“Lo
adulaban con la boca, le mentían con la lengua; su corazón no fue leal con Él”
Salmo
77/78, 36-37.
Isaías 58,
1-9a; Salmo 50/51, 3-6. 18-19; Mateo 9, 14-15.
El miércoles de ceniza nos decía el
Señor Nuestro Dios por el ministerio del profeta Joel: «Toquen la trompeta en
Sión, proclamen un ayuno», 2, 15. Y la esposa de Jesucristo, la Iglesia Madre,
hizo caso a su Señor y Dios, y ha exhortado a sus hijos para que aprovechen
este tiempo de gracia que Dios concede como tiempo favorable de salvación y
restauración. Y esta misma idea hoy resuena cándidamente en la primera lectura,
ya no es Joel pero sigue siendo el ministerio profético quien continúa con su
labor en Isaías, pues dice: «Grita con fuerte voz, no te contengas, alza la voz
como una trompeta, denuncia a mi pueblo sus delitos, a la casa de Jacob sus
pecados», 58, 1. En este envío, tiene su raíz la misión del profeta, la cual
deberá desempeñar con autenticidad y mansedumbre.
Con autenticidad porque el profeta se sabe enviado, el
ejercicio de su ministerio está ligado a la escucha de la Palabra que Dios
mismo en Persona le revela y le da a conocer. La tarea ardua del profeta es la
de hacer volver al Señor los corazones de los hombres y para ello es necesario
que todo hombre viva el proceso de purificación, de rompimiento de categorías
de pensamiento y de diversos estilos de vida, que comúnmente están en oposición
a una vida en consonancia con Dios. Este proceso de purificación es lo que
llamamos conversión.
No sería
una persona auténtica el profeta si por una parte él se guardase para sí todo
aquello que el Señor le ha pedido que diga, su servicio estaría corrompido
porque guardaría silencio cuando debería hablar. Y no se trata de hablar por
hablar, se trata más bien de comunicar palabras que permitan la toma de conciencia, que hagan despertar
de la modorra espiritual, palabras generadoras de vida, y eso sólo será posible
si comunica la Buena Noticia de parte de Dios. Pero tampoco sería auténtico su
servicio si no se dejase interpelar por las palabras del Señor, si a dichas
palabras no le añade el encanto de las buenas obras, es decir, su predicación
ha de ser con la congruencia de su vida porque de lo contrario todo se
reduciría a campana que resuena, Cfr.
1Corintios 13, 1.
Con mansedumbre, porque aunque está llamado
a denunciar la mentira, la corrupción, las injusticias, los robos y asesinatos,
adulterios y cualquier tipo de pecados no lo ha de hacer como “justo juez”,
porque no lo es, además que él mismo se percibe débil, frágil y miserable. Y es
esta condición la que le hace descubrir que necesita también de la piedad, de
la misericordia y del perdón de Dios. El profeta en este sentido no encuentra
su gozo y dicha en la denuncia de los pecados del pueblo, no se deleita en
meter el dedo en la herida y la llaga. ¡No! De ninguna manera. El señala lo que
no está bien e indica al mismo tiempo el camino recto con el testimonio de su
propia vida.
Ahora
bien, si el pueblo se pregunta: «¿Para qué ayunar, si no haces caso?
¿Mortificarnos, si tú no te fijas?», Isaías 58, 3 lo dicen porque no ven
respuesta alguna de parte de Dios, pero fijémonos bien y nos daremos cuenta el
motivo por el cual los sacrificios penitenciales del pueblo no tienen fruto y
son ritos estériles. Y para ello, nos es muy provechoso lo que el Salmista
dice: «Un sacrificio no te satisface, si te ofreciera un holocausto, no lo
aceptaría», 50/51, 18 ¿Por qué dice esto?
Porque de nada serviría dejar de comer, colocarse una piedra en el zapato, ir
de rodillas al Santuario de la Virgen si todo eso no manifiesta un rompimiento
con la situación de pecado en la que uno se encuentra. Es más fácil ayunar que
dejar de pecar y de cometer acciones injustas, por eso inmediatamente después
el Salmista agrega: « El sacrificio que te agrada es un espíritu quebrantado,
un corazón arrepentido y humillado, Oh Dios, no lo desprecias», v. 19. Si Dios
se “ha vuelto sordo y no escuha” como dice el pueblo es a razón de sus
actitudes, las cuales no eran honestas ni rectas, pues por un lado levantan las
manos al Señor pero su corazón seguían anclado en la senda de la maldad como
bien señala Isaías: «ayunan entre peleas y disputas, dando puñetazos sin piedad»,
58, 4.
Entonces
descubrimos que todo acto de piedad es un medio, una oportunidad para que el
hombre se fragüe y se constituya una nueva personalidad, ha sido dado para que
todo hombre sea cada día más humano y eso será cuando sus obras sean buenas. Es
también, el medio idóneo para el cambio de actitudes, de actitudes negativas a
actitudes positivas que perfeccionen al hombre en su itinerario espiritual, es
pues para hacer del hombre una persona muy virtuosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario