viernes, 28 de febrero de 2014

“No hay amor fino sin la paciencia”
Santa Teresa de Ávila, Poesía 30.
Santiago 5, 9-12; Salmo 102/103, 1-4. 8-12; Marcos 10, 1-12.
Con su paciencia el creyente, el hombre de fe, se convierte en testigo de su fidelidad y amor a Cristo Jesús. El creyente padece con paciencia porque está seguro de su esperanza, sabe en quien ha puesto su confianza, está cierto de ella, por eso no duda de que el padecer puede tener también un significado positivo y no sólo negativo –del sufrir por sufrir. El texto bíblico que nos presenta hoy la primera lectura nos enseña cual es el sentido de la paciencia cristiana:
Primero, el texto nos dice: «Fíjense en el labrador: cómo aguarda con paciencia hasta recibir la lluvia temprana y tardía, con la esperanza del fruto valioso de la tierra», Santiago 5, 7. La paciencia como signo de confianza, de fe en el Señor, de esperanza ante el futuro; de saber que aunque no se conozca que depara el futuro existe la certeza de que el Señor estará allí, junto a uno. En ese sentido, la paciencia no es inactividad o pasividad para el cristiano sino más bien vigilia, es decir, el cristiano con sus oraciones, sacrificios y obras con mirada expectante exclama: ¡Te esperamos, Señor, Jesús! ¡Ven pronto, no tardes más!
Segundo, la paciencia como signo gozoso de la segunda venida del Señor, la parusía del Señor, por eso se nos dice: «Hermanos, no se quejen unos de otros, y no serán juzgados: miren que el juez ya está a  la puerta», v. 9.  La paciencia evita que el fiel cristiano reclame justicia por sus propias manos, y le incita al ejercicio de “sufrir con paciencia los defectos del prójimo”, de hacer concreto el ejercicio de la misericordia a partir del reconocimiento de su propia debilidad y fragilidad, de aceptar que se poseen también demasiados defectos, esta propia experiencia debe dotar al cristiano de una alta sensibilidad que le permita establecer dentro de lo posible una sana relación con el prójimo. El creyente encuentra en la “proximidad” de la venida del Señor su más grande motivación, pues con la llegada del Señor se instaurará la justicia tan anhelada y eso brinda en medios de los sufrimientos nuevos bríos y esperanzas para continuar en el camino del bien.
Tercero, la paciencia como signo de profético pues se nos dice: «Tomen como ejemplo de sufrimiento y paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor», v. 10. Los profetas del Señor hicieron siempre la voluntad del Señor, dieron testimonio con su vida –y también con su muerte– de la verdad, de la justicia, del amor y del poder de Dios. En estos tiempos nuestros, vivir el profetismo bautismal es también una exigencia y un deber para el cristiano.
Cuarto, la paciencia con signo de fortaleza, de templanza, de inocencia y de humildad ante los sufrimientos y calamidades de la vida, pues el texto afirma: «Llamamos dichosos a los que supieron soportar el sufrimiento», v. 11. La figura de Job en este punto es totalmente iluminador, pues nos enseña a padecer como “corderos sin manchas”, como ofrenda agradable, por nuestra purificación y por la del mundo entero. El sufrimiento unido a Cristo se transforma en oración sublime, redentora, y nos alcanza victorias y grandes riquezas espirituales y porque no decirlo, también materiales, puesto que el Señor es compasivo y piadoso. Hay que vivir sin renegar y sin lloriquear, porque “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”. Hay que vivir siempre positivamente.

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