martes, 4 de marzo de 2014

“Como hijos obedientes, no vivan conforme a las pasiones que tenían antes, en el tiempo de su ignorancia”
1Pedro 1, 14.
1Pedro 1, 10-16; Salmo 97/98, 1-4; Marcos 10, 28-31.
La vida del cristiano es la vida del sano equilibrio, pues «si se exagera la inclinación a comer, se cae en la gula. Si se exagera la inclinación a descansar, se cae en la pereza. Si se exagera el amor a sí mismo, se cae en el orgullo y el narcisismo. Si se exagera el apego a un grupo religioso o el interés por un partido político, se cae en el fanatismo», Mauro Rodríguez Estrada.
Detrás de la pasión se esconden siempre las inclinaciones, las emociones, los instintos y las necesidades intensas, preponderante y exclusiva. La pasión hace vivir acelerada y desiquilibradamente a la persona. Quien se deja dominar por la pasión vive a merced de ella, todos sus pensamientos, sentimientos y actos están concentrados a la consecución de lo que desea poseer afanosamente y cuando no lo consigue se vive frustrado y desilusionado; se termina por perder el sentido de la propia vida y el espíritu de la muerte ronda muy cerca: el corazón se empieza a llenar de resentimiento, amargura, envidia, odio, etc.
Y sin embargo, nada grande se ha hecho en el mundo sin una pasión, de ahí, que sea necesario discernir para canalizar o potencializar las “energías” que envuelven los pensamientos, las emociones y acciones de la persona. Detrás de una pasión puede esconderse también bondad  o malicia, la primera se potencializa y se pone al servicio de la humanidad, mientras que a la segunda se canaliza porque no sólo dañaría a terceros sino al mismo sujeto que padece las inclinaciones intensas. Por eso nos dice el Apóstol Pedro en su carta: «tengan listo su espíritu, vivan sobriamente y confiadamente» 1Pedro 1, 13.

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