lunes, 30 de noviembre de 2015

“Necesitamos creer con el corazón para declarar con la boca que Jesús es el Señor”
Cfr. Romanos 10, 9.
Romanos 10, 9-18; Salmo 18/19, 2-5; Mateo 4, 18-22.

El día de ayer iniciamos el tiempo de Adviento, no cantamos el gloria y hoy con la festividad de san Andrés Apóstol lo hemos hecho, para resaltar lo que nos dijo el Apóstol Pablo en la primera lectura: «Ninguno que crea en él quedará defraudado», Romanos 10, 11.
La sangre derramada de san Andrés por predicar el nombre de Cristo no quedó sin recompensa alguna. Él supo en quien puso su confianza ¿Y nosotros lo sabemos?
Pero ¿cómo puede esta festividad ayudarnos a vivir este tiempo litúrgico de adviento? Y descubro con asombro que este tiempo de adviento es una bella oportunidad para ejercitarnos en la hospitalidad, es un tiempo para abrir la mente, la memoria para hospedar esa palabra viva que es la palabra de Dios. Pues solamente si la palabra encuentra hospedaje en nuestra razón es posible que se encarne en nuestro corazón y produzca frutos de buenas obras. Y la fiesta de hoy nos enseña cómo hospedar la palabra de Dios en nuestras vidas.
El ajetreo ordinario de la vida no le impidió al apóstol Andrés escuchar la voz de Dios. El trabajo no es un obstáculo para estar abiertos a relaciones profundas y duraderas. Es uno quien le da al trabajo la primacía sobre las relaciones. Y sobre todo las relaciones que enriquecen y cambian la vida. San Andrés llevaba una buena relación con su hermano Pedro pues el texto del evangelio que estamos meditando sugiere que trabajaban juntos. Y el apóstol san Juan nos dice que Andrés era discípulo de Juan Bautista, y a éste le oyó decir e indicar que Jesús era: «el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo», 1, 30. Y a partir de ahí siguió a Jesús y le preguntó dónde vivía y se pasó con él aquella tarde, v. 40. Constatamos pues que Andrés era un buscador de buenas y sanas relaciones.
Y nos queda muy claro que Dios habla allí donde uno por lo regular siempre se encuentra. El de la iniciativa es Dios. Pero Dios camina donde el hombre se encuentra y entra en relación, Dios habla hoy, y te habla por medio del llamado que le hizo a san Andrés. Habla allí donde también trabajas, así lo señala la Escritura: «estaban echando las redes al mar, porque eran pescadores», Mateo 4, 18. Sólo hay que estar atentos y no dejar pasar la oportunidad pues nos dice el Salmista: «a toda la tierra llega su sonido y su mensaje hasta el fin del mundo», 18/19, 5.
Si Dios continúa hablando hoy y dirige su mensaje al hombre, entonces escucha que nos dice en este tiempo de adviento: «Síganme», Mateo 4, 19. Seguirlo es caminar detrás de él, es hacer lo que él hace, es compartir con él: tiempo, espacio y recursos. Pero no se puede seguirlo sin dejar atrás estilos de vidas que no compaginan con su proyecto de vida. Por eso el texto dice: «dejaron las redes y lo siguieron», v. 20.
Y ustedes, se preguntarán: Padre ¿pero entonces tengo que dejar a mi mujer, a mis hijos, mi trabajo para poder seguir a Jesús como él pide y espera? Respondo: cuando se convierten en un auténtico obstáculo para ir con Jesús el Señor sí. Pero no se asusten, reconocemos que la familia muy rara vez se presenta como un rotundo impedimento para seguir y servir a Jesús. Más bien, es allí, en el seno familiar donde debemos seguir a Jesús con autenticidad, con responsabilidad, con total dedicación y entrega. Recordemos que Jesús dedicó 30 años de su vida a su familia y sólo tres a la predicación del Evangelio de Dios.
Ahora bien, seguir a Jesús no es seguirlo sin una meta fija o sin rumbo específico. El que sigue a Jesús a puesta por un proyecto grande, englobante, que dignifica y amplía los propios proyectos pues les dice: «los haré pescadores de hombres», v. 19. Es decir, los haré expertos en las relaciones interpersonales, grandes humanizadores, creadores de verdadera fraternidad y de copiosas comunidades. El proyecto que Jesús ofrece es uno muy “ambicioso”, es un proyecto de amor, donde ninguno queda fuera o al margen de ella, y cada persona encuentra su espacio y su lugar para realizarse y ser feliz.
Y aquí está lo interesante de esta festividad: Andrés le creyó a Jesús con todo su corazón y puso en marcha la misión que recibió y declaró con su boca incansablemente que Jesús era el Mesías enviado por Dios. Así nos lo narra el apóstol Juan cuando refiere que llevó a su hermano Simón con Jesús. Convirtiéndose así en el promotor vocacional del primer papa de la historia del cristianismo. Y si Andrés fue capaz de llevar a su hermano con Jesús, ¿no lo fue también apoyado por su hermano Pedro capaz de cristianizar a su propia familia o parentela? (Cfr. Juan 1, 41) Recuerda que una vez Jesús fue a la casa de Pedro y sanó a la suegra de Pedro (Cfr. Mateo 8, 14-15).
Y no sólo Andrés llevó a su hermano con Jesús también el muchacho que tenía cinco panes y dos pescados con los cuales el propio Jesús hizo la multiplicación y dio de comer a tanta gente. Y que decir, de aquellos griegos que querían ver a Jesús, Andrés fue y le dijo a Jesús que le buscaban, (Cfr. Juan 6, 9; 12, 20-22).
Andrés creyó con todo su corazón en Jesús y declaró con su boca que es el Señor, por eso alcanzó no sólo la santidad sino también la salvación, por eso le escuchamos decir a Pablo: «hay que creer con el corazón para alcanzar la santidad y declarar con la boca para alcanzar la salvación», Romanos 10, 10. Así sea.