viernes, 29 de abril de 2016

"El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponerles más cargas que las estrictas necesarias", Hechos 15, 28.

La reunión conciliar de la Iglesia (Jerusalén, Antioquía, Siria y Cilicia) del primer siglo llega a la conclusión con claras propuestas pastorales que responden adecuadamente a los desafíos que al menos internamente estaban suscitándose con los hermanos que se habían convertido del paganismo y habían abrazado la fe en Jesús de Nazareth, Hijo de Dios, muerto y resucitado.
No comentaré ninguna de esas respuestas pastorales del Concilio de Jerusalén. Pero quisiera poner en evidencia lo que en el fondo subyace con las directrices que de ella emanan para el mantenimiento no sólo de la unidad sino de la propia comunión de fe y de la fraternidad. El Concilio según mi parecer debe mantener siempre vigente el Espíritu de Jesús: la opción por los marginados, las masas abandonadas, los discriminados, los excluidos.

Ese espíritu de Jesús está expresado en el pasaje del Evangelio del día: "Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. Esto es lo que les mando: que se amen los unos a los otros", Juan 15, 14. 17. El amor de Jesús expresado en su muerte de Cruz no dejó a nadie excluido. Jesús, nuestro cordero inmolado murió a beneficio no de unos cuantos sino de toda la humanidad. Y ese sacrificio se actualiza cada vez que se pone en marcha obras de amor: palabras, sentimientos, gestos.
Un beso, una sonrisa, un abrazo, un saludo, una ayuda; el compartir los alimentos o el tiempo o los bienes sean estos espirituales o materiales; cuando se escucha con la atención debida; cuando uno calla mientras el otro se encuentra dominado por la ira o la rabia; cuando se es capaz de reconocer no sólo los errores y defectos sino también las cualidades y bondades de toda persona; cuando se escucha una bella melodía que ennoblece el alma; cuando se tienen personas al servicio y se les trata con respeto y tolerancia; cuando leemos un buen libro y aprendemos cosas nuevas que edifican nuestro espíritu y elevan nuestra educación; cuando luchamos para que la justicia se restablezca; cuando aspiramos al bien común en todas y cada una de nuestras relaciones interpersonales; cuando perdonamos y promovemos procesos de reconciliación y paz con quienes nos han violentado o han provocado heridas profundas en nuestras personas o en la propia sociedad; en éstas y otras cosas el amor de Jesucristo puede ser puesta en obra.
Cuando el hombre se aventure a vivir la fraternidad y la amistad sin excluir a ninguno el mandamiento de Jesús deja de ser abstracto y comienza existir en la realidad como cosa concreta, verificable y puede convertirse en la fuerza que transforma el ambiente donde vivimos.
Así que el Espíritu Santo rompe barreras y logra la expresión más bella del amor: La comunión. Y eso es expresamente lo que pone de manifiesto el primer concilio de la historia de la Iglesia: una apertura al mundo. Apertura que no se ha cerrado por las directrices pastorales de los primeros apóstoles y presbíteros; sino que continúa abierta porque actualmente en la humanidad son otros los rostros que deben ser incluidos y atendidos caritativamente.
Señor, enséñanos amar, a no tener miedo de abrir el corazón y los brazos para acoger a quienes hoy son los débiles del mundo de esta nuestra historia social y personal. Queremos continuar siendo tus amigos, dando no sólo afecto sino abriendo espacios para que ninguno quede excluido. Danos tu Espíritu Jesús e impulsanos al testimonio de vida por medios de obras de amor.

miércoles, 27 de abril de 2016

"Entonces se reunieron los apóstoles y los presbíteros para examinar el asunto", Hechos 15, 6.

La Iglesia va creciendo no sólo en número por las personas que se han convertido a Jesucristo, sino también porque se trata de comunidades caracterizadas por los dones y carismas que Dios Espíritu Santo ha suscitado en algunos de sus miembros. La Iglesia ha tenido que organizarse, se percibe aunque incipientemente una estructura interna, a la cabeza están los apóstoles y luego los ancianos o responsables de las comunidades (presbíteros) y después quizás algunos que desempeñan algún papel funcional en la comunidad pero que no carecen de gran importancia (diáconos, maestros, profetas, etc.).
Los que se han convertido a Jesucristo no proceden únicamente del pueblo de Israel sino de la gentilidad, esto ha provocado un altercado, porque piensan que para ser cristianos primero deben convertirse al judaísmo los que no pertenecen al pueblo de Israel por eso hemos escuchado decir que algunos hermanos decían que: "si no se circuncidaban conforme a la ley de Moisés, no podrían salvarse", Hechos 15, 1. Esta problemática ha propiciado la decisión de enviar una embajada a la Iglesia Madre de Jerusalén para encontrar luz y saber como resolver la situación.
Esto revela ya la unidad que existía en las Iglesias cristianas del primer siglo y la preeminencia de la comunidad de Jerusalén al pastorearlas en la caridad. Pero al mismo tiempo, la unidad se verifica en la enseñanza, en la doctrina o magisterio por medio del cual se edifica el cuerpo de Cristo, es decir, la comunidad eclesial, por eso llegará decir más tarde san Pablo: "Según el don que Dios me ha dado, como arquitecto experto puse el cimiento; otro sigue construyendo. Que cada uno se fije en cómo construye. Nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, que es Jesucristo", 1 Corintios 3, 10. Y esto nos hace ver con mucha luminosidad una tarea primordial de la propia comunidad: salvaguardar la doctrina intacta, es decir la transmisión de la fe debe ser genuina sin que se convierta en puros criterios humanos, esto ya lo había advertido el propio Jesús cuando dijo: "dejan de lado el mandato de Dios para mantener su propia tradición", Marcos 7, 9. Y esta tarea recae en los Apóstoles y los presbíteros quienes son responsables inmediatos de la comunidad. Pero es la comunidad entera la depositaria y la encargada de velar por el depósito de la fe. Por eso, "decidió" la Iglesia de Antioquía "que Pablo, Bernabé y algunos más fueran a Jerusalén para tratar el asunto con los apóstoles y los presbíteros", Hechos 15, 2.
Por eso, la Iglesia entera está reunida en concilio, en la Iglesia Madre de Jerusalén, de ahí, que se diga: "Entonces se reunieron los apóstoles y los presbíteros para examinar el asunto", v. 6. Y eso me da pauta para afirmar que la comunidad eclesial debe siempre ininterrumpidamente estar en un proceso de discernimiento pastoral para que pueda atender adecuadamente los desafíos de la realidad dominante. Discernimiento que tiene como premisa la fe en el Hijo de Dios y como guía y sustento al Espíritu Santo, por eso llegarán a concluir con la siguiente expresión: "Es decisión del Espíritu Santo y nuestra no imponerles ninguna carga más que estas cargas" y luego las indica, v. 28.
El cristiano debe discernir siempre para que pueda crecer en la virtud y pueda caminar con más ligereza y sin tantos criterios que le hacen posteriormente la vida pesada.

Ya es de madrugada, el sueño ha huido de mis grandes y saltones ojos, mi madre está internada, y tengo que tomar decisiones serias que marcarán toda mi vida. Imagino, los rostros de mis hermanos, en especial de mi hermana que está en el frente de la batalla y de mis tres sobrinos. He conversado con algunos colegas y dicen que debo dejar que las cosas tomen su propio rumbo sin que yo me involucre tanto porque tengo una vida diversa que contrasta con la de ellos. Por momentos, les dí la razón, pero hoy al ver a la comunidad de Antioquía preocupada por la situación de algunos de sus miembros que provenían no del judaísmo sino de una cultura totalmente diversa y la manera como se comprometieron para resolver el caso, realizando actos concretos: "La comunidad cristiana los proveyó para el viaje" y los embajadores hicieron lo propio para llevar el asunto a Jerusalén, v. 3. Creo que no puedo quedarme sin hacer nada. Y lo que haré tiene que ver con mi propia identidad sacerdotal. Y con algunas cosas más pues también soy hijo y hermano y tío. Se trata de un discernimiento que toca la realidad de la familia y de la propia fe.
Y a propósito de ello, la Iglesia Universal con dos sínodos de los obispos ha discernido sobre la realidad de la familia y ahora el santo padre ha entregado una exhortación apostólica llamada Amoris Laetitia (la alegría del Amor) que contiene las enseñanzas de fe, los criterios, directrices y lineas de acciones pastorales para abordar con entusiasmo la realidad de las familias y responder de una manera adecuada y organizada a sus desafíos. Pero para  que su aplicación en una realidad concreta sea plausible las Iglesias locales (las conferencias episcopales, provincias, diócesis, parroquias, etc.)  tienen que discernir cada caso particular para que puedan dar una respuesta objetiva y a la altura de la situación.
Señor, aquí estoy de nuevo, sé que hay muchos hermanos que tienen algún ser querido necesitado de sanidad y que al igual que yo piden tu auxilio. Aquí, en el silencio de la noche, en tu presencia hazme ver con claridad, ilumina mi mente, muéstrame el camino, para que pueda decidir justamente. Con dolor y llanto, con fe y esperanza, y también, con amor abrazo mi Cruz. Gracias porque me has bendecido sobremanera y no tengo el modo de agradecerte. ¡Señor haz que vea! Amén.



martes, 26 de abril de 2016

"Pero es necesario que el mundo sepa que amo al Padre y que cumplo exactamente lo que el Padre me ha mandado", Juan 14, 31.


