“¿Quién soy yo, Señor, y qué es mi casa, para
que me hayas favorecido tanto hasta el presente?”
2Samuel 7, 18.
2Samuel 7, 18-19. 24-29; Salmo 131/132, 1-5.
11-14; Marcos 4, 21-25.
Ayer
descubríamos que es Dios quien le construye a David una casa, una descendencia
perdurable a través de los tiempos. La estabilidad de la familia la concede
siempre Dios, ahí donde la colaboración humana está siempre activa. Pero aún
cuando no se colabore con la gracia divina, jamás Dios deja de actuar en favor
de los que ama. Esto lo digo porque al interior de la familia davídica pasarán
acontecimientos muy vergonzosos, homicidios, fraudes, adulterios, envidias y
rivalidades por el poder, rechazo a Dios, etc. Dios es fiel a sus promesas a
pesar del mal comportamiento de los descendientes de David, Cfr. 2Samuel 7,
14-15.
Nuestras familias también pasan por momentos
adversos, llenos de dolor y de pecado. Pero hoy descubrimos que la paz que
tanto anhelamos, la tranquilidad y estabilidad que buscamos podemos alcanzarla
si aprendemos a construir sobre roca. Dios es el que puede hacer que nuestras
familias sean la comunidad de vida y de
amor que están llamada a ser por designio divino, Cfr. FC 17b. Por eso le
dice David en oración al Señor: «¿quién soy yo, Señor, y qué es mi casa, para
que me hayas favorecido tanto hasta el presente?», 2Samuel 7, 18. David
reconoce que todo lo que ha logrado no solamente ha sido a base de puro
esfuerzo sino porque Dios le ha favorecido grande y poderosamente. En este
punto, es necesario resaltar la actitud de David, una actitud de fe y de
oración en la que podemos leer al menos indirectamente las siguientes
actitudes:
-
Su oración manifiesta un diálogo
amistoso y de absoluta confianza;
-
De resignación incluso al saber que no
es él quien le construirá a YHWH una casa;
-
De gratitud y de acción de gracias.
Por otra parte, pero en la misma línea. Es
cierto, y también es justo reconocerlo, en nuestras familias no todo está mal,
en ella existen muchas cosas buenas y bellas, y por estas cosas debemos
bendecir y alabar el santo nombre de Dios. Mientras que por las cosas malas que
se han realizado hay que pedir perdón, suplicándole a Dios nos permita aprender
de los errores y de sufrir con paciencia las consecuencias que se han generado.
Cuando el dolor se haga presente y nos visite el llanto en el seno familiar,
pidámosle que nos haga ver la obra que está realizando en cada uno de sus
miembros porque el sufrimiento tiene también un sentido redentor.
Edificar
entonces sobre roca significa dejar que la semilla del sembrador sea depositada
en nuestra tierra, es decir, que la Palabra de Dios sembrada por Jesús en
nuestros corazones no encuentre oposición alguna. Solamente cuando la Palabra
de Dios germine en nuestras vidas, todo cambiará, todo será renovado y
transformado, y cuando eso suceda nuestra casa alcanzará estabilidad y
perpetuidad, Cfr. 1Corintios 15, 53.
Cuando
dejemos que la Palabra de Dios haga en cada corazón lo que desea sólo entonces
la lámpara se habrá colocado sobre el candelero y ya no estará más escondida en
un rincón o debajo de la cama, Cfr. Marcos 4, 21. Porque esta lámpara es signo
de la Buena Noticia de Dios, es decir, es manifestación palpable de que Jesús
brilla con mayor intensidad en cada una de nuestras actitudes, es prueba
tangible que la salvación que Dios ofrece en su Hijo Amado se está haciendo
realidad en el corazón del hombre.
Recordemos el día de nuestro bautismo,
nuestros padrinos encendieron la vela con el fuego del cirio pascual, el fuego
nuevo, Cristo Jesús el Señor. Y se les dijo: a ustedes, padres y padrinos, se les confía el cuidado de esta luz, a
fin de que este niño (a), que ha sido iluminado (a) por Cristo, camine siempre
como hijo (a) de la luz y, perseverando en la fe, pueda salir al encuentro del
Señor, con todos los santos, cuando venga al final de los tiempos, RBN 100.
Y caminar siempre como hijo (a) de la luz significa dar frutos en el amor para
la vida del mundo ya sea el treinta, sesenta o cien en buenas obras, Cfr.
Marcos 4, 8. En este sentido con sus actitudes el creyente proclama sin miedo
alguno que la Salvación de Cristo es real y con su estilo de vida ilumina al
mundo reafirmando que sí es posible vivir según Cristo Jesús.
La exhortación de mantener la vela encendida
hasta que el Señor vuelva es para que el hombre, la mujer salga al encuentro de
su Señor sin miedo alguno. Pero no se trata de la vela material sino de un
corazón lleno de fe y repleto de buenas obras. Por eso el Evangelio dice
también: «Tengan cuidado con lo que oyen: la medida con que midan la usarán con
ustedes, y aún más», v. 24, es decir, según sea la atención y el celo con que
se escuche la palabra, la manera como se le ponga en práctica será la forma en
que se produzcan los frutos y se alcance la paz, el amor y la armonía que tanto
necesitan nuestras familias.
Si somos muy parcos, si ponemos muy poco de
nuestra parte, si somos oyentes olvidadizos la palabra de Dios no produce
adecuadamente lo que debería porque simplemente no colaboramos con ella antes
bien la obstaculizamos. En ese sentido se cumple lo que se dice en el
Evangelio: «Porque el que tiene se le dará; pero al que no tiene se le quitará
aun lo que tiene», v. 25. El que ha
puesto en práctica la Palabra y se esfuerza en vivir según el Evangelio se le
dará al final de sus días el descanso eterno en la presencia del Señor, una
morada perpetua, la vida eterna, una vida que no acaba jamás con una “casa” que
dure por los siglos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario