“El
Señor es mi luz y mi salvación”
Salmo
(26), 1.
Isaías
8, 23b-9,3; Salmo 26/27, 1. 4. 13-14; 1Cor 1, 10-13. 17; Mateo 4, 12-23.
«El
Señor es mi luz y mi salvación», Salmo 26/27, 1. Es la oración hecha cántico de
una persona perseguida y acusada a pesar de ser inocente. En ella se hace una
confesión de fe, de absoluta confianza y certidumbre en Yahvé.
Es una oración que manifiesta fidelidad a Dios
a pesar de que las otras luces, es decir, las diversas esperanzas se han
apagado y se han dejado seducir por la corrupción, el abuso de poder y la
injusticia, Dios continúa siendo para el hombre y la mujer «luz sin mezcla de
tinieblas», 1Jn 1, 5. Dios es para el creyente una esperanza fiable, una
esperanza que no defrauda.
Esta
esperanza nos recuerda Madre Teresa de Ávila: es una Verdad que «padece, pero
no perece», Cta. 283, 26. El creyente reconoce que su inocencia en el Señor es
guardada y custodiada, por eso no teme. Descubre que aunque a la verdad le pongan
mil obstáculos, aunque hagan lo posible por ocultarla y callarla siempre verá
la luz; porque Aquel que es luz sin
mezcla de tinieblas también a dicho: «Yo soy la Verdad», Jn 14, 6. Por
tanto, esta Esperanza nos hace recuperar el ánimo al saber que la noche, las
tinieblas, tienen un tiempo limitado y aunque sea más densa y esté en su punto
más álgido, el hombre de fe sabe que pronto el día llegará.
Así
que cuando le oímos decir al Salmista: «El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a
quién voy a tenerle miedo? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién podrá
hacerme temblar?», Salmo 26/27, 1. Nos percatamos de su total confianza en Dios
y de una gran verdad: Dios es el único y auténtico salvador del hombre y de
toda la humanidad.
Esta persona perseguida y acusada nos enseña cómo
debe ser nuestra confianza en Dios:
-
Una confianza que nos lleve incluso a
realizar una apelación a su bondad y a su justicia, por eso dice: «lo
único que pido, lo único que busco es vivir en la casa del Señor toda mi vida,
para disfrutar las bondades del Señor y estar continuamente en su presencia»,
v. 4.
Si este
hombre apela al tribunal divino lo hace con la clara conciencia de que será
escuchado y encontrará una sentencia que le sea favorable. Este hombre de fe
sabe que ante Dios nada puede ocultar, queda completamente desnudo, se sabe
inocente, sabe que no hay lugar para que la ira divina lo “consuma” pues habla
con la verdad. Este sujeto reconoce que solamente quien posee «manos inocentes
y corazón puro, que no suspira por los ídolos ni jura en falso» puede estar en
el recinto sagrado, Salmo 24/23, 3-4. Por eso espera ver no mañana o en un
futuro muy lejano, si no hoy, en esta misma vida, «la bondad del Señor», Salmo 26/27,
13. Bondad que se manifiesta en el hecho
de que el Señor escucha la voz y el lamento de quién lo busca incansablemente;
de la boca Señor jamás sale una palabra condenatoria incluso para el que haya
sido culpable. Pero el creyente reconoce también, que la bondad de Dios es justa
porque da a cada uno según sus obras. Y al inclinarse la justicia a su favor,
el hombre perseguido, acusado falsamente, cantará y disfrutará las bondades del Señor.
-
Este hombre hace una oración con la
certeza y seguridad de que ya se realizará lo que apela y súplica. Este hombre
es una persona de grande fe. Por eso le escuchamos decir la siguiente
exhortación: «Ármate de valor y fortaleza y en el Señor confía», v. 14.
Indicándonos
que en ningún momento por muy duro que sea éste, aunque las tinieblas hagan
sentir el silencio abrasador de Dios,
no hay que darle paso al temor, a la angustia, al miedo, a la desesperación, no
hay tiempo para titubear sino para amar. Pues solamente el que ama logra
permanecer fiel aún en las situaciones adversas y pocas favorables.
«El
Señor es mi luz y mi salvación», v. 1 es la oración hecha cántico que el hombre
de nuestro tiempo está invitado a entonar en cada momento de su vida. Porque
solo Dios puede quitarle al hombre las cataratas que le tienen sumergido en un
mundo de oscuridad. Cuando el hombre vea y descubra que se puede vivir
bellamente, en paz, en fraternidad y en completa armonía ese día dejará de ser
miserable y pobre.
El
Señor es luz porque es quien muestra el auténtico y genuino «Camino» de
liberación del hombre, Jn 14, 6. Así nos lo enseña la primera lectura. Porque
cuando Dios se hace presente en el corazón del hombre queda hecho trizas el pesado yugo de la corrupción, la barra de la injustica se doblega y
pierde fuerza, y el cetro de la
mentira y falsedad son destruidas, Cfr. Is 9, 3. En
Jesús de Nazaret Dios nos enseña este camino de liberación porque Jesús es el
Mesías que hace realidad la profecía que antaño había dicho el profeta Isaías,
Cfr. Mt 4, 15-16. Pues se trata de ir detrás de Jesús, imitar, hacer propias,
asimilar y encarnar en nuestros corazones sus actitudes. Adecuar nuestra vida a
su Vida. En el llamado de Jesús se encuentra también una misión que se
alcanzará si hay un cambio de vida. Jesús sabe que la humanidad necesita
abrirse a su amor para que Él pueda restaurarla desde su profundidad. Si el
hombre desea dejar de vivir en “tinieblas” y en “sombras” de muerte ha de
colaborar de lo contrario esto será imposible.
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