“Alégrense,
aunque por el momento tengan que soportar pruebas diversas”
1Pedro
1, 6.
1Pedro
1, 3-9; Salmo 110/111, 1-2. 5-6. 9-10; Marcos 10, 17-27.
Alegría en el dolor y en situaciones
límites parece petición absurda y hasta irrazonable lo que se espera del
cristiano. Pero lo cierto es, que hay una motivación poderosa para llegar
incluso a deponer la propia vida con tal de testimoniar la fe en Jesucristo: La
completa convicción de saberse elegidos, amados, salvados, resucitados,
insertados en una vida nueva, en una esperanza viva que no puede destruirse, ni
marchitarse, reservada para todos los fieles al Evangelio. Esa es no sólo la
idea-fuerza que jalona la vida cristiana sino la certidumbre que brota del amor
del que tiene fe:«Ustedes lo aman sin haberlo visto y creyendo en él sin verlo
todavía, se alegran con gozo indecible y glorioso», 1Pedro 1, 8. El auténtico cristiano
está inundado del Espíritu Santo y se siente dichoso porque cree sin ver, Cfr. Juan
20, 29 aun en los momentos más doloroso de su propia existencia simplemente
porque ama Cristo, pues está escrito:«Las aguas torrenciales no podrán apagar
el amor ni extinguirlo los ríos», Cantar de los cantares 8, 7.
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