lunes, 24 de marzo de 2014

“Si escuchas hoy su voz: No endurezcan tu corazón”
Cfr. Salmo (94), 8.
Éxodo 17, 3-7; Salmo (94), 1-2. 6-9; Romanos 5, 1-2. 5-8; Juan 4, 5-42.
El domingo pasado celebrábamos la Transfiguración del Señor en el monte Tabor. Allí el Padre Celestial nos presentó a su Hijo Amado y nos pidió que le escucháramos. Hoy, tercer domingo del tiempo cuaresmal, te repito parafraseando el Salmo responsorial: Si escuchas hoy su voz: No endurezcan tu corazón, Cfr. Salmo (94), 8. Y la voz de Jesús de Nazaret ha retumbado en este templo, como voz de trompeta, como voz de Profeta, se lo dice a la Samaritana del evangelio junto al pozo de Jacob, Cfr. Juan 4, 6, te lo dice a ti que has venido a este “pozo” a beber su Palabra, que te has acercado al banquete eucarístico para saciar tu hambre y tu sed. Me lo dice a mí pastor de su pueblo para que escuchando su voz lleve a su rebaño hacia Él. Nos lo dice a todos nosotros sus hermanos, la gran familia de su Padre de Dios, su pueblo predilecto: «Dame de beber», Juan 4, 7.
Pero el Señor no quiere agua en el sentido literal de la palabra, porque ante la negativa de la mujer: «¿Cómo es que tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy Samaritana?», v. 9. Jesús responde: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva», v. 10.
Si conocieras el don de Dios como dándonos a entender que hay algo más grande, de mucho y sumo valor, que hace incluso palidecer al agua natural tan necesaria en la vida ordinaria del hombre. Ustedes saben el agua es un bien material que no podemos darnos el lujo de desperdiciarla sin que por ello paguemos las consecuencias de nuestra osadía: su escasez. ¡Cuántos hombres y mujeres alzan su voz cuando este vital líquido les hace falta! Pero con todo esto Jesús nos dice Si conocieras el don de Dios indicando así que este bien material pasa a un segundo plano, porque cada hombre, cada mujer tiene un cuerpo y tiene un espíritu. El cuerpo queda saciado con el agua natural, pero el espíritu no. Al cuerpo puedes darle todo aquello que se le antoje pero no por ello sacias el espíritu. Ciertamente, dice el refrán: barriga llena corazón contento. Si el cuerpo está bien lo estará también el espíritu. Pero la experiencia es sabia y nos enseña que no siempre es así. El espíritu reclama aquello que este mundo material no puede colmar.
¿Cuál es ese don de Dios del que habla Jesús? Se refiere a su misma Persona, Jesús es Don del Padre a la humanidad tan hambrienta y sedienta de amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, Cfr. Gálatas 6, 22, de perdón, Cfr. 1Corintios 13, 5, de felicidad, de realizaciones nuevas cada mañana. En Jesús de Nazaret, Dios Padre: «sostiene a los que caen, y levanta a los que se doblan…Satisface los deseos de sus fieles, escucha sus clamores y los salva», Salmo (144), 14. 18. Por tanto, quien escucha a Jesús de Nazaret escucha al Padre que lo envió, Cfr. Juan 14, 24. Quien cree en Jesús cree en Dios Padre, quien ama Jesús ama al Padre, quien acepta al Hijo acepta al Padre. También, hermanos míos, el don al que se refiere Jesús es al Espíritu Santo, don que no puede recibirse sino se acepta a Jesús como Dios y Señor Salvador porque este Espíritu de Dios procede del Padre y del Hijo como confesamos al recitar el Credo.
«Si conocieras…quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva», v. 10. Te pide de beber Dios mismo. Cosa antes nunca visto, que un Dios se vuelva mendigo del amor del hombre. La samaritana figura de todo un pueblo extranjero, figura de la Iglesia venida de la gentilidad, es figura del hombre y de la mujer de hoy que buscan incansablemente la verdad, la justicia, lo bueno, lo bello, lo recto. Figura de los hombres de este tiempo que buscan a Dios por caminos equivocados. La samaritana y los cinco hombres de su vida, ninguno marido suyo, Cfr. Juan 4, 16-18 nos dicen de la insaciabilidad del corazón del hombre. Un corazón que no se conforma con poco, un corazón que no reclama ya bienes materiales sino lo eterno. Un corazón que evoca elocuentemente su origen: lo divino. Aquí Jesús de Nazaret se presenta como el verdadero marido, el auténtico Esposo.
«Entonces la mujer dejó su cántaro, se fue al pueblo y comenzó a decir a la gente: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Mesías?” Salieron del pueblo y se pusieron en camino dónde él estaba», v. 28-30. Dejó su cántaro, es decir, su sed quedó saciada. Y esa alegría que le inunda el corazón es inmensa que es ya un torrente impetuoso que no puede contener y termina por derramarla. La comunica, se hace discípula de Jesús y se convierte en apóstol.
Nuestro país, nuestras ciudades, nuestras colonias, nuestras familias tienen sed, como el pueblo de Israel en el desierto. Pero «mientras no haya conversión de los corazones, aunque cambien los partidos en el poder, [se abandonen a los hijos e hijas, se cambie al esposo, esposa por otro u otra], se implemente nuevas leyes o se incrementen más operativos policíacos y militares, seguirán imperando la injusticia y la mentira, la violencia y el egoísmo, los asaltos y asesinatos, el narcotráfico y, en una palabra, lo que llamamos cultura de la muerte. Sólo Cristo puede cambiar los corazones, para que juntos construyamos la nueva sociedad que anhelamos. Por eso, no nos cansaremos de repetir: mientras gobernantes, legisladores, líderes sociales, dirigentes empresariales, educadores, dueños de medios informativos y ciudadanos en general no se acerquen a Cristo, que es fuente de vida eterna, nada va a cambiar en forma estable y profunda…Sin Cristo, nadie es capaz de ceder en sus propias posturas, en aras del bien social. Sin Cristo, nadie acepta sus errores y sólo culpa a los otros de los males sociales…Sólo Cristo puede saciar nuestra sed de un mundo mejor. Sólo Él puede ayudar a los esposos a permanecer unidos y fieles, a perdonarse y soportar los problemas, para no desintegrar su familia», Mons. Felipe Arizmendi

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