“Enséñanos a ver
lo que es la vida y seremos sensatos”
Salmo (89) 90, 12.
Eclesiastés
(Cohélet) 1, 2; 2, 21-23; Salmo (89) 90, 3-6. 12-14. 17; Colosenses 3, 1-5.
9-11; Lucas 12, 13-21.
Un hombre le dijo a Jesús: «Maestro,
dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia», Lucas 12, 13. La avaricia
y la codicia tiene a los hermanos divididos. La avaricia es una pasión
desordenada porque imprime en el corazón de la persona el afán de poseer muchas
riquezas por el solo placer de atesorarlas sin compartirlas con nadie. Mientras
que la codicia es el deseo vehemente de poseer muchas cosas, especialmente
riquezas o bienes.
"Eviten con gran cuidado toda clase de codicia", Lucas 12, 15. |
Cuando la avaricia
y la codicia encuentran su sede en el corazón del hombre la persona experimenta
una especie de ‘bulimia del espíritu’, pues en el fondo existe un trastorno,
una especie de locura que hace que la persona desee llenar el vacío existencial
que experimenta con cosas materiales, a tal punto que ese desorden hace que se comporte
“estúpidamente”, de ahí que le hayamos escuchado decir a Jesús al hombre que
tenía su ‘futuro’ asegurado y quería simplemente disfrutar de sus bienes:
«¡Torpe!». Algunas traducciones bíblicas en español inclusive señalan dicha
actitud con las siguientes palabras: ¡Pobre loco! ¡Imprudente! ¡Tonto! Pero el término
griego utilizado por Jesús es ἄφρὡν (á·frōn)
y significa “irrazonable”.
Hay pues en la
avaricia como en la codicia una actitud y un comportamiento totalmente fuera de
lógica, de razón, de ahí, que el Salmista diga: «Enséñanos a ver lo que es la
vida y seremos sensatos», Salmo (89) 90, 12. La insensatez radica en el hecho
de gastar tantas energías para conseguir bienes materiales que muy fácilmente
se pierde de vista que existen también bienes espirituales por los cuales vale
la pena consumir la propia existencia. Una de ellas la deja muy en claro el
texto del evangelio que estamos meditando: la fraternidad. ¿Cuántos hermanos y familias destruidas o descuidadas por la avaricia y
la codicia?
En este punto
considero que es muy conveniente que recordemos el espíritu del Evangelio de
Jesús nuestro Maestro y Señor: «Da a quien te pida, y a quien te quita lo tuyo
no se lo reclames», Lucas 6, 30. Esta exigencia de Jesús para quien tiene
apegado su espíritu a los bienes materiales resulta dura y fuera de sí, y le
cuesta incluso reconocer su idolatría por eso san Pablo nos dice en la segunda
lectura: «Den muerte, pues, a todo lo malo que hay en ustedes: la fornicación,
la impureza, las pasiones desordenadas, los malos deseos y la avaricia, que es
una forma de idolatría», Colosenses 3, 5. Y el único camino para dejar de ser
egoístas y ensimismados, que son actitudes muy claras de avaricia, es el
compartir, es decir, el reconocimiento de que devolvemos sin ningún otro
interés adjunto lo que hemos recibido precedentemente.
Para quienes han
comprendido la lógica del reino, saben de ante mano que todo cuanto poseen aun
cuando se haya conseguido honestamente, con un trabajo arduo y una buena
administración, no pasan por alto que continúan siendo más que administradores de
la multiforme gracia de Dios, pues todo es de Dios: «Pues ¿quién te hace
superior a los demás? ¿qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido,
¿por qué te enorgulleces como si no lo hubieras recibido?», 1Corintios 4, 7. Los
que han entendido la lógica del reino de Dios no contraponen el principio
universal de los bienes y el de la propiedad privada, sino que con creatividad
la hacen complementarias la una de la otra.
La propiedad
privada nace ciertamente del trabajo del hombre y tiene como finalidad asegurar
el futuro de la descendencia. Y en este punto, el texto sagrado nos dice: «Hay
quien se agota trabajando y pone en ello todo su talento, su ciencia y su
habilidad, y tiene que dejárselo todo a otro que no lo trabajó», Eclesiastés 2,
21. Hay que disfrutar del fruto del trabajo sin despilfarrar, sin olvidarte de
los pobres, acordándote incluso de que la vida da muchos reveses (Cfr. Génesis
41) y quizás seas tú el menesteroso el día de mañana. Hay que vivir de cara al
mañana con la confianza no en las posesiones adquiridas sino en Dios pues está
escrito: «No se inquieten por el día de mañana, que el mañana traerá su propia
preocupación. A cada día le basta su propio afán», Mateo 6, 34 pero eso no
significa que no trabajemos con responsabilidad y dedicación pues también se
dice: «Vete a ver a la hormiga, perezoso, observa sus costumbres y aprende.
Aunque no tiene capataz ni jefe ni inspector, reúne su alimento en el verano,
recoge su comida durante la cosecha. ¿Hasta cuándo dormirás, perezoso? ¿Cuándo
te levantarás de tu sueño? Duermes un rato, dormitas otro rato, cruzas los
brazos y a descansar. Y te llega la miseria del vagabundo y la pobreza del
mendigo», Proverbios 6, 6-11.
Ya tenía mucho q no escribía, verdad?
ResponderEliminarYa no tiene tiempo
Como siempre, una reflexión muy buena, acertada y q lo dejan a uno pensando
ResponderEliminarY de verdad, debe de ser uno bien vivo, para no caer en el activismo ni en la flojera. Sino algo mediado y siempre dando gracias y trabajando con Dios, por Dios y para Dios
Gracias padre, como siempre disfruto y aprendo mucho de sus reflexiones
Aunq ya me di cuenta q no lee los comentarios
Aún así sigo leyendo por q aprendo mucho de ud
Hola! Gracias por leer. Y si, ya hacía falta por escribir.
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