lunes, 12 de enero de 2015

“Al salir Jesús del agua, vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en figura de paloma, descendía sobre él”

Marcos 1, 10.
Isaías 42, 1-4. 6-7; Salmo 28/29, 1-4. 10; Hechos 10, 34-38; Marcos 1, 7-11.
“Al salir Jesús del agua”. Jesús se pone en movimiento, bajó solo pero sale acompañado, lleva sobre sí la humanidad del hombre caído, se convierte en el Emmanuel, el Dios que pastorea a su pueblo, Dios en Persona es el guía de su pueblo. Si en otro tiempo, Moisés (el sacado de las aguas) acompañó al pueblo de Israel por su travesía en el desierto hasta llegar al monte de Dios. Ahora es el mismo Hijo de Dios, Jesús de Nazaret, quien se convierte como nos explica san Juan en su evangelio en el Camino para volver a casa del Padre, pues dijo: «Nadie va al Padre si no es por mí», 14, 6.
Esto me hace pensar, que es una locura querer caminar solos por este valle de lágrimas, es aterrador acercarse incluso al umbral de la muerte sin este Señor que es Dios todopoderoso, es incomprensible y es de ceguera que los cristianos hoy día se sientan solos y tristes, apesadumbrados, no amados, marginados y excluidos. Necesitamos pedir la intervención de Dios Espíritu Santo para que, como dice Isaías en la primera lectura: abra «los ojos de los ciegos», saque «a los cautivos de la prisión y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas», 42, 7. Para que vean, que no son huérfanos, pues tienen a Dios por Padre y por madre a la Iglesia, y como hermanos a la comunidad de los discípulos de Cristo.
“Al salir Jesús del agua, vio que los cielos se rasgaban”. Ese cielo que había quedado cerrado a causa del pecado de nuestros primeros padres, Adán y Eva. El cielo se abre para, por y con el Señor Jesús. Lo que significa que este Jesús es nuestro auténtico pontífice, es decir, el puente que acerca lo humano con lo divino, pues está escrito: «Tenemos un pontífice que tomó asiento en el cielo a la derecha del trono de Dios», Hebreos 8, 1. Y es por medio de este pontífice como el Padre de los cielos nos vuelve a dirigir su voz, ya no nos oculta más su rostro y su palabra se deja sentir, palabra de paz, de perdón, no de castigo, sino de reconciliación como nos enseña Isaías en la primera lectura: «Él envío su palabra a los hijos de Israel, para anunciarles la paz por medio de Jesucristo, Señor de todos», 42, 36.
“Al salir Jesús del agua, vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en figura de paloma, descendía sobre él”. El Espíritu y la Palabra eterna del Padre, juntos como en el inicio de la creación. Hemos de recordar que el primer libro de la biblia nos narra que Dios Padre crea todo con la potencialidad de su Palabra y el Espíritu, «se movía sobre la superficie de las aguas», Génesis 1, 2. Jesús actúa siempre como dice Pedro en la segunda lectura «con el poder del Espíritu Santo», Hechos 10, 38, significa que ha comenzado una nueva creación, la verdadera restauración de la humanidad, el Señor renueva desde dentro el corazón de la humanidad.
Recuerdo muy bien aquel pasaje que nos narra que después del diluvio Noé suelta una paloma para saber si el nivel de las aguas había bajado y «ella volvió al atardecer con una hoja de olivo arrancada en el pico», Génesis 8, 11. La paloma con la hoja de olivo, figura de la paz. Significa que en Jesús Dios se ha reconciliado con el mundo de los hombres. Jesús es nuestra paz. Por su preciosa sangre somos congregados en una nueva familia, somos hijos adoptivos de Dios. Una paz que tiene el significado de Alianza que ya no puede ser rota, abolida, corrompida.
Hermanos, la paloma siempre vuelve al nido. Jesús, si me permiten estas palabras, es el auténtico nido del Espíritu Santo, es la casa donde el Espíritu Santo reposa, donde se encuentra a gusto. Por tanto, Jesús es el hombre del Espíritu, por eso puede derramarlo, donarlo, concederlo, por eso nos dice el Bautista: «él los bautizará con el Espíritu Santo», Marcos 1, 8. Y otras referencias nos lo corroboran, el evangelio de san Juan por ejemplo nos dice que Jesús crucificado, antes de expirar dijo: «Todo está cumplido. Dobló la cabeza y entregó el espíritu», 19, 30. Y el día de la Resurrección se les apareció a sus apóstoles y les dijo: «La paz esté con ustedes…Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu santo. A quienes les perdonen los pecados les quedarán perdonados; a quienes se los retengan les quedarán retenidos», 20, 21. 22-23.
El propósito de Jesús al donar el Espíritu Santo, al bautizar con el Espíritu Santo es la de iniciar algo nuevo, bello, espléndido. Por eso después de que nos bautizan, es decir, después de que nos derramen agua sobre la cabeza nos ponen un ropón blanco, que viene a significar nuestra nueva condición de creaturas, nos convertimos en hijos de Dios por adopción, ya no somos huerfanitos, tenemos familia y una muy grande y santa, la familia de Dios.
Pero esta renovación, ya no empieza de cero, sino con lo que hay, porque este Jesús que actúa con el poder del Espíritu Santo, lo realiza con la humanidad desfigurada, roída y carcomida por el pecado, eso es lo que significa: «no romperá la caña resquebrajada, ni apagará la mecha que aún humea», Isaías 42, 3. En nuestra debilidad, miseria y pecado, el Señor Jesús tiene el poder para hacer nueva siempre las cosas. Por eso vemos a un Jesús que supo salvar a la mujer adúltera, hacerse amigos de los corruptos Mateo y Zaqueo, abrazar a la mujer pecadora, etc. Jesús no me inspira miedo sino ternura y amor, como una paloma. Y ver mi pecado y contemplar la misericordia de Dios no me queda más que gratuidad y una inmensa alegría de saber que no he sido tratado como debería a causa de mis pecados y delitos.
En este proceso de renovación en el hombre, en el mundo de los hombres no es sencillo pero tampoco difícil, requiere esfuerzo, y Dios no se cansa jamás, por eso nos dice el profeta: «no titubeará ni se doblegará», v. 4. Si nuestro Dios nos ha querido salvar quién nos condenará. Nuestro querido Jesús siempre buscará a la oveja perdida para darle su salvación. Hermanos, nunca nos cansemos de ir a su encuentro y pedirle perdón. Jesús es nuestro primer paráclito, abogado, defensor, no lo doblega ni lo hace titubear el pecado, la muerte ni Satanás, en cambio si le enternece nuestra condición y por eso estará pronto en venir en ayuda nuestra.

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