miércoles, 5 de marzo de 2014

“Miren, éste es el tiempo favorable, éste el día de la Salvación”
2Corintios 6, 2b.
Joel 2, 12-18; Salmo 50/51, 3-6. 12-14. 17; Mateo 6, 1-6. 16-18.
Hoy es el tiempo favorable para que cada uno se deje salvar por Dios, éste día y no otro. Aunque la cuaresma sea un tiempo de preparación para vivir la pascua del Señor y dure cuarenta días, en realidad, no tenemos tantos días más que el presente, que se abre como oportunidad para el cambio, porque mañana quien sabe si viviremos, por eso nos dice el Apóstol: «Miren, éste es el tiempo favorable, éste el día de la Salvación», 2Corintios 6, 2b.
La Salvación es un acontecimiento real, no hay que esperarla como algo que todavía no ha llegado, pues se nos dice éste es el día de Salvación, es el mismo Señor quien la actualiza continuamente, lo hace verídico en el corazón del hombre que se deja amar por Él. Y este amor de Dios se ha concretizado en la Persona de su Hijo Amado, Dios ha apostado a favor del hombre y no se retracta, permanece fiel. Y es este Hijo del Padre quien le confirió a su Iglesia el poder y los medios necesarios para que la Salvación llegue a todos de manera gratuita. Así que la Iglesia es la embajadora de Cristo porque hace presente la buena relación, el pacto de solidaridad que Dios ha establecido con su pueblo. Y en la Iglesia, algunos hermanos en Cristo han sido elegidos y facultados para ejercer esa función de embajadores de Cristo: «Somos embajadores de Cristo, y por nuestro medio, es como si Dios mismo los exhortara a ustedes» 2Corintios 5, 20. Por eso hoy en la Iglesia se ha dado la señal de alarma: se ha tocado la trompeta en Sión, Cfr. Joel 2, 15: «Déjense reconciliar con Dios», 2Corintios 5, 20.
Y para que esta reconciliación se dé, es necesario reconocer nuestros pecados, pues no puede existir reconciliación sino se asume como es debido las faltas cometidas y se pide perdón por ellas, esforzándose por cumplir el propósito de enmienda, es decir, no volver a cometerlas. Para eso, ha dejado Dios a sus embajadores, para el ejercicio del ministerio de la reconciliación.
El profeta Joel nos exhorta y nos propone el proceso de la reconciliación: «Conviértanse...de todo corazón, con ayuno, con llanto, con luto» 2, 12:
1.       Convertirse es cambiar de ruta, de dirección, es romper con formas de pensamientos y de estilos de vida que se oponen a una vida en Dios. Es adentrarse en uno mismo con la misión de hacer limpieza en casa. Se trata de purificar el corazón, de restaurarlo.
2.       Con Ayuno, antes de pensar en dejar de comer hay que pensar en moderar nuestros deseos: hay que dejar de comer prójimo en nuestras conversaciones, hay que ayunar de los egoísmos, de las envidias y rencores, etc. Hay que ayunar de hacer el mal.
Ahora bien, si se nos pide ayunar es para que compartamos, para que nos ejercitemos en la fraternidad y en la solidaridad. Ayunar significa reconocer que muchas cosas que el mundo nos ofrece no son artículos de primera necesidad y se puede vivir sin ellas. Porque un corazón que se despoja de todo lo superfluo tiene la posibilidad de llenarse de lo que verdaderamente nutre. Si ayunar es desintoxicarse y por eso es saludable y conveniente para el cuerpo, hagamos lo necesario para arrancar de raíz todos los afectos desordenados que nos hacen caminar pesadamente, en una vida de miseria y de pecado, en una vida sin Dios.
3.       Con llanto, es decir, la conversión tiene su punto de origen en el corazón, el llanto sólo expresa el dolor y el sentimiento. Uno puede ver las lágrimas y congojas, pero es el individuo quien experimenta en su ser el cambio, el desequilibrio, y revela al mismo tiempo sinceridad y honestidad.
Pero aquí, es importante señalar que el llanto que produce el arrepentimiento es completamente diferente  a las lágrimas de cocodrilo. Porque no hemos de pasar por alto que es Dios quien en realidad constata la sencillez del corazón y quien conoce si el individuo no ha echado en saco roto el perdón que le ofrece, pues está escrito: «Y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará», Mateo 6, 4. 6. 18.
4.       Con luto, con ello se da a entender que hay algo en el interior del hombre que debe morir: su orgullo o soberbia, su ira, su lujuria, su envidia, su gula, su pereza y su avaricia.
Eso es lo que significa también la imposición de ceniza, signo de caducidad y de muerte, signo de cambio y de arrepentimiento. Pero se vuelve un gesto innecesario tomarlo cuando no se tiene la convicción de cambiar de actitud, de esforzarse por ser mejor persona, mejor cristiano, mejor ciudadano. Ni es pecado sino lo recibes, ni siquiera es necesario para la Salvación, por eso nos dice el profeta Joel: «rasguen los corazones y no los vestidos» 2, 13 para indicar que la practica de piedad –el ayuno, la limosna, la oración–, pierde su sentido auténtico sino no soy mejor hijo, hermano, padre, madre, amigo, etc., todo se reduciría a show y pantomima pseudocristiana.

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