San Pablo en una de sus cartas explica muy claramente a la comunidad de Colosas que Jesucristo es el Hijo querido de Dios y que "Él es imagen del Dios invisible", Colosenses 1, 15. Con ello, el Apóstol tiene la pretensión de declarar que Jesús es el Cristo, Creador y Salvador, centro y clave del universo y de la historia humana. Dejando asentado que Dios tiene el poder de irrumpir en la historia de la humanidad sin violentarla, adecuándose a ella, restaurándola desde su profundidad, cosa que ha logrado con la Encarnación (El gran principio de la pedagogía divina y pastoral de Jesús y de la vida de la Iglesia). Por eso, Dios dice sentado en su trono donde reina vivo por toda la eternidad: "Ahora yo voy a hacer nuevas todas las cosas", Apocalipsis 21, 5.
En pocas palabras, Dios hace nueva todas las cosas con su proyecto de amor. Y Jesús nos enseña cómo Dios nos ama. Y lo que está dispuesto hacer por amor en favor de cada persona humana. Por eso, le hemos escuchado decir a Jesús: "pero es necesario que el mundo sepa que amo al Padre". ¿Y cómo pone de manifiesto Jesús el amor por su Padre? Él mismo lo explica cuando agrega: "y que cumplo exactamente lo que el Padre me ha mandado", Juan 14, 31.
Amor y obediencia están íntimamente relacionados. El amor sería aquí el dinamismo que impulsa a obrar a Jesús y la obediencia la concreción de ese amor. Declaración del amor al Padre con palabras y obras. Y eso es sumamente revelador porque sin obras las promesas (las palabras) se convierten en demagogia, poesía si queremos para no infravalorar la expresión que comúnmente se dicen los enamorados: "te amo". En este mismo sentido, san Juan tiene todavía algo que decirnos: "Hijitos, no amemos de palabra y con la boca, sino con obras y de verdad", 1 Juan 3, 18. El apóstol Santiago también nos dice algo al respecto, pero lo explicaremos más adelante.
Cuando uno ve a Jesús cómo se relaciona con las distintas personas que le buscan (actitud), lo que realiza a favor de ellas (recta intención) y el modo como comparte los alimentos, las bebidas, sus propias experiencias y conocimientos (acompañamiento: convivencia) nos revela la presencia de un espíritu extraordinario, genuino y puro, que sin temor podríamos emplear y que los evangelistas también lo señalan: COMPASIÓN. Cfr. Mateo 9, 36; Marcos 6, 34 y también Lucas 10, 2.
Que Jesús tenga compasión nos revela el nivel de empatía que poseía, por eso le observamos que sentimientos de tristeza le embargan su corazón al ver padecer a alguien y eso le impulsa a obrar en su favor para aliviar, remediar o evitar el dolor y el sufrimiento ajeno. Uno puede decir que Jesús era solidario, un hombre altruista, un humanista, pero por qué no decir que Jesús es un hombre que se atrevió a AMAR SIN LÍMITES: sin miedo, sin raciocinios lógicos, sin organización e infraestructura propia, etc. Es a este tipo de amor, proyecto del Padre, del que el hombre siempre huye y del que comúnmente tiene miedo. Porque deja al descubierto las intenciones del corazón, por eso hay un pasaje donde Jesús expresamente dice: "los conozco a ustedes y sé que no tienen el amor de Dios", Juan 5, 42. Cumpliéndose la expresión del Salmista que dice de Dios: "Él, que modeló cada corazón y conoce todas sus acciones", 32/33, 15. Un amor tal, necesario para poner en marcha el gran proyecto del Padre resulta incómodo y revolucionario y san Pablo lo describe muy bien a la comunidad de Corinto (1 Corintios 13).
Ese tipo de amor que Jesús manifestó es de la que está sedienta la humanidad de hoy, pero como toca y no sólo tangencialmente los intereses de algunos poderosos del mundo, conviene callarlo, obstaculizarlo, desaparecerlo, borrarlo de la memoria de los hombres. Ahora, queda claro aquello que dice el Apóstol Pablo como preludio del desenlace final de la ternura de Jesús: "Y aunque era Hijo de Dios, aprendió sufriendo lo que es obedecer", Hebreos 5, 8. Y sabemos que su obediencia supero el límite que el miedo, la angustia, la tristeza le circundaba pues aunque haya dicho: "Abba -Padre-, tú lo puedes todo, aparta de mí esta copa" también dijo: "Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya", Marcos 14, 34-35.
Y bueno, ahora vienen las palabras de uno de los pilares de toda comunidad cristiana, no sólo de aquellos tiempos sino también para las de hoy: "Como el cuerpo sin el aliento está muerto, así está muerta la fe sin obras" 2, 26. Decimos que creemos en Jesús, en el Padre y en el Espíritu Santo, pero si no asumimos al estilo de Jesús el proyecto de amor querido por Dios, que es la obra con la que hemos de gritar al mundo nuestra fe, resulta estéril nuestra proclamación y el proceso evangelizador está incompleto pues no hay nada que celebrar. Las obras de amor requieren hombres del Espíritu de Jesús no héroes. Claro que el amor requiere valentía, heroísmo, pero para que se mantenga permanentemente en el tiempo se requiere no sólo la fuerza de voluntad sino el "Espíritu Vivificador" que sostiene en cada momento y restaura profundamente los corazones rotos de los hombres y eso sólo lo puede entregar Jesús, el cual dice: "Reciban el Espíritu Santo", Juan 20, 22.
Señor, danos tu Espíritu Santo, para que siguiendo tu ejemplo podamos manifestar al mundo nuestra fe en Ti. Con tu Espíritu Santo la fe que proclamamos dejará de ser estéril, dará muchos frutos y será creíble, palpable. Con tu Espíritu podremos vencer aquellos obstáculos que en ocasiones llenan de pesimismo y fatalismo nuestras acciones eclesiales y pastorales. Con tu Espíritu seremos libres para gritar con palabras y obras que Tú estás vivo y operante en tu Iglesia. Amén.

lunes, 25 de abril de 2016

"Y después de estos sufrimientos tan breves, los restaurará a ustedes, los afianzará, fortalecerá y hará inconmovibles", 1Pedro 5, 10.


Comienza el versículo diez del último capítulo de la primera carta del Apóstol Pedro afirmando que "Dios es la fuente de todos los bienes". Y esa expresión es totalmente consoladora para quien se encuentra en el camino de la Cruz, es decir, en medio del dolor, del sufrimiento, de las incomprensiones, del llanto, de la amargura, de la desesperación, de las humillaciones, del desprecio o de la marginación, de la enfermedad, del divorcio, de la infidelidad, del pecado, de la debilidad o fragilidad y toda clase, tipo, tamaño, anchura de Cruz. La expresión decíamos es consoladora porque el Apóstol nos indica a quien debe ser dirigido "el grito de socorro".
Cada palabra del elenco anterior puede sonar repetitivo, aburrido y hasta innecesario, pero creo que al menos nos da una mayor claridad al hablar de la Cruz (Hoy que por cierto celebramos el primer día de la Novena a la exaltación a la santa Cruz) para que entendamos que no somos los únicos que nos encontramos en el campo de batalla, pues con precisión ya nos lo había hecho saber Pedro: "Sabiendo que sus hermanos, dispersos por el mundo, soportan los mismos sufrimientos que ustedes", 1Pedro 5, 9.
Y una cosa me queda claro al respecto: que de Dios no puede proceder el mal, si entendemos incluso que el sufrimiento provocado por la cruz no fue en un principio un instrumento querido por Dios. Él más bien, utilizó la Cruz que el hombre preparó para su Hijo por hostigación del Diablo, por eso el versículo nueve inicia diciendo: "Resístanle con la firmeza de la fe". ¿A quién hay que resistir? Al enemigo del hombre, "el diablo", "que como león rugiente, anda buscando a quien devorar", v. 8. Dios no se goza entonces con el sufrimiento del hombre, en cambio, le dona la fe en su Hijo Jesucristo como escudo y arma poderosa para que pueda derrotar a quien le persigue a muerte.
Si todo hombre que viene a este mundo experimenta en su cuerpo y en su alma una enorme variedad de Cruz, producto sí del pecado, Dios ha tenido a bien utilizar ese instrumento de martirio para llevar a todos los hombres a la Salvación por la sangre derramada de su Hijo, y eso lo entiendo porque Pedro dice: "nos ha llamado a participar de su gloria eterna en unión con Cristo", v. 10. Si la gloria y exaltación de Jesús fue la Cruz, es ahí, donde el cristiano debe buscar su victoria, pues así como no hay Cristo sin Cruz, tampoco se entiende la vocación cristiana sin la Cruz de Cristo.
¡Es un misterio! Pero me ha dejado ver algo. Cristo es nuestro cordero inmolado que se ofreció así mismo para purificar al hombre de su inmundicia. Entonces la cruz de cada persona podría ser considerada como el "bálsamo" que cubren sus propias heridas si se permite que Cristo sea el Cirineo, por eso ha dicho: "El que quiera seguirme, niéguese a sí mismo, CARGUE CON SU CRUZ y me siga", Marcos 8, 34. Y descubro que no es al sufrimiento, al peso, lo incomodo que puede resultar la cruz a lo que tememos. El gran miedo en el fondo que se apodera del hombre y le hace cimbrar al mirar o al abrazar su cruz es aceptar lo que no tiene vuelta: la propia MUERTE. Pero se olvida que quien le pide que cargue con su cruz también le dice: "Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque muera, vivirá", Juan 11, 25.
Esto me cambia la perspectiva, porque abrazando la cruz, es decir cargándola es como el Señor adiestra a sus soldados pues está escrito: "Bendito sea el Señor, mi Roca, que adiestra mis manos para el combate, mis dedos para la batalla", Salmo 143/144, 1. Y se presenta no sólo como el entrenador sino como el modelo a seguir, pues dice: "y aprendan de mí", Mateo 11, 29. Y entonces comprendemos un poco mejor lo que el Apóstol Pedro dice: "Y después de estos sufrimientos tan breves, los restaurará a ustedes, los afianzará, fortalecerá y hará inconmovibles", 1Pedro 5, 10. Tres verbos en futuro: restaurar, afianzar, fortalecer para llegar a ser inconmovible, es decir, que no cambiaremos con el tiempo, que permaneceremos firmes a pesar de la fuerza del viento. Y ahora, la gran sorpresa: ¿Para qué tipo de batalla me está preparando el Señor? ¿Qué misión me encomendará?
Señor, tu eres la fuente de todos los bienes, concédeme aquella gracia que me hace falta y me es útil para mi adiestramiento en este camino espiritual, quiero abrazar mi cruz no sólo con llantos y lágrimas, con miedo y temblor, también lo quiero hacer con alegría, fe, esperanza y mucho amor. No sé que me deparará el futuro. Pero sé que estarás allí conmigo porque eres mi Cirineo, y me enseñarás cómo debo portar mi cruz de cada día. Eres la fuente y hoy necesito luz y "eres luz sin mezcla de tinieblas", 1 Juan 1, 5. Tengo necesidad de consuelo y me dices: "Vengan a mí, los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré", Mateo 11, 28. Necesito liberación y me dices: "arrojarán demonios en mi nombre", Marcos 16, 17. Quiero salud y me dices: "quedarán sanos", v. 18.  Ahora sé porque el Salmista dice: "Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor y daré a conocer que su fidelidad es eterna", Salmo 88/89, 2.  Por eso, confiando en tu Santo nombre, te digo: ¡Padre nuestro, dame tu Espíritu Santo, hoy y siempre!, Cfr. Lucas 11, 13. Amén.

domingo, 24 de abril de 2016

"Dejen en sus manos todas sus preocupaciones, pues el cuida de ustedes", 1Pedro 5, 7.



