“Entonces Elías dijo a todo el
pueblo: Acérquense a mí. Y todo el pueblo se acercó a él. Elías reparó el altar
del Señor, que había sido destruido”
1Reyes 18, 30.
1Reyes 18, 20-39;
Salmo 15/16, 1-2. 4-5. 8. 11; Mateo 5, 17-19.
He aquí la misión del profeta:
enderezar el camino del pueblo hacia Dios y el restablecimiento del auténtico
culto a Dios. Dios es único y no tiene comparación alguna. Y es curioso, sólo
cuando el pueblo se acerca al profeta y realiza lo que se le indica para el
holocausto recuerda su identidad: «Israel es tu nombre», 1Reyes 18, 31. Es Dios
quien le ha dado un nombre, es Dios quien convoca y reúne en un solo pueblo a
todas las tribus de Jacob. Sin identidad propia los pueblos terminan por
desaparecer o confundirse o disgregarse. Y divididos es imposible que alcancen
auténtico desarrollo. Lo mismo, una persona que no trabaja sobre su propia
identidad no madura, se desconoce así mismo y no alcanza la plenitud de su
humanidad.
Los verdaderos adoradores del Padre lo hacen de ser en espíritu y en verdad |
El hombre no puede
realizarse plenamente despaldas a Dios, lo han explicado muy bien los padres
conciliares cuando han dicho: «el misterio del hombre sólo se esclarece en el
misterio del Verbo encarnado», GS 22. Negando el principio no hay raíces
profundas que garanticen crecimiento y fructificación. Así como un hijo no
puede dar razón de sí mismo si no tiene vinculación con sus padres, de la misma
manera, el cristiano pierde significado si no posee una relación íntima con
Cristo Jesús. Otro tanto sucede con el hombre, sin relación a la divinidad su
existencia se reduciría a un mero existencialismo terrenal donde todas y cada
una de las aspiraciones de su espíritu quedarían en el vacío. En el fondo el
hombre se percibe no como la ‘máquina perfecta’ de una cadena de la evolución,
sino como un acontecimiento distinto y superior, de otra índole, es decir, de
un linaje diverso a la pura animalidad. El hombre en su ser experimenta lo
divino que hay en él pues casi en todas aspiraciones evocan eternidad.
¿Cómo
evangelizar a los hombres hoy si cada cual sigue lo que considera correcto y
bueno a sus intereses? Al hombre se le va la mayor parte de
la vida en la consecución de aquellos bienes que les permiten subsistir
temporalmente. No tienen tiempo para el culto ni mucho menos para la adoración
al verdadero Dios. La mente, el corazón y sus obras se levantan, pero no al
cielo sino en la tierra, para transformar un mundo donde Dios ya no está al
centro de los acontecimientos humanos. ¿Qué
se puede hacer para que el hombre vuelva a Dios? Lo que hizo Elías en
verdad fue grandioso, le dio al pueblo los elementos necesarios para que
reconociera que solamente hay un Dios: «¡El Señor es Dios! ¡El Señor es Dios!»,
1Reyes 18, 39.
En este tiempo, constatamos
la desfiguración del hombre, les vemos cansados, faltos de una auténtica
espiritualidad que les dote de nuevas fuerzas para que puedan construir
relaciones y puentes de amistad y de fraternidad. El hombre quizás consciente o
inconscientemente se ha convertido en profeta de Baal, pues están desde la
mañana hasta casi el anochecer, y algunos durante la noche y otros tanto en la
madrugada, generando productividad para el dios dinero.
El hombre al
rendirle culto a los ídolos está sin percatarse de ello realizando lo mismo que
los falsos profetas hicieron al invocar a Baal, están poniendo su vida en
peligro sin que al final encuentre respuesta alguna: «Ellos gritaban más fuerte
y, según su costumbre, se cortaban con espadas y lanzas, hasta lograr que
corriera la sangre por su cuerpo. Después del mediodía, se pusieron a delirar
hasta la ofrenda del sacrificio vespertino. Pero no se oía ninguna voz; nadie
respondía ni hacía caso», v. 28-29. El ídolo no es sólo la falsa imagen que el
hombre tiene de Dios sino también la imagen errónea que el hombre tiene de sí
mismo.
Elías restableció
el culto a Yahvé, y sacó al hombre de su horizontalidad y le recordó que está
llamado a compartir junto a su creador una vida plena y eterna. El culto visto
de la perspectiva del “compartir” con el inmensamente Otro no sólo el tiempo,
el espacio, los bienes espirituales y materiales que ha adquirido a través de
su trabajo, imprime en el corazón del hombre el sentido de gratuidad, como bien
explica san Pablo: «Pues ¿quién te hace superior a los demás? ¿Qué tienes que
no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te enorgulleces como si no lo
hubieras recibido?», 1Corintios 4, 7. Pero el verdadero culto a Dios tiene
estrecha vinculación con el trato cotidiano con el prójimo y no se entiende ni
se explica sin ésta relación, pues educa a que el hombre alcance su realización
en el mundo de las relaciones interpersonales como enseña el Catecismo de la
Iglesia Católica: «El domingo está tradicionalmente consagrado por la piedad
cristiana a obras buenas y a servicios humildes para con los enfermos, débiles
y ancianos…El domingo es un tiempo de reflexión, de silencio, de cultura y de
meditación, que favorece el crecimiento de la vida interior y cristiana», 2186.
Señor,
Tú eres mi Dios, y solo a Ti quiero alabar, bendecir, adorar y servir. Ayúdame a
buscarte siempre, concédeme el don de la fidelidad y del servicio a Ti y a mis
hermanos. Quiero como Elías ser un buscador constante de tu rostro y de
acompañar y conducir a Ti al pueblo que me has confiado. Amén.
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