“El tiempo apremia”
1Corintios 7, 29.
Jonás 3, 1-5. 10; Salmo 24/25, 4-9; 1Corintios
7, 29-31; Marcos 1, 14-20.
“El tiempo
apremia” nos dice hoy el apóstol Pablo en la segunda lectura como indicando que
el tiempo pasa y no hay retorno, no se detiene, lo que hoy es mañana no será,
indica una oportunidad que no debemos dejar pasar, por eso agrega: «porque este
mundo es pasajero», 1Corintios 7, 31 enfatizando así que a pesar de la
caducidad del mundo existen cosas que no pasarán y tienen la huella de lo eterno
y divino, como dice Jesús: «Pasarán el cielo y la tierra, pero mis palabras no
pasarán», Mateo 24, 35. Por tanto, Pablo nos invita a vivir con calidad y que
seamos sabios para emplear el tiempo adecuadamente, es decir, que nuestros días
en este mundo nos esforcemos por apostar por lo que es en verdad esencial, fundamental e importante.
También
Jonás, nos narra la primera lectura, desarrolla su ministerio profético en un
tiempo enmarcado por los tres días que son necesarios para recorrer la gran
ciudad ninivita, le basta sólo un día proclamar: «Dentro de cuarenta días Nínive
será destruida» para que la amenaza que se cernía sobre aquella ciudad les hiciera
cambiar de actitudes a sus habitantes y alejar de ella la destrucción, Cfr. Jonás
3, 3-4. 10. Si ellos no hubiesen sabido aprovechar el tiempo que Dios le concedía
para su corrección la catástrofe se hubiera dejado sentir.
A
propósito de lo que estamos comentando recuerdo un pasaje en la Sagradas
Escrituras que nos es muy provechoso aludir, se trata del libro del Eclesiastés:
«Hay bajo el sol un momento para todo, y un tiempo para hacer cada cosa», 3, 1.
Así que muy bien podríamos aplicar aquel dicho que dice “el tiempo es oro”.
Pero
cometeríamos un grave error si pensáramos que el tiempo aquí aludido es aquella
que marca el cronómetro. ¡No! El tiempo al que nos estamos refiriendo es uno de
calidad y no de cantidad, es el καιρός (kairós), el tiempo de la gracia de
Dios, el tiempo en el que Dios se hace presente en la vida del hombre, el momentum (momento) donde Dios “toca a
las puertas de tu corazón”.
Y
entonces, ahora podemos comprender mejor lo que Jesús dice cuando predica en
Galilea: «Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios está cerca. Conviértanse
y crean en el Evangelio», Marcos 1, 15. Se trata de dos afirmaciones y dos
imperativos.
La primera afirmación,
“se ha cumplido el tiempo” indica que dentro de lo ordinario está aconteciendo
lo extraordinario, ha llegado el inicio de un mundo nuevo, lo viejo y caduco se
hace más evidente ante la presencia de Aquel que existía antes del tiempo: Jesús
de Nazaret. Indica el καιρός, donde ya no se anuncia destrucción y muerte sino una
opción por la vida, un modo de vivir mejor, donde todos son convocados y
ninguno es excluido o marginado porque en Dios, que es Señor del tiempo, habrá
siempre oportunidad. El tiempo se ha cumplido, porque Dios nos ha dado al Χριστός
(Christós), es decir, al Mesías prometido, al Salvador del mundo y no hay que
esperar a ningún otro, ninguna otra revelación o evangelio, pues está escrito: «Un
solo Señor, una sola fe, un solo bautismo», Efesios 4, 5.
La segunda afirmación,
“el Reino de Dios está cerca” porque el Hijo de Dios vive en medio de su
pueblo, camina por la periferia y los confines del mundo, en los lugares difíciles
y hostiles ha iniciado su predicación, eso es lo que evoca el que camine a las
orillas del mar de Galilea. Dios se ha acercado tanto al hombre que ha
invertido la escala de valores. Lo que para el mundo es valioso puede que para
el Señor no lo sea. Lo que no tiene ningún valor para el mundo para el Señor lo
tiene. Así, por ejemplo, los pobres, los menesterosos, los leprosos, los ciegos,
tullidos, los publicanos, pecadores, etc., son los primeros destinatarios de la
Buena Noticia de Dios. El Reino de Dios es amor y su Hijo Jesús lo da a conocer
con palabras y obras. El Reino de Dios es servicio y misericordia y Jesús es el
Misericordioso por excelencia y el Servidor por antonomasia.
El primer imperativo,
“Conviértanse” evoca un cambio de mentalidad, una nueva idea, al que podemos
denominar “idea fuerza” porque nos ayuda a escapar de nuestras cerrazones,
abandonar nuestras categorías de pensamiento, a romper con todo aquello que
impide crecer y realizarse. Y sin la cual no es posible que inicie el cambio o
transformación alguna. Así por ejemplo, si mi “idea fuerza” es que “el amor de
Dios es mucho más grande que mi propio pecado” no tendré miedo de buscar a Dios,
que no se fija en mi pecado sino que centra su mirada totalmente en mí
simplemente porque yo no soy mi pecado, mi pecado no agota mi persona. Y
entonces, comprendo que convertirse es girar hacia Jesús, buscar su rostro. Jesús
me dice conviértete y es como si dijese voltea a verme y fíjate cómo estoy
haciendo las cosas para que tú hagas otro tanto. Convertirse a Jesús es el inicio
del mundo nuevo que el Señor inicia en la historia de los hombres, con la
conversión a Jesús da comienzo la verdadera revolución de Dios, revolución de
amor y de servicio.
El segundo imperativo,
“crean en el Evangelio”, una vez que hemos girado para ver a Jesús, lo hemos
hecho para depositar la confianza en él, pues es Jesús la Buena Noticia que
Dios ha dado al mundo. En Jesús Dios
Salva al mundo. Y la manera cómo lo está haciendo es real que no cabe ya la
duda. Por eso se presenta como el Camino o modelo a seguir e imitar. De ahí,
que al elegir a sus primeros amigos en la cotidianidad de la vida, no ha
elegido a los ojos del mundo a los mejores y sin embargo hace mejor a los que
elige, no elige quizás a los más capaces pero si hace capaces a los que elige.
Creer en Jesús, en el Evangelio vivo de Dios, es creer en la posibilidad de que
cada hombre puede ser mejor cada día, es creer que Dios tiene el poder de sacar
lo bellamente humano del hombre propiciando así un mundo nuevo por el hecho de
hacer vida la civilización del amor.