sábado, 18 de enero de 2014

"Haz ahora lo que te digo, porque es necesario que así cumplamos toda justicia"

Mateo 3, 15.
Isaías 42, 1-4. 6-7; Salmo (28); Hechos 10, 34-38; Mateo 3, 13-17.
Hace ocho días celebramos dentro de la fiesta de la Navidad el misterio de la Epifanía del Señor Jesús. Los pastores y los Magos de Oriente tuvieron el privilegio de ver en el niñito Jesús al Dios humanado, al Dios que quiso vivir como Hombre entre los hombres, al Dios con nosotros. Ahora nos encontramos reunidos en el Nombre del Señor Jesús para celebrar el misterio de nuestra fe, contemplando un acontecimiento de la vida del Señor: su Bautismo.
Es el evangelista san Lucas quien al decir que «Jesús crecía en el saber, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres», 2, 52 sintetiza bellamente la vida del niñito Jesús a lado de José y María. Vida oculta desarrollada en el seno familiar de la casa de Nazaret. Esa casa fue el lugar de la vida cotidiana del niño, adolescente y Joven Jesús. Pues «como acontece con todo ser humano, el crecimiento de Jesús, desde su infancia hasta su edad adulta, requirió la acción educativa de sus padres», Juan Pablo II Audiencia General, 4-XII-1996.
Cuando Juan realizaba el bautismo de arrepentimiento (Cfr. Mt 3, 11) «Jesús era ya, por entonces, todo un hombre. Había cumplido los treinta años y era el cabeza de familia. José había muerto sin duda, ya que ningún rastro de su presencia volverán a darnos los evangelios. Y ahora es Jesús quien lleva la casa y la carpintería. Es, sigue siendo y pareciendo, un hombre como los demás. No salen palomas de sus manos, ni se escapan milagros de su boca. Es un carpintero, un buen carpintero simplemente», José Luis Martín Descalzo. Vida y Misterio de Jesús de Nazaret, p. 299. A lostreinta años Jesús deja la provincia de Galilea, la casa de Nazaret, la casa de María y desciende al Jordán para que Juan lo bautizara, Cfr. Mt 3, 13.
 Es el evangelista san Marcos quien nos narra que Juan bautizaba y predicaba un bautismo de arrepentimiento para el perdón de los pecados (Cfr. 1, 4). Entonces ¿Por qué Jesús se bautizó?¿Jesús era un pecador?¿Jesús tenía algo de que arrepentirse? Pero es el pasaje de Mateo quien nos aclara el significado del bautismo de Jesús.
Antes del bautismo de Jesús hay un diálogo, colocado intencionalmente, es un diálogo apologético frente a posibles interpretaciones que atribuyen pecado a Jesús. Juan dice a Jesús: «Yo soy quien debe ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a que yo te bautice?», Mt 3, 14. Pero es en otra parte de las Escrituras donde Jesús deja en claro que Él no ha cometido pecados, cuando les dice a los letrados y a los fariseos: «¿Quién de ustedes probará que tengo pecado?», Jn 8, 46. Esta resistencia de Juan de no bautizar a Jesús nos manifiesta también la actitud de Juan, una actitud humilde, de auto-reconocimiento, Juan sabe quien es él y quien es Jesús. Por eso le muestra obediencia y hace lo que Jesús le pide aunque no comprenda del todo. Pues el texto señala que Jesús le dice a Juan: «Haz ahora lo que te digo, porque es necesario que así cumplamos toda justicia», Mt 3, 15. Pero ¿Con quién tiene que cumplir Jesús toda justicia? La palabra Justicia en sentido bíblico significa, «por una parte, aceptación plena de la voluntad de Dios de Israel; por otra, equidad con el prójimo (Cfr. Ex 20, 12-17), en especial con el pobre, el forastero, el huérfano y la viuda (Cfr. Dt 10, 18-19). Pero los dos significados están relacionados, porque dar al pobre, para el israelita, no es otra cosa que dar a Dios, que se ha apiadado de la miseria de su pueblo, lo que le debe», Benedicto XVI.
