lunes, 27 de enero de 2014

“Un reino donde hay luchas internas va a la ruina”
Marcos 3, 24.
2Samuel 5, 1-7. 10; Salmo 88/89, 20-22. 25-26; Marcos 3, 22-30.
Muchas pueden ser las diferencias entre unos hombres y otros, pero lo cierto es que tenemos mucho más en común. Nuestra condición humana nos revela que poseemos más elementos para la unidad que para la división. Sólo que a veces nos cuesta mucho esfuerzo el reconocerlo. Y lo que es peor aún, no aprendemos de la experiencia y de la historia, nos vemos en la penosa necesidad de recorrer por nuestras parte,  por una simple visión obtusa, caminos de sufrimiento, de dolor y quizás también de muerte. Para que al final, después de haber recuperado un poco la conciencia,  reconozcamos que nuestra lucha era una vía completamente errada. Pero en el fondo de estas situaciones se encontraban camuflada simples intereses egoístas. Intereses egoístas que conducen sólo al empobrecimiento de la persona y al retraso en diversas dimensiones de la propia comunidad. Eso lo comprendieron muy tarde quienes se oponían rotundamente a David, a pesar de que era ya el Ungido de YHWH.
Pero lo maravilloso y positivo de esto, es que el ser humano puede recapacitar y abandonar todas aquellas actitudes que no le permiten expresar por decirlo de un modo lo mejor de sí. Y este abandono de actitudes que dividen a las personas se realiza con el reconocimiento de que existe un vínculo más fuerte y más estrecho que los puede mantener unidos y congregados en una causa y bien común: la prosperidad y el progreso de la persona, de la comunidad, de la ciudad, del país. Por eso hemos escuchado en la primera lectura, después de haber entablado diversas batallas para que los descendientes de Saúl gobernaran, quienes promovían esto, buscaron a David y le dijeron: «Aquí nos tienes. Somos de la misma sangre...El Señor te dijo: Tú pastorearás a mi pueblo, Israel; tú serás jefe de Israel», 2Samuel 5, 1.
Y los cristianos, aunque no somos de la misma sangre, sí hemos sido salvados y congregados en una nueva familia, por una misma sangre, la sangre preciosa de Jesús de Nazaret, pues dijo en la última cena: «Ésta es la copa de la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por ustedes» Lucas 22, 20. Pero esta sangre no sólo es derramada por unos cuantos sino por todo el género humano. En ese sentido Jesús se presenta como el auténtico y único pastor porque es capaz de unir a todos en un proyecto común: la Salvación.
Este pasaje de la Escritura nos proporciona mucha luminosidad si reconocemos que incluso en nuestras familias suceden grandes desavenencias que nos hacen estar lejanos unos de otros, cargados de resentimientos y heridas que nos amargan día a día la existencia. Pero considero que los vínculos familiares amorosos requieren, a menudo, salvar muchos desencuentros. Es preciso reconocer y aceptar nuestros sentimientos para llegar a querer al otro tal como es y sin reservas, Demián Bucay. Y el diálogo honesto, sincero, humilde matizado con la verdad y la caridad proporcionan elementos básicos para sanar las rupturas y conseguir la reconciliación y el perdón. Sólo así se puede andar ligero, sólo así se tienen suficientes fuerzas para enfrentar los desafíos de la vida y alcanzar el éxito. Pues la consolidación del reino de David se logró con la ayuda de todos ciertamente.
Y sin embargo, la unidad no sólo es consecuencia del esfuerzo humano sino de la presencia del Señor en el corazón humano, el texto señala con precisión que «David se hacía cada vez más poderoso» porque «el Señor estaba con él» 2Samuel 5, 10, es decir, David poseía la unción de Dios, es esta gracia la que hizo de David un buen líder carismático de su tiempo.
Esta misma idea la encontramos en el Evangelio de hoy, Jesús dice: «Un reino donde hay luchas internas va a la ruina», Marcos 3, 24. Lo acusan falsamente, le atribuyen que actúa con poderes oscuros. Pero veamos, como Jesús busca la unidad entre sus hermanos:
-          Lo realiza a través del diálogo, sin palabras ofensivas utilizando más bien argumentos lógicos.
-          Busca hacerlos entrar en razón.
-          Jesús pone de manifiesto:
Ø  Primero, que Él no está en contra de los escribas: sino que ha venido para que el Reino de Dios que tanto han anhelado comience a instaurarse por el poder de sus palabras y los signos que realiza, es decir, Jesús está en el mismo proyecto de Salvación que YHWH ha venido realizando a través del tiempo por medio de los profetas. Sólo que hay una diferencia enorme: es Dios mismo quien libera y se acerca al hombre en la persona de Jesús de Nazaret.
Ø  Segundo, Jesús revela que detrás de las acusaciones que le hacen se encuentran enmascarados: celos, envidias y egoísmo. Porque no reconocen que cuando el hombre se abre completamente a Dios con un corazón dócil y dispuesto, el Señor puede obrar grandes cosas en medio de la comunidad gracias a la solicitud mostrada por un corazón que se ha dejado amar.
Ø  Tercero, al negarse reconocer que Dios puede actuar personalmente a favor del hombre, aceptan que están poseídos por una falsa autonomía que les hace despreciar la salvación que se les ofrece. Siguen pensando que Dios ha de salvar como ellos dicen y no como Dios quiere. Por tanto, se cierran al amor que salva para vivir condenados por su mentalidad obtusa y egoísta.
Lo anterior me hace descubrir que los cristianos, estamos llamados a trabajar por un proyecto común. Todos los grupos parroquiales, asociaciones y movimientos apostólicos forman el único cuerpo de la Iglesia. Por lo tanto, ninguno ha de trabajar por cuenta propia, por un reino propio, por un Señor distinto, por ideales que no sea el reino de Dios. Porque si cada uno concibiera el reino de Dios a su manera, según sus gustos y propios intereses significaría que nuestra ruina está más cerca que nunca porque los discípulos están divididos. Que Dios nos libere de la actitud de la división, del egoísmo, de la envidia y de los falsos testimonios que matan no sólo la buena fama de la persona sino que corrompen y destruyen lo que hay de bueno en el hombre.

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