«El
que no ama permanece en la muerte»
1Juan
3, 14.
Sabiduría
3, 1-9; Salmo 26/27, 1. 4. 7-9. 13-14; 1Juan 3, 14-16; Mateo 25, 31-46.
El proyecto de
Dios es, ha sido y siempre será un proyecto de amor, pues leemos en el Salmo 32/33,
11: «el plan del Señor subsiste por siempre, los proyectos de su corazón, de
edad en edad». Un proyecto que no ha sido obstaculizado ni truncado por el
pecado del hombre, es decir, por el rechazo a “vivir” sin amor. Es un proyecto
que tiene su propia sinergia, su propia fuente en Dios mismo, ya que está
escrito que «Dios es amor», 1Juan 4, 8. Este proyecto no es producto del azar o
de la ocurrencia de un Dios que como recurso desesperado después de la
desobediencia de Adán y Eva esté improvisando. ¡No! Esto no es así. Más bien,
se trata de un proyecto que ha sido preparado como explica el evangelio de hoy:
«desde la creación del mundo», Mateo 25, 34. Y quienes creen en el proyecto
divino y se atreven amar no sólo de palabras y con la boca sino con obras y en
verdad (Cfr. 1Juan 3, 18) «permanecerán a su lado», Sabiduría 3, 9 pues les
dirá: «Vengan benditos de mi Padre tomen posesión del Reino preparados por
ustedes», Mateo 25, 34.
Por
tanto, se hace más que necesario pedirle al Señor que continuamente nos ayude a
comprender la verdad de su proyecto de amor, que nos conceda las gracias y
dones necesarios para no vivir en el temor y, podamos así, responsablemente
hacerlo visible, concreto e incluso alcanzable al prójimo, pues éste «la bondad
del Señor espera ver en esta misma vida», Salmo 26/27, 13. Lo que significa que
el amor se vive, se experimenta, se siente en esta vida, aunque sea
imperfectamente, pero ha de ser un acontecimiento real, que no se pueda negar,
ocultar o callar, pues el que ama, ama y, el que no, no.
Hermanos,
hermanas: la manera como Dios ha amado nos da la pauta para que también nos
aventuremos armados de «valor y fortaleza» a realizar lo propio, v. 14. El
texto dice: «conocemos lo que es el amor, en que Cristo dio su vida por
nosotros. Así también debemos nosotros dar la vida por nuestros hermanos»,
1Juan 3, 16.
De
esto se desprende, que amar es donación, es entrega, pero me queda claro que antes
del recibir está el dar. Esto es así, para que el mismo acto de amar sea
reciproco, es decir, se convierta en una fuerza que impulse, motive amar,
devolviendo a otros lo que ha sido dado con entera exclusividad, en este punto
descubro asombrosamente que el amor es tener siempre el corazón abierto,
disponible para acoger a los demás. De ahí, que se entienda que el amor sea la
garantía de la fraternidad, de la comunión y de la unidad, por un lado; y por
el otro, reconocemos también que el amor es fundamento de una sana y genuina
sociabilidad donde la mutua ayuda y la solidaridad encuentran su máxima
expresión.
El
texto es claro cuando dice que Cristo dio
su vida y luego agrega debemos
nosotros dar la vida, por tanto, el que ama da su vida, da la vida, por
eso, los hijos son la expresión pura de un acto de amor de sus padres. Ahora
entendemos, lo que san Juan nos dice: «El que no ama permanece en la muerte»,
1Juan 3, 14 porque no ha entendido que la única chance para manifestar que estamos vivos es amando. Y dar la vida
tiene un matiz propio. Y el evangelio de la vida que es el evangelio de
Jesucristo, el que hemos proclamado hace unos instantes los enumera.
Es
una lista que atiende apropiadamente el significado de dar la vida, y al respecto, los padres deben tener muy en cuenta
esto, engendrar hijos es una forma de dar
la vida, pero ese significado se oscurece si se pierde de vista que hay que
alimentarlos, vestirlos, educarlos, etc. Y cuando esto no está garantizado y se
abandona a los hijos el significado de haberles dado vida se pierde y recobra mayor fuerza aquella otra expresión
que dice: es mucho mejor padre el que cría que el que sólo engendra.
En
esta lista que el Evangelio enumera, el Señor Jesús ha querido que la manera
concreta de amar a Dios sea el prójimo, así lo expresa cuando dice: «Yo les
aseguro que cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos,
conmigo lo hicieron», Mateo 25, 40. Y cuando dice insignificante el Señor no habla de categorías de persona, sino que
atiende la mirada del que dona, pues a sus ojos puede parecer el prójimo poca
cosa y esto no es así, pues a los ojos de Dios todos poseemos la misma dignidad
y no se avergüenza de llamarnos hijos.
Para
Jesús una clara forma de amar y de dar la
vida es: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, el ser
hospitalarios, vestir al desnudo, cuidar a los enfermos y redimir al cautivo,
Cfr. vv. 35-36. 42-43. Pareciera que esto es simple y no lo es. Porque esta
manera concreta de amar y de dar la vida
está íntimamente relaciona con el rol que desempeñes en la sociedad, así por
ejemplo, si eres papá tu deber y compromiso de garantizar la vida es con tu
propia familia, si eres sacerdote tu manera de amar y de dar la vida será la
predicación del Evangelio, la preparación para recibir los sacramentos,
impulsando incluso actividades caritativas y promoción por la persona humana.
Pero si eres empresario, funcionario público, o representas al Estado esto cambia
y genera una manera diversa de amar y de dar la vida. Así que la propuesta de
Jesús trastoca todos los niveles del tejido social.
Y
no sólo eso, sino que dice que el que ama y da la vida es justo, Cfr., v. 46, y
que por eso puede vivir en paz y tranquilamente, Cfr., Sabiduría 3, 3 no teme
el día del juicio, porque ha hecho lo que se la pedido, ha entendido el
lenguaje del amor.
Y
se preguntarán y esto ¿qué tiene que ver
con el día de los fieles difuntos? Todo. Si fueron justos, es decir, si
amaron y dieron vida ya están gozando del Reino de los Cielos. Y sí no, no
entendieron el proyecto de Dios y permanecen en la muerte. Pero el que importas
eres tú, el que está vivo y que todavía puede inclinar la balanza a favor del
amor y de la vida.
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