jueves, 23 de enero de 2014

“En Dios confío y no temo: ¿Qué podrá hacerme un hombre?”
Salmo 55/56, 12.

1Samuel 18, 6-9; 19, 1-7; Salmo 55/56, 2-3. 9-13; Marcos 3, 7-12.
El pasaje del texto de Samuel que hemos escuchado en la primera lectura reúne noticias y episodios diversos ligados por dos temas contrapuestos: el éxito creciente de David y el temor creciente de Saúl que se deja entrever en los celos y la envidia que siente por el joven hijo de Jesé.
El éxito de David es general y rápido: el hijo del rey se encariña con él, la hija del rey se enamora del nuevo héroe, la tropa israelita ha recuperado el ánimo con este nuevo líder carismático, es estimado por los ministros de la cohorte del rey por la paz y seguridad que se respira, el pueblo está contento y agradecido; triunfa en las batallas, escapa de un atentado; el Señor está con él. Tiene en Jonatán, hijo de Saúl, a un gran amigo que intercede a favor suyo.
La actitud de Jonatán brota de un corazón tierno, libre, lleno de gratitud, de rectitud, de amor por su padre el rey Saúl y por David el nuevo líder del pueblo. Y este amor por ambos lo impulsa a librar a David de la muerte y a su padre del asesinato de un inocente. 
¿Cómo podríamos apropiarnos el texto hoy? Bueno, creo que a veces nos ocurre que, al compararnos con el otro y al sentir que nos mejora en algo, llegamos a querer la destrucción de la cualidad del otro: “Ya que no lo puedo tener, que tampoco lo tenga él”. Se trata de la envidia...una emoción que, si la despertamos en los demás, puede afectarnos emocionalmente e impedirnos el logro de nuestras metas, Marisa Bosqued. Interesante el aspecto que señala aquí la estudiosa Marisa Bosqued y me da pie para decir que una comunidad dividida es una comunidad derrrotada, una que no puede aspirar al desarrollo, al crecimiento, al bienestar, a la armonía, a la paz, porque las envidias son causantes de pleitos, riñas, divisiones, guerras, de empobrecimiento y de muerte.
Pero ¿Cómo desactivar las envidias? Cultivando la virtud de la humildad, es decir, reconociendo los dones del otro y los propios, aceptando que cada uno tiene dones muy diversos entre sí. Participando en las alegrías de los demás son el mejor antídoto a fin de eliminar los resentimientos de nuestro entorno. Pero sobre todo buscando desarrollar la empatía de uno por otros. Y eso será posible si somos capaces de establecer encuentros de amistades buenas, profundas y saludables. La amistad como la manifestación clara del amor de Dios y del prójimo.
Hay todavía una actitud que descubro en el fondo de un corazón que se ha dejado dominar por la envidia y los celos, el egoísmo, actitud que hace al hombre vivir como “Ostras”, lejanos totalmente de la convivencialidad y fraternidad, actitud que hace vivir al sujeto que lo padece sumergido en el profundo “mar” de sus ideas.
Pero también el sujeto egoísta revela lo que le es difícil aceptar: su miedo. Pues teme abrirse y a cercarse a los demás, prefiriendo vivir en la indiferencia y con resignación la “amargura” de su existencia. Y aquí reside el peligro y riesgo, todas sus relaciones están minadas por estas actitudes. Y la gente lo percibe por eso se retira y se anda con cuidado. La persona egoísta y envidiosa jamás vive bien y lo que es peor aún es causante de dolor y sufrimiento.
Hay también un aspecto que me gustaría resaltar de la actitud de Jonatán. Él no sólo es la figura del buen amigo es también signo de reconciliación y de unidad. Y veo en él la virtud que todo cristiano está llamado a hacer propia: Ser motor y promotor de la unidad.
Me resulta sorprendente que Jesús libera a las personas de los espíritus inmundos, Marcos 3, 11. Esos espíritus que someten al hombre y le esclavizan, que tienen separados a los hombres y los hacen vivir fuera de la comunidad. Jesús va en búsqueda de ellos y los reúne entorno suyo y los libera. Esa actitud reconciliadora de Jesús es también la misma actitud amorosa de Jonatán, el amigo fiel de David.

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