domingo, 2 de marzo de 2014

“Confía siempre en [Dios], pueblo mío, y desahoga tu corazón en su presencia”
Salmo 61/62, 9.
Isaías 49, 14-15; Salmo 61/62, 2-3. 6-9; 1Corintios 4, 1-5; Mateo 6, 24-34.
«Confía siempre en [Dios], pueblo mío, y desahoga tu corazón en su presencia», Salmo (61), 9. Nos exhorta el Salmista, exhortación que brota no de una idea sino de una rica experiencia. Por eso hace de su oración un cántico, porque ha encontrado en YHWH la protección, el auxilio, la solución a lo que le afligía y le sumergía en profunda desesperación y temor. Buscó ayuda y la encontró en YHWH. Había perdido la paz, la tranquilidad, la quietud, el equilibrio y en YHWH encontró el bien anhelado (Cfr. v. 2), ahora se siente seguro pues afirma «ya nada me inquietará», v. 3. Se siente con entera «firmeza», v. 6, salvado, porque YHWH es para él «roca firme» y «refugio» seguro. Por más que las olas impetuosas del mar de la vida amenacen y pongan en peligro su vida, YHWH está más que dispuesto a intervenir en cada situación y momento de su vida.
Pero hay una actitud que no hemos de pasar por alto y que el Salmista quiere que hagamos propia, él nos dice: «desahoga tu corazón en su presencia», v. 9. Y Jesús nos enseña en el evangelio: «el Padre Celestial ya sabe que ustedes tienen necesidad», Mateo 6, 32. Esta expresión de Jesús unida a la del Salmista nos sugiere lo siguiente: Dios no es indiferente a tus necesidades, pues como afirma las Sagradas Escrituras: Dios conoce «los pensamientos e intenciones del corazón» humano, Hebreos 4, 12. Por tanto, Dios siempre desea ayudarte y bendecirte, pero no olvides que nuestro Padre Celestial es un Dios muy respetuoso, jamás va intervenir en tu vida sin tu consentimiento. Él te hizo libre, por eso esperará hasta que le invoques con la confianza de un hijo. En ese sentido, el Salmista y Jesús nos enseñan que Dios es un Padre al que podemos acudir en cada momento de nuestra existencia y siempre obtendremos la ayuda adecuada y necesaria, pues está escrito: «Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá, porque quien pide recibe, quien busca encuentra, a quien llama se le abre», Lucas 11, 9-10. Pero aquí mismo hay que tener presente que Dios nos concederá aquello que más nos conviene en el aquí y en el ahora, pero sin que se oponga a nuestra salvación, el Señor siempre nos dará «cosas buenas», Mateo 7, 11. Entonces la actitud que el Salmista y Jesús nos enseñan este domingo es la de confiar plenamente en Dios, es decir, tener fe en Dios aun cuando sintamos de parte de Él un silencio abrumador, aunque veamos sólo espesos nubarrones y no comprendamos del todo su forma de enseñar, de cuidar y amar.
Cuando nuestro cielo se cubren de espesos nubarrones nos es más difícil descubrir el amor de Dios, el sufrimiento, el dolor, la enfermedad, la falta de una trabajo digno, estable y bien remunerado, los diversos problemas morales y espirituales nos hacen sucumbir. Y es cuando esa expresión del profeta Isaías que hemos escuchado en la primera lectura se hace realidad: «El Señor me ha abandonado, el Señor me tiene en el olvido», 49, 14. Esta expresión es el gemido del pueblo israelita que vive en el extranjero, como esclavo, es también el desvarío de la persona que está en medio de la tormenta. Pero el profeta nos dice que esto no es verdad, el Señor nos ama con un amor eterno, inconmovible: «¿Puede acaso una madre olvidarse de su criatura hasta dejar de enternecerse por el hijo de sus entrañas? Aunque hubiera una madre que se olvidará, yo nunca me olvidaré de ti, dice el Señor todopoderoso», v. 15. ¿Cómo entender entonces ese silencio departe de Dios en la hora de la angustia? Como una presencia pedagógica. Por tanto, estamos llamados a descubrir y de discernir ¿cómo es que llegamos a tal situación?¿Cuál fue la causa que la originó? Porque nada sucede fortuitamente. El silencio de Dios es aprendizaje. El pueblo de Israel estaba en el exilio no porque Dios los hubiese abandonado o rechazado sino porque decidieron construir su proyecto personal de vida sin Dios, su pecado los hizo vivir como esclavos. En ocasiones tenemos que pasar por estas situaciones para comprender que no somos más que hombres, débiles, frágiles, seres necesitados de salvación. Porque el hombre jamás alcanzará su realización y felicidad si prescinde del Dios que le ha dado la existencia.
De todo lo que hemos venido diciendo concluimos que Dios se nos revela entonces como un Padre providente. Pero la “Providencia divina” hemos de entenderlo como la certeza de que el plan salvífico de Dios se desarrolla en la historia de la humanidad. Él continúa teniendo los hilos de la historia en sus manos y lo conduce hacia sí. Pero la providencia divina no hay que confundirla con apatía o confianza excesiva que induzca a la inactividad. Sino que dentro de esa conducción que Dios hace de la historia, el hombre está llamado a desplegar toda la potencialidad de su ser para encauzar todas las realidades temporales a la voluntad de Dios. De ahí que la clave de lectura del evangelio de este domingo no está en las riquezas, porque ellas no son el problema: «Lo que está allí en tela de juicio es nuestra actitud y nuestras acciones con respecto a los bienes materiales», Carlos Soltero, S. J. Por eso, enseña Jesús: «busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se les darán como añadidura», Mateo 6, 33. Cuando el afán del dinero se nos presenta como un obstáculo para encontrarnos con Dios, sucede lo que explica san Pablo en la segunda lectura: quedan «al descubierto las intenciones del corazón», 1 Cor 4, 5. Si por tener un poco más me olvido del Señor quizás a quien estoy sirviendo no es a Dios ni tampoco a los hermanos sino al dinero, pues:
-          Hay padres de familia que con el afán de buscar una estabilidad económica se olvidan de convivir y de dialogar con la esposa y los hijos.
-          San Pablo dice: «lo que se busca en un administrador es que sea fiel» 1Corintios 4, 2. El sacerdote puede caer en la tentación y buscar incansablemente el dinero, olvidándose de su condición de pastor y de profeta. Y los cristianos que tienen a su cargo la administración de bienes ajenos pueden cometer abuso de confianza jineteando el dinero para intereses personales y para enriquecimiento ilícito.
«Las hormigas almacenan no para acumular, sino porque son organizadas y saben que tienen que prever temporadas en que pueden faltar el alimento. Esto significa que debemos trabajar, pero confiados en la Providencia de nuestro Padre. No hay que estar esperando que Él nos traiga todo a casa, y nos lo dé peladito y en la boca, pues los flojos no tienen derecho ni a comer, sino a salir a trabajar y a buscar, como las aves, que temprano se levantan, elevan sus cantos al Creador y vuelan por todas partes buscando el alimento para sí y para sus polluelos», Mons. Felipe Arizmendi.

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