“Un reino donde hay luchas internas va
a la ruina”
Marcos 3, 24.
2Samuel 5, 1-7. 10; Salmo 88/89,
20-22. 25-26; Marcos 3, 22-30.
Muchas
pueden ser las diferencias entre unos hombres y otros, pero lo cierto es que
tenemos mucho más en común. Nuestra condición humana nos revela que poseemos
más elementos para la unidad que para la división. Sólo que a veces nos cuesta
mucho esfuerzo el reconocerlo. Y lo que es peor aún, no aprendemos de la
experiencia y de la historia, nos vemos en la penosa necesidad de recorrer por
nuestras parte, por una simple visión
obtusa, caminos de sufrimiento, de dolor y quizás también de muerte. Para que
al final, después de haber recuperado un poco la conciencia, reconozcamos que nuestra lucha era una vía
completamente errada. Pero en el fondo de estas situaciones se encontraban camuflada simples intereses egoístas. Intereses egoístas que conducen sólo
al empobrecimiento de la persona y al retraso en diversas dimensiones de la
propia comunidad. Eso lo comprendieron muy tarde quienes se oponían
rotundamente a David, a pesar de que era ya el Ungido de YHWH.
Pero lo maravilloso y positivo de esto, es que
el ser humano puede recapacitar y abandonar todas aquellas actitudes que no le
permiten expresar por decirlo de un modo lo
mejor de sí. Y este abandono de actitudes que dividen a las personas se
realiza con el reconocimiento de que existe un vínculo más fuerte y más
estrecho que los puede mantener unidos y congregados en una causa y bien común:
la prosperidad y el progreso de la persona, de la comunidad, de la ciudad, del
país. Por eso hemos escuchado en la primera lectura, después de haber entablado
diversas batallas para que los descendientes de Saúl gobernaran, quienes
promovían esto, buscaron a David y le dijeron: «Aquí nos tienes. Somos de la
misma sangre...El Señor te dijo: Tú pastorearás a mi pueblo, Israel; tú serás
jefe de Israel», 2Samuel 5, 1.
Y los cristianos, aunque no somos de la misma
sangre, sí hemos sido salvados y congregados en una nueva familia, por una
misma sangre, la sangre preciosa de Jesús de Nazaret, pues dijo en la
última cena: «Ésta es la copa de la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se
derrama por ustedes» Lucas 22, 20. Pero esta sangre no sólo es derramada por
unos cuantos sino por todo el género humano. En ese sentido Jesús se presenta
como el auténtico y único pastor porque es capaz de unir a todos en un proyecto
común: la Salvación.
Este pasaje de la Escritura nos proporciona
mucha luminosidad si reconocemos que incluso en nuestras familias suceden
grandes desavenencias que nos hacen estar lejanos unos de otros, cargados de
resentimientos y heridas que nos amargan día a día la existencia. Pero
considero que los vínculos familiares
amorosos requieren, a menudo, salvar muchos desencuentros. Es preciso reconocer
y aceptar nuestros sentimientos para llegar a querer al otro tal como es y sin
reservas, Demián Bucay. Y el
diálogo honesto, sincero, humilde matizado con la verdad y la caridad proporcionan
elementos básicos para sanar las rupturas y conseguir la reconciliación y el
perdón. Sólo así se puede andar ligero, sólo así se tienen suficientes fuerzas
para enfrentar los desafíos de la vida y alcanzar el éxito. Pues la
consolidación del reino de David se logró con la ayuda de todos ciertamente.
Y sin embargo, la unidad no sólo es
consecuencia del esfuerzo humano sino de la presencia del Señor en el corazón
humano, el texto señala con precisión que «David se hacía cada vez más poderoso»
porque «el Señor estaba con él» 2Samuel 5, 10, es decir, David poseía la unción
de Dios, es esta gracia la que hizo de David un buen líder carismático de su
tiempo.
Esta misma idea la encontramos en el Evangelio
de hoy, Jesús dice: «Un reino donde hay luchas internas va a la ruina», Marcos 3,
24. Lo acusan falsamente, le atribuyen que actúa con poderes oscuros. Pero
veamos, como Jesús busca la unidad entre sus hermanos:
-
Lo realiza a través del diálogo, sin
palabras ofensivas utilizando más bien argumentos lógicos.
-
Busca hacerlos entrar en razón.
-
Jesús pone de manifiesto:
Ø Primero, que Él no
está en contra de los escribas: sino que ha venido para que el Reino de Dios que
tanto han anhelado comience a instaurarse por el poder de sus palabras y los
signos que realiza, es decir, Jesús está en el mismo proyecto de Salvación que
YHWH ha venido realizando a través del tiempo por medio de los profetas. Sólo
que hay una diferencia enorme: es Dios mismo quien libera y se acerca al hombre
en la persona de Jesús de Nazaret.
Ø Segundo, Jesús
revela que detrás de las acusaciones que le hacen se encuentran enmascarados:
celos, envidias y egoísmo. Porque no reconocen que cuando el hombre se abre
completamente a Dios con un corazón dócil y dispuesto, el Señor puede obrar
grandes cosas en medio de la comunidad gracias a la solicitud mostrada por un
corazón que se ha dejado amar.
Ø Tercero, al
negarse reconocer que Dios puede actuar personalmente a favor del hombre,
aceptan que están poseídos por una falsa autonomía que les hace despreciar la
salvación que se les ofrece. Siguen pensando que Dios ha de salvar como ellos
dicen y no como Dios quiere. Por tanto, se cierran al amor que salva para vivir
condenados por su mentalidad obtusa y egoísta.
Lo anterior me hace descubrir que los
cristianos, estamos llamados a trabajar por un proyecto común. Todos los grupos
parroquiales, asociaciones y movimientos apostólicos forman el único cuerpo de
la Iglesia. Por lo tanto, ninguno ha de trabajar por cuenta propia, por un
reino propio, por un Señor distinto, por ideales que no sea el reino de Dios.
Porque si cada uno concibiera el reino de Dios a su manera, según sus gustos y
propios intereses significaría que nuestra ruina está más cerca que nunca
porque los discípulos están divididos. Que Dios nos libere de la actitud de la
división, del egoísmo, de la envidia y de los falsos testimonios que matan no
sólo la buena fama de la persona sino que corrompen y destruyen lo que hay de
bueno en el hombre.
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