domingo, 19 de octubre de 2014

«Velen por los derechos de los demás»
Isaías 56, 1.
Isaías 56. 1. 6-7; Salmo 66/67, 2-3. 5. 7-8; 1Timoteo 2, 1-8; Mateo 28, 16-20.

Hoy más que nunca las palabras del profeta recobran fuerza y significado en este nuestro tiempo tan necesitado de luz y de dirección. Hemos perdido el camino de la verdad y de la justicia porque la indiferencia, el egoísmo y otras tantas actitudes negativas han desplazado al amor. Nos hemos negado amar. Nos hemos negado a sembrar amor.
Se nos ha olvidado que el amor da sentido auténtico a «la relación personal con Dios y con el prójimo; [el amor] no sólo es el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas», CV 2. Pero para que el amor sea el principio fundamental de las relaciones humanas es necesario que sea verdadero, pues «la verdad es luz que da sentido y valor al» amor, sólo en la verdad brilla con mayor intensidad el amor y puede ser vivida auténticamente, pues «sin la verdad, [el amor] cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Éste es el riesgo fatal del amor en una cultura» donde la verdad es despreciada, marginada y relegada de las relaciones personales y públicas, CV 3.
Los graves y grandes problemas socioeconómicos y políticos que vive el territorio nacional, necesitan de la verdad para presentar una solución adecuada que garantice el desarrollo y el bienestar social de la población. Porque es un hecho que las estructuras edificadas por las mentiras y las falsedades se están hoy derrumbado, no tienen consistencia en sí mismas. Sin la verdad no hay credibilidad ni confianza ni respeto ni mucho menos «conciencia y responsabilidad social, y la actuación social se deja a merced de intereses privados y de lógicas de poder con efectos» que dañan cada día más el tejido social, CV 5.
«Velen por los derechos de los demás, practiquen la justicia» nos dice el profeta Isaías, 56, 1. Velen por los derechos. ¿Cuáles? Me pregunto. Y respondo: ¡Todos! Pero existe uno, al que llamamos fundamental, donde se asientan los otros derechos como base y plataforma, que si se niega, los otros derechos de la persona humana no pueden sustentarse. Y me refiero al principio de la dignidad de la persona humana. Dicha dignidad consiste en reconocer que somos Imago Dei, imagen de Dios, hijos de Dios, pues por Él fuimos creados a su imagen  y semejanza, Génesis 1, 27. Y sólo el reconocimiento de tal dignidad «hace posible el crecimiento común y personal de todos», CDSI 145.
Este principio de la dignidad de la persona humana nos invita a reconocer que toda persona humana es digna de: vivir, de ser amada, respetada y valorada, custodiada y promovida para no ser “presa” de coacciones, violaciones y esclavizaciones. Es digna incluso de recibir: una buena educación, un trabajo digno, estable y bien remunerado, con posibilidad de acceder a un sistema de sanidad que le ofrezca el servicio adecuado para atender su salud, etc.
Es lo que anhelamos y esperamos de un estado de derecho pues «toda sociedad elabora un sistema propio de justicia», CV 6, pues «toda ley que promulga un Estado debe tener como finalidad alcanzar y procurar el bien común; y no se puede alcanzar [el bien común] si se violan los derechos de la persona»[1]. Así, para que una ley sea justa debe siempre salvaguardar la dignidad de la persona humana. Y en este punto hemos de recordar que el amor está vinculada no sólo con la verdad sino también con la justicia. Porque si «amar es dar y ofrecer de lo mío al otro» la justicia en este sentido nos ayuda a esclarecer lo que al otro «le corresponde en virtud de su ser y de su obrar. No puedo dar al otro de lo mío sin haberle dado en primer lugar lo que en justicia le corresponde. Quien ama con caridad a los demás, es ante todo justo con ellos» pues la justicia es la medida mínima del amor, CV 6.
De todo esto que es fundamental nos olvidamos y por si fuera poco, permitimos que se promulguen leyes que son en algunas de las veces totalmente contrarias a la propia dignidad de la persona humana. Nos entristece y nos repugna, incluso condenamos acciones que atentan contra la vida de un ser humano: «la humanidad horrorizada condenó en su época los crímenes nazis; la humanidad actual protesta contra las guerras, contra la pena de muerte, contra las torturas y mutilaciones de miembros humanos», los secuestros, extorsiones narco fosas, etc. Y mientras se lucha por conservar la vida de los ancianos, adultos y jóvenes vehiculamos leyes que despenalizan el aborto. Por eso, afirmo: «Si no se defiende la vida desde su inicio, no se defenderá en su desarrollo» y me pregunto: «¿Cuál será el siguiente paso? ¿el infanticidio? ¿la eutanasia? Si es potestad del Estado no castigar este “mal” del aborto, consecuentemente también podrá “razones convenientes”, como hoy se dice, de no castigar esos otros crímenes»[2]. ¡Cuidado! La bio-política es una espada de doble filo.
Continúa el texto de Isaías «Velen por los derechos de los demás, practiquen la justicia, porque mi salvación está a punto de llegar y mi justicia a punto de manifestarse». La justicia de Dios es totalmente diferente a la justicia humana. Nos da miedo hablar de la justicia divina. Pero no la hemos comprendido del todo. La justicia de Dios es Jesucristo. Mientras la justicia del hombre condena, aniquila y da muerte, la justicia de Dios perdona, purifica, renueva y salva. Entonces, ¿Está opuesta la justicia divina a la justicia humana? No, si se garantiza la dignidad de la persona humana. Porque si optamos por defender la dignidad de la persona humana hemos de hacerlo sin parcialidades. Pues, ¿de qué han servido los centros de readaptación social? ¿Han logrado poner en verdad un límite al mal o se han convertidos en lugares propicios para la maquinación y propagación de los males sociales?
Hoy que celebramos el domingo mundial de las misiones, quizás piensas que debo comprarme un mapa y ubicarme, pero no estoy perdido ni delirando: la predicación del evangelio, destinada a toda la humanidad, tiene como meta la salvación de los hombres y mujeres. Y ese anuncio del Evangelio de Jesucristo es revolucionario porque con un corazón convertido a Él, es capaz de provocar una sinergia que cambia el mundo de las relaciones humanas, pues la sociedad es eso, relaciones humanas. Y las lecturas nos proponen un programa que podemos poner en marcha para iniciar a velar por los derechos de los demás:
1.      La oración: «por todos los hombres, y en particular, por los jefes de Estado y las demás autoridades». ¿Para qué orar? «para que podamos llevar una vida tranquila y en paz, entregada a Dios y respetable en todo sentido», 1Timoteo 2, 2.
2.      La educación: Jesús ordena «y enseñándoles a cumplir todo cuanto yo les he mandado», Mateo 28, 20. Educar no sólo en la religión sino también cultural, moral e intelectualmente.


[1] Cem, Aborto y despenalización, Ed. Paulinas, 19883, México, p. 14.
[2] Ibid.,p. 21s.

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