viernes, 13 de mayo de 2016

“Se trataba sólo de ciertas discusiones acerca de su religión y de un tal Jesús, ya muerto, que Pablo asegura que está vivo”
Hechos 25, 19.
Hay un versículo en las Sagradas Escrituras del libro de Proverbios que reza así: “El hombre hace proyectos en su corazón, pero el Señor pone la respuesta en sus labios”, 16, 1. Y hemos de reconocer que no siempre lo que tiene en el corazón el hombre se confirman con sus palabras o sus obras. Le es difícil al hombre vivir en coherencia.
"Cuando yo sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí", Juan 12, 32.
Mientras Pablo lleva ya dos años preso por la causa de Cristo, Porcio Festo evangeliza sin que lo sepa, anuncia el núcleo central de la doctrina cristiana: la resurrección de Cristo. Lo dice con una simplicidad que pereciera que pierde su gran significado, pero no es así: “un tal Jesús, ya muerto, que Pablo asegura que está vivo”.
Festo tenía un proyecto en su corazón: “queriendo ganarse a los judíos, intervino y preguntó a Pablo: ¿quieres subir a Jerusalén para someterte allí a mi juicio? Pablo replicó: Apelo al emperador”, Hechos 25, 9. 10. Pero ¿por qué actúo de esa manera el Apóstol Pablo? Primero, porque Festo quería entregar a Pablo en manos del Sanedrín que exigía su muerte. Segundo, porque el Señor le había revelado: “Sal pronto de Jerusalén, porque no van aceptar tu testimonio acerca de mí…Ve, que yo te envío a pueblos lejanos”, 22, 18. 21. Y en otra parte, dice: “¡Ánimo! Lo mismo que has dado testimonio de mí en Jerusalén, tienes que darlo en Roma”, 23, 11.
Tercero, Pablo no reclama justicia ante el César porque se sabe inocente: “Hermanos, yo he procedido ante Dios con conciencia limpia e íntegra”, v. 1. Y no se preocupa si su proceso judicial se vuelve injusto por la corrupción de la autoridad, pues lo ha dejado claro: “A mí poco me importa ser juzgado por ustedes o por un tribunal humano; ni yo mismo me juzgo. Mi conciencia nada me reprocha, pero no por ello me siento sin culpa; quien me juzga es el Señor”, 1Corintios 4, 3-4. Cuarto, Pablo sabe que su causa está en las manos del Señor, y es precisamente, quien jalona la historia de la humanidad hacia sí, a pesar de las propias contradicciones que generan la libertad de los hombres: “Nadie perderá ni un pelo de la cabeza”, Hechos 27, 34.
Quinto, a Pablo le preocupa más bien cumplir los designios de Dios: anunciar el Evangelio de Jesucristo a los gentiles. Y si apela al emperador es porque anunciará en el corazón del imperio que Jesús es el Dios resucitado. El anuncio se da a los hombres y lo ha venido realizando desde que fue hecho preso: al comandante Claudio Lisias, a los gobernadores de Cesarea, primero a Félix y dos años más tarde a Porcio Festo, ahora al rey Agripa, etc.
Dios construye la historia aun cuando existe una oposición rotunda de los judíos y del imperio romano. Es irónico que un pagano le dé el kerigma, el primer anuncio del Evangelio, a otro pagano. Eso es lo que presenta hoy la narración del evangelista Lucas en los Hechos de los Apóstoles. Por eso, el sabio dice: “El hombre planea su camino, el Señor le dirige los pasos”, Proverbios 16, 9.

Señor, tu eres dueño de la historia, ayúdame a saber anunciar creativamente y con valentía que Tú estás vivo y operante en medio de tu pueblo y de la misma humanidad. No importa si con palabras o sin ellas, pero sí con la sobrenatural fuerza de tu amor. Para que sea un testimonio auténtico y se haga creíble y cercana a cada hombre que me encuentre en mi camino. 

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