domingo, 9 de marzo de 2014

“La cuaresma, el éxodo de nuestra liberación”
Cugj.CaliϮ.
Génesis 2, 7-9; 3, 1-7; Salmo 50/51, 3-6. 12-14. 17; Romanos 5, 12-19; Mateo 4, 1-11.
En las aguas del Jordán la voz del Padre Celestial acaba de afirmar que Jesús es su Hijo amado en quien se complace, Cfr. Mateo 3, 17. Y estas pruebas o tentaciones que Jesús experimenta en el desierto vendrán a manifestar lo que la Voz Celestial había dicho.
«El Espíritu condujo a Jesús al desierto», Mateo 4, 1. La cuaresma es un tiempo de gracia que Dios nos concede vivir, es un momento privilegiado que nace de su misericordia, sólo Él puede suscitar en el corazón del hombre el deseo de recorrer el camino interior que va de una vida sumergida en situación de pecado hasta alcanzar una vida permeada, vivificada, nutrida por la gracia divina.
Todos somos pecadores y estamos llamados a entrar en este proceso de conversión. No hay  justificación alguna que sustente una vida sin pecado si no es por orden divina. Y lo digo: ¡Somos pecadores! Y aunque muchas veces nos empeñamos en callar la conciencia eso no deja de ser real, porque el espíritu que vive en nosotros no se cansa de gemir por nuestra liberación, por alcanzar el descanso y la paz de la conciencia. Pero sería muy pobre de nuestra parte si buscáramos sólo el descanso y la paz de la conciencia, porque el camino que se emprende en el proceso de conversión tiene como cometido la amistad perdida, el deseo unitivo con la persona amada, de lo contrario el camino no tendría sentido recorrerlo.
«Para que el diablo lo pusiera a prueba», v. 1. La tentación de Jesús fue posible sólo por el hecho de que asumió nuestra naturaleza humana. Pero dicha tentación es para nosotros una lección ante el poder del Maligno: ¡Lo podemos vencer! Pues está escrito: «el pecado acecha a la puerta de tu casa para someterte, sin embargo tú puedes dominarlo», Génesis 4, 7.
El diablo, el que busca dividir, manchar, distorsionar la imagen del Hombre en Jesús poniéndole una serie de trampas como lo hizo con Adán y Eva. Es en los acontecimientos de la vida ordinaria donde debemos realizar la complacencia del Padre porque somos hijos en el Hijo, y es esta dignidad de hijos de Dios la que se pone en juego en las tentaciones. Jesús, la verdadera imagen del Padre viene a recuperar no sólo el camino que se había cerrado a causa del pecado sino a restaurar la imagen de hijos de Dios desfigurada por el pecado de nuestros primeros padres.
«Después de ayunar cuarenta días y cuarenta noches, sintió hambre», Mateo 4, 2. Jesús se encuentra en el desierto como el nuevo Moisés, el nos acompaña en nuestro éxodo a la casa del Padre. El tiempo que se nos ha concedido vivir, es el tiempo del camino, de las luchas y de las pruebas. Es el tiempo necesario para la recuperación de la identidad de hijo de Dios, es el tiempo de madurar y de crecer en la libertad, es el tiempo de los días claros y de las densas tormentas, es el tiempo del hambre, pues muchas cosas desean saciar y satisfacer el corazón del hombre hambrienta de verdad, de esperanza, de amor y de felicidad. Es el tiempo de elegir con qué y cómo alimentarnos y nutrirnos. Es el tiempo de vivir en la Alianza y en la fidelidad, eso es lo que significa cuarenta días y cuarenta noches, una generación, mi generación.
«El tentador se acercó entonces y le dijo: si eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes», v. 3.  El tentador hace uso de lo que tiene a la mano, se sirve de las fragilidades y debilidades humanas para sacar ventaja, se acerca a Jesús porque tiene hambre. Se acercará a ti porque también tienes hambre. El hambre aquí representa el anhelo más profundo de todo corazón humano. De ahí, que sea importante clarificar no sólo los deseos sino también el modo y los medios que se emplean para conseguir satisfacer los apetitos.
Santiago en su carta nos dice: «Cada uno es tentado por el propio deseo que lo arrastra y seduce», 1, 14. Y ese sentido creo que debemos darle crédito a Santiago porque en nosotros hay apetitos o inclinaciones que son contrarias totalmente al espíritu evangélico, y estamos invitados a no consentirlas, porque como enseña el CEC 2846: «nuestros pecados son los frutos del consentimiento a la tentación». La exhortación del Apóstol Pedro nos advierte al respecto: «Sean sobrios, estén siempre alertas, porque su adversario el Diablo, como león rugiendo, da vueltas buscando a quien devorar. Resístanlo firmes en la fe», 1Pedro 5, 8-9.
En las tentaciones de Jesús podemos visualizar las tentaciones que el hombre sufre en la briega diaria:
1.    Le propone que haga uso del “pan y circo”, que utilice el hambre del hombre para someterlos, explotarlos, para alcanzar sólo intereses personales, es el ámbito del paternalismo. A veces, pensamos que el aspecto económico puede darnos todo, hacer incluso que las piedras se conviertan en panes. Esta primera tentación se sitúa en la parte corporal del hombre: «Cuántas familias viven angustiadas porque alguno de sus miembros tienen dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la pornografía», Papa Francisco, la gula, la lujuria, la pereza, el culto al cuerpo, etc.
2.    La segunda propuesta es la del espectáculo y de la milagrería: la vanidad, la fama, la apariencia, el éxito público a través de una publicidad manipulada, el populismo, la soberbia, la egolatría, etc.
3.    La tercera propuesta que el diablo le presenta a Jesús es el uso del poder y la idolatría de las riquezas: la ira, la envidia y la avaricia son los impulsores para el enriquecimiento ilícito y obsceno, para el tráfico de influencias y las administraciones corruptas, para el robo y el injusto despojo de los bienes del prójimo, para el narcomenudeo, la trata de blancas, el secuestro, la extorsión, el lavado de dinero, etc.
Jesús nos enseña la manera cómo podemos salir victoriosos en las tentaciones:
-       No dialoga con Satanás como lo hizo Eva, es decir, no se expone a la tentación ni la consiente, la rechaza desde el primer momento en que este le presenta sus argumentos.
-       Jesús lo afronta refugiándose y confiando en la palabra de Dios. Lo primero que el diablo hace es separarte de Dios, que abandones la oración y la escucha de la palabra de Dios, hace que dejes la vida de los sacramentos, pues se dice: divide y vencerás. Te aísla de la vida comunitaria. ¡Cuidado! Solos no podemos vencer, es Dios quien lo ha derrotado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario