familia. Y se hace casi incomprensible las palabras del profeta Isaías cuando dice: «Descubre el Señor su santo brazo a la vista de todas las naciones. Verá la tierra entera la salvación que viene de nuestro Dios», 52, 10. Sobretodo porque constatamos que no hubo posada para este niño en Belén (Cfr. Lucas 1, 7) y sólo se enteraron algunos pastores por el anuncio del ángel (Cfr. vv. 8-17). Todo “pinta” a que Dios no fue buen estratega a la hora de presentar a su Hijo al mundo porque éste nació en la periferia de la ciudad. En un rincón del mundo y lejísimos de las grandes urbes de su tiempo.
El profeta anuncia que Dios descubre “su santo brazo” a las naciones del orbe. Y cuando observamos al “chiquitín” nos damos cuenta que su brazo es flexible, delicado, tierno, sin fuerzas suficientes para sostener algo. Pero es precisamente ahí, en la sencillez de la carne como la Palabra poderosa del padre se ha manifestado (Juan 1, 14). La Palabra creadora es ahora criatura (Cfr. v. 3). Y el Dios que no tiene principio comienza a existir en el tiempo y hoy celebramos su cumpleaños 2015 (Cfr. v. 1).
¿Y qué celebramos cuando festejamos el cumpleaños? ¡La vida! Así es, Jesús es la Vida como afirma el evangelio de Juan: «Él era la vida, y la vida era la luz de los hombres», 1, 4. Dios se hace Hombre y morador de la humanidad. Dios habita en una cultura concreta y nuestros ojos constatan que el: «Señor retorna a Sión» su ciudad santa, Isaías 52, 8. Dios en ese sentido no ha abandonado jamás a su pueblo ni a su suerte a los hombres. Su nacimiento no es sólo un maravilloso acontecimiento sino también una gran enseñanza porque «indica a los pecadores el sendero» correcto, Salmo 24/25, 8.
Pero date cuenta hermano, hermana, Dios ha elegido la sobriedad de la vida, la cotidianidad de las cosas improvisadas, el frío silencioso de la noche como manto, la intemperie como casa, como cuna una especie de cajón donde se echaba la comida a los animales para que comieran, el centelleo de una antorcha, el balar de algunas ovejas y el grito de algunos pastores como música de fondo. Nuestro Dios se ha manifestado así en la simplicidad y parece poquitero porque no sabe pedir ni exigir pleitesía que como Dios y Señor le corresponden. El Señor enseña a su pueblo que lo importante es el Ser y no el Tener, el Señor apuesta por lo esencial de la vida y deja atrás lo vano y lo superfluo.
Pero es una realidad: «Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron», Juan 1, 11. Los suyos como dice papa Francisco: forman «una sociedad frecuentemente ebria de consumo y de placeres, de abundancia y de lujo, de apariencia y de narcisismo..., un mundo, a menudo duro con el pecador e indulgente con el pecado…, una cultura de la indiferencia, que con frecuencia termina por ser despiadada». El hombre de hoy no ha comprendido, no quiere entender que una vida así le lleva no sólo a la ruina sino también a la muerte.
Descubro entonces que el “brazo” que el Señor muestra al mundo, es un brazo indulgente, paciente y misericordioso. Es un brazo que redime porque es capaz de contener la ira y perdonar. Y así, como dice el Salmista: «Una vez más ha demostrado Dios su amor y su lealtad hacia Israel», Salmo 97/98, 3.
Su reinado, ¡Oh sí hermano! Porque nuestro Dios es Rey y su reino es de amor y de paz (Cfr. Isaías 52, 7). No es un reino opresor ni denigrante para el hombre. Dios no se impone con violencia ni desea que le adoren a la fuerza, en su reino impera la libertad por eso te exhorta, jamás te coacciona u obliga a que lo aceptes. Pero es real y no imaginario, Él es Rey y por eso se nos invita a que: «Aclamemos al son de los clarines al Señor, nuestro rey», Salmo 97/98, 6. Pero debes antes preguntarte y responder con sinceridad ¿Es Jesús, el Hijo de Dios mi Señor y mi Rey? ¿Él gobierna en mis pensamientos, en mi corazón y en mi vida?
