“En Dios
confío y no temo: ¿Qué podrá hacerme un hombre?”
Salmo
55/56, 12.
1Samuel
18, 6-9; 19, 1-7; Salmo 55/56, 2-3. 9-13; Marcos 3, 7-12.
El pasaje del texto de Samuel que
hemos escuchado en la primera lectura reúne noticias y episodios diversos
ligados por dos temas contrapuestos: el éxito creciente de David y el temor
creciente de Saúl que se deja entrever en los celos y la envidia que siente por
el joven hijo de Jesé.
El éxito
de David es general y rápido: el hijo del rey se encariña con él, la hija del
rey se enamora del nuevo héroe, la tropa israelita ha recuperado el ánimo con
este nuevo líder carismático, es estimado por los ministros de la cohorte del rey por
la paz y seguridad que se respira, el pueblo está contento y agradecido; triunfa
en las batallas, escapa de un atentado; el Señor está con él. Tiene en Jonatán,
hijo de Saúl, a un gran amigo que intercede a favor suyo.
La actitud
de Jonatán brota de un corazón tierno, libre, lleno de gratitud, de rectitud,
de amor por su padre el rey Saúl y por David el nuevo líder del pueblo. Y este
amor por ambos lo impulsa a librar a David de la muerte y a su padre del
asesinato de un inocente.
¿Cómo podríamos apropiarnos el texto hoy?
Bueno, creo que a veces nos ocurre que,
al compararnos con el otro y al sentir que nos mejora en algo, llegamos a
querer la destrucción de la cualidad del otro: “Ya que no lo puedo tener, que
tampoco lo tenga él”. Se trata de la envidia...una emoción que, si la
despertamos en los demás, puede afectarnos emocionalmente e impedirnos el logro
de nuestras metas, Marisa Bosqued.
Interesante el aspecto que señala aquí la estudiosa Marisa Bosqued y me da pie
para decir que una comunidad dividida es una comunidad derrrotada, una que no
puede aspirar al desarrollo, al crecimiento, al bienestar, a la armonía, a la
paz, porque las envidias son causantes de pleitos, riñas, divisiones, guerras, de
empobrecimiento y de muerte.
Pero ¿Cómo desactivar las envidias? Cultivando
la virtud de la humildad, es decir, reconociendo los dones del otro y los
propios, aceptando que cada uno tiene dones muy diversos entre sí. Participando
en las alegrías de los demás son el mejor antídoto a fin de eliminar los
resentimientos de nuestro entorno. Pero sobre todo buscando desarrollar la
empatía de uno por otros. Y eso será posible si somos capaces de establecer
encuentros de amistades buenas, profundas y saludables. La amistad como la
manifestación clara del amor de Dios y del prójimo.
Hay todavía
una actitud que descubro en el fondo de un corazón que se ha dejado dominar por
la envidia y los celos, el egoísmo, actitud que hace al hombre vivir como “Ostras”,
lejanos totalmente de la convivencialidad y fraternidad, actitud que hace vivir
al sujeto que lo padece sumergido en el profundo “mar” de sus ideas.
Pero también
el sujeto egoísta revela lo que le es difícil aceptar: su miedo. Pues teme
abrirse y a cercarse a los demás, prefiriendo vivir en la indiferencia y con
resignación la “amargura” de su existencia. Y aquí reside el peligro y riesgo,
todas sus relaciones están minadas por estas actitudes. Y la gente lo percibe
por eso se retira y se anda con cuidado. La persona egoísta y envidiosa jamás
vive bien y lo que es peor aún es causante de dolor y sufrimiento.
Hay también
un aspecto que me gustaría resaltar de la actitud de Jonatán. Él no sólo es la
figura del buen amigo es también signo de reconciliación y de unidad. Y veo en él
la virtud que todo cristiano está llamado a hacer propia: Ser motor y promotor
de la unidad.
Me resulta
sorprendente que Jesús libera a las personas de los espíritus inmundos, Marcos 3, 11. Esos espíritus que someten al
hombre y le esclavizan, que tienen separados a los hombres y los hacen vivir
fuera de la comunidad. Jesús va en búsqueda de ellos y los reúne entorno suyo y
los libera. Esa actitud reconciliadora de Jesús es también la misma actitud
amorosa de Jonatán, el amigo fiel de David.
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