“Mira: hoy
pongo delante de ti la vida y la felicidad, la muerte y la desdicha”
Deuteronomio
30, 15.
Deuteronomio
30, 15-20; Salmo 1, 1-4. 6; Lucas 9, 22-25.
De los dos caminos que Dios pone
delante del hombre para que ejercitándose en la libertad escoja lo que más le
conviene, el hombre decide tomar los dos caminos, evidenciándose así la fisura
que lleva en su interior, producto del egoísmo, pecado que lo reclama todo como
propio. Y en su pretensión de recorrer al mismo tiempo el camino de la vida y
de la muerte, de la felicidad y la desdicha, del bien y del mal el hombre ha derrochado
sus energías, por eso, le vemos débil, inconstante, incoherente, tibio y mediocre.
De ahí, la propuesta de Jesús, a la renuncia de aquello que impida seguir el
camino de la Cruz.
Jesús nos
propone el camino de la Cruz como el gran ideal, la idea-fuerza que jalone la
existencia, para que convencidos canalicemos todas nuestros esfuerzos a la
consecución de aquello que la Cruz de Cristo ofrece: la vida eterna, pues está
escrito: «quien pierda su vida por mí la salvará», Lucas 9, 25. A vuelo de pájaro,
uno puede constatar que la Cruz significa pasión, dolor, humillación, desprecio
y muerte, pero si nos fijamos detenidamente veremos que no es así, con Jesús el
madero de la muerte se convirtió en árbol
de la Vida, el camino de la cruz es un camino misterioso pero contemporáneamente
un camino donde el amor de Dios se ha manifestado como luz de medio día.
Pero elegir
siempre la vida no es sencillo, es complicado y hasta complejo en un mundo que
se opone rotundamente a ella de diversas formas: el aborto, el asesinato, el
adulterio, el robo, la inseguridad, etc., las cuales manifiestan muy claramente
un atentado contra la vida, porque cuando uno dice sí a la vida debe evitar de
no caer en parcialidades.
Entonces,
descubrimos que quien dice que sirve y sigue al Señor debe estar a favor de la
vida, porque Jesús es el Señor y el Dios de la vida, pues dice de sí mismo:«Yo
soy...la vida», Juan 14, 6. De ahí, que nos diga: «El que quiera seguirme,
niéguese a sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame», Lucas 9, 23.
Negarse a toda actitud que envenene el corazón del prójimo, que le amargue su
existencia y le haga perder lo bello y hermoso de la vida, eso es amar la vida.
Negarse de seguir el propio camino sin Jesús y sin Cruz eso es amar la vida. Negarse
a servir el camino del placer y el sendero ancho
y empedrado que el mundo ofrece también eso es amar la vida. Negarse a las
posesiones de bienes materiales y el consumismo como pilares de la felicidad es
sin duda alguna amar la vida. En cambio, amar la sobriedad como estilo de vida,
la humildad, la sencillez, el sacrificio y el dolor es amar la vida propiamente
como Jesús lo hizo.
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