Hoy, como explica san Juan: «Hemos visto su gloria» 1, 14. La gloria de Dios consiste en saber que la bondad de Dios es infinita y jamás se agotará, y esa bondad es comunicada hoy a los hombres a través del Salvador del mundo, es decir, la Bondad primigenia con la cual ha sido creado el propio hombre, por eso, se nos dice que «el Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la imagen fiel de su ser y el sostén de todas las cosas con su palabra poderosa», Hebreos 1, 3. Así que el hombre cuando se empeña en hacer las cosas bien, cuando sus actitudes manifiestan bondad se revelan como la gloria de Dios.
En conclusión, con su nacimiento y su estilo de vida, Jesús enseña a los hombres a manifestar el brazo poderoso del Señor, es decir, su gloria, que es un brazo de santidad, de bondad, de perdón y de amor.
“y ha hecho surgir en favor nuestro un poderoso Salvador en la casa de David, su siervo”
Lucas 1, 69.
2Samuel 7, 1-5. 8b-12. 14a. 16; Salmo 88/89, 2-5. 27. 29; Lucas 1, 67-79.
Hay un pasaje en las Sagradas Escrituras que dice: «la lengua del mudo cantará», Isaías 35, 6. Hoy el mudo Zacarías canta la grandeza del Señor. Lo aprendió en carne propia, la palabra de Dios da vitalidad, todo lo crea y recrea, así está expresado en el cuarto Evangelio: «Todo existió por medio de ella, y sin ella nada existió de cuanto existe» 1, 3. A Zacarías su incredulidad lo dejó mudo. Pero hoy permeado del Espíritu Santo canta lleno de gozo (Lucas 1, 67). Hay mucho que agradecer y uno de esos motivos es el de ser papá a pesar de su avanzada edad. Reconoce que Dios actúa en el tiempo y con gran paciencia, pues «el Señor no se retrasa en cumplir su promesa, como algunos piensan», 2Pedro 3, 9.
Zacarías nos enseña que hay orar constantemente hasta consumir la propia vida orando, hay que penetrar en el misterio de Dios a través de esta acción sacerdotal, pues está escrito: «Sea mi oración como incienso en tu presencia, mis manos levantadas, como ofrenda vespertina», Salmo 140/141, 2. Y es que el evangelio de Lucas nos narra que precisamente fue en la ora de la incensación cuando el ángel del Señor le dijo: «No temas Zacarías, que tu oración ha sido escuchada, y tu mujer Isabel te dará un hijo, a quien llamarás Juan», 1, 13. Una cosa he aprendido con esta meditación: esperanza siempre habrá para un corazón que ora, pues es la vigilante oración la que mantiene en espera.
El cántico de Zacarías desvela el misterio de Dios, pues es una composición melodiosa que el propio Espíritu de Dios ha soplado, pues está escrito: «el Espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad plena…y les anunciará el futuro», Juan 16, 13. Por eso, Zacarías llega a decir que el Señor Dios «ha hecho surgir en favor nuestro un poderoso salvador en la casa de David, su siervo», Lucas 1, 69. Cumpliéndose así la promesa que Dios había hecho a David por el servicio del profeta Natán: «Tu casa y tu reino permanecerán para siempre ante mí, y tu trono será estable eternamente», 2Samuel 7, 16. Este poderoso Salvador es Jesús el Hijo de María esposa de José, pues es a éste venerable patriarca al que le dijo el ángel del Señor: «José, hijo de David, no temas recibir a María como esposa tuya, pues la criatura que espera es obra del Espíritu Santo…a quien llamarás Jesús», Mateo 1, 20-21.
Así que el hijo de Zacarías e Isabel como el Hijo de María esposa de José es obra de «la entrañable misericordia de nuestro Dios» y por su misericordia «nos visitará el sol que nace de lo alto», Lucas 1, 78. Dios por su exquisita y fina presencia hace desaparecer las tinieblas que oscurecen a la humanidad.
