jueves, 30 de enero de 2014

“¿Quién soy yo, Señor, y qué es mi casa, para que me hayas favorecido tanto hasta el presente?”
2Samuel 7, 18.
2Samuel 7, 18-19. 24-29; Salmo 131/132, 1-5. 11-14; Marcos 4, 21-25.
Ayer descubríamos que es Dios quien le construye a David una casa, una descendencia perdurable a través de los tiempos. La estabilidad de la familia la concede siempre Dios, ahí donde la colaboración humana está siempre activa. Pero aún cuando no se colabore con la gracia divina, jamás Dios deja de actuar en favor de los que ama. Esto lo digo porque al interior de la familia davídica pasarán acontecimientos muy vergonzosos, homicidios, fraudes, adulterios, envidias y rivalidades por el poder, rechazo a Dios, etc. Dios es fiel a sus promesas a pesar del mal comportamiento de los descendientes de David, Cfr. 2Samuel 7, 14-15.
Nuestras familias también pasan por momentos adversos, llenos de dolor y de pecado. Pero hoy descubrimos que la paz que tanto anhelamos, la tranquilidad y estabilidad que buscamos podemos alcanzarla si aprendemos a construir sobre roca. Dios es el que puede hacer que nuestras familias sean la comunidad de vida y de amor que están llamada a ser por designio divino, Cfr. FC 17b. Por eso le dice David en oración al Señor: «¿quién soy yo, Señor, y qué es mi casa, para que me hayas favorecido tanto hasta el presente?», 2Samuel 7, 18. David reconoce que todo lo que ha logrado no solamente ha sido a base de puro esfuerzo sino porque Dios le ha favorecido grande y poderosamente. En este punto, es necesario resaltar la actitud de David, una actitud de fe y de oración en la que podemos leer al menos indirectamente las siguientes actitudes:
-          Su oración manifiesta un diálogo amistoso y de absoluta confianza;
-          De resignación incluso al saber que no es él quien le construirá a YHWH una casa;
-          De gratitud y de acción de gracias.
Por otra parte, pero en la misma línea. Es cierto, y también es justo reconocerlo, en nuestras familias no todo está mal, en ella existen muchas cosas buenas y bellas, y por estas cosas debemos bendecir y alabar el santo nombre de Dios. Mientras que por las cosas malas que se han realizado hay que pedir perdón, suplicándole a Dios nos permita aprender de los errores y de sufrir con paciencia las consecuencias que se han generado. Cuando el dolor se haga presente y nos visite el llanto en el seno familiar, pidámosle que nos haga ver la obra que está realizando en cada uno de sus miembros porque el sufrimiento tiene también un sentido redentor.
Edificar entonces sobre roca significa dejar que la semilla del sembrador sea depositada en nuestra tierra, es decir, que la Palabra de Dios sembrada por Jesús en nuestros corazones no encuentre oposición alguna. Solamente cuando la Palabra de Dios germine en nuestras vidas, todo cambiará, todo será renovado y transformado, y cuando eso suceda nuestra casa alcanzará estabilidad y perpetuidad, Cfr. 1Corintios 15, 53.
Cuando dejemos que la Palabra de Dios haga en cada corazón lo que desea sólo entonces la lámpara se habrá colocado sobre el candelero y ya no estará más escondida en un rincón o debajo de la cama, Cfr. Marcos 4, 21. Porque esta lámpara es signo de la Buena Noticia de Dios, es decir, es manifestación palpable de que Jesús brilla con mayor intensidad en cada una de nuestras actitudes, es prueba tangible que la salvación que Dios ofrece en su Hijo Amado se está haciendo realidad en el corazón del hombre.
Recordemos el día de nuestro bautismo, nuestros padrinos encendieron la vela con el fuego del cirio pascual, el fuego nuevo, Cristo Jesús el Señor. Y se les dijo: a ustedes, padres y padrinos, se les confía el cuidado de esta luz, a fin de que este niño (a), que ha sido iluminado (a) por Cristo, camine siempre como hijo (a) de la luz y, perseverando en la fe, pueda salir al encuentro del Señor, con todos los santos, cuando venga al final de los tiempos, RBN 100. Y caminar siempre como hijo (a) de la luz significa dar frutos en el amor para la vida del mundo ya sea el treinta, sesenta o cien en buenas obras, Cfr. Marcos 4, 8. En este sentido con sus actitudes el creyente proclama sin miedo alguno que la Salvación de Cristo es real y con su estilo de vida ilumina al mundo reafirmando que sí es posible vivir según Cristo Jesús.
La exhortación de mantener la vela encendida hasta que el Señor vuelva es para que el hombre, la mujer salga al encuentro de su Señor sin miedo alguno. Pero no se trata de la vela material sino de un corazón lleno de fe y repleto de buenas obras. Por eso el Evangelio dice también: «Tengan cuidado con lo que oyen: la medida con que midan la usarán con ustedes, y aún más», v. 24, es decir, según sea la atención y el celo con que se escuche la palabra, la manera como se le ponga en práctica será la forma en que se produzcan los frutos y se alcance la paz, el amor y la armonía que tanto necesitan nuestras familias.
Si somos muy parcos, si ponemos muy poco de nuestra parte, si somos oyentes olvidadizos la palabra de Dios no produce adecuadamente lo que debería porque simplemente no colaboramos con ella antes bien la obstaculizamos. En ese sentido se cumple lo que se dice en el Evangelio: «Porque el que tiene se le dará; pero al que no tiene se le quitará aun lo que tiene», v. 25.  El que ha puesto en práctica la Palabra y se esfuerza en vivir según el Evangelio se le dará al final de sus días el descanso eterno en la presencia del Señor, una morada perpetua, la vida eterna, una vida que no acaba jamás con una “casa” que dure por los siglos.

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