“…lo comeremos y
luego moriremos”
1Reyes 17, 12.
1Reyes 17, 7-17;
Salmo 118/119, 129-133. 135; Mateo 5, 13-16.
Muere quien no tiene pan como el que
tiene de sobra; la muerte es un acontecimiento del que ningún ser vivo puede
sustraerse, eso es lo que enseña la palabra de Dios: «porque una misma es la
suerte de los hombres y la de los animales: la muerte de uno es como la de los
otros, sin que el hombre aventaje al animal, pues todo es vanidad. Todos van al
mismo lugar: todos vienen del polvo y regresan al polvo», Eclesiastés 3, 19-20.
"Todos ustedes son hijos de la luz, hijos del día", 1Tesalonicences 5,5. |
Pero, aunque muera
el santo y el pecador, el necio como el sabio, el rico como el pobre, el bueno
y el malo parece que no da lo mismo morir sin esperanza que con una muy grande
y completamente fiable. Una esperanza que se presente como modelo de vida, como
camino transitable a la eternidad aun cuando se tenga que beber el trago amargo
de la muerte terrena. Al respecto la Palabra de Dios enseña que el necio, el
pecador, el malo, el injusto, etc., se equivocan en su proyecto de vida y que
además la propia maldad se vuelve para ruina de sí mismos pues terminan ciegos
porque «ignoran los secretos de Dios, no confían en el premio de la virtud, ni
creen en la recompensa de los intachables», Sabiduría 2, 21-22. Por eso, hemos
escuchado en el Salmo responsorial que se dijo: «La explicación de tu palabra
es luz que ilumina y proporciona instrucción a los sencillos», 118/119, 130.
La palabra de Dios
es fuente de esperanza cuando la muerte se acerca con sus nubarrones y trata de
oscurecer nuestras vidas, apagándola, sumergiéndola en la desesperación y en el
desánimo. Por eso, le escuchamos decir al profeta Isaías ante la dramática
situación del viuda de Sarepta de que moría de hambre por la escasez de pan y
aceite: «porque así dice el Señor, Dios de Israel: No faltará harina en la
vasija ni aceite en la jarra hasta el día en que el Señor haga caer la lluvia
sobre la tierra», 1Reyes 17, 14. Es la palabra de Dios quien sostiene y da
sustentabilidad a la vida del hombre, y el propio Señor lo deja claro ante la
tentación demoniaca de desvivirse por lo material, es decir, de ir convirtiendo
a lo largo del camino ‘las piedras en pan’: «No sólo de pan vive el hombre,
sino de toda palabra que sale de la boca de Dios», Mateo 4, 4. Y poeta también
canta: «No te inquietes cuando alguien se enriquece y aumenta el lujo de su casa:
cuando muera no se llevará nada, su lujo no bajará con él», Salmo 48/49, 17-18.
Eso queda todavía más claro, con el acontecimiento de que aunque la tinaja de
harina no se vació ni la jarra de aceite disminuyó, es decir, aunque la viudad
de Sarepta tenía asegurado el pan cotidiano su hijo murió y por la palabra del
Señor Elías lo arrancó de las garras del abismo, Cfr. 17, 17-24.
Nos es claro que
sólo cuando la palabra de Dios habita en la mente, en el corazón del cristiano,
su vida es portadora de sabor (SAL) en el mundo insípido, es decir, lleva paz
donde hay odio, alegría donde hay tristeza, consuelo donde hay llanto, esperanza
cuando hay desilusión, etc. Como lo hizo Elías con la viuda de Sarepta. A veces
se quiere dar consuelo, alegría, paz y esperanza con la simplicidad de las palabras
humanas, y no se cae en cuenta de que se termina por alimentar a los hombres
con golosinas, panaceas que adormecen su espíritu pero que terminan hostigándola
y dejándola mucho peor.
Creo que es
conveniente hacer nuestra la petición del Salmista: «Muéstrame tu rostro radiante,
enséñame tus normas», 118/119, 135. El rostro radiante de Dios es Jesucristo
pues ha dicho de sí mismo: «Yo he venido al mundo como la luz, para que todo el
que crea en mí no siga en la oscuridad», Juan 12, 46. Jesús es el modelo de
vida de todo cristiano, es a él a quien debemos volver siempre nuestra mirada, porque
contemplándolo encontraremos una manera, un estilo genuino para convertirnos en
portadores de luz y hacer también realidad su palabra en nuestras vidas: «Brille
su luz delante de los hombres de modo que, al ver sus buenas obras, den gloria
a su Padre que está en los cielos», Mateo 5, 16. Ser luz para quienes viven en
oscuridad, orientación para quienes andan extraviados, sentido nuevo para
quienes están asqueados de la vida y han perdido su sabor, es la tarea y el
desafío del cristiano de hoy.
“Señor
envíame tu luz y tu verdad, que ellas me guíen, y me lleven a tu santo monte,
hasta tu morada”, Salmo 42/43, 3. Alimenta mi vida con tu Palabra. Mi
ministerio sacerdotal sea expresión de tu palabra para que pueda ser sal y luz
del mundo a ejemplo tuyo. Entre la luz y la oscuridad; entre lo salado e insípido
queda el camino del temor y de la santa esperanza: la virtud de la sobriedad.
Ayúdame a ser sobrio, Cfr. 1Tesalonicenses 5, 8.
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