“Éste es
mi hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias; escúchenlo”
Mateo 17,
5.
Génesis
12, 1-4; Salmo (32), 4-5. 18-21; 2Timoteo 1, 8-10; Mateo 17, 1-9.
«Éste es mi hijo muy amado, en quien
tengo puestas mis complacencias; escúchenlo», Mateo 17, 5 dice Dios a Pedro, a Santiago y a Juan en el monte
Tabor, Cfr. v. 1. Se los dice en un clima de intimidad pues ellos han estado
con Jesús «a solas». Dios se revela como Padre y presenta a Jesús de Nazaret
como Hijo suyo, Hijo Amado. Jesús de Nazaret es el Hijo por excelencia, es el
Hijo que colma el amor de Dios, es el Hijo que realiza en su vida la voluntad
de Dios Padre, pues en Él están puestas sus «complacencias».
Por tanto,
Dios Padre se hace presente en Jesús de Nazaret, en Jesús de Nazaret Dios Padre
ha puesto su morada, su Sekina. La Sekina (presencia) de Dios Padre no es
imaginaria sino real, Dios existe y se le ve cuando «a solas» estamos con
Jesús, pues Jesús mismo ha dicho: «quien me ha visto a mí ha visto al Padre»,
Juan 14, 9. Porque como está escrito: Jesús de Nazaret es el «reflejo su gloria,
la imagen misma de lo que Dios es», Hebreos 1, 3. El texto indica que Dios Padre
habla desde «una nube luminosa», Mateo 17, 5. Como cuando habló al pueblo de
Israel en el monte Sinaí y les entregó los diez mandamientos, Dios le dijo a
Moisés: «Voy a cercarme a ti en una nube espesa, para que el pueblo pueda
escuchar lo que hablo contigo y te crea en adelante…Todo el pueblo percibía los
truenos y relámpagos, el sonar de la trompeta y la montaña humeante. Y el
pueblo estaba aterrorizado, y se mantenía a distancia. Y dijeron a Moisés: -Háblanos
tú y te escucharemos; que no nos hable Dios, que moriremos. Moisés respondió:
-No teman», Éxodo 19, 9; 20, 18-20.
El nuevo
pueblo de Israel representado en las columnas de la Iglesia: Pedro, Santiago y
Juan escuchan la voz del Padre, «cayeron rostro en tierra, llenos de gran
temor. Jesús se acercó a ellos, los tocó y les dijo: “Levántense y no teman»,
Mateo 17, 6-7. Los discípulos de Jesús no están como antaño el pueblo de Israel a
las faldas del monte, ellos están en la cumbre del monte elevado, circundados
por la Sekina (presencia) del Padre. La Sekina (presencia) de Dios no es signo
de muerte sino de Salvación y vida en plenitud, no de temor sino de confianza.
Dios se acerca al hombre le ofrece su amistad, su compañía, su amor. Jesús es
el nuevo Moisés, es el Mesías, el Ungido de Dios, el Salvador ya no de un
pueblo sino de toda la humanidad, en Él la ley tiene su plenitud, Él es el
nuevo legislador por eso señala el texto que está conversando con Moisés, Cfr. v.
3.
También
aparece Elías, profeta que había caminado «cuarenta días y cuarenta noches
hasta el Horeb, el monte de Dios. Allí se metió en una cueva», 1Reyes 19, 8-9. Y
Dios le habló desde una suave brisa, Cfr. v. 12. La misión de Elías como la de
cualquier otro profeta es dar a conocer la voluntad de Dios, es ser embajador
de Dios, no habla por hablar sino que comunica y hace todo lo que Dios le
indica y cuando la profecía se cumple el profeta queda acreditado como tal
delante de los hombres. Si el texto señala que Jesús conversa también con Elías
lo hace para indicar que Jesús es el Profeta por excelencia, Él es la Palabra
Eterna del Padre. Todo lo que el Padre ha dicho y comunicado lo ha realizado en
Jesús de Nazaret por eso dice: «escúchenlo», Mateo 17, 5 porque quien escucha a
Jesús le escucha a Él, pues está escrito: «las palabras que ustedes oyeron no
es mía, sino del Padre que me envió», Juan 14, 24.
Descubrimos
entonces que nuestro Dios es un Dios cercano, que se comunica, es el Ser de la
relación, es una Persona y continuamente a lo largo de la historia de nuestra
Salvación se ha venido revelando y como explica el libro de los Hebreos: «En el
pasado muchas veces y de muchas formas habló Dios a nuestros padres por medio
de los profetas. En esta etapa final nos ha hablado por medio de su Hijo, a
quien nombró heredero de todo, y por quien creó el universo», Hebreos 1, 1-2.
Es en la
intimidad con Jesús, en un monte elevado, en las alturas, junto a las nubes
donde Jesús revela su gloria, su divinidad. Ninguno puede contemplar la
divinidad de Jesús si antes no se encuentra con Él en su humanidad. Ninguno
puede contemplar la divinidad de Jesús si no es tomado por Jesús y llevado a la
cumbre de la contemplación. Subir un monte elevado, requiere tiempo, esfuerzo,
dedicación, constancia, perseverancia, es abandonar lo terreno, lo superfluo,
las preocupaciones del mundo y adentrarse en el misterio de lo divino, sin
estos presupuestos no hay transfiguración, renovación interior, transformación,
renacimiento. Eso es lo que significa la escalada cuaresmal que estamos
viviendo.
«En el
camino hacia Jerusalén, Jesús escoge a aquellos tres discípulos y les permite entrever
y gozar por unos momentos la gloria de Dios, esa sensación de estar ante
alguien que desdramatiza tus dramas, y con su sola presencia pone paz, una
extraña pero verdadera paz en medio de todos los contrastes, dudas, cansancios
y dificultades con los que la vida nos convida con demasiada frecuencia…Nuestra
condición de cristianos no nos exime de ningún dolor, no nos evita ninguna
fatiga, no nos desgrava ante ningún impuesto. Hemos de redescubrir siempre, y
la cuaresma es un tiempo propicio, que ser cristiano es seguir a Jesús, en el
Tabor o en el Calvario; cuando todos le buscan para oír su voz y como cuando le
buscan para a callársela; cuando todos le aclaman ¡hosannas!, como cuando le
gritan ¡crucifixión! En el Evangelio de este domingo volvemos a escuchar
también nosotros: no tengan miedo...levántense, bajen de la montaña y emprendan
el camino», Mons. Jesús Sanz Montes, Ofm.
Porque
el triunfo en la vida requiere de sacrificio, trabajo arduo, privaciones de
muchas cosas y de abstenciones aunque sean legítimas. Si el triunfo deseas que
sea grande, consistente y no efímero hay que hacer renuncias profundas. No hay
resurrección sin muerte no hay triunfos sin sacrificios, eso es lo que
significa la metamorfosis que Santiago, Pedro y Juan vieron en el Tabor. El
hombre ve a un Jesús derrotado pero Dios le manifiesta al mundo que eso no es
así, las heridas de Jesús dejan escapar los rayos de su gloria. Dios está
transformando el mundo sin que éste quiera reconocerlo pidamosle que abra
nuestros ojos.
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