“Y todos
los aquí reunidos reconocerán que el Señor da la victoria”
1Samuel
17, 47.
1Samuel
17, 32-33. 37. 40-51; Salmo 143/144, 1-2. 9-10; Marcos 3, 1-6.
Ayer la lectura de Samuel nos decía
que Dios elegía a David como rey de su pueblo porque su corazón latía al ritmo
de su voz y de su palabra. Aunque el texto nos proporcione algunos rasgos de su
personalidad era de buen color, de
hermoso ojos y buen tipo, 1Samuel 16, 12. Sabemos que eso no fue mérito
alguno para su elección, pues el Señor, no
ve como los hombres, que ven la apariencia. El Señor ve el corazón, v. 7.
Señalabamos las cualidades que todo discípulo ha de tener y entre ellos
resaltábamos la valentía. Hoy esa cualidad se manifiesta a lo largo de la
narración de la primera lectura.
Pero ¿dónde reside la valentía de David para
vencer el terrible Goliat? Ciertamente no reside en sus habilidades aunque éstas
eran dignas de valorar: sabía manejar la honda, el cayado para defender las
ovejas del rebaño de las garras del león y del oso (Cfr. 1Samuel 17, 37). Si líneas
arriba afirmabamos que su corazón latía al ritmo de la voz y de la palabra de
Dios, era para enfatizar y remarcar que su valentía procedía de la confianza
que él depositaba en Dios, pues reconoce que si fue capaz de vencer a las
fieras es porque el Señor lo habría librado del peligro que suponía luchar con
aquellos animales salvajes.
Esto me
hace pensar en la pedagogía de Dios, aquella que se anticipa a todos los
posibles advenimientos de la vida. Es el Señor quien permite que sus discípulos
sean adiestrados para el combate, eso es lo que descubro cuando oigo cantar al
Salmista que dice: Bendito sea el Señor,
mi Roca, que adiestra mis manos para el combate, mis dedos para la guerra,
143/144, 1. Fijémonos bien: ¿Acaso David
no se hizo diestro en manejar la honda en la briega diaria cuando tenía que
cuidar el rebaño de su padre Jesé? ¿No forjó su carácter y temperamento en el
trabajo ordinario? ¿No estaba constantemente expuesto a la intemperie? ¿No fue
ahí donde aprendió a valerse por sí mismo? Es en la vida ordinaria, con sus
problemas y dificultades, en los momentos difíciles y de crisis, donde el hombre
aprende y crece, donde se forja y se prepara para la vida. Es en el trabajo
donde David adquirió habilidad. Por eso, podemos decir, no les enseñen a
trabajar a sus hijos y sin darse cuenta los estarías orillando a ser los inútiles
y temerosos del mañana. Creo que ustedes se han dado cuenta de cómo está la
situación del mundo actual. Tantos jóvenes perdidos en los vicios, anquilosados
en un mar de desgracias y el futuro del mundo se ve amenazado.
Si David
fue preparado por Dios en el trabajo pastoril para defender a su pueblo. Dios
nos prepara en la vida diaria para madurar y crecer en la fe. David le dice al
Goliat Tú vienes hacia mí con espada,
lanza y jabalina. Pero yo voy contra ti en el nombre del Señor de los ejércitos,
1Samuel 17, 45. David sabe que Dios está de su lado, que se aventura con él,
por eso no tiene miedo porque se siente amado y elegido de YHWH.
Ahora
bien, la actitud valerosa de David tiene un valor simbólico. El pastor cuida de
sus ovejas, las defiende de las fieras; el rey debería cuidar de su pueblo,
defendiéndolo del enemigo; así que el rey no solamente debe gobernar sino también
cuidar y pastorear a su pueblo. Saúl, rey de Israel no es capaz de cumplir con
su oficio, David en cambio lo cumple mostrando así su capacidad para reinar.
Comienza
así para David la fascinante aventura de joven líder emergente, un nuevo jefe
valiente de Israel, capaz de combatir por su pueblo y de salvarlo de la
esclavitud y de la muerte. De esta manera, David nos pone de manifiesto que
solamente se puede enfrentar de manera idónea los desafíos que la realidad nos
presenta si nuestra actitud está permeada de una genuina positividad:
- - Fe en Dios y lo que uno puede realizar
con su esfuerzo y afán.
- - Esperanza en Dios y la certeza que con
nuestro “granito de arena “ ponemos en movimiento el cambio de justicia, de paz
y de seguridad que anhelamos.
-
El amor de Dios y el amor al prójimo
como el motor que alimenta nuestra fe y nuestra esperanza.
Este último
punto que he subrayado se desprende del hecho de que la vida campirana
representada en la irrupción de David en el campo de batalla trae nuevos bríos
que hacen girar el modo de ver y de percibir las cosas. Había llegado al
campamento para saber cómo estaban sus hermanos y para entregarles los dones (grano tostado, panes, quesos, etc., Cfr.
v. 17) que su padre Jesé le había indicado llevar, Cfr. v. 22. Pero es en realidad el
vigor de un jovencito quien termina por disipar el terror y el miedo en el que
estaban sometidos los israelitas. Esto me hace pensar que cuando la armonía de
la vida campirana se hace presente en la batalla, la guerra concluye y todo
vuelve a la sana normalidad.
Es la
valentía que el amor infunde en el corazón del hombre la que nos hace caer en
la cuenta que todo es posible. Por consiguiente, cuando el amor de Dios permea
toda la vida del hombre éste puede sin lugar a dudas recuperar el Señorío que
los vicios y la vida de pecado le han arrebatado, puede incluso mantenerse en
paz aun cuando los problemas le están asediando por doquier.
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