“Necesitamos creer con el corazón para declarar con la boca que Jesús es el
Señor”
Cfr. Romanos 10, 9.
Romanos 10, 9-18; Salmo 18/19, 2-5; Mateo 4, 18-22.
El día de ayer iniciamos el tiempo de
Adviento, no cantamos el gloria y hoy con la festividad de san Andrés Apóstol
lo hemos hecho, para resaltar lo que nos dijo el Apóstol Pablo en la primera
lectura: «Ninguno que crea en él quedará defraudado», Romanos 10, 11.
La sangre
derramada de san Andrés por predicar el nombre de Cristo no quedó sin
recompensa alguna. Él supo en quien puso su confianza ¿Y nosotros lo sabemos?
Pero ¿cómo puede esta festividad ayudarnos a
vivir este tiempo litúrgico de adviento? Y descubro con asombro que este
tiempo de adviento es una bella oportunidad para ejercitarnos en la
hospitalidad, es un tiempo para abrir la mente, la memoria para hospedar esa
palabra viva que es la palabra de Dios. Pues solamente si la palabra encuentra
hospedaje en nuestra razón es posible que se encarne en nuestro corazón y
produzca frutos de buenas obras. Y la fiesta de hoy nos enseña cómo hospedar la
palabra de Dios en nuestras vidas.
El ajetreo
ordinario de la vida no le impidió al apóstol Andrés escuchar la voz de Dios. El
trabajo no es un obstáculo para estar abiertos a relaciones profundas y
duraderas. Es uno quien le da al trabajo la primacía sobre las relaciones. Y
sobre todo las relaciones que enriquecen y cambian la vida. San Andrés llevaba
una buena relación con su hermano Pedro pues el texto del evangelio que estamos
meditando sugiere que trabajaban juntos. Y el apóstol san Juan nos dice que
Andrés era discípulo de Juan Bautista, y a éste le oyó decir e indicar que Jesús
era: «el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo», 1, 30. Y a partir de
ahí siguió a Jesús y le preguntó dónde vivía y se pasó con él aquella tarde, v.
40. Constatamos pues que Andrés era un buscador de buenas y sanas relaciones.
Y nos queda muy
claro que Dios habla allí donde uno por lo regular siempre se encuentra. El de
la iniciativa es Dios. Pero Dios camina donde el hombre se encuentra y entra en
relación, Dios habla hoy, y te habla por medio del llamado que le hizo a san
Andrés. Habla allí donde también trabajas, así lo señala la Escritura: «estaban
echando las redes al mar, porque eran pescadores», Mateo 4, 18. Sólo hay que
estar atentos y no dejar pasar la oportunidad pues nos dice el Salmista: «a
toda la tierra llega su sonido y su mensaje hasta el fin del mundo», 18/19, 5.
Si Dios continúa
hablando hoy y dirige su mensaje al hombre, entonces escucha que nos dice en
este tiempo de adviento: «Síganme», Mateo 4, 19. Seguirlo es caminar detrás de él,
es hacer lo que él hace, es compartir con él: tiempo, espacio y recursos. Pero
no se puede seguirlo sin dejar atrás estilos de vidas que no compaginan con su
proyecto de vida. Por eso el texto dice: «dejaron las redes y lo siguieron», v.
20.
Y ustedes, se
preguntarán: Padre ¿pero entonces tengo
que dejar a mi mujer, a mis hijos, mi trabajo para poder seguir a Jesús como él
pide y espera? Respondo: cuando se convierten en un auténtico obstáculo
para ir con Jesús el Señor sí. Pero no se asusten, reconocemos que la familia
muy rara vez se presenta como un rotundo impedimento para seguir y servir a Jesús.
Más bien, es allí, en el seno familiar donde debemos seguir a Jesús con autenticidad,
con responsabilidad, con total dedicación y entrega. Recordemos que Jesús dedicó
30 años de su vida a su familia y sólo tres a la predicación del Evangelio de
Dios.
Ahora bien, seguir
a Jesús no es seguirlo sin una meta fija o sin rumbo específico. El que sigue a
Jesús a puesta por un proyecto grande, englobante, que dignifica y amplía los propios
proyectos pues les dice: «los haré pescadores de hombres», v. 19. Es decir, los
haré expertos en las relaciones interpersonales, grandes humanizadores,
creadores de verdadera fraternidad y de copiosas comunidades. El proyecto que
Jesús ofrece es uno muy “ambicioso”, es un proyecto de amor, donde ninguno
queda fuera o al margen de ella, y cada persona encuentra su espacio y su lugar
para realizarse y ser feliz.
Y aquí está lo
interesante de esta festividad: Andrés le creyó a Jesús con todo su corazón y
puso en marcha la misión que recibió y declaró con su boca incansablemente que
Jesús era el Mesías enviado por Dios. Así nos lo narra el apóstol Juan cuando
refiere que llevó a su hermano Simón con Jesús. Convirtiéndose así en el
promotor vocacional del primer papa de la historia del cristianismo. Y si Andrés
fue capaz de llevar a su hermano con Jesús, ¿no
lo fue también apoyado por su hermano Pedro capaz de cristianizar a su propia
familia o parentela? (Cfr. Juan 1, 41) Recuerda que una vez Jesús fue a la
casa de Pedro y sanó a la suegra de Pedro (Cfr. Mateo 8, 14-15).
Y no sólo Andrés llevó
a su hermano con Jesús también el muchacho que tenía cinco panes y dos pescados
con los cuales el propio Jesús hizo la multiplicación y dio de comer a tanta
gente. Y que decir, de aquellos griegos que querían ver a Jesús, Andrés fue y
le dijo a Jesús que le buscaban, (Cfr. Juan 6, 9; 12, 20-22).
Andrés creyó con todo
su corazón en Jesús y declaró con su boca que es el Señor, por eso alcanzó no sólo
la santidad sino también la salvación, por eso le escuchamos decir a Pablo: «hay
que creer con el corazón para alcanzar la santidad y declarar con la boca para
alcanzar la salvación», Romanos 10, 10. Así sea.