“He anunciado tu justicia en la gran asamblea; no he
cerrado mis labios, tú lo sabes, Señor”
Salmo 39/40, 10.
1Samuel 3, 3-10. 19; Salmo 39/40, 2. 4. 7-10;
1Corintios 6, 13c-15a. 17-20; Juan 1, 35-42.
Este versículo
diez del Salmo 39/40 encuentra su aplicación en la persona de Jesús de Nazaret,
Él como el Ungido del Padre, es decir, el Cristo, el Mesías no cerró sus labios
sino que siempre dio testimonio del amor del Padre con Palabras y con obras. Anunció
la Buena Noticia a sus hermanos. Señaló en su persona el Camino que se debe
seguir, el modo como debemos defender la Vida y la manera de asumir la Verdad para
volver al Padre sin temor, Cfr. Juan 14, 6. Este testimonio de Jesús es en
completa obediencia a la voluntad del Padre. Obediencia que se manifiesta
claramente por el gesto de retirarse al final de la jornada o al inicio de ella
muy de madrugada, siempre a solas, a orar, Cfr. Marcos 1, 35; 6, 46. Y es
precisamente a solas, en la intimidad del diálogo, es decir, de su oración
donde Jesús escucha la voz de su Papá Dios por eso muy bien se le puede aplicar
este otro versículo del Salmo 39/40: «abriste, en cambio, mis oídos a tu voz…así
que dije: “Aquí estoy”», v. 7. 8.
La
palabra Aquí estoy de Jesús, deja
entre ver ya, que la obediencia a Dios es más agradable que miles de
sacrificios y holocaustos, el Señor prefiere siempre un corazón bien dispuesto
a hacer vida sus enseñanzas. Por eso dice previamente al Aquí estoy: «Sacrificios y ofrendas no quisiste. No exigiste
holocausto por la culpa, así que dije: “Aquí estoy”», v. 7. Y otra parte de la
Escritura el profeta Samuel le dice al desobediente rey Saúl: « ¿quiere el
Señor sacrificios y holocaustos o quiere que obedezcan su voz? La obediencia
vale más que el sacrificio; la docilidad, vale más que la grasa de carneros»,
1Samuel 15, 22. Y sin embargo, nuestro querido Jesús no desaprovecha la
oportunidad para dotar al sacrificio de un genuino significado con su
obediencia, por eso llegará a decir en el huerto de Getsemaní: «Abba –Padre–
todo te es posible: aleja de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad,
sino la tuya», Marcos 14, 36. Obediencia y Sacrificio, en Cristo Jesús, son dos
expresiones que manifiesta claramente su amor por su Padre Dios.
En
estos tiempos, donde el hombre no quiere escuchar más la voz del Señor,
descubrimos que en el fondo subyace una concepción errónea de la libertad en
relación con la obediencia y de la renuncia con relación al sacrificio. El
hombre cree que obedeciendo se convierte en esclavo de quien lo manda, piensa
que pierde autonomía y se vuelve un “don nadie”. Cree falsamente que si
renuncia a lo que le gusta y atrae se le coacciona y se convierte en
dependiente de unas reglas que no le permiten vivir como desea. Y se olvida por
completo que quien no sabe obedecer no sabe mandar, que quien no sabe
sacrificarse no sabe vencer. Pues en este mundo, quien obedece y se sacrifica
(renuncia) se realiza sea cual fuere su misión, meta o sueño.
Pero
no todo está perdido. Hoy se nos enseña que la obediencia se aprende si
enseñamos a escuchar. Y saber escuchar es un arte, pues el oído capta diversos
sonidos y voces, de ahí que digamos que saber escuchar es sobre todo
discernimiento. Pues no se trata de una obediencia “a ciegas” sino más bien de
una escucha muy atenta porque el que obedece ciegamente se equivoca pero quien
escucha atentamente no. Escuchar atentamente es descubrir ¿quién nos habla? Y comprender lo ¿qué nos pide?
En
la primera lectura Samuel respondió con prontitud al llamado cuando escuchó su
nombre pero equivocadamente se dirigió tres veces al Sacerdote Elí, Cfr. 1Samuel
3, 8. No sabía quién lo llamaba hasta que Elí se lo indicó: «Ve a costarte, y
si te llama alguien, responde: “Habla, Señor; tu siervo escucha”», v. 9. En
este punto, Elí se convierte en el educador de la fe de Samuel. Se convierte Elí
en un instrumento adecuado para que Samuelito descubra a Dios. Así que el primer
involucrado de toda vocación, es decir, de todo llamado es el Sacerdote. Con su
obediencia el Sacerdote manifiesta su vocación, pues sabe escuchar, descubrir
la voz de Dios en la cotidianidad de la vida ya que llama siempre
inesperadamente.
Si
el Sacerdote no sabe descubrir a Dios que le habla continuamente tampoco podrá
enseñar a obedecer a Dios. Pues obedecer deriva del latín ob audire que significa saber escuchar con atención. Quien no
escucha no se adhiere a la palabra enunciada y si no se adhiere no manifiesta
su obediencia.
El
saber descubrir a Dios en la vida, distinguir su voz en este mundo es necesario
para saber indicarles a los hermanos el modo como se debe acoger su voz, su
llamado. Ser educadores en la fe implica tener la experiencia de familiaridad,
de vida íntima con Jesús, a ejemplo de Andrés y el Bautista como nos ha
enseñado el Evangelio de hoy.
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