“Pero ellos no escucharon y
endurecieron su corazón como lo habían hecho sus padres, que no quisieron
obedecer al Señor, su Dios”
2Reyes 17, 14.
2Reyes 17, 5-8.
13-15. 18; Salmo 59/60, 3-5. 12-14; Mateo 7, 1-5.
La caída del reino de norte (Samaría)
es narrada por el escritor sagrado desde un punto de vista religioso vinculadas
incluso a consecuencias de tipo económicos, políticos y sociales. El reino de
Israel desaparece y la causa es haber pecado, no haberse arrepentido y volver
la espalda al Dios verdadero, el que los había rescatado de la esclavitud en
Egipto, por ir detrás de otros dioses y realizar prácticas abominables: «se
hicieron dos becerros fundidos y una imagen sagrada, adoraron a todos los
astros del cielo y dieron culto a Baal. Pasaron a sus hijos y a sus hijas por
el fuego, practicaron la adivinación y la hechicería, y se entregaron a todo lo
que el Señor desaprueba, hasta colmar su indignación», 2Reyes 17, 16-17.
Cumpliéndose así lo que el Salmista indica al exclamar: «Tú, Señor, nos has rechazado
y no acompañas ya a nuestras tropas», 59/60, 12.
Bendice hoy y siempre |
La catequesis es
clara, el pecado es esclavitud y no sólo en el ámbito espiritual sino también
en la dimensión material pues el narrador sagrado es muy claro al decir: «el
Señor rechazó a toda la raza de Israel y la humilló entregándola en manos de
saqueadores, hasta arrojarla de su presencia», 2Reyes 17, 20. Hay que recordar
que el esclavo no posee nada como suyo, lo que indica pobreza, miseria, fatigas
inútiles, enfermedades, amargura en el corazón al percatarse que se consume la
vida sin dejar nada a su posteridad antes bien se le condena a la mista
situación de esclavitud. No hay bendiciones, no hay crecimiento, no hay
desarrollo, no hay paz.
El pecado
distorsiona la imagen de Dios en el hombre; el hombre debería ser señor y
dominador, pero por la ‘ley del más fuerte’ es sometido a situaciones injustas
que le hacen experimentar una vida ‘de animal de carga’, ya no es el hombre
compañero y ayuda adecuada para los otros hombres, son más bien por el pecado
‘animales racionales’ que se pueden explotar y hacer morir para que otros
injustamente se enriquezcan.
El pecado hace
desaparecer al pueblo porque hace perder la propia identidad, eso es lo que el Escritor
sagrado da entender cuando dice que Salmanasar: «rey de Asiria conquistó
Samaría y se llevó cautivos a los israelitas estableciéndolos en Jalaj, junto
al jabor, río de Gozán, y en las ciudades de Media», v. 6. El pueblo israelita
asumirá una nueva cultura, estará sujeto a gobernantes que no conocen a Yahvé,
aprenderá una nueva lengua. Y la propia cultura se expone a la contaminación y
mutación. Esta conquista cultural es la que más hondamente pega, porque
trastoca los principios, valores, costumbres e historia particular del pueblo.
El pecado se propaga
y contagia. Hay un versículo que es sorprendente y que nos enseña una vez más
‘que nadie experimenta en cabeza ajena’. El versículo es el siguiente: «Sólo
quedó la tribu de Judá, aunque tampoco Judá cumplió los mandamientos del Señor
su Dios, sino que imitó las costumbres de Israel. Por eso, el Señor rechazó a
toda la raza de Israel», vv. 18-20. Considero que ésta es la exhortación que
hoy la palabra de Dios nos dirige a cada uno. Es una invitación a reflexionar ¿el por qué las bendiciones que Dios derrama
sobre sus hijos no se hacen realidad en algunos? Pues está escrito: «porque
sólo yo sé los planes que tengo para ustedes, oráculo del Señor; planes de
prosperidad y no de desgracias, pues les daré un porvenir lleno de esperanza»,
Jeremías 29, 11.
Hay necesidad de
volverse al Señor con todo el corazón. La conversión del corazón trae
bendiciones y enriquecimientos espirituales y materiales para la persona que
aprende a confiar rotundamente en el Señor.
Señor,
te doy gracias, hoy reconozco la imperiosa necesidad de volver a ti con un
corazón bien dispuesto, con una voluntad firme de poner en práctica tus
enseñanzas y mantenerme en el camino de la verdad, de la justicia y del amor
con gran entereza y mucho mayor fidelidad.
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