Si Justicia significa aceptar la voluntad de Dios. ¿Cuál es esa voluntad de Dios que Jesús tiene que cumplir? La carta a los Hebreos nos lo dice: «No quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo. No te agradaron holocausto ni sacrificios expiatorios. Entonces dije: Aquí estoy, he venido para cumplir, oh Dios, tu voluntad –como está escrito de mí en el libro de la ley-», 10, 7. Para darnos a entender que los sacrificios de la antigua alianza, repetidos periódicamente, no podían perdonar los pecados de los hombres, no eran una purificación perfecta, no pudieron hacer perfectos a los que la ofrecían. Y así lo deja saber el Señor por boca del profeta Isaías cuando dice: «¿De qué me sirven la multitud de sus sacrificios?...Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de animales cebados; la sangre de novillos, corderos y chivos no me agrada», 11, 1. «Quiero amor, no sacrificios; conocimiento de Dios, no holocaustos», Os 6, 6. «Dios no se fija en los sacrificios, sino en la actitud profunda de la persona que los ofrece, quien con su vida misma trata de obedecerle y serle fiel…Ésta fue la actitud de Cristo al entrar al mundo…una vida entregada hasta la muerte en amor solidario con los pecadores y marginados», Schökel. Descubrimos entonces que el significado pleno del Bautismo de Jesús de Nazaret «se manifiesta sólo en la cruz: el bautismo es la aceptación de la muerte por los pecados de la humanidad», Benedicto XVI Jesús de Nazaret P. 40. Así lo enseña san Juan en su evangelio, cuando nos narra que al acercarse Jesús al Bautista junto al río Jordán, éste señalándolo dice: «Ahí está el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» 1, 29. Que dando de manifiesto quien es el auténtico cordero pascual, la ofrenda agradable a Dios, el que cumple toda justicia ante Dios: Jesús de Nazaret.
Justicia significa también “equidad con el prójimo”. ¿En qué sentido Jesús de Nazaret realiza esta justicia con el prójimo? Cuando se solidariza con el hombre. Solidaridad que inicia en su encarnación y que cumple en su pasión, muerte y resurrección. Al descender Jesús a las aguas del Jordán deja muy en claro que no es indiferente a la situación de pecado que tiene subyugada la humanidad, sino que toma el pecado sobre sus hombros al ponerse en el lugar de los pecadores. «El ingreso en los pecados de los demás es el descenso al “infierno”…Es el descenso a la casa del mal, la lucha con el poderoso que tiene prisionero al hombre…Este poderoso,…es vencido y subyugado por el más poderoso que, siendo de la misma naturaleza de Dios, puede asumir toda culpa del mundo sufriéndola hasta el fondo», Benedicto XVI Jesús de Nazaret P. 42. Por tanto, la equidad que Jesús tiene con el prójimo consiste en el hecho de devolverle al hombre la libertad que había perdido a causa del pecado, de restituirle la condición de Hijo de Dios, de llegar a ser templo vivo del Espíritu de Dios, al abrirles la puerta del paraíso que la culpa de Adán y Eva habían cerrado los hace herederos de la vida eterna. En Jesús se cumple la profecía de Isaías que hemos escuchado en la primera lectura: porque ha sido constituido por Dios en «alianza de un pueblo, luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas», 42, 6-7.
En el Bautismo de Jesús de Nazaret se revela públicamente su identidad, los pastores y los Magos de Oriente tuvieron el privilegio de contemplarle recostado en un pesebre. Ahora el pueblo de Israel junto al Jordán ve al Hombre que Dios ha constituido como el Mesías de quien dice: «Miren a mi siervo, a quien sostengo, a mi elegido, en quien tengo mis complacencias. En él he puesto mi Espíritu para que haga brillar la justicia sobre las naciones», v. 1. Esa identidad de Jesús consiste en la manifestación de su divinidad. Jesús es el Hijo predilecto del Padre, el Padre le llama: «mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias», Mt 3, 17. En Jesús de Nazaret Dios revela su intimidad: es una comunidad de personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Indicando así el deseo vehemente de Dios, que el hombre gracias a la justicia que obra Jesús de Nazaret pueda llegar a ser partícipe de esa vida intima de Dios.

El Bautismo de Jesús nos revela también que Dios en Persona viene en busca del hombre, Dios en Persona se aventura y permite que sus sandalias se cubran del polvo que encuentra en los caminos de la tierra.

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