domingo, 2 de noviembre de 2014

«El que no ama permanece en la muerte»
1Juan 3, 14.
Sabiduría 3, 1-9; Salmo 26/27, 1. 4. 7-9. 13-14; 1Juan 3, 14-16; Mateo 25, 31-46.
El proyecto de Dios es, ha sido y siempre será un proyecto de amor, pues leemos en el Salmo 32/33, 11: «el plan del Señor subsiste por siempre, los proyectos de su corazón, de edad en edad». Un proyecto que no ha sido obstaculizado ni truncado por el pecado del hombre, es decir, por el rechazo a “vivir” sin amor. Es un proyecto que tiene su propia sinergia, su propia fuente en Dios mismo, ya que está escrito que «Dios es amor», 1Juan 4, 8. Este proyecto no es producto del azar o de la ocurrencia de un Dios que como recurso desesperado después de la desobediencia de Adán y Eva esté improvisando. ¡No! Esto no es así. Más bien, se trata de un proyecto que ha sido preparado como explica el evangelio de hoy: «desde la creación del mundo», Mateo 25, 34. Y quienes creen en el proyecto divino y se atreven amar no sólo de palabras y con la boca sino con obras y en verdad (Cfr. 1Juan 3, 18) «permanecerán a su lado», Sabiduría 3, 9 pues les dirá: «Vengan benditos de mi Padre tomen posesión del Reino preparados por ustedes», Mateo 25, 34.
Por tanto, se hace más que necesario pedirle al Señor que continuamente nos ayude a comprender la verdad de su proyecto de amor, que nos conceda las gracias y dones necesarios para no vivir en el temor y, podamos así, responsablemente hacerlo visible, concreto e incluso alcanzable al prójimo, pues éste «la bondad del Señor espera ver en esta misma vida», Salmo 26/27, 13. Lo que significa que el amor se vive, se experimenta, se siente en esta vida, aunque sea imperfectamente, pero ha de ser un acontecimiento real, que no se pueda negar, ocultar o callar, pues el que ama, ama y, el que no, no.
Hermanos, hermanas: la manera como Dios ha amado nos da la pauta para que también nos aventuremos armados de «valor y fortaleza» a realizar lo propio, v. 14. El texto dice: «conocemos lo que es el amor, en que Cristo dio su vida por nosotros. Así también debemos nosotros dar la vida por nuestros hermanos», 1Juan 3, 16.
De esto se desprende, que amar es donación, es entrega, pero me queda claro que antes del recibir está el dar. Esto es así, para que el mismo acto de amar sea reciproco, es decir, se convierta en una fuerza que impulse, motive amar, devolviendo a otros lo que ha sido dado con entera exclusividad, en este punto descubro asombrosamente que el amor es tener siempre el corazón abierto, disponible para acoger a los demás. De ahí, que se entienda que el amor sea la garantía de la fraternidad, de la comunión y de la unidad, por un lado; y por el otro, reconocemos también que el amor es fundamento de una sana y genuina sociabilidad donde la mutua ayuda y la solidaridad encuentran su máxima expresión.
El texto es claro cuando dice que Cristo dio su vida y luego agrega debemos nosotros dar la vida, por tanto, el que ama da su vida, da la vida, por eso, los hijos son la expresión pura de un acto de amor de sus padres. Ahora entendemos, lo que san Juan nos dice: «El que no ama permanece en la muerte», 1Juan 3, 14 porque no ha entendido que la única chance para manifestar que estamos vivos es amando. Y dar la vida tiene un matiz propio. Y el evangelio de la vida que es el evangelio de Jesucristo, el que hemos proclamado hace unos instantes los enumera.
Es una lista que atiende apropiadamente el significado de dar la vida, y al respecto, los padres deben tener muy en cuenta esto, engendrar hijos es una forma de dar la vida, pero ese significado se oscurece si se pierde de vista que hay que alimentarlos, vestirlos, educarlos, etc. Y cuando esto no está garantizado y se abandona a los hijos el significado de haberles dado vida se pierde y recobra mayor fuerza aquella otra expresión que dice: es mucho mejor padre el que cría que el que sólo engendra.
En esta lista que el Evangelio enumera, el Señor Jesús ha querido que la manera concreta de amar a Dios sea el prójimo, así lo expresa cuando dice: «Yo les aseguro que cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron», Mateo 25, 40. Y cuando dice insignificante el Señor no habla de categorías de persona, sino que atiende la mirada del que dona, pues a sus ojos puede parecer el prójimo poca cosa y esto no es así, pues a los ojos de Dios todos poseemos la misma dignidad y no se avergüenza de llamarnos hijos.
Para Jesús una clara forma de amar y de dar la vida es: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, el ser hospitalarios, vestir al desnudo, cuidar a los enfermos y redimir al cautivo, Cfr. vv. 35-36. 42-43. Pareciera que esto es simple y no lo es. Porque esta manera concreta de amar y de dar la vida está íntimamente relaciona con el rol que desempeñes en la sociedad, así por ejemplo, si eres papá tu deber y compromiso de garantizar la vida es con tu propia familia, si eres sacerdote tu manera de amar y de dar la vida será la predicación del Evangelio, la preparación para recibir los sacramentos, impulsando incluso actividades caritativas y promoción por la persona humana. Pero si eres empresario, funcionario público, o representas al Estado esto cambia y genera una manera diversa de amar y de dar la vida. Así que la propuesta de Jesús trastoca todos los niveles del tejido social.
Y no sólo eso, sino que dice que el que ama y da la vida es justo, Cfr., v. 46, y que por eso puede vivir en paz y tranquilamente, Cfr., Sabiduría 3, 3 no teme el día del juicio, porque ha hecho lo que se la pedido, ha entendido el lenguaje del amor.
Y se preguntarán y esto ¿qué tiene que ver con el día de los fieles difuntos? Todo. Si fueron justos, es decir, si amaron y dieron vida ya están gozando del Reino de los Cielos. Y sí no, no entendieron el proyecto de Dios y permanecen en la muerte. Pero el que importas eres tú, el que está vivo y que todavía puede inclinar la balanza a favor del amor y de la vida.

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