Estoy cansado, la jornada ha sido muy agotadora. Quisiera dormir pero una llamada ha hecho que el sueño se esfume. Cuestiones familiares. No tengo donde reclinar la cabeza. Y ahora, estoy aquí, frente a mi Dios, no puedo decir que en total recogimiento porque el ruido externo es muy fuerte. Tengo tantas cosas por hacer, son casi la media noche, no he invertido mal el tiempo. Lo he jugado bien.
Pero me siento impotente, por momentos quisiera dejar que la ira me domine para arremeter violentamente con quienes buscan mi daño y la de mis seres queridos. Pero la voz del pastor retumba en mi mente, ha llegado como anillo al dedo y me dice "deja en las manos de Dios todas tus preocupaciones", 1Pedro 5, 7. Y versículo siguiente me repite con gran insistencia: "Estén alertas y no se dejen sorprender, porque su enemigo, el diablo, como león rugiente, anda buscando a quien devorar. Resistanle con la firmeza de la fe", v. 8-9. Por eso, estoy aquí, a tus plantas mi Señor, porque me quieren invadir un 'tropel de novillos' que desean mi muerte, me quieren infundir miedo, me quieren arrebatar mi esperanza en tu Señorío, y desean que mi ley sea no la de tu amor sino la del taleón.
Pero tú palabra como fragor de cascadas me sale al paso y me susurra: "Sométanse a Dios, resistan al diablo y huirá de ustedes", Santiago 4,7. Aquí estoy, reconociendo mi miseria, mi impotencia, no sé qué hacer y ni cómo actuar antes estas situaciones. Quiero que seas la luz de 'mis ojos' para que no quede confundido y pueda encontrar la salida y tú salvación.
 Y el Salmista me recuerda: "Que el justo me golpee, que el bueno me reprenda, pero que el ungüento del impío no perfume mi cabeza; yo opondré mi oración a su malicia", Salmo 140/141, 5. ¿Qué puedo hacer en la oscuridad de la noche sino dirigir mi oración como incienso en tu presencia? ¿Cómo puedo encontrar consuelo y desahogo de mis penas sino derramando mi corazón junto a tus pies? No tengo a nadie solo a Ti.
Solamente me resta decir, Señor mira mi humillación y mi oprobio. Tú sabes que no he hecho el mal ni he atentado contra la dignidad de mi prójimo; ayúdanos, danos respiro, y defiende nuestra causa de la gente impía, pues sólo tú puedes poner un límite al mal; eres tú quien puede hacer que la hinchazón de las olas del mar se detengan; eres el único quien le puede poner en verdad el límite al mal. A ti encomiendo mi vida y la de mis seres queridos. Tú que eres padre de huérfanos y protector de viudas ven y socorre a los míos pues en esta hora de las tinieblas te necesitamos. Y ahora, me acuesto en paz y en seguida me duerme porque tu Señor nos cuidarás.
“Y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos”
Juan 13, 35.
Hechos 14, 21-27; Salmo 144/145, 8-13; Apocalipsis 21, 1-5; Juan 13, 31-33. 34-35.
Hay un pasaje en las Sagradas Escrituras donde el apóstol san Juan nos recuerda el testamento de Jesús y nos lo dice con especial cariño: «Hijitos, no amemos de palabra y con la boca, sino con obras y verdad», 1Juan 3, 18. La idea está más que clara hemos de amar con la potencialidad de nuestro ser, con todo lo que somos y tenemos. Juan nos exhorta a que nuestro amor sea algo creíble, notorio, concreto, con actitudes y acciones que se puedan sentir. Juan desea que recorramos sin miedo la experiencia del amor, el amor no está hecho, el amor recupera rostro y figura con cada sujeto que se aventura amar.
Esta exhortación del discípulo amado está insertada en el gran discurso que expone contundentemente en su carta, donde explica precisamente el mandamiento del amor, y hace una distinción entre los hijos de Dios y los del Diablo. Y quizás suene esto muy raro para algunos, dramáticos o exagerados para otros. El apóstol llega incluso a decir que: «quien no practica la justicia ni ama a su hermano no procede de Dios», v. 11. La justicia aquí representa una forma primigenia del amor, pero es ya algo concreto que se realiza en favor del prójimo, sin embargo, el amor lo es todo, es el mayor bien que se hace a la persona sin buscar ningún otro interés que el de su bienestar. Aquí está pues la distinción no sólo de los hijos de Dios sino de todos aquellos que se dicen discípulos de Cristo Jesús, por eso le escuchamos decir en el Evangelio de este V Domingo del Tiempo Pascual: «y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos», Juan 13, 35. «Y no por una medallita que se lleva colgada al cuello. Y no por hacerse la señal de la cruz cada vez que pasan frente a una Iglesia o antes de echarse un clavado. Y no porque lleven un rosario colgado en el espejo retrovisor del auto, o una imagen en el tablero del autobús. Todo lo cual está bien pero ciertamente no basta», Jesuitas de México.
El discípulo amado expone su argumento con un ejemplo sencillo pero muy acertado, pues dice: «Si uno vive en la abundancia y viendo a su hermano necesitado le cierra el corazón y no se compadece de él, ¿cómo puede conservar el amor de Dios?», 1Juan 3, 17. Este versículo nos da pauta para decir, en primer lugar, que el amor no puede definirse, aunque la Sagrada Escritura nos diga que «Dios es amor», 1Juan 4, 8. 16. El amor no lo podemos encerrar en un concepto, si esto fuera así conoceríamos a Dios como él nos conoce a nosotros y eso no es posible, raya en lo absurdo. Pero hay una cosa que sí podemos hacer al hablar del amor, es describirlo, como muy bien lo ha hecho san Pablo en su Himno al Amor (Cfr. 1Corintios 13). Y esto nos permite, aquí expongo la segunda idea, que el amor se puede concretizar a partir de las necesidades que el prójimo padece. Y eso implica estar atentos, vigilantes, significa ver, por eso el apóstol Juan con su ejemplo dice “y viendo a su hermano necesitado le cierra el corazón y no se compadece de él”.
Juan nos enseña que existen dos formas muy claras de amar y poniendo en marcha dos principios de la pastoral de la Caridad o mejor dicho de la Doctrina Social de la Iglesia: la solidaridad y la subsidiariedad. Si la solidaridad me dice quién está necesitado (corazón y compasión) la subsidiariedad me dice la manera como he de realizar la ayuda o el socorro. Porque nadie da lo que no tiene. Y esto no es un límite a la caridad sino una manera muy real de reconocer cuáles son los límites; qué es lo que se puede hacer a favor del prójimo; qué compete hacer para vivir la corresponsabilidad con el miembro de la comunidad, porque el prójimo es también parte de la propia comunidad por eso Juan dice “y viendo a su hermano”; y, por último, hasta dónde lo puedo hacer, por eso san Pablo nos dice expresamente: «No se trata de que ustedes sufran necesidad para que otros vivan en la abundancia sino de lograr la igualdad», 2Corintios 8, 13.
Comprendemos entonces, que la caridad de la Iglesia, al menos como institución, está completamente organizada. Y es la misma idea que se pide y se espera que la Iglesia doméstica haga posible en su rebaño. Y todos los fieles cristianos en la propia comunidad. Así sea.

viernes, 22 de abril de 2016

"Cuando los judios vieron una concurrencia tan grande, se llenaron de envidia y comenzaron a contradecir a Pablo con Palabras injuriosas", Hechos 13, 45



A propósito de la envidia que los judios experimentan al ver que Pablo es escuchado en la sinagoga por una gran multitud, hay un pasaje en las Sagradas Escrituras que dice algo al respecto: "Un corazón apacible es la vida del cuerpo, pero la envidia corroe los huesos", Proverbios 14, 30. Y una primera enseña que podemos desprender de este versículo de la Palabra Santa, es el hecho de que la envidia es como una especie de espina que se clava muy profundamente en la mente y en el corazón del que padece su influjo, y le hace perder la paz, la tranquilidad, sucede casi lo mismo como cuando lanzamos una piedra en un lago, le robamos la quietud y se empiezan a desarrollar en ella círculos concéntricos que se desplazan del interior hacia el exterior golpeando la orilla, una tras otra, hasta que cese la fuerza que impulsa las ondas.
Lo que despierta la envidia es el descubrimiento de la 'posesión y de la carencia'. De la posesiones de las virtudes, cualidades, bienes, que otros poseen y de las carencias que se tienen. Por eso, podemos afirmar que la envidia es el dolor de descubrirse carente y esa carencia se experimenta en dos sentidos: deseo de posesión y de impotencia. De deseo porque busca tener aquello que le hace falta, hasta aquí no hay problema, sino el método o el modo de conseguirlo, por eso vemos a los judios que envidian a Pablo asumir actitudes negativas: desprestigian usando palabras injuriosas, azuzando a la gente de poder y arengando al pueblo, no sólo para rechazarlo, sino incluso para perseguirlo y querer destruirlo, demolerlo, y hasta desaparecerlo: un día le lanzaran piedras y lo dejaran casi muerto. De impotencia, porque es un dolor del espíritu que el envidioso padece y sufre en carne propia; es curioso que el envidioso muere siempre pero la envidia no. La envidia es el veneno y el envidioso el sujeto que lo bebe, por eso, escuchamos decir que la "envidia roe los huesos" de quien lo padece.

jueves, 21 de abril de 2016

"Hermanos míos, descendientes de Abraham, y cuantos temen a Dios: este mensaje de salvación les ha sido enviado a ustedes", Hechos13, 26.