El hombre frente a sus ojos ve abiertos los cielos, así como los rayos del astro rey atraviesan los densos nubarrones, así con el nacimiento del Hijo de Dios el paraíso ha sido abierto para no cerrarse jamás, y es éste mismo Señor, por beneplácito del Padre quien se convierte en el puente que une el cielo y la tierra, es quien guía «nuestros pasos por el camino de la paz», v. 79, es decir, el camino de la gran reconciliación, del abrazo profundo entre los hijos pródigos y el Dios de la Misericordia, pues está escrito: «Yo soy el camino, la verdad y la vida: nadie va al Padre si no es por mí», Juan 14, 6. Zacarías en su cántico por la fuerza del Espíritu Santo nos descubre que Jesús es no sólo el Mesías esperado sino el mismísimo Dios de la Misericordia. Y su hijo, Juan, el profeta, la voz que anuncia la llegada del Mesías, la voz que congrega y prepara los corazones de los hombres, Cfr. Lucas 1, 76-77. Dios se hace presente, abrámonos a su mensaje de Esperanza.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

“He aquí que yo les enviaré el profeta Elías, antes de que llegue el día del Señor, día grande y terrible”
Malaquías 3, 23.
Malaquías 3, 1-4. 23-24; Salmo 24/25, 4-5. 8-10; Lucas 1, 57-66.
Cuando era pequeño recuerdo que esperaba con ansías la llegada de papá a casa, debajo de sus hombros siempre traía algo para mis hermanos y para mí, cansado, sudado, con el rostro sucio, con su aliento que evidenciaban algunos tragos, y cuando le sacábamos los botines, hasta el fondo venía el rollo completo de su salario. ¡Era un momento de dicha y verdadera alegría! Pero también muy vivamente recuerdo, cuando llegaba a revisar lo que nos había pedido que hiciéramos y por jugar o entretenernos en otros menesteres se nos olvidaba o lo postergábamos para el último momento que después no alcanzábamos a cumplir con lo cometido, ese momento era de angustia, aunque seguía siendo el papa bueno de siempre.
Dirán que exagero, pero esta anécdota me ayuda a comprender lo que sucederá en la segunda venida del Señor Jesús, para algunos será como dice el profeta Malaquías: «día grande y terrible», 3, 23. Pero para los que vivieron la condición de hijos amados del Padre porque realizaron siempre su voluntad, recibirán con gozo al Hermano Mayor, al Primogénito, a Jesús el Señor y será para ellos como explica el Salmista: «Con quien guarda su alianza y sus mandatos, el Señor es leal y bondadoso», Salmo 24/25, 10.
Para que la venida del Señor sea no un “día terrible” sino un acontecimiento salvífico de alegría y júbilo hemos de aprovechar el tiempo que tenemos de vida. Para quienes andamos en malos pasos hemos de arrepentirnos y convertirnos al Señor, pues está escrito: «porque el Señor es recto y bondadoso, indica a los pecadores el sendero», v. 8. Y quienes son fieles servidores del Señor se les exhorta a no dejarse corromper por la mentalidad de este mundo, porque también el Señor: «guía por la senda recta a los humildes y descubre a los pobres sus caminos», v. 9.
Descubro entonces que la profecía de Malaquías se ha cumplido en un cierto sentido y Jesús fue quien lo explicó a sus discípulos cuando le preguntaron: «¿por qué dicen los letrados que primero tiene que venir Elías? Jesús respondió: pero les aseguro que Elías ya vino, no lo reconocieron y lo maltrataron. Del mismo modo el Hijo del Hombre va a sufrir a manos de ellos. Entonces comprendieron los discípulos que se refería a Juan el Bautista», Mateo 17, 11-13. Esta profecía de Malaquías se cumple al nacer Juan el hijo de Zacarías e Isabel como lo atestigua el evangelio de Lucas 1, 62. Juan fue el mensajero del Mesías, y preparó el camino del Señor, Cfr. Malaquías 3, 1.
Hoy la palabra del Señor nos enseña que Dios es fiel a sus promesas, él cumple sus palabras y hace en ese sentido valederas el ministerio de los profetas al cumplirse los vaticinios que han proclamado.
Pero el Señor vendrá de nuevo, primero vino en la carne a redimirnos a concedernos la riqueza de la Salvación y mañana lo recordaremos al celebrar su nacimiento. Esta segunda venida será el juicio sobre vivos y muertos pues Él mismo dice: «Yo llegaré pronto llevando la paga para dar a cada uno lo que merecen sus obras», Apocalipsis 22, 12. Por eso dice el profeta: «¿quién podrá soportar el día de su venida? ¿quién quedará en pie cuando aparezca?», Malaquías 3, 2. Este mensaje no es de temor sino de total esperanza, porque todavía es tiempo de experimentar la misericordia del Señor (Cfr. Lucas 1, 58). Y todos hemos de exclamar, porque todos necesitamos de su gracia nadie está exento de ello, como enseña el Salmista: «Descúbrenos, Señor, tus caminos, guíanos con la verdad de tu doctrina», Salmo 24/25, 4.
