miércoles, 29 de enero de 2014

“¿Piensas que vas a ser tú el que me construya una casa para que yo habite en ella?”
2Samuel 7, 5.
2Samuel 7, 4-17; Salmo 88/89, 4-5. 27-30; Marcos 4, 1-20.
«¿Piensas que vas a ser tú el que me construya una casa para que yo habite en ella?», 2Samuel 7, 5. Es la pregunta que hace el Señor Todopoderoso al rey David en un momento de paz acaecida una vez que el Arca de la Alianza se encontraba en su ciudad, Cfr. 2Samuel 7, 1. «¿Piensas que vas a ser tú el que me construya una casa para que yo habite en ella?», es también una pregunta que bien podemos apropiarnos.
Dios es grande, lo abarca todo, lo invade todo con su presencia. Y nuestro Dios no puede ser aprisionado incluso por un corazón puro, de ahí que diga el Cantar de los cantares: «En mi cama, por la noche, buscaba al amor de mi alma: lo buscaba y no lo encontraba», 3, 1. No somos quienes le construimos a Dios una morada. Él mismo se construye para sí mismo una morada eterna, estable y sin fin, pues está escrito: «La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros», Juan 1, 14. Jesucristo es la Tienda del encuentro, es el “lugar” favorito de Dios; es el punto de reunión donde Dios y el hombre son uno.
Nuestro Dios es un Dios peregrino, itinerante, compañero del camino, escudo y protector en la batalla de la vida ordinaria, pues Él mismo afirma: «Desde el día en que saqué a los israelitas de Egipto hasta hoy no he habitado en una casa, sino que he viajado de aquí para allá en una tienda de campaña que servía de santuario», 2Samuel 7, 6. En ese sentido, descubrimos que Dios jamás ha abandonado a su pueblo, al hombre y recobra mucha luminosidad el canto del Salmista si tenemos presente que el pueblo no siempre ha respondido con gran fervor, generosidad y reciprocidad a la ternura del Señor: «Cantaré eternamente el amor del Señor, anunciaré su fidelidad por generaciones, pues el Señor ha dicho: “Mi amor es para siempre y mi lealtad, más firme que los cielos”», 88/89, 2-3. Fijémonos bien, Dios nos dice: «he viajado de aquí para allá» para que comprendamos que no le avergüenza ser compañero y amigo de viaje, no importa que aventura recorra el hombre Dios va con él.
 Pero es también bello y al mismo tiempo reconfortante el descubrir y saber que quien responde con gratitud y generosidad a tanto amor de Dios, a ese hombre a esa mujer, Dios le construye una casa eterna como bien señala el Apóstol Pablo: «este cuerpo corruptible tiene que vestirse de incorruptibilidad y lo mortal tiene que vestirse de inmortalidad», 1Corintios 15, 53. Por eso termina la primera lectura con esta frase: «Tu casa y tu reino durarán para siempre en mi presencia; tu trono permanecerá para siempre», 2Samuel 7, 16.  La casa y el reino de David duran por siempre porque uno de su linaje vive eternamente, pues el Evangelio de Mateo explica: «Genealogía de Jesús, Mesías, hijo de David» 1, 1. En Jesucristo YHWH ha consolidado casa y disnatía. Aunque el texto sea aplicado más correctamente al rey Salomón, porque Dios es claro cuando dice: «Y cuando hayas llegado al término de tu vida y descanses con tus antepasados, estableceré después de ti a un descendiente tuyo, nacido de tus entrañas, y consolidaré su reino», 2Samuel 7, 12. El que consolidó el reino de David fue YHWH por medio de Salomón su hijo. Y en Salomón Dios hace que la promesa de paz se haga realidad, Cfr. v. 11.

 La verdadera paz llega con Jesucristo, pues Él es el príncipe de la paz, y solamente en un corazón que está cimentado en su auténtico amor goza de paz abundante. A Dios no le construimos tienda porque la tiene, es Jesucristo. A Dios ábrele tu corazón, como espacio y lugar donde Dios coloque su propia tienda, es decir, su propia semilla, su propia palabra: Jesucristo, único salvador del mundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario