domingo, 12 de octubre de 2014

«El proyecto de Dios ha sido, es y siempre será un proyecto de Amor»
Cugj.Cali†.
Nuestro Dios ha preparado para su Único Hijo un banquete de Bodas (Cfr. Mateo 22, 2) y ha invitado a todos los pueblos de la tierra como señala puntualmente Isaías: «el Señor del universo preparará sobre este monte un festín con platillos suculentos para todos los pueblos; un banquete con vinos exquisitos y manjares sustanciosos», 25, 6. Dios ha desposado a su Hijo con la humanidad, y se trata de un proyecto de amor que no excluye a ninguno, en ese proyecto de amor Dios quiere compartir su vida divina, enriquecer al hombre después de la ruina y pobreza que le originaron el pecado de nuestros primeros padres. Esa boda del Hijo de Dios con la humanidad se ha llevado a cabo en la Encarnación y a que dado manifiesto cuán grande y sublime ese amor en el ara de la Cruz.
Pero como ustedes saben, el amor tiene como premisa fundamental la libertad, el consentimiento de los contrayentes, Dios no obliga ni violenta, y por muy costosa que haya resultado la redención del hombre, Dios no compra el amor, pues como explica el Sabio en el Cantar de los cantares: «Si alguien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa, sería sumamente despreciable», 8, 7. Y en este punto hay una cosa que debemos clarificar: El hijo de Dios se hizo el maldito, el más despreciable de la tierra, pero no por comprar el amor ni por arrancarlo a la fuerza, sino por amar incondicionalmente y en total libertad al hombre; que un Dios se haya humillado por su creatura es sumamente incomprensible, suena a locura y a insensatez. Pero por muy loco que sea este amor no deja por un instante ser real, y es así como vemos que nuestro Dios en Jesucristo se ha convertido por amar al hombre en un mendigo de Amor y no tiene menoscabo por ello. Dios jamás se avergonzará de amarnos con tanta pasión y locura.
Decíamos que nuestro Dios se ha convertido en mendigo de Amor y me asombra rotundamente el hecho de que continuamente salga al paso, al encuentro del hombre, pues el texto nos señala que los criados del rey han salido a invitar a la boda de su hijo al menos unas tres veces (Cfr. Mateo 22, 3. 4. 9).  Y sin embargo, pareciera que todo ha sido en vano, porque se ha invitado a muchos y son muy pocos los que han aceptado el mensaje y han comprendido en qué consiste el lenguaje del Amor. Porque esto no lo hemos de olvidar: el proyecto de Dios es un proyecto de amor, es un mundo nuevo, un estilo de vida diverso en el amor. Y quien no ha comprendido el lenguaje del amor corre el riesgo de que se excluya así mismo: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de fiesta?», v. 12. El que odia, guarda rencor, envidia, etc., todo lo que sea opuesto al amor queda fuera porque no encaja, se siente incómodo, es infeliz y lo seguirá siendo por eso detesta amar y no pertenece al Reino de los Cielos. Hay que recordar lo que nos narra el libro del Génesis cuando después de pecar, Adán y Eva, quedaron desnudos y se hicieron unos taparrabos con hojas de higuera, Cfr. 3, 7. Pero Dios no los dejó partir así, pues nos dice el texto que: «Hizo también el Señor Dios a Adán y a su mujer unas túnicas de pieles, y los vistió», v. 21.
No hay excusa alguna, el hombre ha sido creado por amor, una comunidad de amor (Padre, Hijo y Espíritu Santo) y esta comunidad de amor lo ha llamado a la existencia. Además, el hombre ha sido engendrado por un acto de amor de sus progenitores y aun así, predispuesto para el amor, no sabe amar y va aprendiendo amar en el transcurso de su historia personal. Amando es como se realiza. Pero incluso de esto mismo se olvida pues otros menesteres acaparan su energía, su mente, su corazón, su vida.
¿Qué es aquello que entretiene al hombre y le hace olvidar que sólo amando es como puede ser feliz? El texto nos lo confirma: «Pero los invitados no hicieron caso. Uno se fue a su campo, otro a su negocio y los demás se les echaron encima a los criados, los insultaron y los mataron», vv. 5-6. Es decir, el hombre como hacedor de su propio destino “crea” las condiciones necesarias para su propio proyecto, proyecto donde muchas de las veces está ausente Dios y el prójimo, y en ese sentido se trata de un proyecto egoísta, que se eclipsa solo en el vacío y en el sin sentido.
Y ¿qué sucede cuando el hombre no ama? El texto dice: «Entonces el rey se llenó de cólera y mandó sus tropas, que dieron muerte a aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad», v. 7. Dios no castiga es la primera afirmación que deseo hacer al comentar este versículo. Lo que el texto enseña es el hecho de que es posible la autodestrucción como consecuencia de no amar.
Téngase presente por ejemplo, en una familia donde el amor está ausente y sólo hacen acto de presencia la violencia, los insultos, las irresponsabilidades, las incomprensiones y humillaciones, simplemente el ambiente se trastorna, se contamina y no es idóneo para vivir.
Es curioso, saber que la boda es una fiesta y que el hombre está hecho para la fiesta. Pero ¿por qué nos empeñamos en vivir trabajando, ocupados en tantas cosas, legítimas algunas, otras no tanto, hasta el punto de sentirnos cansados, frustrados, estresados, esperando ser salvados del activismo para reposar un poco y encontrar confortación? Lo pregunto porque he escuchado decir: “Lo bueno es que ya es viernes”.
Y luego, lo paradójico, trabajamos tanto para que en la ancianidad gocemos de nuestro retiro pero con tristeza vemos que el sistema de pensiones es la menos redituable en el país. Trabajamos con salarios mínimos y lo que es peor aún administramos incorrectamente e invertimos en cosas que no son proporcionales a tanto esfuerzo. Es más, trabajamos sólo pagar nuestras deudas. Y qué decir de quienes no tienen trabajo y se excusan por ello.
Trabajamos a todas horas para forjarnos un futuro el cual es incierto y esto genera desequilibrio no sólo emocional sino incerteza e inseguridad, desconfianza y miedo ante una realidad que muda constantemente por la inestabilidad  que existe en el ámbito político, económico, social y cultural del país. El hombre está hecho para la fiesta y sin embargo, no sabe disfrutar, no vive su realidad gozosamente porque está anclado en la horizontalidad de una materialidad que no es equitativa para todos, que genera vacío y esclavitud porque está ausente el amor de Dios en su corazón.


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