"Haz ahora lo que te digo, porque es necesario que así cumplamos toda justicia"
Mateo 3, 15.
Isaías 42, 1-4. 6-7; Salmo (28); Hechos
10, 34-38; Mateo 3, 13-17.
Hace ocho
días celebramos dentro de la fiesta de la Navidad el misterio de la Epifanía
del Señor Jesús. Los pastores y los Magos de Oriente tuvieron el privilegio de
ver en el niñito Jesús al Dios humanado, al Dios que quiso vivir como Hombre
entre los hombres, al Dios con nosotros. Ahora nos encontramos reunidos en el
Nombre del Señor Jesús para celebrar el misterio de nuestra fe, contemplando un
acontecimiento de la vida del Señor: su Bautismo.
Es el
evangelista san Lucas quien al decir que «Jesús crecía en el saber, en estatura
y en gracia delante de Dios y de los hombres», 2, 52 sintetiza bellamente la
vida del niñito Jesús a lado de José y María. Vida oculta desarrollada en el
seno familiar de la casa de Nazaret. Esa casa fue el lugar de la vida cotidiana
del niño, adolescente y Joven Jesús. Pues «como acontece con todo ser humano,
el crecimiento de Jesús, desde su infancia hasta su edad adulta, requirió la acción
educativa de sus padres», Juan Pablo II Audiencia
General, 4-XII-1996.
Cuando
Juan realizaba el bautismo de arrepentimiento (Cfr. Mt 3, 11) «Jesús era ya,
por entonces, todo un hombre. Había cumplido los treinta años y era el cabeza
de familia. José había muerto sin duda, ya que ningún rastro de su presencia
volverán a darnos los evangelios. Y ahora es Jesús quien lleva la casa y la
carpintería. Es, sigue siendo y pareciendo, un hombre como los demás. No salen
palomas de sus manos, ni se escapan milagros de su boca. Es un carpintero, un
buen carpintero simplemente», José Luis Martín Descalzo. Vida y Misterio de Jesús de Nazaret, p. 299. A lostreinta años Jesús
deja la provincia de Galilea, la casa de Nazaret, la casa de María y desciende
al Jordán para que Juan lo bautizara, Cfr. Mt 3, 13.
Es el evangelista san Marcos quien nos narra
que Juan bautizaba y predicaba un bautismo de arrepentimiento para el perdón de
los pecados (Cfr. 1, 4). Entonces ¿Por qué
Jesús se bautizó?¿Jesús era un pecador?¿Jesús tenía algo de que arrepentirse?
Pero es el pasaje de Mateo quien nos aclara el significado del bautismo de Jesús.
Antes del
bautismo de Jesús hay un diálogo, colocado intencionalmente, es un diálogo
apologético frente a posibles interpretaciones que atribuyen pecado a Jesús. Juan
dice a Jesús: «Yo soy quien debe ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a que yo te
bautice?», Mt 3, 14. Pero es en otra parte de las Escrituras donde Jesús deja
en claro que Él no ha cometido pecados, cuando les dice a los letrados y a los
fariseos: «¿Quién de ustedes probará que tengo pecado?», Jn 8, 46. Esta
resistencia de Juan de no bautizar a Jesús nos manifiesta también la actitud de
Juan, una actitud humilde, de auto-reconocimiento, Juan sabe quien es él y
quien es Jesús. Por eso le muestra obediencia y hace lo que Jesús le pide
aunque no comprenda del todo. Pues el texto señala que Jesús le dice a Juan: «Haz
ahora lo que te digo, porque es necesario que así cumplamos toda justicia», Mt
3, 15. Pero ¿Con quién tiene que cumplir
Jesús toda justicia? La palabra Justicia en sentido bíblico significa, «por
una parte, aceptación plena de la voluntad de Dios de Israel; por otra, equidad
con el prójimo (Cfr. Ex 20, 12-17), en especial con el pobre, el forastero, el
huérfano y la viuda (Cfr. Dt 10, 18-19). Pero los dos significados están
relacionados, porque dar al pobre, para el israelita, no es otra cosa que dar a
Dios, que se ha apiadado de la miseria de su pueblo, lo que le debe», Benedicto
XVI.
Si
Justicia significa aceptar la voluntad de Dios. ¿Cuál es esa voluntad de Dios que Jesús tiene que cumplir? La carta
a los Hebreos nos lo dice: «No quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me
formaste un cuerpo. No te agradaron holocausto ni sacrificios expiatorios.
