lunes, 3 de marzo de 2014

“Alégrense, aunque por el momento tengan que soportar pruebas diversas”
1Pedro 1, 6.
1Pedro 1, 3-9; Salmo 110/111, 1-2. 5-6. 9-10; Marcos 10, 17-27.
Alegría en el dolor y en situaciones límites parece petición absurda y hasta irrazonable lo que se espera del cristiano. Pero lo cierto es, que hay una motivación poderosa para llegar incluso a deponer la propia vida con tal de testimoniar la fe en Jesucristo: La completa convicción de saberse elegidos, amados, salvados, resucitados, insertados en una vida nueva, en una esperanza viva que no puede destruirse, ni marchitarse, reservada para todos los fieles al Evangelio. Esa es no sólo la idea-fuerza que jalona la vida cristiana sino la certidumbre que brota del amor del que tiene fe:«Ustedes lo aman sin haberlo visto y creyendo en él sin verlo todavía, se alegran con gozo indecible y glorioso», 1Pedro 1, 8. El auténtico cristiano está inundado del Espíritu Santo y se siente dichoso porque cree sin ver, Cfr. Juan 20, 29 aun en los momentos más doloroso de su propia existencia simplemente porque ama Cristo, pues está escrito:«Las aguas torrenciales no podrán apagar el amor ni extinguirlo los ríos», Cantar de los cantares 8, 7.

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