«Velen por los derechos
de los demás»
Isaías
56, 1.
Isaías
56. 1. 6-7; Salmo 66/67, 2-3. 5. 7-8; 1Timoteo 2, 1-8; Mateo 28, 16-20.
Hoy más que
nunca las palabras del profeta recobran fuerza y significado en este nuestro
tiempo tan necesitado de luz y de dirección. Hemos perdido el camino de la
verdad y de la justicia porque la indiferencia, el egoísmo y otras tantas
actitudes negativas han desplazado al amor. Nos hemos negado amar. Nos hemos
negado a sembrar amor.
Se
nos ha olvidado que el amor da sentido auténtico a «la relación personal con
Dios y con el prójimo; [el amor] no sólo es el principio de las
micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino
también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y
políticas», CV 2. Pero para que el amor sea el principio fundamental de las
relaciones humanas es necesario que sea verdadero, pues «la verdad es luz que
da sentido y valor al» amor, sólo en la verdad brilla con mayor intensidad el
amor y puede ser vivida auténticamente, pues «sin la verdad, [el amor] cae en
mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se
rellena arbitrariamente. Éste es el riesgo fatal del amor en una cultura» donde
la verdad es despreciada, marginada y relegada de las relaciones personales y
públicas, CV 3.
Los
graves y grandes problemas socioeconómicos y políticos que vive el territorio
nacional, necesitan de la verdad para presentar una solución adecuada que
garantice el desarrollo y el bienestar social de la población. Porque es un
hecho que las estructuras edificadas por las mentiras y las falsedades se están
hoy derrumbado, no tienen consistencia en sí mismas. Sin la verdad no hay
credibilidad ni confianza ni respeto ni mucho menos «conciencia y
responsabilidad social, y la actuación social se deja a merced de intereses
privados y de lógicas de poder con efectos» que dañan cada día más el tejido
social, CV 5.
«Velen
por los derechos de los demás, practiquen la justicia» nos dice el profeta
Isaías, 56, 1. Velen por los derechos.
¿Cuáles? Me pregunto. Y respondo:
¡Todos! Pero existe uno, al que llamamos fundamental, donde se asientan los
otros derechos como base y plataforma, que si se niega, los otros derechos de
la persona humana no pueden sustentarse. Y me refiero al principio de la dignidad de la persona humana. Dicha dignidad consiste en reconocer que somos
Imago Dei, imagen de Dios, hijos de
Dios, pues por Él fuimos creados a su imagen
y semejanza, Génesis 1, 27. Y sólo el reconocimiento de tal dignidad «hace
posible el crecimiento común y personal de todos», CDSI 145.
Este
principio de la dignidad de la persona humana nos invita a reconocer que toda
persona humana es digna de: vivir, de ser amada, respetada y valorada,
custodiada y promovida para no ser “presa” de coacciones, violaciones y
esclavizaciones. Es digna incluso de recibir: una buena educación, un trabajo
digno, estable y bien remunerado, con posibilidad de acceder a un sistema de
sanidad que le ofrezca el servicio adecuado para atender su salud, etc.
Es
lo que anhelamos y esperamos de un estado de derecho pues «toda sociedad
elabora un sistema propio de justicia», CV 6, pues «toda ley que promulga un
Estado debe tener como finalidad alcanzar y procurar el bien común; y no se
puede alcanzar [el bien común] si se violan los derechos de la persona»[1]. Así,
para que una ley sea justa debe siempre salvaguardar la dignidad de la persona
humana. Y en este punto hemos de recordar que el amor está vinculada no sólo
con la verdad sino también con la justicia. Porque si «amar es dar y ofrecer de
lo mío al otro» la justicia en este sentido nos ayuda a esclarecer lo que al
otro «le corresponde en virtud de su ser y de su obrar. No puedo dar al otro de lo mío sin haberle dado
en primer lugar lo que en justicia le corresponde. Quien ama con caridad a los
demás, es ante todo justo con ellos» pues la justicia es la medida mínima del
amor, CV 6.
De
todo esto que es fundamental nos olvidamos y por si fuera poco, permitimos que
se promulguen leyes que son en algunas de las veces totalmente contrarias a la
propia dignidad de la persona humana. Nos entristece y nos repugna, incluso
condenamos acciones que atentan contra la vida de un ser humano: «la humanidad
horrorizada condenó en su época los crímenes nazis; la humanidad actual
protesta contra las guerras, contra la pena de muerte, contra las torturas y
mutilaciones de miembros humanos», los secuestros, extorsiones narco fosas,
etc. Y mientras se lucha por conservar la vida de los ancianos, adultos y jóvenes
vehiculamos leyes que despenalizan el aborto. Por eso, afirmo: «Si no se
defiende la vida desde su inicio, no se defenderá en su desarrollo» y me
pregunto: «¿Cuál será el siguiente paso? ¿el infanticidio? ¿la eutanasia? Si es
potestad del Estado no castigar este “mal” del aborto, consecuentemente también
podrá “razones convenientes”, como hoy se dice, de no castigar esos otros crímenes»[2]. ¡Cuidado!
La bio-política es una espada de doble filo.
Continúa
el texto de Isaías «Velen por los derechos de los demás, practiquen la justicia,
porque mi salvación está a punto de llegar y mi justicia a punto de
manifestarse». La justicia de Dios es totalmente diferente a la justicia humana.
Nos da miedo hablar de la justicia divina. Pero no la hemos comprendido del
todo. La justicia de Dios es Jesucristo. Mientras la justicia del hombre
condena, aniquila y da muerte, la justicia de Dios perdona, purifica, renueva y
salva. Entonces, ¿Está opuesta la
justicia divina a la justicia humana? No, si se garantiza la dignidad de la
persona humana. Porque si optamos por defender la dignidad de la persona humana
hemos de hacerlo sin parcialidades. Pues, ¿de
qué han servido los centros de readaptación social? ¿Han logrado poner en
verdad un límite al mal o se han convertidos en lugares propicios para la
maquinación y propagación de los males sociales?
Hoy
que celebramos el domingo mundial de las misiones, quizás piensas que debo
comprarme un mapa y ubicarme, pero no estoy perdido ni delirando: la predicación
del evangelio, destinada a toda la humanidad, tiene como meta la salvación de
los hombres y mujeres. Y ese anuncio del Evangelio de Jesucristo es
revolucionario porque con un corazón convertido a Él, es capaz de provocar una
sinergia que cambia el mundo de las relaciones humanas, pues la sociedad es
eso, relaciones humanas. Y las lecturas nos proponen un programa que podemos
poner en marcha para iniciar a velar por los derechos de los demás:
1. La
oración: «por todos los hombres, y en particular, por los jefes de Estado y las
demás autoridades». ¿Para qué orar? «para
que podamos llevar una vida tranquila y en paz, entregada a Dios y respetable
en todo sentido», 1Timoteo 2, 2.
2. La
educación: Jesús ordena «y enseñándoles a cumplir todo cuanto yo les he mandado»,
Mateo 28, 20. Educar no sólo en la religión sino también cultural, moral e
intelectualmente.
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