“La
cuaresma, el éxodo de nuestra liberación”
Cugj.CaliϮ.
Génesis 2,
7-9; 3, 1-7; Salmo 50/51, 3-6. 12-14. 17; Romanos 5, 12-19; Mateo 4, 1-11.
En las aguas del Jordán la voz del
Padre Celestial acaba de afirmar que Jesús es su Hijo amado en quien se
complace, Cfr. Mateo 3, 17. Y estas pruebas o tentaciones que Jesús experimenta
en el desierto vendrán a manifestar lo que la Voz Celestial había dicho.
«El
Espíritu condujo a Jesús al desierto», Mateo 4, 1. La cuaresma es un tiempo de
gracia que Dios nos concede vivir, es un momento privilegiado que nace de su
misericordia, sólo Él puede suscitar en el corazón del hombre el deseo de
recorrer el camino interior que va de una vida sumergida en situación de pecado
hasta alcanzar una vida permeada, vivificada, nutrida por la gracia divina.
Todos
somos pecadores y estamos llamados a entrar en este proceso de conversión. No
hay justificación alguna que sustente
una vida sin pecado si no es por orden divina. Y lo digo: ¡Somos pecadores! Y
aunque muchas veces nos empeñamos en callar la conciencia eso no deja de ser
real, porque el espíritu que vive en nosotros no se cansa de gemir por nuestra
liberación, por alcanzar el descanso y la paz de la conciencia. Pero sería muy
pobre de nuestra parte si buscáramos sólo el descanso y la paz de la
conciencia, porque el camino que se emprende en el proceso de conversión tiene
como cometido la amistad perdida, el deseo unitivo con la persona amada, de lo
contrario el camino no tendría sentido recorrerlo.
«Para que
el diablo lo pusiera a prueba», v. 1. La tentación de Jesús fue posible sólo
por el hecho de que asumió nuestra naturaleza humana. Pero dicha tentación es
para nosotros una lección ante el poder del Maligno: ¡Lo podemos vencer! Pues
está escrito: «el pecado acecha a la puerta de tu casa para someterte, sin
embargo tú puedes dominarlo», Génesis 4, 7.
El diablo,
el que busca dividir, manchar, distorsionar la imagen del Hombre en Jesús
poniéndole una serie de trampas como lo hizo con Adán y Eva. Es en los
acontecimientos de la vida ordinaria donde debemos realizar la complacencia del
Padre porque somos hijos en el Hijo, y es esta dignidad de hijos de Dios la que se pone en juego en las
tentaciones. Jesús, la verdadera imagen del Padre viene a recuperar no sólo el
camino que se había cerrado a causa del pecado sino a restaurar la imagen de hijos de Dios desfigurada por el pecado de
nuestros primeros padres.
«Después
de ayunar cuarenta días y cuarenta noches, sintió hambre», Mateo 4, 2. Jesús se
encuentra en el desierto como el nuevo Moisés, el nos acompaña en nuestro éxodo
a la casa del Padre. El tiempo que se nos ha concedido vivir, es el tiempo del
camino, de las luchas y de las pruebas. Es el tiempo necesario para la recuperación de la identidad de hijo de
Dios, es el tiempo de madurar y de crecer en la libertad, es el tiempo de
los días claros y de las densas tormentas, es el tiempo del hambre, pues muchas
cosas desean saciar y satisfacer el corazón del hombre hambrienta de verdad, de
esperanza, de amor y de felicidad. Es el tiempo de elegir con qué y cómo
alimentarnos y nutrirnos. Es el tiempo de vivir en la Alianza y en la
fidelidad, eso es lo que significa cuarenta
días y cuarenta noches, una generación, mi generación.
«El
tentador se acercó entonces y le dijo: si eres Hijo de Dios, manda que estas
piedras se conviertan en panes», v. 3. El tentador hace uso de lo que tiene a la
mano, se sirve de las fragilidades y debilidades humanas para sacar ventaja, se
acerca a Jesús porque tiene hambre. Se acercará a ti porque también tienes
hambre. El hambre aquí representa el anhelo más profundo de todo corazón
humano. De ahí, que sea importante clarificar no sólo los deseos sino también
el modo y los medios que se emplean para conseguir satisfacer los apetitos.
Santiago
en su carta nos dice: «Cada uno es tentado por el propio deseo que lo arrastra
y seduce», 1, 14. Y ese sentido creo que debemos darle crédito a Santiago
porque en nosotros hay apetitos o inclinaciones que son contrarias totalmente
al espíritu evangélico, y estamos invitados a no consentirlas, porque como
enseña el CEC 2846: «nuestros pecados son los frutos del consentimiento a la
tentación». La exhortación del Apóstol Pedro nos advierte al respecto: «Sean
sobrios, estén siempre alertas, porque su adversario el Diablo, como león
rugiendo, da vueltas buscando a quien devorar. Resístanlo firmes en la fe»,
1Pedro 5, 8-9.
En las
tentaciones de Jesús podemos visualizar las tentaciones que el hombre sufre en
la briega diaria:
1.
Le propone que haga uso del “pan y
circo”, que utilice el hambre del hombre para someterlos, explotarlos, para
alcanzar sólo intereses personales, es el ámbito del paternalismo. A veces,
pensamos que el aspecto económico puede darnos todo, hacer incluso que las
piedras se conviertan en panes. Esta primera tentación se sitúa en la parte
corporal del hombre: «Cuántas familias viven angustiadas porque alguno de sus
miembros tienen dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la pornografía»,
Papa Francisco, la gula, la
lujuria, la pereza, el culto al cuerpo, etc.
2.
La segunda propuesta es la del
espectáculo y de la milagrería: la vanidad, la fama, la apariencia, el éxito
público a través de una publicidad manipulada, el populismo, la soberbia, la egolatría,
etc.
3.
La tercera propuesta que el diablo le
presenta a Jesús es el uso del poder y la idolatría de las riquezas: la ira, la
envidia y la avaricia son los impulsores para el enriquecimiento ilícito y
obsceno, para el tráfico de influencias y las administraciones corruptas, para
el robo y el injusto despojo de los bienes del prójimo, para el narcomenudeo,
la trata de blancas, el secuestro, la extorsión, el lavado de dinero, etc.
Jesús nos
enseña la manera cómo podemos salir victoriosos en las tentaciones:
-
No dialoga con Satanás como lo hizo
Eva, es decir, no se expone a la tentación ni la consiente, la rechaza desde el
primer momento en que este le presenta sus argumentos.
-
Jesús lo afronta refugiándose y
confiando en la palabra de Dios. Lo primero que el diablo hace es separarte de
Dios, que abandones la oración y la escucha de la palabra de Dios, hace que
dejes la vida de los sacramentos, pues se dice: divide y vencerás. Te aísla de la vida comunitaria. ¡Cuidado! Solos
no podemos vencer, es Dios quien lo ha derrotado.
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