En su predicación el apóstol Pablo reconoce su origen y no lo niega, pues dice: "Hermanos míos". En unas de sus cartas expresamente lo confirma cuando unos predicadores quieren desautorizarlo presumiendo que son auténticos descendientes de Abraham, por eso le llega a decir contundentemente: "Si alguien cree que puede confiar en la carne, yo puedo hacerlo con mayor razón; circuncidado al octavo día; de la raza de Israel y de la tribu deBenjamín; hebreo, hijo de hebreos; en cuanto a la Ley, un fariseo", Filipenses 3, 4-5.
Pablo nos enseña que es motivo de alegría sentirse parte de un pueblo, de una cultura, de una lengua, de unas costumbres, de una religión, e incluso, sentirse gozoso de saber que su pueblo ha sido elegido por Dios para cumplir sus promesas. Pero al mismo tiempo, descubre el riesgo en el que pueden caer si se consideran merecedor de la salvación de Dios sólo por considerarse parte del pueblo. Por eso clarifica muy bien a los de la Iglesia de Filipos que eso no debe ser así: "Porque los verdaderos circuncisos somos nosotros, los que ofrecemos un culto inspirado en el Espíritu de Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, en lugar de poner nuestra confianza en la carne, aunque yo también tengo motivos para poner mi confianza en ella", v. 3. La salvación que Dios ofrece no se limita a unos cuantos o se reduce a un pueblo, si no más bien está abierta a todos los hombres de todos los tiempos, por eso le escuchamos decir a Pablo: "y cuantos temen a Dios", Hechos 13, 26; y consiste en reconocer públicamente que Jesus es el Hijo de Dios, el Mesías que había prometido, el crucificado y el resucitado, vencedor de la muerte, del pecado y de Satanas, Cfr. v. 32-33.
Esta misma idea de vanagloria en la raza para sentirse superior a los otros y dignos solamente algunos cuantos de la salvación que Dios ofrece la rechaza también el evangelio pero ahora por boca de Juan el Bautista, y sus palabras nos revelan otro riesgo en el que se puede caer: pensar que no es necesario ya entrar en el proceso continúo de conversión: "Muestren frutos de un sincero arrepentimiento y no piensen que basta con decir: Nuestro padre es Abraham; pues yo les digo que de estas piedras puede sacar Dios hijos para Abraham", Mateo 3, 8-9. Esto lo dice Juan el Bautista a los fariseos y saduceos que habían ido a bautizarse. Y en este punto, es de suma importancia que no perdamos de vista que aún cuando estemos bautizados y seamos hijos de Abraham por la fe; la fe en Jesucrisro el Hijo de Dios e hijo de Abraham (Cfr. Mateo 1, 1) que derramó su sangre para la salvación de todos. Tenemos la responsabilidad de trabajar arduamente por nuestra vocación y salvación, la cual es una llamada a vivir en santidad, en un apostar continuamente por la vida y por la transformación del ambiente en el que comúnmente nos desenvolvemos. Por eso el apóstol Pablo nos dice: "Este mensaje de Salvación les ha sido enviado a ustedes", Hechos 13, 26. Lo que significa que se espera una respuesta positiva: de aceptación, de gratitud porque el Señor es quien llama y nos dirige el mensaje, de adecuar incluso la propia vida a la palabra proclamada en ese mensaje de Salvación, ahora comprendo un poco más aquellas palabras que el propio Pablo dirigió a la comunidad cristiana de Filipos: "Por tanto, queridos míos, sean obedientes como siempre: no sólo en presencia mía, sino más aún en mi ausencia, trabajando con temor y temblor en su Salvación",Filipenses 2, 12.
Padre te doy gracias, porque has querido que también yo forme parte de tu rebaño gracias al bautismo que he recibido en tu Santo Nombre, en el de tu Hijo y del Espíritu Santo; me has destinado a la Salvación, a una vida contigo en la eternidad, pero hoy, me enseñas a poner todo mi empeño en consolidar mi vocación y misión dando razón siempre de la esperanza fe que proclamamos. Ayúdame a no flaquear y anunciar con mi propia vida el evangelio de la alegría.

miércoles, 20 de abril de 2016

"Entonces se levanto Pablo, y haciendo señal de silencio con las manos, les dijo: israelitas y cuánto temen a Dios, escuchen", Hechos 13, 16.



Sorprendente es la estrategia que Pablo utiliza para evangelizar o dar a conocer el nombre de Jesus resucitado a los hombres de su tiempo. Como buen judio entra siempre en la sinagoga, hace incluso uso de su posición, pues le conocen, y no pierde oportunidad para hablar cuando le conceden la palabra.
De hecho, acapara mucho mi atención la lectura que hace de la historia judia, a partir de la resurrección de Jesus o más bien, desde la perspectiva del cumplimiento de las promesas mesiánicas que el Señor Dios había dicho por medio de sus siervos los profetas al pueblo de Israel reconoce y afirma que Jesus es el Mesías prometido.
La historia del pueblo, la historia de los hombres, tú historia personal, mi historia es importante no sólo para saber quién eres y hacia dónde puedes incluso proyectar tu futuro. La historia le da sentido a la identidad de la persona. Las raíces son importantes en un árbol, ¿cuánto lo ha de ser el origen o las raíces de cada persona para saber quién se es y hacia dónde dirigir la propia misión o desarrollo de la propia realización humana?
Si negamos quienes somos siempre seremos imitadores y jamás podremos vivir la propia existencia y eso a la larga termina por fastidiar o cansar. Cuantos hombres y mujeres son infelices simplemente por olvidarse de sus raíces, de su propia historia, no sólo personal, cultural, educacional, religiosa, pues todo tiene que ver con la propia 'constitución' incluso la comida y la lengua. Comprendo ahora, cuan importante es conservar las raíces de un pueblo, de una persona, porque sin ellas no es posible tener vida.
Sin memoria histórica jamás podremos aprender de los propios errores, jamás se sale de los círculos viciosos o de la injusticia. Un pueblo muere cuando se olvida de su historia simplemente porque sin darse cuenta se corrompe. Y la corrupción siempre es dañina. Un pueblo sin historia es débil por carecer de identidad específica y exclusiva. Cuando una persona se avergüenza de sus raíces se convierte en una caricatura de sí mismo.
Señor, que jamás me avergüence de ser quien soy, ayúdame aceptar mi propia fragilidad y debilidad que forman parte junto a mis pecados de mi historia personal. Soy hijo del pueblo, y de uno muy específico, con lengua, cultura, costumbres y estilos de vida propios. Eso dotan, lo entiendo ahora, mi forma de predicar y de anunciar mi fe al mundo. No permitas que me avergüence de mis padres, hermanos y familiares pues con ellos soy uno, único, irrepetible y con gran dignidad. Gracias Señor por permitirme tener igual que tú una raza propia, pues la fe se inculturiza de lo contrario corre el riesgo de ser falsa.

"Un día estaban ellos ayunando y dando culto al Señor, y el Espíritu Santo les dijo: 'Resérvenme a Saulo y a Bernabé para la misión que les tengo destinada'", Hechos 13, 2.



La práctica del ayuno muy olvidada porque implica la renuncia consciente no sólo de los alimentos sino también de actitudes negativas que distorsionan y a fean la imagen de hijo de Dios y de la personalidad de cada sujeto respectivamente. El ayuno evoca ciertamente una privación pero al mismo tiempo impulsa abrirse al prójimo. Se priva el sujeto de algo que le es útil y que le es legítimo, para enriquecer o cubrir la necesidad de los hermanos. Así que podemos decir que el ayuno cristiano es una obra de misericordia corporal porque su impulso es la caridad, enmarcada, en el amor a Dios y al prójimo. Eso lo decimos porque muy bien, el versículo que estamos meditando nos lo sugiere cuando afirma: "Un día estaban ellos ayunando y dando culto al Señor". Así que el culto cristiano, una forma clara que hace referencia a la liturgia cristiana (la celebración de los sacramentos, oración personal y comunitaria, etc.), no está separada ni contra puesta a la vida de la realidad humana. Sino que se inserta muy adecuadamente en la vida de los hombres, pues es ahí, donde los cristianos deberán vivir la fe que profesan.
Así que las obras de misericordia, representada aquí por el ayuno, así como la liturgia de la Iglesia encuentran su plataforma de operatividad en la realidad humana, por eso, el versículo agrega la siguiente expresión: "y el Espíritu Santo les dijo". Es el Espíritu de Dios quien impulsa a la misión, a ser portadores del evangelio a todos los hombres, el anuncio de la resurrección del Hijo de Dios. Así que la misión de la Iglesia consiste en el anuncio de la predicación de la Palabra de Dios y la puesta en marcha de la caridad de la Iglesia representada en la obra de misericordia corporal del ayuno. La Iglesia continúa así la misma tarea de Jesus y los evangelios nos narran muy bien ese quehacer pastoral del Señor.
Dos cosas acaparan mi atención: la primera, el ayuno, como el ejercicio de piedad que nos ayuda a despojarnos de todo aquello que puede impedir escuchar siempre la voz del Señor; Segundo, el culto, es decir, formar parte de la comunidad eclesial porque es ahí el lugar propicio, en oración, donde el cristiano es inspirado por el Espíritu Santo. Es ahí, donde se da el auténtico discernimiento pastoral, que debe estar guiado o caracterizado por un despojamiento total de todo aquello que sea solamente puros criterios humanos (el papel del ayuno); sometida a la voluntad de Dios (el culto al Señor) y su operatividad (el envío, la pastoral debe ser práctica, concreta, vivencial).
Señor, hoy nos pides que hagamos un acto de humildad y reconozcamos y sometamos a discernimiento nuestras acciones pastorales para descubrir si es conforme a tu Santa voluntad, es decir, reconocer la inspiracion de tu Espíritu Santo. Porque muchos de nuestros fracasos pastorales se deben sin lugar a dudas a que son impulsos del espíritu humano, por pura proyección personal caracterizada por un egoísmo evidente. 

martes, 19 de abril de 2016

"Pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas", Juan 10, 26.