Y es verdadera doctrina el reconocer que como decía san Bernardo de la existencia de una venida intermedia. La primera y segunda venida son visibles, pero ésta no. La venida intermedia es espiritual y se manifiesta con la fuerza de su gracia que nos dan los sacramentos. Así que cuando un corazón se abre a Dios, se arrepiente, confiesa sus pecados y corrige su modo de vivir, como le sucedió a Zaqueo, escucha lo que Jesús dice: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa», Lucas 19, 9.
Hermanos, mientras tengamos vida, tenemos esperanza. No desaprovechemos el tiempo y abramos el corazón al Señor y reconciliémonos con Él.

martes, 22 de diciembre de 2015

“Mi corazón se alegra en el Señor, en Dios me siento yo fuerte y seguro”
1Samuel 2, 1.
1Samuel 1, 24-28; 1Samuel 2, 1. 4-8; Lucas 1, 46-56.
A unos pocos días de que el año termine es conveniente preguntarse ¿cuáles son las grandes hazañas que el Señor Dios ha hecho a mi favor a lo largo de este año 2015? Porque la liturgia de hoy nos presenta el cántico de dos Madres, casi idénticos, que narran la intervención de Dios a favor de ellas.
Ana, madre del pequeño Samuel, era estéril y eso en su cántico lo pone de manifiesto: «Siete veces da a luz la que era estéril y la fecunda ya dejó de serlo», 1Samuel 2, 5. Y uno se queda perplejo al ver la decisión que toma esta mujer después de destetarlo: «yo se lo ofrezco al Señor, para que le quede consagrado de por vida», 1Samuel 1, 28. Primero llora por un hijo, por el don de ser madre y luego abandona al hijo. Pero con ese gesto Ana reconoce tres cosas fundamentales: que los hijos son un don de Dios; que el don que Dios otorga lo da para siempre y no lo retira, Dios no se retracta, ella reconoce que es fértil, Dios le ha cambiado la vida y podrá darle otros hijos más; y hay que cumplirle las promesas que se le hacen al Señor pues ella había dicho en su oración: «si no te olvidas de tu servidora y le das a tu servidora un hijo varón, se lo entrego al Señor de por vida y no pasará la navaja por su cabeza», v. 11. Ana por eso canta: «Mi corazón se alegra en el Señor», 2, 1 y nos enseña tres cosas: fidelidad a la palabra dada, gratitud por los bienes recibidos y confianza absoluta en Dios.
La Virgen Madre, no era estéril, ella fue la favorecida de Dios, de entre todas las mujeres fue elegida para ser la madre del Salvador. Esto marca una diferencia profunda en la vida de María porque se convierte por voluntad divina en Madre del Señor, del Hijo de Dios. Por eso, canta embebida toda del Espíritu Santo: «Mi alma glorifica al Señor…Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede», Lucas 1, 46. 48-49. María nos enseña que Dios se adecúa al proyecto personal de vida de cada hombre y mujer y lo enriquece extendiendo siempre el horizonte. El Señor da plenitud la vida del hombre.
Ambas cantan y resaltan hechos maravillosos, ambas son enriquecidas, han recibido «una medida generosa, apretada, sacudida y rebosante» porque confiaron grandemente en el Señor, Lucas 6, 38.
