lunes, 6 de junio de 2016

“Elías se puso en camino y, siguiendo las órdenes del Señor, se fue al torrente Querit, al este del Jordán”
1Reyes 17, 5.
1Reyes 17, 1-6; Salmo 120/121, 1-8; Mateo 5, 1-12a.
Existe un pasaje en el libro del Eclesiástico donde sintéticamente se nos narra el ministerio profético de Elías, 48, 1-11. La figura de Elías que se presenta en dicho libro es en verdad impresionante: ‘su palabra quemaba como antorcha’ y por medio de ella realizó prodigios admirables: hambre, muerte, hizo descender fuego del cielo, cerró los cielos para que no lloviera, resucitó a un muerto, destronó a reyes, vio la gloria de Dios, fue arrebatado en un carro de fuego y que en tiempos del Mesías regresaría para reconciliar a los padres con los hijos y restaurar las tribus de Israel.
Tu Palabra me da vida
Pero en dicho pasaje existen dos versículos que son totalmente reveladores y nos hace comprender al mismo tiempo que todo lo que realizó Elías estaba respaldado por la Palabra eterna de Dios. Se trata de los versículos 3 y 5. En éstos versículos encontramos respectivamente las siguientes expresiones: «Por la palabra del Señor» y «por la palabra del Altísimo». Aquí existe ya una catequesis muy grande para la vida del cristiano, para la vida espiritual y pastoral de la Iglesia inclusive. Y conviene preguntarnos: ¿La Buena Noticia que proclamamos es en verdad una gran noticia que procede de Dios o son solo palabras humanas? Porque sin son solamente palabras de hombre hemos de reconocer que por eso no hay conversión y por tanto no se generan prodigios admirables en la vida de los oyentes.
El ministerio profético de Elías tiene una relación íntima con la voluntad de Dios. Esto pone en evidencia dos grandes actitudes del profeta, una de ellas representada en el versículo 7 y la otra derivada del propio versículo. El versículo dice: ‘escuchaste’, primera actitud. De la cual se desprende esta otra: fidelidad a la palabra pronunciada (un depósito intacto). Pero ¿cómo fue ‘capaz’ de escuchar Elías la voz del Señor? Es el Apóstol Santiago quien nos ilumina y nos refiere que: «Elías, que era un hombre de nuestra misma condición, oró fervorosamente para que no lloviera, y no llovió sobre la tierra durante tres años y seis meses; oró de nuevo, y el cielo dio la lluvia y la tierra produjo su fruto», 5, 17-18. Para darnos a entender que lo realizado por Elías no ha sido cuestión de privilegio sino de la búsqueda continua del rostro de Dios. Elías es un buscador incansable de Dios como lo puede ser también cualquier hombre, varón o mujer, que tenga sed del Dios. Considero que hoy hemos de pedir esa sed de Dios y podemos a hacer nuestra esa exclamación del Salmista: «Como busca la cierva corrientes de agua, así, Dios mío, te busca todo mi ser. Tengo sed de Dios, del Dios vivo, ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?», 41/42, 2-3.
La Palabra de Dios es para el profeta el agua que refresca y sacia su sed, representada en la primera lectura por la figura del ‘torrente Querit’. Y en la carta del Apóstol Santiago por la ‘oración’. Pero incluso en este punto, hemos de reconocer, que si no tenemos ‘sed’ y ‘hambre’ de Dios es debido a que existe una causa. ¿Cuál es? Porque la humanidad está llena y saciada pero insatisfecha y no es feliz.
Y hoy descubrimos que la palabra de Dios es para el profeta el alimento cotidiano, así lo enseña el primer libro de los Reyes: «Los cuervos le traían pan y carne por la mañana y por la tarde, y bebía el agua del torrente», 17, 6.
Porque resulta que quien tiene hambre y sed de realizar la voluntad de Dios ese es feliz, y es capaz de experimentar auténtico gozo, aunque no tenga el pan y el agua material, así lo ha dicho Jesús en el Evangelio de este día: «Dichosos los que tienen hambre y sed de hacer la voluntad de Dios, porque Dios los saciará», Mateo 5, 6.
Ahora, si el hombre experimenta hambre y sed, pero tiene la sensación de estar lleno, es momento de que reflexione y comience el ayuno, ‘la dieta espiritual’, la que despoja de todo lo superfluo y que no es esencial para la vida del reino de los Cielos. Este ejercicio del ayuno y de la ‘dieta espiritual’ es ponerse en camino hacia el encuentro de Dios. Eso es lo que entiendo cuando el texto dice: “Elías se puso en camino”.
Hoy me has enseñado Señor que mi vida ministerial debe estar anclada en tu Palabra para que sea fructífera. Tu Palabra es la garantía de la vitalidad pastoral y de una auténtica espiritualidad. Dame hambre y sed de realizar siempre tu voluntad. Amén.


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