Señor aumenta nuestra fe, debe ser la súplica que continuamente debemos elevar a Dios. Porque él ha enviado a su Mesías, y en su nombre ha obrado no sólo con palabras sino con obras, para manifestar que todo lo que realiza en favor del hombre proviene de Dios.
Incluso hoy como antaño corremos el riesgo de ver todas las obras que realizas y podemos seguir cerrándonos a tu mensaje y sobretodo dudar y no creer que tú eres el Hijo de Dios, por eso convincentemente afirmas que: "El Padre y yo somos una sola cosa", Juan 10, 30. Es decir tú y el Padre tienen la misma naturaleza porque ambos son divinos. No eres entonces como muchos todavía piensan: un maestro, un buen hombre, un revolucionario de su tiempo, un fundador de un gran movimiento, una persona con grandes visiones futuristas, etc. ¡No! Tú eres Dios. Tú eres verdaderamente Hombre. No un semi dios como los de la mitología griega. Tampoco eres un súper héroe. No, tú eres Dios y eres el único que ha rescatado al hombre de la muerte, del pecado porque has derrotado a Satanas. Eres Dios y vives eternamente. Eres Dios y con tu resurrección nos enseñas que eres el Dios de la vida.
Y si queremos en verdad ser llamados tus discípulos debemos poner en marcha todas aquellas cosas que están a favor de la vida. Y la vida al menos en nuestro mundo tiene diversas manifestaciones y al apostar por la vida es custodiar: la vida de los seres humanos desde su concepción hasta su muerte, la de la flora y fauna que has dejado a nuestro cuidado. La vida que es nutrida con nuestras propias relaciones interpersonales. Si estuviéramos en contra de la vida, si nos empeñaramos en fomentar en nuestras relaciones la "cultura de la muerte" nos engañaríamos porque has sido muy claro y contundente: "no seríamos tus ovejas", pues tus ovejas escuchan tu voz y te siguen, v. 27, es decir, han de realizar lo que te vieron hacer con gran amor. Y si no lo hicieran la fe que dicen profesar sería falsa, una mentira, algo no creíble. A tus ovejas las conoces, las llamas por su nombre. Por eso dices sin miedo y sin tapujos: "pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas", v. 26.
Señor yo creo en tu Resurreccion, y reconozco en todas las obras que hay en el mundo las huellas de tu poder creador. Ayúdame a crear, a fomentar espacios de vida, de oportunidades, de amor. Para que así pueda gritarle al mundo que soy oveja de tu rebaño, discípulo tuyo, es decir, cristiano.


sábado, 16 de abril de 2016

"Has entrado en la casa de unos incircuncisos y has comido con ellos", Hechos 11, 3.



"Has entrado en la casa de unos incircuncisos y has comido con ellos", Hechos 11, 3. Es el reproche que los circuncidados le hicieron a Pedro y ahora se le presenta el desafío de dar razón de su fe, así lo enseña el mismo en unas de sus cartas: "estén siempre dispuestos para dar una respuesta a quien les pida cuenta de su esperanza", 1Pedro 3, 15. Pedro es robusto en su fe, y por indicación del Sumo Pastor, Jesus de Nazareth, ahora tiene que confirmar a sus hermanos en la fe, enseñándoles, haciéndoles comprender el misterio de fe que el propio Señor le ha revelado, Cfr. Lucas 22, 32. Pedro tiene la misión de pastorear el rebaño de su Señor por eso les explica el sentido de su comportamiento con los hombres que no son de raza judía (todos los niños recién nacidos deberían ser circuncidados para formar parte del rebaño del Señor) pero que también son llamados a formar parte del gran rebaño del Pastor bello (Ahora, ya no circuncidamos nuestro prepucio sino el corazón como bien señala el apóstol Pablo en su carta a la comunidad de Roma y lo hacemos al convertirnos al Señor por medio del Bautismo, Cfr. 2, 29).
Entendemos que se trata pues de una cuestión religiosa enmarcada por el hecho de haber compartido los alimentos. Compartir los alimentos es compartir la vida. Es apostar por una relación mucho más profunda, que va más allá de la simple amistad, se trata de una nueva forma de hacerse cercano y fraterno; de ampliación del horizonte y de la comprensión de que el cristianismo no es cosa de élites donde la raza es la carta de ciudadanía, sino más bien, la expresión del amor de Dios por el hombre donde la universalidad es la característica de que toda la humanidad tiene la dicha de ser llamada hija de Dios; es el reconocimiento de que todos los hombres poseen una dignidad, que son valiosos a los ojos de Dios y que por ello están también llamados a recibir la salvación que Él ofrece.
Aceptando lo anterior podemos decir que ha quedado expreso de una forma concreta el deseo de Jesus: la unidad, un único rebaño, bajo un solo cayado, pues dijo: "también tengo otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor", Juan 10, 16. Pedro fue al encuentro de las ovejas, dejó sentir la voz del Señor, las ovejas escucharon la voz del Señor y el Señor se derramó copiosamente sobre ellos dándoles también su Espíritu Santo, pues Pedro nos dice: "Había empezado yo hablar cuando cayó sobre ellos el Espíritu Santo, como sucedió al principio sobre nosotros", Hechos 11, 15.
Pedro nos revela que en Dios todos los seres humanos son hermanos. El cristiano tiene que aprender a vivir y hacer posible o creíble la fraternidad. Y para ello, es necesario erradicar de las vidas de los hombres aquellas "normatividades" que terminan por enterrar o hacer palidecer o totalmente nulificar el deseo del Pastor Bello. Así, si en un principio los judios no podían comer ciertos animales para evitar caer en impurezas, y el alimento se presentaba como la frontera que dividía lo profano de lo sagrado. Al declarar Dios mismo: "No tengas tú por impuro lo que Dios ha hecho puro", v. 9. La comida se vuelve símbolo de comunión y de la convivencia fraterna. Y de la misma forma que el alimento se hace uno con el que lo ingiere así también el cristiano al comer y al beber el cuerpo y la sangre de su Señor proclama no sólo la unidad sino el espíritu de comunión con el que se compromete a vivir todas y cada una de sus relaciones interpersonales. Por eso, será hipocresía si comulgamos y nos volvemos incapaces de vivir en comunión con el prójimo. La profesión de fe carece de la vitalidad del testimonio si no está sustentada por actitudes que revitalicen y consoliden los vínculos de amistad, de solidaridad y de hermandad. Dios nos libre de provocar división en su cuerpo místico.
Señor danos tu Espíritu Santo para que siempre seamos instrumento creíbles de tu amor en este tiempo donde el individualismo, la indiferencia y la insolidaridad marginan a los más débiles; perdona nuestras negligencias y pecados de omisión cuando nos acobardamos y nos dejamos vencer por el egoísmo y la envidia que nos separa y nos hace pensar solamente en nuestros propios intereses. Ayúdanos hacer realidad el BienComún. Danos la gracia para emprender caminos de profunda reconciliación y perdón para restablecer la imagen de hijos tuyos. Amén.

"Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen”, Juan 10, 27.

“Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen”
Juan 10, 27.
Hechos 13, 14. 43-52; Salmo 99/100, 2-3. 5; Apocalipsis 7, 9. 14b-17; Juan 10, 27-30.
Jesús es el Pastor bello (Cfr. Juan 10, 11), en él la belleza no cambia con el tiempo, se mantiene igual, nunca envejecerá, tendrá siempre un rostro radiante como el sol, porque él es el «Cordero, que está en medio del trono» reinando junto al Padre por toda la eternidad como lo afirma la segunda lectura tomada del libro del Apocalipsis 7, 17; pero la belleza de nuestro querido Jesús no sólo se refiere a su aspecto físico sino a las buenas actitudes que adornan o enriquecen su personalidad. Así, que cuando decimos hemos encontrado una bella persona estaríamos corto de visión si la redujéramos a su buena presencia; pero si le agregamos el hecho de que siempre sonríe, es respetuosa, atenta, servicial, generosa, paciente, etc., decimos mucho más de ella que sí sólo hiciéramos referencia a sus ojos, a su rostro o a su cuerpo o altura, etc. Jesús es el pastor bello porque siempre desplegó un gran abanico de actitudes siempre nuevas que dignificaban a la persona con las que se relacionaba. Aquí encontramos pues una gran enseña de nuestro Jesús: el servicio de amor al prójimo nos hace ser siempre bellos.
Pero Jesús no sólo es el Pastor bello es también el Cordero degollado porque ha entregado su vida por todas las ovejas de la tierra y así lo afirma también el Apocalipsis en un cántico: «porque fuiste degollado y con tu sangre compraste para Dios hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación», 5, 9.  Hemos sido comprando a gran precio, y eso pone en evidencia lo valioso que somos a los ojos de Dios; Él nos ha rescatado de las garras de la muerte, de la oscuridad del pecado y del poder de Satanás. Jesús nuestro cordero inmolado es el Hombre fuerte que ha amarrado a Satanás y nos ha sustraído de su reino (Cfr. Lucas 11, 22) y nos ha trasladado al reino de su Padre querido (Cfr. Apocalipsis 5, 10), por eso le escuchamos decir en el evangelio: «nadie las arrebatará de mi mano. Me las ha dado mi Padre, y él es superior a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre», Juan 10, 28-29. Esto, hermanos está poderoso, en Jesús el Señor somos más que vencedores, somos hijos amados del Padre, Dios está a favor del hombre y de la entera humanidad. Y eso debe ser para ti y para mí motivo de profunda alegría, al saber, como dice san Pablo: «que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni el presente ni el futuro, ni los poderes de este mundo, ni lo alto ni lo bajo, ni creatura alguna podrá apartarnos del amor que nos ha manifestado Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro», Romanos 8, 38.
Jesús como pastor bello y cordero inmolado nos marca el camino, el estilo de vida que todos los discípulos debemos asumir en entera libertad y con gran ánimo (Cfr. Juan 14, 6), no debemos tener miedo en consumir la vida sirviendo al prójimo, pues ha dicho: «quien pierda su vida por mi causa la conservará», Mateo 16, 25. El estilo de vida señalado por Jesús, es un sendero “antiguo y nuevo” que conduce no a una vida vacía, frustrada, arrugada o corroída; es más bien un modelo de vida que conduce: «a las fuentes del agua de la vida», es decir, a la vida eterna. Entonces, comprendemos que Jesús el pastor bello y cordero inmolado es el único que puede saciar el corazón sediento del hombre, pues el hombre siempre tiene hambre de eternidad. En Jesús, y solamente en Él, Dios enjuga de los ojos de la humanidad toda lágrima, porque les ofrece una esperanza cierta, por eso escuchamos decir: «Ya no sufrirán hambre ni sed, no los quemará el sol ni los agobiará el calor», Apocalipsis 7, 16-17.
Pero esta esperanza para que sea tal, la vivimos en el “aquí y en el ahora”, no la postergamos hasta el final de los tiempos, ciertamente la pregustamos, la saboreamos en cada momento de la vida hasta llegar a poseerla en plenitud en la vida eterna. La esperanza de una vida eterna junto a la Trinidad y que Jesús nos ofrece debe dotar siempre de alegría al cristiano y debe incluso renovarle las fuerzas para seguir amando, aún en las diversas pruebas y sufrimientos que pueda experimentar; y le debe impulsar a hacer todo lo que esté a su alcance para que no se extinga, para que la profesión de fe en el Resucitado sea una acción creíble, palpable a los ojos de tantos hombres y mujeres que caminan hoy día sin ilusión, sin ganas de vivir o fuerzas para luchar, eso es lo que entiendo cuando Lucas dice: «Los discípulos se quedaron llenos de alegría y del Espíritu Santo», es decir, se quedaron llenos de gozo por el poder de Dios, Hechos 13, 52.
Una Iglesia que está llena de verdadera alegría por la presencia del Espíritu Santo: es una Iglesia viva porque escucha la voz del Señor y sigue las huellas del pastor bello; es ante todo una Iglesia donde reina el espíritu de comunión porque se esfuerzan cada uno de sus miembros en vivir la fraternidad, a semejanza de Jesús y su Padre: «El Padre y yo somos uno», Juan 10, 30. ¡No es posible la unidad sin la fraternidad!
La Iglesia en su quehacer pastoral debe manifestarse siempre de manera organizada, con un trabajo articulado para que sus esfuerzos de vivir las obras de misericordia sean siempre no una cosa “eventual” sino una connotación natural que de razón de su propia existencia. La Iglesia existe para enjugar en el “aquí y en el ahora” las lágrimas de tantos rostros de hombres y mujeres de nuestro tiempo. Para la Iglesia esos rostros tienen un Nombre, una dignidad que debe defender, proclamar y custodiar, por eso Jesús dice de sus ovejas: «yo las conozco». No se conoce a distancia, la oveja para no irse con extraños debe aprender a distinguir la voz de la Iglesia del “canto de las sirenas”, pero para que suceda eso, la Iglesia tiene que hacerse cercana pues sólo así puede decir Jesús de su Iglesia: «mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen», Juan 10, 27. Por si queda dudas: todas las ovejas forman la Iglesia, el pueblo de Dios.

"El se levantó en seguida", Hechos 9, 34


Al mandato de Pedro Eneas deja su cama y se levanta, la parálisis que lo tenía postrado ha desaparecido gracias al nombre de Jesus, pues Pedro le había dicho: "Eneas, Jesucristo te devuelve la salud: levántate, y arregla tú mismo la cama", Hechos 9, 34. Y hoy en el Evangelio de san Juan le oímos decir a Jesus a sus interlocutores:"El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida", Juan 6, 63. Las palabras de Jesus se cumplen en la curación que realiza el apóstol Pedro. La sanidad que ofrece Pedro es efectuada en el Nombre de Jesus; para que entendamos que Jesus es el Hombre del Espíritu y la Palabra eterna del Padre, por eso es el único que puede dar o devolver la vida. De hecho, el nombre de Jesus, Dios Salva adquiere en el Nazareno su mayor significado. La fe en Jesus libra no sólo de la muerte terrena sino que otorga la salvación eterna, pues como dice el Salmista: "¡Qué penosa es para el Señor la muerte de sus amigos!", Salmo 115/116, 15. Y como bien sabemos el Señor no desea la muerte del hombre sino que viva siempre y viva bien. Y es esta precisamente la gran noticia que los discípulos han de predicar con gran valentía. Así que la reanimación de Tabita y la curación de Eneas son sólo signos de la vida nueva que ofrece la fe en Jesucristo. Esta vida nueva, esta sanidad se ofrece no sólo a una clase de hombres sino a la humanidad entera. En Jesucristo ningún ser humano queda excluido toda la humanidad encuentra en el Hijo de Dios su fuente de esperanza, de amor y de fe. Pues Dios ama al mundo en su Hijo, el cual derramó su sangre en beneficio de todos.
Jesus dice: "El espíritu es quien da la vida; la carne para nada aprovecha". He constatado que cuando hay un espíritu firme, grande en el hombre, aunque esté enfermo, o pase por diversas pruebas o tenga que afrontar grandes obstáculos para alcanzar sus metas, se mantiene en pie y su espíritu combatiente le hace salir siempre triunfante, victorioso de sus enemigos y de todas las circunstancias que le son contrarias. No sucede así con las personas de espíritu 'enfermizos' o los de corazón apocados, podrán tener a su disposición toda la ayuda del mundo y sin embargo andan siempre derrotados, cabizbajos, sin entusiasmo por vivir, por luchar y emprender un nuevo proyecto de vida. ¿Qué es entonces el espíritu para la carne o el cuerpo? Su principio de vida. Por eso, hay que pedirle al Señor que venga en nuestro auxilio y reanime, vivifique o fortalezca nuestro espíritu para que podamos ver y abrazar la vida así como ella se manifiesta.
Señor Jesus danos tu espíritu para que mantengamos encendida la lámpara de la fe, para que nuestra esperanza no venga a menos y siempre pensemos y actuemos positivamente, sabiendo que es posible el cambio, la renovación y restauración del mundo, del hombre. Que tu amor nos proteja del pesimismo y fatalismo que sumergen al hombre en la desconfianza y en el desánimo. Señor, tú nos conoces y nos llamas a cada uno por nuestro nombre y sabes lo que realmente necesitamos, concédenos la gracia, aquella que en verdad necesitamos.

viernes, 15 de abril de 2016

"Cayeron de sus ojos una especie de escamas y recobró la vista", Hechos 9, 18



Cuando uno lee la llamada 'conversión de san Pablo' a partir del encuentro que tuvo con el Resucitado no sólo llena de asombro la intervención que Dios puede tener en la historia de cada persona sino la misma luminosidad que envuelve a Dios y es capaz de cegar al hombre. La cristofania que Pablo experimentó le dejó ciego, para indicar que el conocimiento y la verdad de Dios son siempre superiores al hombre, eso si consideramos que Saulo, era un hombre sumamente religioso, cumplidor de la ley, amante de la verdad y del recto conocimiento de Dios (ortodoxia). Y sin embargo, quedó ciego, para que entendamos que aún con toda la ortodoxia del mundo podemos estar en el error, podemos equivocarnos y es posible que las propias convicciones cambien con un giro inesperado, obra de la intervención divina que se manifiesta también en los eventos de la historia humana.
De ahí, que veamos necesario que el Espíritu Santo haga caer de los ojos las 'escamas' que impiden ver la luz y sobre todo la verdad de las cosas. Tres días permaneció ciego Saulo, una lucha interior tremenda, todo su mundo antiguo se derrumbó, el doloroso camino del reconocimiento, de la aceptación de una grandiosa verdad que hace palidecer los principios religiosos donde se creó, ahora todo será nuevo, de perseguidor en anunciador incansable de una nueva forma de vida que engloba a las otras y las hace trascender. No fue fácil para el perseguidor como tampoco para los cristianos perseguidos el proceso de conversión. Una conversión que tiene siempre su inicio en el encuentro con Cristo resucitado pero que tiene su término con la muerte del discípulo. Después de la muerte se guarda silencio son las obras las que darán voz al proyecto asumido terrenalmente.
La docilidad a la voz del Señor nos hace descubrir el proyecto o la misión que Dios tiene para el hombre; sólo siendo dócil a su espíritu es como podemos discernir adecuadamente el mejor de los caminos pastorales.
Señor abre nuestros ojos, déjanos escuchar tu voz e imprime en nuestros corazones el deseo de poner en práctica tu palabra, para que andemos siempre por caminos de luz y de verdad y nuestras vidas recuperen el mejor de los sentidos.

jueves, 14 de abril de 2016

"Había ido en peregrinación a Jerusalén", Hechos 8, 27.