Pero hay una frase en el cántico de Ana que me sorprende y al mismo tiempo me hace recuperar el ánimo. Frase que encuentra su paralelo en el cántico de la Virgen Madre. Ana dice: «Da el Señor muerte y vida, deja morir y salva de la tumba», 1Samuel 2, 6. En cambio, María afirma la misma idea con las siguientes palabras: «Él hace sentir el poder de su brazo», Lucas 1, 51. Estos dos versículos de textos y contextos diversos me recuerdan un hecho doloroso para los míos. Un hecho que partió mi corazón y que humanamente ha sido difícil digerir. En lo particular me afectó muchísimo. Pero como dice otro pasaje: «¿No se venden dos gorriones por unas monedas? Sin embargo, ni uno de ellos cae a tierra sin permiso del Padre de ustedes», Mateo 10, 29. Nada acontece en la historia de la humanidad sin que Dios no lo sepa o lo permita. Pero también es cierto y lo reconozco, no todo andaba bien en casa por eso: «me estuvo bien el sufrir, así aprendí tus mandamientos», Salmo 118/119, 71 como dice otro texto de la Escritura: «A los que amo yo les reprendo y corrijo. Sé fervoroso y arrepiéntete», Apocalipsis 3, 19. O bien: «porque al que ama lo reprende el Señor, como un padre al hijo querido», Proverbios 3, 12. Y creo que hoy podemos continuar alabando al Señor porque a pesar de las debilidades humanas y pecados nos sigue amando y no mengua su cariño y ternura.
Y comprendo entonces que no sólo debe alegrarse, sentirse fuerte y seguro el hombre en el Señor por los hechos maravillosos que acontecen en su historia personal, Cfr. 1Samuel 2, 1. El hombre también está llamado a leer los sucesos crudos de la realidad: muerte, enfermedad, dolor o vergüenza desde una perspectiva de fe pues siempre hay algo nuevo que aprender y cosas por corregir y otras tantas por impulsar y algunas más por cuidar o promover. Descubrir la voluntad de Dios en los acontecimientos dramáticos no es nada sencillo. A Dios hay que ofrecerle todo, los gozos como las penas, las alegrías como las tristezas, la ilusión como el desencanto, la vida como la propia muerte, por eso nos dice el propio Jesús: «hemos tocado la flauta y no bailaron, hemos entonado cánticos fúnebres y no hicieron duelo», Mateo 11, 17. El hombre forja su historia, pero no lo hace sin que Dios pasé por allí, por eso, hay que saber leer los signos de los tiempos, que son ya un síntoma de la presencia-ausencia de Dios.
Porque la virgen Madre dice que la Misericordia del Señor llega de generación en generación, Lucas 1, 50 ¿Esta afirmación de la Virgen Madre es cierto para Ti? ¿Lo crees con todo tu corazón y con todas tus fuerzas? 

lunes, 21 de diciembre de 2015

“Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven”
Cantar de los cantares 2, 10. 13.
Cantar de los cantares 2, 8-14; Salmo 32/33, 2-3. 11-12. 20-21; Lucas 1, 39-45.
La primera lectura de la liturgia de este día está tomada de un libro del Antiguo Testamento llamado Cantar de los Cantares, el título del libro ya hace referencia al contenido del mismo. Es un canto al amor. El amor que existe entre un hombre y una mujer sirven de contexto para exponer el gran amor que Dios tiene por su pueblo. En el Nuevo Testamento, san Pablo en su carta a los Efesios (5, 22-33) recoge la misma idea, pero ahora es Cristo Jesús el Esposo deseado y esperado y la Iglesia la virgen amada que es purificada y redimida por la sangre preciosa de su Dios y Señor.
Hermanos: el amor hace salir de sí mismo al hombre. El amor hace recorrer caminos jamás imaginados a los hombres. Se asumen aventuras sólo porque el amor hace valerosos a los enamorados. El cobarde, el miedoso, el tímido, en una palabra, la persona (hombre o mujer) cuando se encuentran con el amor son trocados; el amor les produce una herida que no sanará hasta que vean rostro y figura de la persona amada, así lo afirma el Cantar de los Cantares (Cant): «Me llevaron a un banquete y el amor me declaró la guerra…he sido herida por el amor», 2, 4.
Y es que el “amor” desnuda no sólo el cuerpo de la persona sino también el alma, y por ese simple hecho, el amante es al mismo tiempo fuerte porque se siente amado pero es también vulnerable porque ha expuesto y dado a conocer sus sentimientos, por eso afirma: «¡Les conjuro, muchas de Jerusalén, por las gacelas y ciervas del campo que no despierten ni desvelen al amor hasta que a él le plazca», v. 7, es decir, si no quieren verse los jóvenes envueltos en los torbellinos del amor que no amen, porque es dulce pero también salado, tierno pero rudo, alegre y triste, etc. Pero lo contradictorio es que quien no ama se muere. El hombre fue creado por amor y engendrado por un acto de amor y su destino siempre será amar.
