“En el mundo tendrán tribulaciones;
pero tengan valor, porque yo he vencido al mundo”
Juan 16, 33.
Si pudiéramos evitar el dolor y toda
clase de sufrimiento sin pensarlo lo haríamos. Lo cierto es que no podemos
dejar de sufrir. Sufrimos en el cuerpo. Y también en el alma. ¡No podemos es
capar de las tribulaciones!
Y, sin embargo, es
saludable también el sufrir. Porque cuando sufrimos, por ejemplo, alguna
enfermedad o algún padecimiento temporal, el ‘don de la vida’ recupera su valor,
al menos en la propia conciencia, y así sucede con los otros valores. La
oscuridad no existe cuando hay luz. Pero cuando la luz no existe nos percatamos
de su valor, del gran significado que tiene para quien lo necesita en ese
instante.
Señor tu me das valor para la lucha y yo sin miedo avanzaré |
Hay un pasaje en
las Sagradas Escrituras que dice: “me es tuvo bien el sufrir, así aprendí tus
justos mandamientos”, Salmo 118/119, 71. Todo mandamiento encierra en su letra
un espíritu que dota de un auténtico significado la vida del hombre. Pensemos
por ejemplo en uno de ellos y preguntémonos que sufrimiento causaría o
tribulaciones desencadenaría, incluso hasta los daños colaterales, si no lo
cumpliéramos.
Jesús dice “en el
mundo tendrán”, en el mundo de los hombres, en el mundo de las maquinaciones
malvadas, de las envidias y de los odios, en el mundo donde gobierna incluso
los demonios (el infierno), pues está escrito: “y los echarán al horno de
fuego. Allí será el llanto y el crujir de dientes”, Mateo 13, 50. Así, que
resulta desconcertante esa frase que comúnmente solemos decir a quienes han
perdido a un ser querido por alguna enfermedad que le condujo a la muerte: ‘al
menos dejará de sufrir’. Pero descubrimos que la muerte es el final de la
historia del hombre sobre la tierra, pero su vida continúa de un modo diverso,
por eso a la sentencia del “horno de fuego” va precedido por las siguientes
palabras: “Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los
malos de los buenos y los echarán al horno de fuego”, v. 49. Asegurando el
cumplimiento del adagio: “pobre del pobre que al cielo no va; se lo friegan
aquí y se lo joden allá”.
Pero entonces, nos
preguntamos: ¿nunca dejaremos de sufrir?
Al respecto la Palabra Santa en Apocalipsis 21, 4 nos dice que Dios mismo: “secará
las lágrimas de los ojos. Ya no habrá muerte ni pena ni llanto ni dolor. Todo
lo antiguo ha pasado”. Este versículo pertenece al último capítulo del libro
del Apocalipsis el cual inicia hablando de un “cielo nuevo y una tierra nueva”
porque “el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido, el mar ya no
existe”, v. 1. Dando a entender que cuando el hombre construye un mundo donde
la premisa fundamental es el amor, la justicia, la verdad, el bien, no hay
sufrimiento sino paz y concordia. Y se instaura así un modo nuevo de vida. Por
eso el Salmista exclama: “Se levanta Dios y se dispersan sus enemigos, huyen de
su presencia los que lo odian; como el humo se disipa, se disipan ellos; como
se derrite la cera ante el fuego, así perecen los impíos ante Dios”, Salmo
67/68, 2-3.
Pero también
indica el hecho de que el mal desaparece porque Dios lo ha derrotado, por eso
también expresamente dice “el mar ya no existe”, ese ‘inframundo’ que se opone
rotundamente a que el hombre sea feliz: el mal. En conclusión, los ‘salvados’
serán los que dejarán de sufrir, por eso escuchamos decir: “Ante el Señor, su
Dios, gocen los justos y salten de alegría”, v. 4. Así que mientras estemos en
el mundo de los hombres como en el mundo de los espíritus inmundos siempre
sufriremos, no así en el mundo preparado para los justos en el Cielo.
Pero Jesús también
dice “pero tengan valor, porque yo he vencido al mundo”. Hay un Salmo que evoca
la fuerza y la valentía que Dios otorga a los que ama y se adhieren a Él con
todo el corazón: “pero a mí me das la fuerza de un búfalo y me unges con aceite
nuevo. Mis ojos no temerán a mis enemigos, mis oídos escucharán su derrota”,
91/92, 11-12. Por eso, Jesús les dice a sus discípulos de una manera
desafiante: “¿De veras creen?”, Juan 16, 31. Si no tenemos confianza que todo
puede ir mejor la fatalidad entra a nuestra casa.
Entonces
descubrimos una manera positiva de afrontar adecuadamente las tribulaciones, la fe en Jesús, el vencedor del mundo de
los violentos, de los injustos, del pecado, del mundo dominado por los
espíritus inmundos.
Otra manera es el dejarse ayudar por Jesús. Él quiere
convertirse para cada hombre y mujer en el Cirineo que ayuda a cada uno a
llevar la cruz con esperanza de resurrección. No es rechazando la cruz como
vencemos, no es renegando o maldiciendo a los que nos hacen daño y buscan nuestra
derrota como ganamos. El camino de la Cruz para el cristiano es victoria por
eso dice “Yo he vencido al mundo” como dando a entender que Él es el modelo a
seguir y a imitar. Lo que significa ponerse en las manos de Dios, abandonarse
totalmente a Él. Creyendo con todo el corazón que estamos en sus manos: y que
nadie nos arrancará de su mano, Cfr. Juan 10, 28-29.
Podremos vencer a través
de la oración. La Biblia nos cuenta
después de que Ana derramó su corazón delante del Señor se desahogó y su rostro
cambio. Quizás los problemas estarán allí, donde los dejaste antes de que
entrarás a orar, pero tendrás nuevas fuerzas para afrontarlas y vencerlas
cuando vuelvas a casa. Ana volvió a su vida cotidiana, pero escucha lo que dice
la palabra de Dios: “Luego se fue por su camino, comió y no parecía la de antes”,
1Samuel 1, 18. Y si es posible pide a la comunidad que ore por ti, y verás que
sucederán cosas maravillosas, como al apóstol Pedro: “Mientras Pedro estaba
custodiado en la cárcel, la Iglesia rezaba fervientemente a Dios por él”,
Hechos 1, 25. Y Dios intervino y un ángel lo liberó, Cfr. vv. 7-12.
Enciende una luz,
una vela, que te haga recordar aquellas palabras del Salmista: “Tú, Señor,
enciendes mi lámpara, Dios mío, tú alumbras mis tinieblas. Contigo corro con
brío, con mi Dios asalto la muralla”, Salmo 17/18, 29-30. La vela encendida es
el símbolo místico de que “Dios que es luz” está con uno, 1Juan 1, 5. Es el
pensamiento fuerte que disipa los pensamientos negativos que a veces suelen colarse
por nuestra mente y correr por nuestras fantasías haciéndonos caer en depresión
y tristeza. Desde la fe estos pueden ser muy buenas herramientas para no tener
miedo a las tribulaciones. Y claro, que podemos emplear otras técnicas muy
humanas: el ejercicio, nadar, salir a caminar, leer, escuchar música, etc.
Señor,
tú me das valor para la lucha y yo sin miedo avanzaré. Porque tú tienes el poder en el cielo y en la tierra y nada puede resistirse a tu voz. Y tú me amas, por eso, confiado me meto en la refriega y a salto la muralla. Me has ungido con aceite nuevo, es decir, con el poder de tu Espíritu Santo.
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