jueves, 12 de mayo de 2016

“Ten ánimo, Pablo; porque así como en Jerusalén has dado testimonio de mí, así también tendrás que darlo en Roma”
Hechos 23, 11.
Después de haberse despedido el Apóstol Pablo de las comunidades de Éfeso viajó a Jerusalén. Y como en todo viaje suceden cosas y hechos inesperados, su trayecto no fue la excepción. Y llama mucho la atención, el hecho de cuando desembarcaban en algún puerto siempre se hospedaba en casa de algunos de los discípulos del Señor, Cfr. Hechos 21, 4. Pablo era muy conocido, no podía pasar desapercibido tan fácilmente. Además de que se cumplieron aquellas palabras que había dirigido a los Efesios en su despedida: “me dirijo a Jerusalén sin saber lo que allí me sucederá. Sólo sé que en cada ciudad el Espíritu Santo me asegura que me esperan cadenas y persecuciones”, 20, 22-23. Eso es lo impresionante, fascinante y desconcertante al mismo tiempo en la vida de san Pablo, en toda su vida refleja una resiliencia tan grande, que no se explica ni se entiende si se saca de la ecuación la variable llamada Espíritu Santo.
"Todo lo puedo en Aquel que me fortalece", Flp. 4, 13
Los hermanos que pertenecían a las comunidades fundadas por san Pablo gozaban de una multiplicidad de carismas que entre ellos había profesitas y profetas, por medio de los cuales, el Espíritu Santo se manifestaba, Cfr. 21, 9-14. Y muchos de ellos, sabían lo que le esperaba al Apóstol en Jerusalén y trataban de disuadirlo para que interrumpiera su viaje, pero ni por eso, Pablo fue persuadido. ¡Qué dicha sería tener una voluntad tan grande, fuerte y firme como la de san Pablo Apóstol! Pero el Señor reparte sus bienes según su corazón. Y sé que también a nosotros nos ha tocado dones, pero lo interesante es cómo hacerlo fructificar.
Pablo llega a Jerusalén y por consejo de los ancianos (presbíteros) responsables de aquellas comunidades cristianas sube a cumplir unos votos al templo acompañados de cuatro hermanos. Allí es reconocido por algunos judíos que procedían de Asia y armaron tremenda trifulca bajo el rumor de que Pablo enseñaba “a todo el mundo y en todas partes una doctrina contraria al pueblo, a la ley y al lugar sagrado” y lo acusaron de “introducir a unos griegos en el templo profanando” el santo lugar. Toda la ciudad corrió al llamado de aquellos judíos, tomaron a Pablo, intentaban darle muerte, lo golpearon. Un comandante intervino y encadenó a Pablo y trató de contener la furia de aquella gente enardecida, vv. 27-40. Pablo les habló en hebreo y les narró su conversión, desde la muerte de Esteban hasta la evangelización de los pueblos paganos. Pero no hicieron caso e insistían que deberían darle muerte. El comandante mandó a que interrogasen a Pablo a punta de latigazos, pero el apóstol reveló que era también ciudadano romano y por ello no podían castigarlo sin que le hicieran un proceso justo, es así como el comandante mandó a que el Sanedrín se reuniera en pleno e hizo comparecer a Pablo ante ellos, Cfr. cap. 22.
Y henos aquí, Pablo delante del Sanedrín, todos los ojos puestos en él. Y jamás pasaría por la mente de aquellos hombres lo que el Apóstol haría, no es él el acusado sino el acusador y pone en evidencia la ruptura que existía ya en el consejo entre fariseos y saduceos, no es simple ruptura, sino que toca el corazón, el punto medular de la fe, se trata de una cuestión doctrinal y dice cual es: “se me está juzgando por la esperanza en la resurrección de los muertos”, 23, 6. Ese ha sido el testimonio de Pablo en el Jerusalén, ante los responsables de la ley judía y ante todo el pueblo. La situación gustaba para que el Apóstol guardara silencio pues se encuentra preso, pero habla y actúa con tal libertad interior que pareciera que los acusadores eran los que en verdad se encontraban encadenados. Y es así, dominados por la rabia, por la ira y envidia ellos son los esclavos.
Nos deja sin aire, al comprobar lo que el Espíritu Santo puede hacer en un corazón que le deja actuar si somete plenamente a su acción. Pablo dio testimonio de la resurrección del Señor exponiendo su vida a la propia muerte, por eso llegará a decir: “pero pienso que a nosotros los apóstoles Dios nos ha puesto en el último lugar, como condenados a muerte, y hemos llegado a ser un espectáculo para el mundo, para los ángeles y los hombres…Somos insultados y bendecimos, somos perseguidos y resistimos, somos calumniados y consolamos a los demás”, 1Corintios 4, 9. 12-13. Pero todo esto fue capaz de llevarlo a cabo por la gracia del Señor que se expresa en los siguientes términos: “Ten ánimo, Pablo”. El Señor consuela, el Seños infunde fuerzas y ánimos a su instrumento de Salvación.

Señor, hoy quiero escuchar tu voz que dice “Ten ánimo”, quiero emprender la jornada de cada día consciente de que no estoy solo en esta tarea. De que eres Tú quien abre brecha y allana el sendero. Yo soy simplemente una inútil partícula que le ha tocado sembrar, otros regarán y arrancarán, y algunos más cosecharán. Ayúdame a no tener miedo en degastar la vida por tu Evangelio. Concédeme y haz que se derrame profusamente sobre mí tu divino Espíritu.  

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