«¡Un rumor…! ¡Mi amado!», v. 8 así inicia el amor, un “rumor” en los labios que revelan ya una mente atrapada en un único pensamiento: “Mi amado”. ¿Qué estará haciendo? ¿vendrá hoy? ¿Se acordará de mí? ¡Un rumor! ¡Un rumor! Puede uno estar pensado en alguien y ese alguien ni por enterado de que existes. ¡Jajaja! Cosa trágica el amor.
«Mi amado…se detiene detrás de nuestra tapia, espía por las ventanas y mira a través del enrejado», v. 9. Ya no son rumores, son hechos concretos de cortejo y de conquista, de enamoramiento. Este versículo evoca un pasaje del profeta Amos donde se explica como Dios va a enamorar a su pueblo Israel: «voy a seducirla, la llevaré al desierto y le hablaré al corazón» 2, 16. Dios sale de sí mismo y va en busca de su amada, es decir, Dios se encarna para redimir al hombre por amor. Este tiempo de adviento es lo que significa un tiempo de enamoramiento, de seducción, de noviazgo, de espera a que llegue el amado, el verdadero Esposo: Jesucristo.
«Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven», Cant 2, 10 el Amado siempre llama como explica el Apocalipsis: «Mira que estoy a la puerta llamando. Si uno escucha mi llamada y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» 3, 20. Dios “mendigando posada” es una locura muy verdadera. Dios llama a las puertas de los corazones de los hombres porque está siempre enamorado, pues Él mismo es el Amor (1Juan 4, 8. 16). Todo tiempo, todo momento es bueno para amar, para “hacer” el amor. Así que Dios llama no sólo en este tiempo de adviento sino en cada instante de la existencia del hombre.
«Mira que el invierno ya pasó; han terminado las lluvias y se han ido», Cant 2, 11. Es tiempo de dejar la casa que te “vio” nacer y salir, es decir, dejarla como dice el libro del Génesis: «por eso el hombre abandonará padre y madre, se junta a su mujer y se hacen una sola carne» 2, 24.  El tiempo del noviazgo llega a su fin. El amado quiere esposa.
Por eso, agrega: «Las flores brotan ya sobre la tierra; ha llegado la estación de los cantos; el arrullo de las tórtolas se escucha en el campo; ya apuntan los frutos en la higuera y las viñas en flor exhalan su fragancia. Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven», Cant 2, 12-13. Es tiempo del matrimonio, de la alegría profunda, de la fertilidad, el amor debe dar sus frutos, el amor de los amantes debe hacerse visible, las nupcias se celebran en el paraíso, como enseña el Apocalipsis: «Alegrémonos, regocijémonos y demos gloria a Dios, porque ha llegado la boda del Cordero, y la novia está preparada», 19, 7.
La encarnación del Hijo de Dios es un preámbulo de lo que acontecerá al final de los tiempos cuando nuestro Señor Jesucristo venga con poder y gloria. Dios se ha unido totalmente a la naturaleza humana que nadie puede separar lo que Dios ha querido unir (Cfr. Mateo 19, 6). El tiempo litúrgico de adviento ha querido preparar los corazones de los hombres para que el Señor encuentre un lugar donde hospedarse, donde vivir y fructificar. 

domingo, 20 de diciembre de 2015

“Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno”
Lucas 1, 44.
Miqueas 5, 1-4; Salmo 79/80, 2-3. 15-16. 18-19; Hebreos 10, 5-10; Lucas 1, 39-45.
En esta IV semana del tiempo litúrgico de Adviento encendemos la última vela de la corona. Y la figura que nos acompañará en nuestro itinerario espiritual hasta navidad es la Virgen Madre. Ella nos enseñará la manera como hemos de disponer el corazón y todos los sentidos para recibir como se debe a su amadísimo Hijo.
«Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno», Lucas 1, 44. El saludo de la Virgen Madre a su parienta Isabel trae a mi memoria aquel pasaje donde Jesús envía a sus setenta y dos discípulos a difundir la Buena Noticia de parte de Dios, hay una recomendación que ha acaparado mi atención y es la siguiente: «Cuando entren en una casa, digan primero: Paz a esta casa», Lucas 10, 5. ¿Dónde lo aprendió Jesús? Sin duda alguna en casa.