El peregrino es un hombre de búsqueda, corazón inquieto que no está conforme y que aspira siempre más. Pueden ser muy variadas sus motivaciones del andar. Hay quien lo vive muy religiosamente, hay quienes se han convertido en tales por ser amigos de aventuras, por soledad, por emplear incluso el tiempo y hacerlo un tanto fructuoso; los hay también porque ven una oportunidad de entrar en contacto con la naturaleza o bien, una manera de recreación y trabajo. Peregrino es pues el hombre de espíritu libre, no hay que confundirlo con quien no tiene un punto claro o fijo en el mundo. El peregrino no tiene por decirlo de un modo carta de ciudadanía y al mismo tiempo es ciudadano del mundo. No tiene a donde ir y sin embargo encuentra siempre puntos de encuentro y de relaciones fraternas. 
El peregrino cristiano es un hombre o mujer que busca afanosamente el rostro de su Señor, que a puesta por una renovación no sólo interior sino exteriormente, de restauraciones profundas de las relaciones interpersonales y sobretodo consigo mismo.
Pero en un sentido más amplio podemos incluso afirmar que toda persona es peregrina porque se sabe que en este mundo va de paso. Existe pues un movimiento reversible, interno-externo y externo-interno. Las avatares de la vida son siempre experiencias ricas de aprendizajes no sólo aquellas positivas sino también aquellas que están marcadas por el dolor de la propia existencia, basta recordar lo que implica el hecho de cada nacimiento.
El peregrino etíope de judio practicante pasó a ser un cristiano convencido de la resurrección de Jesucristo. Encontró lo que su corazón anhelaba, la esperanza cristiana que libra de toda pena y frustración, de una vida vacía y sin sentido. Ahora se reconoce hijo de Dios y comprende cuánto vale a los ojos de su Dios, al saber que Jesus derramó su sangre para que pudiera entrar en la eternidad de una vida que es plenitud y que sacia de una vez y para siempre su corazón inquieto. A este peregrino, funcionario real, puede aplicársele muy bien, las palabras del apóstol Pablo: "Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde anhelamos recibir al Salvador, el Señor Jesucristo", Filipenses 3, 20.
Ahora, continuará siendo peregrino pero con un horizonte ultraterreno, que le hará vivir en la tierra comprometiéndose con su realidad temporal pero sin cerrarse en ella. Descubrirá en su camino personal la huella de su Señor resucitado que vive y actúa con poder en la historia personal de cada sujeto. Ese seguirá siendo su itinerario personal de vida pues jamás dejará de ser peregrino aún cuando se encuentre a cada paso con su Señor Dios.

miércoles, 13 de abril de 2016

"Los que se habían dispersado iban por todas partes anunciando la Palabra", Hechos 8, 4.



El evangelio de Jesucristo no se circunscribe a un sólo espacio y tiempo, a un grupo de personas, a una cultura, etc. El evangelio tienen como destinatario al hombre, a la humanidad entera. Mientras el hombre viva el evangelio tendrá que proclamarse, no importa si ya se ha escuchado y aceptado o no se haya aún dado a conocer. El evangelio siempre tocará la realidad de un modo o de otro, porque el evangelio es una palabra que se renueva cada mañana ahí donde es anunciada.
Es un misterio, que aún sigue sorprendiendo, la propagación del evangelio a pesar de que exista persecución. Y es entonces cuando el anuncio evangélico se torna de una belleza y una mística propia: el martirio de los mártires, el anuncio no sólo con las palabras sino con la propia vida.
Incluso ahora, frente al mar, es una oportunidad para anunciar el evangelio con lo que uno hace sin que se pronuncie la palabra.
Señor, permítenos anunciar tu palabra con valentía, con la propia vida, con nuestros gestos y palabras, con nuestras acciones, en nuestras recreaciones y convivencias, en nuestro descanso y juego, en nuestros sueños y proyectos. Danos la fuerza de tu espíritu para realizarlo siempre con mucha creatividad, con el entusiasmo, el método y la pedagogía necesaria.

martes, 12 de abril de 2016

"Ustedes resisten siempre al Espíritu Santo; ustedes son iguales a sus padres", 7, 51.



Las palabras del diácono Esteban son tan actuales, que sin miedo y con tal honestidad he de reconocer que por momentos se concretizan en mi historia personal. Y es verdad, basta solamente que seamos sinceros, para reconocer que no siempre hemos realizado lo que en verdad conviene, al estado de vida que se ha elegido y a la fe que decimos profesar. Ya sea por causa de las propias debilidades, fragilidades o pecados que están si no arraigadas en uno, al menos, están presentes o forman parte inherente a la propia naturaleza o humanidad; pero existen también situaciones donde las circunstancias o preocupaciones de la vida nos hacen ver nuestra suerte porque no re-accionamos como mejor conviene o simplemente no estamos al nivel de las situaciones para resolver efectivamente las problemáticas de la vida moral, laboral, educacional, espiritual, etc.
El texto es claro cuando dice: "hombres rebeldes", es decir, testarudos, encerrados en las propias categorías de pensamientos que incluso es difícil saber acoger otras opiniones o consejos, aún cuando puedan existir mejores ideas de solución y se pueda reconocer que estamos en el error.
También dice "paganos de corazón", porque se confían solo a las propias fuerzas, se vive en el aquí y en el ahora pero de una manera horizontal, sin abrirse a la Trascendencia (Dios). Aparentan ser religiosos, y lo son, pero no porque crean en el verdadero Dios sino porque están ligados, vinculados o relacionados con ciertas creencias que tienen más de sincretismo religiosos o bien espiritualidades light que rayan en brujería, santería y toda clase de superstición. O simplemente, porque se vive una doble vida: se aparenta ser 'blanca como la paloma pero se tiene zurrado el nido', es decir una vida de piedad aunque se vive impíamente.
"Cerrados a la verdad", una vida falsa, aparente, donde reina la mentira y la hipocresía, donde las relaciones no son sanas, duraderas y profundas sino totalmente convenencieras y totalmente dañinas o perjudiciales.
La vida del espíritu humano debe materializarse, tiene que notarse, evidenciarse. Y las obras son expresiones del espíritu humano. De la misma manera, el Espíritu Santo se hace tangible, palpable, real, su acción poderosa se dejan sentir en los corazones que se abren a sus mociones.
Señor, hemos recibido tu Espíritu Santo, tócanos y sana nuestros corazones, fortalece y anima nuestras vidas, abre nuestros oídos, y haz que aceptemos con gozo y alegría la verdad que nos hace libre.

lunes, 11 de abril de 2016

"La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado", Juan 6, 29.



Sintonía puede ser la palabra que nos ayude a comprender el proyecto que Dios quiere que el hombre ponga en marcha. Quien cambia de 'onda' o de 'frecuencia' y no está sintonizado con la voluntad divina corre el riesgo de hacer camino infructuoso. Cuando le preguntan a Jesus: "¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?", Juan 6, 28. Jesus responde: "La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado", v. 29. Parece cosa sencilla el creer en el enviado de Dios. Pero hemos de reconocer incluso hoy cuan complejo es discernir quién o quiénes son los enviados de Dios. Se requiere por tanto discernimiento, una especie de reflexión profunda y continua, que dé incluso espacio a la fe y no se reduzca a meros raciocinios insípidos y faltos de la vitalidad del sentido común. Sino que en el mirar la realidad (otro modo de evocar el discernimiento) actúe el hombre total, el del cuerpo y alma; el de razón, fe y sentimientos, etc.
No dudamos en afirmar que la fe del cristiano ha de estar cimentado en la Persona del Hijo de Dios, Jesus de Nazareth, como muy bien lo confiesa el apóstol Pedro cuando afirma que no existe otro Nombre que se haya dado a los hombres por el cual puedan ser salvados, Cfr. Hechos 4, 12. Jesus es el Mesías de Dios y solamente en él la historia de la humanidad se recapitula y alcanza lo que por mérito propio jamás lograría.
Así que creer en el Hijo de Dios, en Jesus de Nazareth, tiene sus características propias, que parte del encuentro personalizado con él hasta llegar incluso a una identificación plena con él (adhesión personal no sólo de pensamientos, de obras sino también de actitudes que repercuten en toda la vida del que se diga cristiano). No hay pues, cristiano sin relación a Cristo. Pero dicha relación escapa a la concepción de un modo de concebir a Dios como Hombre Salvador que comúnmente tiene el hombre sobre las cosas o sobre sí mismo o el prójimo. Dios en ese sentido no puede ser encerrado en un concepto. Dios exige camino experiencial que hay que recorrer sin miedos, sin límites, con total apertura. Solo así  es posible hablar ya no de lo que digo creer sino lo que se ha hecho vida en el proceso de fe. Dios en ese sentido se presenta siempre como el inabarcable, el que no puede ser contenido pero al mismo tiempo como el que lo en globa todo con su presencia y poder. Él es el totalmente otro, el Trascendente pero el siempre cercano y vecino.
Señor, creemos en Ti. Enséñanos a creer en Ti. Eres una persona concreta, real y al mismo tiempo trascendente. Nos envuelves por doquier y sin embargo, eres el más pequeño, porque así has querido que te encontremos, en el prójimo. Que podamos verte y venerarte en los pobres y marginados, en cada hombre y mujer de este mundo. En el aquí y en el ahora. Toda la creación habla de Ti pues existes y la imaginación del hombre no te ha creado y aunque existen algunos que así lo afirman líbralos Señor por tu Resurrección de la idolatría en la que han caído. Que la oscuridad de la vida no apague la luz de la fe que nos has regalado.

domingo, 10 de abril de 2016

"Sígueme", Juan 21, 19.

