domingo, 16 de marzo de 2014

“Éste es mi hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias; escúchenlo”
Mateo 17, 5.
Génesis 12, 1-4; Salmo (32), 4-5. 18-21; 2Timoteo 1, 8-10; Mateo 17, 1-9.
«Éste es mi hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias; escúchenlo», Mateo 17, 5 dice  Dios a Pedro, a Santiago y a Juan en el monte Tabor, Cfr. v. 1. Se los dice en un clima de intimidad pues ellos han estado con Jesús «a solas». Dios se revela como Padre y presenta a Jesús de Nazaret como Hijo suyo, Hijo Amado. Jesús de Nazaret es el Hijo por excelencia, es el Hijo que colma el amor de Dios, es el Hijo que realiza en su vida la voluntad de Dios Padre, pues en Él están puestas sus «complacencias».
Por tanto, Dios Padre se hace presente en Jesús de Nazaret, en Jesús de Nazaret Dios Padre ha puesto su morada, su Sekina. La Sekina (presencia) de Dios Padre no es imaginaria sino real, Dios existe y se le ve cuando «a solas» estamos con Jesús, pues Jesús mismo ha dicho: «quien me ha visto a mí ha visto al Padre», Juan 14, 9. Porque como está escrito: Jesús de Nazaret es el «reflejo su gloria, la imagen misma de lo que Dios es», Hebreos 1, 3. El texto indica que Dios Padre habla desde «una nube luminosa», Mateo 17, 5. Como cuando habló al pueblo de Israel en el monte Sinaí y les entregó los diez mandamientos, Dios le dijo a Moisés: «Voy a cercarme a ti en una nube espesa, para que el pueblo pueda escuchar lo que hablo contigo y te crea en adelante…Todo el pueblo percibía los truenos y relámpagos, el sonar de la trompeta y la montaña humeante. Y el pueblo estaba aterrorizado, y se mantenía a distancia. Y dijeron a Moisés: -Háblanos tú y te escucharemos; que no nos hable Dios, que moriremos. Moisés respondió: -No teman», Éxodo 19, 9; 20, 18-20.
El nuevo pueblo de Israel representado en las columnas de la Iglesia: Pedro, Santiago y Juan escuchan la voz del Padre, «cayeron rostro en tierra, llenos de gran temor. Jesús se acercó a ellos, los tocó y les dijo: “Levántense y no teman», Mateo 17, 6-7. Los discípulos de Jesús no están como antaño el pueblo de Israel a las faldas del monte, ellos están en la cumbre del monte elevado, circundados por la Sekina (presencia) del Padre. La Sekina (presencia) de Dios no es signo de muerte sino de Salvación y vida en plenitud, no de temor sino de confianza. Dios se acerca al hombre le ofrece su amistad, su compañía, su amor. Jesús es el nuevo Moisés, es el Mesías, el Ungido de Dios, el Salvador ya no de un pueblo sino de toda la humanidad, en Él la ley tiene su plenitud, Él es el nuevo legislador por eso señala el texto que está conversando con Moisés, Cfr. v. 3.
También aparece Elías, profeta que había caminado «cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios. Allí se metió en una cueva», 1Reyes 19, 8-9. Y Dios le habló desde una suave brisa, Cfr. v. 12. La misión de Elías como la de cualquier otro profeta es dar a conocer la voluntad de Dios, es ser embajador de Dios, no habla por hablar sino que comunica y hace todo lo que Dios le indica y cuando la profecía se cumple el profeta queda acreditado como tal delante de los hombres. Si el texto señala que Jesús conversa también con Elías lo hace para indicar que Jesús es el Profeta por excelencia, Él es la Palabra Eterna del Padre. Todo lo que el Padre ha dicho y comunicado lo ha realizado en Jesús de Nazaret por eso dice: «escúchenlo», Mateo 17, 5 porque quien escucha a Jesús le escucha a Él, pues está escrito: «las palabras que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió», Juan 14, 24.
Descubrimos entonces que nuestro Dios es un Dios cercano, que se comunica, es el Ser de la relación, es una Persona y continuamente a lo largo de la historia de nuestra Salvación se ha venido revelando y como explica el libro de los Hebreos: «En el pasado muchas veces y de muchas formas habló Dios a nuestros padres por medio de los profetas. En esta etapa final nos ha hablado por medio de su Hijo, a quien nombró heredero de todo, y por quien creó el universo», Hebreos 1, 1-2.
Es en la intimidad con Jesús, en un monte elevado, en las alturas, junto a las nubes donde Jesús revela su gloria, su divinidad. Ninguno puede contemplar la divinidad de Jesús si antes no se encuentra con Él en su humanidad. Ninguno puede contemplar la divinidad de Jesús si no es tomado por Jesús y llevado a la cumbre de la contemplación. Subir un monte elevado, requiere tiempo, esfuerzo, dedicación, constancia, perseverancia, es abandonar lo terreno, lo superfluo, las preocupaciones del mundo y adentrarse en el misterio de lo divino, sin estos presupuestos no hay transfiguración, renovación interior, transformación, renacimiento. Eso es lo que significa la escalada cuaresmal que estamos viviendo.
«En el camino hacia Jerusalén, Jesús escoge a aquellos tres discípulos y les permite entrever y gozar por unos momentos la gloria de Dios, esa sensación de estar ante alguien que desdramatiza tus dramas, y con su sola presencia pone paz, una extraña pero verdadera paz en medio de todos los contrastes, dudas, cansancios y dificultades con los que la vida nos convida con demasiada frecuencia…Nuestra condición de cristianos no nos exime de ningún dolor, no nos evita ninguna fatiga, no nos desgrava ante ningún impuesto. Hemos de redescubrir siempre, y la cuaresma es un tiempo propicio, que ser cristiano es seguir a Jesús, en el Tabor o en el Calvario; cuando todos le buscan para oír su voz y como cuando le buscan para a callársela; cuando todos le aclaman ¡hosannas!, como cuando le gritan ¡crucifixión! En el Evangelio de este domingo volvemos a escuchar también nosotros: no tengan miedo...levántense, bajen de la montaña y emprendan el camino», Mons. Jesús Sanz Montes, Ofm.
Porque el triunfo en la vida requiere de sacrificio, trabajo arduo, privaciones de muchas cosas y de abstenciones aunque sean legítimas. Si el triunfo deseas que sea grande, consistente y no efímero hay que hacer renuncias profundas. No hay resurrección sin muerte no hay triunfos sin sacrificios, eso es lo que significa la metamorfosis que Santiago, Pedro y Juan vieron en el Tabor. El hombre ve a un Jesús derrotado pero Dios le manifiesta al mundo que eso no es así, las heridas de Jesús dejan escapar los rayos de su gloria. Dios está transformando el mundo sin que éste quiera reconocerlo pidamosle que abra nuestros ojos.

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