El saludo de la Virgen Madre a Isabel es un saludo de Paz. Y eso, me hace comprender que el Hijo de Dios se ha encarnado y su primer cometido es la reconciliación con la humanidad deteriorada por el pecado, por tanto la reconciliación es una forma muy clara de experimentar la paz, así lo confirma el Apóstol cuando dice: «por medio de él quiso reconciliar consigo todo lo que existe, restableciendo la paz por la sangre de la cruz», Colosenses 1, 20. La paz que el Señor ofrece no la podemos encerrar en un concepto, es decir, no la podemos definir sino más bien experimentar.
Cuando Isabel oyó el saludo de María experimentó dos cosas: primero, «la criatura saltó en su seno», Lucas 1, 41. El saludo de María es la paz del Señor o como explica el profeta Miqueas: «él mismo será la paz» 5, 4. María lleva en su vientre al Señor de la paz y con él todas las bendiciones habidas y por haber. Esto me hace estremecer, porque me recuerda el arca de la alianza. Jesús es la eterna palabra del Padre. María lleva en su vientre la palabra viva y eficaz (Hebreos 4, 12). Y el arca de la alianza según nos narra la carta a los Hebreos contenía: «una jarra de oro con maná, la vara florecida de Aarón y las tablas de la alianza» 9, 4. María es la nueva arca de la alianza y así como en otro tiempo el rey David danzó ante el arca de la alianza (2Samuel 6, 14) ahora Juan salta en el seno de María. La paz del Señor se experimenta como jubilo, gozo, que hace bailar, cantar, entrar en movimiento, en verdadera alegría, hace salir de sí.
Segundo, Isabel «quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz» profetizó, Lucas 1, 41s. Antes de que María llegará a visitar a su pariente, el escritor sagrado nos narra que Isabel «durante cinco meses no se dejó ver», v. 23. Una mujer anciana con cinco meses de embarazo despierta curiosidad. Pero el recogimiento de Isabel es de meditación pues se decía: «Esto es obra del Señor. Por fin se dignó quitar el oprobio que pesaba en mí», v. 25 y al reconocer que la vida es un don maravilloso de Dios no puede callar y se exalta en gozo. La paz se experimenta como tiempo de silencio prolongado, que hace sumergirte no en pensamientos viles sino en auténtica contemplación de realidades eternas, donde se reconoce que la mano derecha del Señor está presente y defiende a los que de ante mano ha elegido, Cfr. Salmo 79/80, 18.
La presencia del Señor en la Virgen Madre hace caer en la cuenta a Isabel que aunque ambas son mujeres y que Isabel aventaja a María en edad, María es la favorecida del Señor, la llena de gracia (Cfr. Lucas 1, 31). Pero eso lo reconoce a partir de que fue llena del Espíritu Santo: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre», v. 42. La paz se experimenta como fruto del Espíritu Santo (Gálatas 5, 22) que tiene el corazón de Isabel “ensanchado”, ocupado por el gozo de ser madre y por la presencia del Dios vivo.
La paz se experimenta cuando hay humildad en el corazón del hombre, donde las cualidades y las debilidades están en justo equilibrio, por eso le oímos decir a Isabel: «¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme?», Lucas 1, 43. Evoca un salmo: «Señor, dueño nuestro… ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para que te ocupes de él?», 8, 2. 5. El hombre es la criatura “mimada” por Dios al que no puede olvidar; cuando Dios ve al hombre ve su imagen y semejanza (Génesis 1, 26). Y descubrimos así la dignidad que tiene todo hombre a tal punto que su Dios ha bajado a verle. La humildad hace reconocer que no hay mérito alguno en el ser humano y la paz se experimenta como amor tierno de Dios.
No se puede experimentar la paz del Señor sino se cree en su Palabra. Si la palabra no se encarna en el corazón del hombre no hay unción del Espíritu de Dios. La palabra de Dios garantiza la dicha. Isabel dice: «Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor», Lucas 1, 45. María es doblemente dichosa porque escuchó atentamente las palabras que el Señor Dios le dirigió por boca del Ángel y adecuó su proyecto personal de vida según la palabra. Por eso, está escrito: «¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen!», 11, 28. Y María dijo: «Yo soy la esclava del Señor: que se cumpla en mí tu palabra», 1, 38. La paz se experimenta si uno escucha y vive la palabra de Dios.