sábado, 1 de marzo de 2014

“Mucho puede la oración fervorosa del justo”
Santiago 5, 16.
Santiago 5, 13-20; Salmo 140/141, 1-3. 8; Marcos 10, 13-16.
El hombre, en cada momento de su existencia está llamado a la oración, por eso nos dice Santiago «si alguno de ustedes sufre que ore» como indicando que es provechoso intensificar la oración en situaciones donde el sufrimiento se hace presente, ya sea por enfermedad, por problemas morales o espirituales; pero también hay que orar en aquellos días felices, de alegría, donde todo transcurre armoniosamente, pues agrega: «si está contento que cante alabanzas», Santiago 5, 13. La alabanza al Señor es por tanto un modo muy particular de la oración, así lo enseña la Escritura: «Entre ustedes entonen salmos, himnos y cantos inspirados, cantando y celebrando al Señor de todo corazón, dando gracias siempre y por cualquier motivo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo», Efesios 5, 19. De ahí, que cantar al Señor es también orar y san Agustín así nos lo ha enseñado al comentar el Salmo 72/73: «El que canta ora dos veces».
La oración es pues el encuentro íntimo de corazones palpitantes, de corazones amantes, es diálogo filial, fraterno, de amistad. La oración es además el derramamiento del corazón ante el gran Consolador, Sanador y Restaurador que es Dios. La oración es oxigenación de la fe y nutrimento de la esperanza, es generadora de consuelo y paz.
Y cuando uno ora a solas no lo hace nunca solo. El cristiano por su bautismo forma parte de la Iglesia que es el cuerpo místico de Cristo. La Cabeza (Cristo) siempre está unido a su cuerpo (Iglesia), por tanto, el cristiano ora junto a Cristo en unidad del Espíritu Santo y su plegaria es dirigida siempre al Padre. Así que, la oración personal evoca ya el sentido comunitario y de pertenencia a la gran familia de Dios: la comunidad eclesial. De ahí, que Santiago nos diga: «Si uno de ustedes cae enfermo que llame a los ancianos de la comunidad para que recen por él y lo unjan con aceite invocando el nombre del Señor» 5, 14. El óleo es útil para darle brillo al cuerpo y al ser “derramado” por el sacerdote significa que Cristo toma sobre sí la debilidad del cuerpo, abraza y sostiene al enfermo con su cuerpo y con su sangre, sanándole internamente a través del perdón de sus pecados. Por eso, en la unción de los enfermos la oración, el sacramento de la reconciliación y la Eucaristía están estrechamente unidos, por eso se nos dice: «La oración hecha con fe sanará al enfermo y el Señor lo hará levantarse; y si ha cometido pecados, se le perdonarán», v. 15.
El cuidado pastoral de los enfermos es sin duda alguna una de las obras de misericordia más bellas que el cristiano tiene a su alcance para ejercitarse a sabiendas que al tratar al enfermo el cristiano se encuentra con Cristo sufriente, Cfr. Mateo 25, 40. Pero el cuidado pastoral de los enfermos no se reduce simplemente al que está postrado en cama, o aquel que padece alguna enfermedad crónica y aún camina sino que su extensión abarca también a todos aquellos que andan extraviados, lejos del Señor, y es a ellos a quienes debemos ayudarles a volver al buen Camino, y la oración de intercesión, los sacrificios y demás actos de piedad juega en este sentido un papel importantísimo para acelerar la conversión del prójimo. Y existe para esta acción caritativa una gran recompensa: «el que convierte al pecador del mal camino salvará su vida de la muerte y obtendrá el perdón de una multitud de pecados», Santiago 5, 20.

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