Entonces dije: Aquí estoy, he venido para cumplir, oh Dios, tu voluntad –como
está escrito de mí en el libro de la ley-», 10, 7. Para darnos a entender que
los sacrificios de la antigua alianza, repetidos periódicamente, no podían
perdonar los pecados de los hombres, no eran una purificación perfecta, no
pudieron hacer perfectos a los que la ofrecían. Y así lo deja saber el Señor
por boca del profeta Isaías cuando dice: «¿De qué me sirven la multitud de sus
sacrificios?...Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de animales
cebados; la sangre de novillos, corderos y chivos no me agrada», 11, 1. «Quiero
amor, no sacrificios; conocimiento de Dios, no holocaustos», Os 6, 6. «Dios no
se fija en los sacrificios, sino en la actitud profunda de la persona que los
ofrece, quien con su vida misma trata de obedecerle y serle fiel…Ésta fue la
actitud de Cristo al entrar al mundo…una vida entregada hasta la muerte en amor
solidario con los pecadores y marginados», Schökel. Descubrimos entonces que el
significado pleno del Bautismo de Jesús de Nazaret «se manifiesta sólo en la
cruz: el bautismo es la aceptación de la muerte por los pecados de la
humanidad», Benedicto XVI Jesús de
Nazaret P. 40. Así lo enseña san Juan en su evangelio, cuando nos narra que
al acercarse Jesús al Bautista junto al río Jordán, éste señalándolo dice: «Ahí
está el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» 1, 29. Que dando de
manifiesto quien es el auténtico cordero pascual, la ofrenda agradable a Dios,
el que cumple toda justicia ante Dios: Jesús de Nazaret.
Justicia
significa también “equidad con el prójimo”. ¿En
qué sentido Jesús de Nazaret realiza esta justicia con el prójimo? Cuando
se solidariza con el hombre. Solidaridad que inicia en su encarnación y que
cumple en su pasión, muerte y resurrección. Al descender Jesús a las aguas del
Jordán deja muy en claro que no es indiferente a la situación de pecado que
tiene subyugada la humanidad, sino que toma el pecado sobre sus hombros al
ponerse en el lugar de los pecadores. «El ingreso en los pecados de los demás
es el descenso al “infierno”…Es el descenso a la casa del mal, la lucha con el
poderoso que tiene prisionero al hombre…Este poderoso,…es vencido y subyugado
por el más poderoso que, siendo de la misma naturaleza de Dios, puede asumir
toda culpa del mundo sufriéndola hasta el fondo», Benedicto XVI Jesús de Nazaret P. 42. Por tanto, la
equidad que Jesús tiene con el prójimo consiste en el hecho de devolverle al
hombre la libertad que había perdido a causa del pecado, de restituirle la
condición de Hijo de Dios, de llegar a ser templo vivo del Espíritu de Dios, al
abrirles la puerta del paraíso que la culpa de Adán y Eva habían cerrado los
hace herederos de la vida eterna. En Jesús se cumple la profecía de Isaías que
hemos escuchado en la primera lectura: porque ha sido constituido por Dios en «alianza
de un pueblo, luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos,
saques a los cautivos de la prisión y de la mazmorra a los que habitan en
tinieblas», 42, 6-7.
En el
Bautismo de Jesús de Nazaret se revela públicamente su identidad, los pastores
y los Magos de Oriente tuvieron el privilegio de contemplarle recostado en un
pesebre. Ahora el pueblo de Israel junto al Jordán ve al Hombre que Dios ha
constituido como el Mesías de quien dice: «Miren a mi siervo, a quien sostengo,
a mi elegido, en quien tengo mis complacencias. En él he puesto mi Espíritu
para que haga brillar la justicia sobre las naciones», v. 1. Esa identidad de
Jesús consiste en la manifestación de su divinidad. Jesús es el Hijo predilecto
del Padre, el Padre le llama: «mi Hijo muy amado, en quien tengo mis
complacencias», Mt 3, 17. En Jesús de Nazaret Dios revela su intimidad: es una
comunidad de personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Indicando así el deseo
vehemente de Dios, que el hombre gracias a la justicia que obra Jesús de
Nazaret pueda llegar a ser partícipe de esa vida intima de Dios.
El
Bautismo de Jesús nos revela también que Dios en Persona viene en busca del
hombre, Dios en Persona se aventura y permite que sus sandalias se cubran del
polvo que encuentra en los caminos de la tierra.
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