domingo, 8 de mayo de 2016

"Y mientras los bendecía, se fue apartando de ellos y elevándose al cielo"
Lucas 24, 51.
Hay despedidas que duelen demasiado y que con el tiempo a veces son superadas. Pero hay también despedidas que están llenas de gozo y de alegría. Jesús se despide de sus amigos, pero ahora ninguno llora o está triste, predomina una atmósfera de gran veneración, de majestuosidad y de profunda adoración, el evangelista Lucas es muy claro cuando dice: "Ellos, después de adorarlo, regresaron a Jerusalén, llenos de gozo", v. 52.
"Levantando las manos los bendijo"
Hoy recordamos la ascensión a los cielos de nuestro señor Jesucristo, y esto debe ser motivo de profunda alegría, primero, porque nuestra humanidad ha entrado por medio de Jesús en el ámbito de la divinidad. La naturaleza humana ha sido restaurada, purificada del pecado y colocada en el 'lugar' que Dios Padre le había destinado antes de la caída de Adán y Eva: el paraíso. Por eso el Salmista nos invita a estallar en júbilo y sobre todo a tocar las trompetas para que anunciemos que Cristo Jesús ha vuelto a ocupar el trono que había dejado por un instante por haberse solidarizado con la humanidad, así lo confirma la palabra santa cuando dice: "Ya conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza", 2 Corintios 8, 9. Ese enriquecimiento dio inicio en su Encarnación y encuentra su culmen en la exaltación de Jesús, es decir, en su muerte de Cruz, en su Resurrección y en su Ascensión, que son tres expresiones diversas que afirman una grandiosa y maravillosa verdad anunciada ya desde antiguo: "Entre voces de Júbilo y trompetas, Dios, el Señor, asciende hasta su trono", Salmo 46/47, 6. Lo que quiere indicar el hecho de que haya entrado a los cielos y se haya sentado en su trono es que Jesús tiene pleno poder y ya no está supeditado al tiempo y el espacio, a las leyes de la física, por eso, sus discípulos como nos dice la primera lectura: recibieron de parte de él “muchas pruebas de que estaba vivo y durante cuarenta días se dejó ver por ellos y les habló del Reino de Dios”, Hechos 1, 3. El término cuarenta señala una generación y lo que intenta decir es que Jesús incluso hoy sigue manifestándose a sus discípulos, vive y se hace presente en medio de su pueblo, porque: “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos”, Hebreos 13, 8.
El segundo motivo por el que debemos exultar de alegría es el hecho de que el camino al paraíso ha sido allanado, la puerta que había sido cerrada por culpa de nuestros primeros padres ha sido abierta y ningún poder lo podrá jamás cerrar. Existe un camino de retorno a la casa del Padre, así lo afirma la segunda lectura tomada de la carta a los Hebreos: "Hermanos, en virtud de la sangre de Jesucristo, tenemos la seguridad de poder entrar en el santuario, porque él nos abrió un camino nuevo y viviente a través del velo, que es su propio cuerpo", 10, 19. Lo que significa que no hay ningún otro Nombre, Camino y Cuerpo por el que podamos ser salvados del pecado que engendra la muerte sino el de Cristo Jesús, Señor nuestro, el cual dijo de sí mismo: "Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día", Juan 6, 54; “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida: nadie va al Padre ni no es por mí”, 14, 6; y así también lo confirma la Iglesia por boca de san Pedro después de Pentecostés: “En ningún otro se encuentra la Salvación; ya que no se ha dado a los hombres sobre la tierra otro Nombre por el cual podamos ser salvados”, Hechos 4, 12.
El Tercer motivo es el hecho de que tenemos un Sacerdote delante de Dios Padre que intercede siempre por nosotros. Su sacrificio de Cruz ha sido único y valioso a los ojos del Padre porque por su medio son congregados todos los pueblos de la tierra, por eso dice el Salmista: "Reina Dios sobre todas las naciones desde su trono santo", 46/47, 9. Su intercesión es en favor de las necesidades de todos los hombres, por eso antes de subir a los cielos dijo: "Pidan y recibirán, para que su alegría sea completa", Juan 16, 24. Jesús nuestro Sacerdote toma nuestras peticiones como suyas. Y el Padre las escucha porque ama a su Hijo y a nosotros también, pues Jesús dice: "el Padre mismo los ama, porque ustedes me han amado y han crecido que salí del Padre", v. 27. Así que podemos decir sin temor a equivocarnos que Jesús ora con y junto a nosotros. Aun cuando lo hagamos solos Jesús toma nuestras oraciones como propias, así se visualiza ya la unidad entre Jesús que es Cabeza y nosotros sus discípulos que formamos su cuerpo místico, por eso Lucas concluye su evangelio diciendo: "y permanecían constantemente en el templo", Lucas 24, 53.

El cuarto motivo es la bendición que Jesús realiza sobre sus discípulos: “levantando las manos, los bendijo”, v. 50. La bendición en las Sagradas Escrituras tiene diversos significados: fecundidad: “tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa, ésta es la bendición del hombre que teme al Señor”, Salmo 127/128, 3-4; prosperidad: “la bendición divina enriquece, y nada le añade nuestra fatiga”, Proverbios 10, 22 y bienestar: “Yo conozco mis designios sobre ustedes: designios de prosperidad, no de desgracia, pues les daré un porvenir y una esperanza”, Jeremías 29, 11. Pero la mayor bendición que recibimos de Jesús es su Espíritu Santo por eso les dice: “Ahora yo les voy a enviar al que mi Padre les prometió. Permanezcan, pues, en la ciudad, hasta que reciban la fuerza de lo alto”, Lucas 24, 49. Porque el Espíritu Santo es el único quien garantiza no sólo la fertilidad, sino que ayuda alcanzar la perfección a la que todo hombre debe tender, pues Pablo nos dice: "el fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, modestia y dominio propio", Gálatas 5, 22-23. Estos frutos son mucho más que valores, cualidades o virtudes humanas, es la misma presencia de Dios que impulsa al hombre al desarrollo integral de su propio ser, y al lograrlo se convierte en una mejor y mayor riqueza para la humanidad. Pues el hombre por el simple hecho de ser persona ya es un don que enriquece a los demás cuando se dona sin miedo y sin límites. Si Dios habita en el corazón del creyente, ningún obstáculo por grande que sea, puede impedir que la victoria de su Espíritu se concretice, aún en la muerte, el Espíritu de Dios es más que vencedor.
Bendíceme Señor, y no tendré ya más miedo. Bendíceme Señor y seré fecundo, rico y gozaré de todos tus bienes, pues por Ti el Padre Celestial “nos bendijo con toda clase de bendiciones espirituales del cielo”, Efesios 1, 3. Bendíceme y seré feliz y amaré sin temor y con valentía.

1 comentario:

  1. Así es Padre, es una despedida gosoza, llena de esperanza y júbilo
    Con esta ASCENSION asciende nuestra naturaleza humana al grado divino, a mí de las festividades q más me gustan y llenan de alegría, esperanza, gozo y Fe son
    La ASCENSION de nuestro Señor Jesus, el Cuerpo y la Sangre de Cristo, la Asunción de la Santisima Virgen María y Pentecostés
    Esas celebraciones se me hacen q debería uno tenerlas tatuadas en el corazón, la mente y el alma
    Padre gracias por esta hermosa reflexión. Como siempre agradezco a Dios por el don q le otorgó y sobre todo porque me permitió conocerlo y disfrutar de esta sensibilidad y sabiduría
    Gracias!!!!!

    ResponderEliminar