«Porque
si…ellos claman a mí, ciertamente oiré yo su clamor»
Éxodo
22, 22.
DomingoxxxTO: Éxodo 22, 20-26; Salmo
17/18, 2-4. 47. 51; 1Tesalonicenses 1, 5-10; Mateo 22, 34-40.
«Cada cristiano
y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y
promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la
sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del
pobre y socorrerlo…Hacer oídos sordos a ese clamor, cuando nosotros somos los
instrumentos de Dios para escuchar al pobre, nos sitúa fuera de la voluntad del
Padre y de su proyecto, porque ese pobre apelará
al Señor contra ti, y resultarás culpable, Deuteronomio 15,9. Y la falta de
solidaridad en sus necesidades afecta directamente a nuestra relación con Dios:
Si te maldice lleno de amargura, su
Creador escuchará su imprecación, Eclesiástico 4,6», EG 187.
Debemos
escuchar el clamor del pobre dices, pero te pregunto: ¿quién es el pobre? El texto de la primera lectura nos señala
quienes son los pobres: el migrante, las viudas, los huérfanos, los que no
posee nada y va al día y se exponen por un pedazo de pan a la explotación, Cfr.
Éxodo 22, 20-26. La segunda lectura en cambio nos señala indirectamente que los
pobres son los destinatarios del Evangelio, a ellos con especial cariño, por medio
de la evangelización se les infunde nuevas esperanzas, nuevos bríos para afrontar
positivamente los desafíos de la realidad, para que desde su pobreza, encarnando
a Cristo pobre den también ellos testimonio vivo del Evangelio de Jesucristo, a
tal punto, como dice san Pablo que él y sus colaboradores: no tenían ya «necesidad
de decir nada», 1Tesalonicenses 1, 8.
Pero
es también necesario reconocer nuevas formas de pobreza y de sufrimientos humanos:
los sin techo, los tóxico dependientes, los refugiados, los pueblos indígenas,
los ancianos cada vez más solos y abandonados, la trata de personas, las
mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia, los niños
por nacer, la misma creación pues también somos responsables de las demás
criaturas que el Señor Dios puso bajo nuestro cuidado, etc., Cfr. EG 210-215.
«El
imperativo de escuchar el clamor de los pobres se hace carne en nosotros cuando
se nos estremecen las entrañas ante el dolor ajeno», EG 193. Pero no se trata sólo
de saber quién la está pasando mal sino más bien de comprometernos, de meter el
hombro, de meternos en “camisa de once varas” por el bien del prójimo, por eso
el Apóstol San Juan nos dice: «si uno vive en la abundancia y viendo a su
hermano necesitado le cierra el corazón y no se compadece de él, ¿cómo puede conservar el amor de Dios? Hijitos,
no amemos de palabra y con la boca, sino con obras y de verdad», 1Juan 3,
17-18. Pues continuamente nos enteramos de cosas y de situaciones horribles,
dramáticas, inaceptables, que trasgreden y violentan la esfera de lo humano,
pero ¿Qué hacemos al respecto? ¿Estamos
acobardados? ¿Somos indiferentes e insensibles? O más bien, ¿miedosos, perezosos y negligentes? ¿Acaso estamos
esperando que las “aguas nos lleguen a los aparejos” para comprender lo que
significa injusticia, humillación, dolor y marginación? Creo que todos
estamos llamados no sólo a escuchar el clamor del pobre que sufre sino también
de atender a su dolor y necesidad, eso es lo que significa amar a Dios y al prójimo
con el corazón, con toda el alma y con toda la potencialidad de nuestro ser,
Cfr. Mateo 22, 37. 39.
«Estamos
llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas,
pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la
misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos», EG 198. Pero
requiere de mucha inversión y quizás de mínimos resultados. Mucha inversión:
tiempo, espacio en nuestras vidas, incomprensiones, caminar muchas veces solos,
generosidad en el compartir los bienes materiales, enseñar, educar, etc. Mínimos
resultados: son muchos los pobres, y algunos sólo te escucharán mientras les
des casa, vestido y sustento, verás que no tienen ideales de superación y eso
te desanimará. Pero el Señor es muy claro cuando dice: «Tu Padre, que ve en lo
escondido, te lo pagará», Mateo 6, 18, es decir, que te impulse a trabajar por
el pobre el amor y no los resultados, pero eso no significa que trabajemos por
el pobre desorganizadamente, sin programas o proyectos, sino con la firme esperanza
que con nuestro “grano de arena” bajo el esquema de la solidaridad subsidiaria existe la posibilidad de detonar el cambio
en nuestra realidad.
Amar
a Dios y amar al prójimo no son dos tipos de amores son, más bien, dos expresiones
de un mismo acto de amor, por eso san Juan nos dice: «Si uno dice que ama a
Dios mientras odia a su hermano, miente; porque si no ama al hermano a quien
ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y el mandato que nos dio es que quien
ama Dios ame también a su hermano», 1Juan 4, 20-21. Y aquí, el término hermano tiene el significado del más próximo,
es decir, del prójimo. Por tanto, amar al prójimo es reconocer lo valioso que él
es para Dios y eso se entiende por el mandato: «Amarás a tu prójimo como a ti
mismo», Mateo 22, 39.
Así
como no hay hijo feo para una madre o padre, lo mismo para Dios, para él todos
sus hijos son bellos y dignos de amor, y eso implica mirar más allá de las
apariencias, descubriendo lo bueno que hay en la persona y eso requiere no sólo
un cambio de mentalidad sino mirar desde la visión de Dios y para eso debemos
continuamente pedírselo, pues el pobre se da cuenta, tiene la capacidad para
captar quien lo tiene en un altísimo valor y quien solamente hace demagogia con
su nombre y situación «y esto diferencia la auténtica opción por los pobres de
cualquier ideología, de cualquier intento de utilizar a los pobres al servicio
de intereses personales o políticos. Sólo desde esta cercanía real y cordial
podemos acompañarlos adecuadamente en su camino de liberación. Únicamente esto
hará posible que los pobres, en cada comunidad cristiana, se sientan como en su
casa.», EG 199.