Fue en la tercera aparición de Jesus resucitado cuando Pedro le escucha decir: "Sígueme", Juan 21, 19. La palabra 'sígueme' evoca un llamamiento muy particular porque se le dirige personalmente a Pedro. Pero este llamado específico de Jesus tiene algunos rasgos que muy bien podrían ser momentos o etapas importantes que todo hombre y mujer que desea seguirle deberá tener en cuenta.   Podríamos enumerarlos: primero, un encuentro íntimo con Jesus; segundo, la declaración de amor, y por último, en toda la vida incluyendo la propia muerte.
El encuentro íntimo con Jesus. La cual se da en la cotidianidad de la vida, donde los hombres se encuentran, ya sea que estén trabajando como lo estaban haciendo los apóstoles, o estén descansando o realizando cualquier cosa, sea esta legítima o fuera de lugar. Pero es un encuentro donde es el propio Jesus da el primer paso, por eso le escuchamos decir: "Muchachos, ¿han pescado algo? Ellos contestaron: No", Juan 21, 5. 
Lo cierto es que el trabajo que realizan los apóstoles es una actividad totalmente simbólica, son los constructores de un mundo nuevo, la cual debe ser según la voluntad de Dios y no simplemente criterios humanos para que al final no se experimenten vacíos y un sin sentido. Eso es lo que quiere enseñarnos el apóstol Juan en su evangelio, al hacer que los apóstoles hagan de nuevo la misma actividad pero ahora apoyados en la palabra del Señor resucitado: "Les dijo: Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán", v. 6. Así que hemos de procurar encontrarnos con el Resucitado por medio de su Palabra, confiando, obedeciendo (poniéndolo en práctica). Esta Palabra está cerca, el apóstol Pablo así lo afirma cuando dice: "La palabra está cerca de ti, en tu boca y tú corazón. Se refiere a la palabra de la fe que proclamamos", Romanos 10, 8. Y que muy bien podemos encontrar en las Sagradas Escrituras. El estudio asiduo de ella, purifica la mente y robustece la fe, además que el Señor concede su Espíritu Santo para que la comprendamos mejor y veamos la mejor manera para llevarla a la práctica. Es la Palabra quién garantiza la renovación del corazón y sobre todo la construcción de un mundo nuevo.
Pero el encuentro con la palabra permite la profundización de la relación con Jesus. Y es él quien lo desea y lo propicia, pues tenía preparado brasas, pescado y pan, les pide que traigan algo de lo que acababan de pescar y luego les dijo: "Vengan a comer", Juan 21, 9-12. La comida es ocasión de encuentro con Jesus. En la comida se donan, pues ponen a disposición el fruto del trabajo. La eucaristía tiene el mismo sentido, Jesus se dona y el que lo recibe igualmente. Nadie puede venir con las manos vacías. Siempre habrá algo que compartir. Pero en el mundo nuevo que el Señor quiere construir con sus discípulos, el compartir la comida no queda circunscrita al lugar donde celebramos comúnmente la eucaristía, sino que toca más allá de los límites de la periferia, pues Jesus lo ha enseñado: "lo que hayan hecho a uno solo de éstos, mis hermanos menores, me lo hicieron a mí", Mateo 25, 40.  El encuentro encierra en sí misma una fuerza que hace a los hombres salir de las propias barricadas, de abrirse a los demás, de dejarlos entrar e invadir el espacio de los otros para el mutuo enriquecimiento, eso es lo que se intuye de la pesca, los peces salen de su ambiente idóneo y entran en uno diverso que les ocasiona, sí, la muerte, pero que nutre la vida de los otros seres. Con la experiencia del Resucitado los discípulos no deben temer perder la vida en la construcción del mundo nuevo, porque la presencia gloriosa del Señor está indicando que vale la pena morir por el prójimo: "el que quiera salvar su vida la perderá; pero quien pierda la vida por mi causa la conservará", Mateo 16, 25.
Es precisamente en el diálogo continuo con el Señor por medio de su Palabra, en el trato cotidiano de la eucaristía donde el discípulo encuentra los presupuestos necesarios para poder vivir el segundo momento del seguimiento de Cristo: el enamoramiento, el amor.
Se sigue a Jesus enamorado, el pregunta tres veces, para sanar la traición y la infidelidad del apóstol Pedro: "¿me amas más que éstos?", Juan 21, 15-17. El amor que Jesus reclama para sí, es el mismo amor que el discipulo deberá no sólo proclamar con la boca sino con acciones concretas con sus demás hermanos, por eso agrega el Señor: "Apacienta mis corderos". El discípulo deberá entender que el dueño del rebaño no es él sino Dios. Jesus es el auténtico Pastor, y uno muy bello. Así que el amor por Jesus tiene como cometido la misión. Misión que no se podrá vivir sin amor a Dios y sin amor a su pueblo. Si no hay amor todo se reduce a puro activismo, a jornadas de trabajo por un salario que pierde su valor en la vida eterna. Considero, que aquí subyace el punto neurálgico de la misión de la Iglesia: no tenemos encuentro con el Señor (palabra-eucaristía) por eso nuestra pastoral es superficial y hasta vana. No se da continuidad al trabajo pastoral y todo se reduce a iniciativas y creatividades personales caracterizadas por un marcado interés personal que encuentra resonancias solamente en algunos, los cuales también están marcados por una falta de espiritualidad en la palabra del Señor; por eso, hemos escuchado decir a los apóstoles al escuchar a Pedro que iba a pescar que ellos también irían. Necesitamos en la Iglesia de hoy propiciar la categoría del encuentro con Cristo porque ahí se encuentra la sinergia de una genuina pastoral según el corazón de Dios. La acción pastoral de la Iglesia deberá ser hoy por hoy una declaración del amor a Dios en acciones concretas y a favor del prójimo.
El tercer punto de nuestra meditación reside en el hecho de que el discípulo de Cristo posee un estilo de vida que marca diferencia con los otros estilos y modos de vivir que el mundo actual ofrece. Si el mundo de hoy está caracterizado por un individualismo y relativismo recalcitrante, el cristianismo debe claramente evidenciar la inclusión del marginado y de los desvalidos, de los hombres y mujeres que a los ojos del mundo no valen un céntimo; además, de la solidez de los principios y valores evangélicos que como piedras angulares se conviertan en las directrices para que los hombres puedan actuar con entera libertad y responsabilidad para ser posible un mundo de relaciones donde la ley sea el amor, la donación y la entrega. Toda la vida cristiana debe ser un testimonio del resucitado aún cuando la muerte se presente como el único camino para gritarlo elocuentemente, de ahí, la sangre de los mártires que derraman su sangre por confesar el nombre de Cristo como aquellos que incruentamente derraman sus fatigas y dolores, llantos y alegrías, zozobras y esperanzas, en una vida que es bella pero al mismo tiempo cruda y dura. 

sábado, 9 de abril de 2016

"Vieron a Jesus caminando sobre las aguas", Juan 6, 19.

Después de las multiplicación de los panes, Jesús se aleja de la turba porque quieren proclamarlo rey, Cfr. Juan 6, 15. Por necesidad, el hombre, es capaz de realizar grandes hazañas, incluso muchas de esas acciones pueden no ser tan honorables. Pero, detrás de cada acto humano existe siempre un 'espíritu'  motivador. Así que muy bien podríamos preguntarnos: ¿por qué hacer rey a Jesús? La muchedumbre al constatar el prodigio que había realizado Jesús reconocieron que era mucho más que un hombre ordinario, le atribuyeron el título de profeta. Y ante ese título Jesús no se sustrae, pues él es la Palabra eterna del Padre, pues ha afirmado de sí mismo: "Si no hago las obras de mi Padre, no me crean. Pero si las hago, crean en las obras aunque no me crean a mí, así reconocerán y sabrán que el Padre está en mí y yo en el Padre", Juan 10, 37-38. Con ese prodigio Jesús esta diciéndonos que él es el enviado del Padre. Y que solamente realiza lo que el Padre le indica, hay no sólo una sintonía en la operatividad sino también una unidad inigualable pues él y el Padre son una misma cosa:  Dios. Además, está escrito que Dios: "hace justicia a los oprimidos; da pan a los hambrientos; el Señor libera a los cautivos; el Señor da vista a los ciegos; el Señor endereza a los encorvados; el Señor ama a los honrados; el Señor protege a los emigrantes; sustenta al huérfano y a la viuda y anula el poder de los malvados", Salmo 145/146, 7-9. Basta leer los evangelios y reconocer todo lo que Jesús hace en favor de los hombres para caer en la cuenta que en él, Dios actúa y se hace visible, cercano y compañero de camino.
Aquellos hombres descubrieron al profeta de Dios, y quisieron retenerlo y proclamarlo su rey, para dar a entender que el sistema en el que vivían estaba corrompido, se alegraron un instante con la presencia de Dios en Jesús de Nazareth; pensaron que un cambio político era suficiente para empezar de nuevo y abolir las injusticias y maldades de los que obstentaban el poder en ese entonces. Pero la salvación que Dios ofrece en su Hijo Jesucristo es mucho más profundo y radical: la conversión del corazón a Dios, ya que sólo Dios es el único que puede poner en verdad un límite al mal, puede vencerlo y erradicarlo completamente. Pero no lo comprenden aún.
Así sucede también con los doce, su mente está en botada, no han logrado descubrir quién es este Jesús. Y a ellos, en particular les revela un rasgo más de su personalidad, o más bien, de su identidad: su divinidad. Que lo comprenderán gradualmente cuando lo vean resucitado.
Los discípulos por la tarde se dirigen sin Jesús rumbo a Cafarnaun, después de haber avanzado unos kilómetros el viento les era contrario, era de noche y "vieron a Jesus caminando sobre las aguas, acercándose a la barca y se asustaron". Un hombre puede nadar en la superficie incluso surfear, pero caminar y en medio de la tempestad eso es inaudito y difícil de digerir. Y lo que es todavía asombroso es el hecho de que quieren abordarlo y tocan rápidamente tierra, pues aunque habían avanzado 5 o 6 kilómetros el lago tiene de longitud 21 kilómetros y de anchura 13. Pero sigue resonando muy fuertemente las palabras del Señor que dice: "Yo soy, no teman", Juan 6, 20. Se revela con el mismo nombre con el que se había revelado a Moisés en otros tiempos: "Soy el que soy. Esto dirás a los israelitas: Yo soy me envía a ustedes", Éxodo 3, 14. Jesus es Dios. Por eso llegan sin fatiga y sin que se suba a la barca a la orilla. Jesus tiene poder y todo está sometido a su majestad gloriosa por eso le oímos decir: "Me han concedido plena autoridad en cielo y tierra", Mateo 28, 18.
Señor Jesus, somos tus discípulos, mira nuestras penas, fatigas y el deseo que tenemos de continuar en pie de lucha. Hay vientos contrarios que nos amenazan y nos quieren sumergir y ahogarnos; y son de diversas índoles, algunas son fragilidades, debilidades y pecados nuestros, otros son productos de la  hostilidad de los hombres malvados y de las influencias del mal. Estamos solos. Eres tú nuestra fortaleza y nuestro auxilio, no nos desampares pues no tenemos a donde ir ni a quién acudir para que nos defienda. No permitas que la tristeza, el miedo y el pecado nos opriman. Haz realidad la palabra que el Salmista dice: "Cuida el Señor de aquellos que lo temen y en su bondad confían; los salva de la muerte y en épocas de hambre les da vida", Salmo 32/33, 18-19.