“Al
salir Jesús del agua, vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en
figura de paloma, descendía sobre él”
Marcos 1, 10.
Isaías 42, 1-4. 6-7; Salmo 28/29, 1-4. 10;
Hechos 10, 34-38; Marcos 1, 7-11.
“Al salir Jesús
del agua”. Jesús se pone en movimiento, bajó solo pero sale acompañado, lleva
sobre sí la humanidad del hombre caído, se convierte en el Emmanuel, el Dios
que pastorea a su pueblo, Dios en Persona es el guía de su pueblo. Si en otro
tiempo, Moisés (el sacado de las aguas) acompañó al pueblo de Israel por su
travesía en el desierto hasta llegar al monte de Dios. Ahora es el mismo Hijo
de Dios, Jesús de Nazaret, quien se convierte como nos explica san Juan en su
evangelio en el Camino para volver a casa del Padre, pues dijo: «Nadie va al
Padre si no es por mí», 14, 6.
Esto
me hace pensar, que es una locura querer caminar solos por este valle de
lágrimas, es aterrador acercarse incluso al umbral de la muerte sin este Señor
que es Dios todopoderoso, es incomprensible y es de ceguera que los cristianos hoy
día se sientan solos y tristes, apesadumbrados, no amados, marginados y
excluidos. Necesitamos pedir la intervención de Dios Espíritu Santo para que,
como dice Isaías en la primera lectura: abra «los ojos de los ciegos», saque «a
los cautivos de la prisión y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas»,
42, 7. Para que vean, que no son huérfanos, pues tienen a Dios por Padre y por
madre a la Iglesia, y como hermanos a la comunidad de los discípulos de Cristo.
“Al
salir Jesús del agua, vio que los cielos se rasgaban”. Ese cielo que había
quedado cerrado a causa del pecado de nuestros primeros padres, Adán y Eva. El
cielo se abre para, por y con el Señor Jesús. Lo que significa que este Jesús
es nuestro auténtico pontífice, es decir, el puente que acerca lo humano con lo
divino, pues está escrito: «Tenemos un pontífice que tomó asiento en el cielo a
la derecha del trono de Dios», Hebreos 8, 1. Y es por medio de este pontífice
como el Padre de los cielos nos vuelve a dirigir su voz, ya no nos oculta más
su rostro y su palabra se deja sentir, palabra de paz, de perdón, no de
castigo, sino de reconciliación como nos enseña Isaías en la primera lectura: «Él
envío su palabra a los hijos de Israel, para anunciarles la paz por medio de
Jesucristo, Señor de todos», 42, 36.
“Al
salir Jesús del agua, vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en
figura de paloma, descendía sobre él”. El Espíritu y la Palabra eterna del
Padre, juntos como en el inicio de la creación. Hemos de recordar que el primer
libro de la biblia nos narra que Dios Padre crea todo con la potencialidad de
su Palabra y el Espíritu, «se movía sobre la superficie de las aguas», Génesis
1, 2. Jesús actúa siempre como dice Pedro en la segunda lectura «con el poder
del Espíritu Santo», Hechos 10, 38, significa que ha comenzado una nueva
creación, la verdadera restauración de la humanidad, el Señor renueva desde
dentro el corazón de la humanidad.
Recuerdo
muy bien aquel pasaje que nos narra que después del diluvio Noé suelta una
paloma para saber si el nivel de las aguas había bajado y «ella volvió al
atardecer con una hoja de olivo arrancada en el pico», Génesis 8, 11. La paloma
con la hoja de olivo, figura de la paz. Significa que en Jesús Dios se ha
reconciliado con el mundo de los hombres. Jesús es nuestra paz. Por su preciosa
sangre somos congregados en una nueva familia, somos hijos adoptivos de Dios.
Una paz que tiene el significado de Alianza que ya no puede ser rota, abolida,
corrompida.
Hermanos,
la paloma siempre vuelve al nido. Jesús, si me permiten estas palabras, es el
auténtico nido del Espíritu Santo, es la casa donde el Espíritu Santo reposa,
donde se encuentra a gusto. Por tanto, Jesús es el hombre del Espíritu, por eso
puede derramarlo, donarlo, concederlo, por eso nos dice el Bautista: «él los
bautizará con el Espíritu Santo», Marcos 1, 8. Y otras referencias nos lo
corroboran, el evangelio de san Juan por ejemplo nos dice que Jesús
crucificado, antes de expirar dijo: «Todo está cumplido. Dobló la cabeza y
entregó el espíritu», 19, 30. Y el día de la Resurrección se les apareció a sus
apóstoles y les dijo: «La paz esté con ustedes…Al decirles esto, sopló sobre
ellos y añadió: Reciban el Espíritu santo. A quienes les perdonen los pecados
les quedarán perdonados; a quienes se los retengan les quedarán retenidos», 20,
21. 22-23.
El
propósito de Jesús al donar el Espíritu Santo, al bautizar con el Espíritu
Santo es la de iniciar algo nuevo, bello, espléndido. Por eso después de que
nos bautizan, es decir, después de que nos derramen agua sobre la cabeza nos
ponen un ropón blanco, que viene a significar nuestra nueva condición de
creaturas, nos convertimos en hijos de Dios por adopción, ya no somos
huerfanitos, tenemos familia y una muy grande y santa, la familia de Dios.
Pero
esta renovación, ya no empieza de cero, sino con lo que hay, porque este Jesús
que actúa con el poder del Espíritu Santo, lo realiza con la humanidad
desfigurada, roída y carcomida por el pecado, eso es lo que significa: «no
romperá la caña resquebrajada, ni apagará la mecha que aún humea», Isaías 42,
3. En nuestra debilidad, miseria y pecado, el Señor Jesús tiene el poder para
hacer nueva siempre las cosas. Por eso vemos a un Jesús que supo salvar a la
mujer adúltera, hacerse amigos de los corruptos Mateo y Zaqueo, abrazar a la
mujer pecadora, etc. Jesús no me inspira miedo sino ternura y amor, como una
paloma. Y ver mi pecado y contemplar la misericordia de Dios no me queda más
que gratuidad y una inmensa alegría de saber que no he sido tratado como
debería a causa de mis pecados y delitos.
En
este proceso de renovación en el hombre, en el mundo de los hombres no es
sencillo pero tampoco difícil, requiere esfuerzo, y Dios no se cansa jamás, por
eso nos dice el profeta: «no titubeará ni se doblegará», v. 4. Si nuestro Dios
nos ha querido salvar quién nos condenará. Nuestro querido Jesús siempre
buscará a la oveja perdida para darle su salvación. Hermanos, nunca nos
cansemos de ir a su encuentro y pedirle perdón. Jesús es nuestro primer paráclito,
abogado, defensor, no lo doblega ni lo hace titubear el pecado, la muerte ni
Satanás, en cambio si le enternece nuestra condición y por eso estará pronto en
venir en ayuda nuestra.
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