“Alégrense de compartir ahora los
padecimientos de Cristo, para que, cuando se manifieste su gloria, el júbilo de
ustedes sea desbordante”
1Pedro 4, 13.
1Pedro 4, 7-13;
Salmo 95/96, 10-13; Marcos 11, 11-26.
El camino de la Cruz me asusta.
¡Tengo miedo! No me gusta sufrir. Si estuviera en mí el poder de escapar del
dolor y de cualquier padecimiento lo haría sin dudar. Pero reconozco que
mientras esté en este mundo no puedo escapar de las situaciones dolorosas. Mis
dolores, es doble no sólo por mi cuerpo sino también por mi espíritu.
¡Ánimo! Yo he vencido al mundo. |
¿Cómo
puedo estar alegre si hay sufrimiento? Esto parece algo ilógico
y no lo digiero tan fácilmente. Mi instinto me dice que lo rechace pues ¿por qué sufrir cuando se puede evitar?
Pero a donde vaya llevo conmigo mis dolores, mis heridas. Pero descubro algo
interesante: el hecho de que, aunque pueda sufrir no todo sufrimiento tiene la
misma causa u origen. Ya el Apóstol Pedro lo ha puesto en evidencia: «Es mejor
sufrir por hacer el bien, si así lo quiere Dios, que por hacer el mal», 1Pedro
3, 17. El Apóstol Pedro señala en este versículo dos causas que originan el
sufrimiento: el mal, que persuade a
los hombres y los utiliza como instrumentos para infringir sufrimientos a sus
prójimos (piénsese por ejemplo en la envidia, el odio, etc.); el hombre, que seducido por el mal llega
a cometer todo tipo de injusticias. El bien no produce sufrimiento. Por eso,
también llega a decir: «¿qué mérito tiene aguantar golpes cuando uno es
culpable? Pero si, haciendo el bien, tienen que aguantar sufrimientos, eso es
una gracia de Dios», 1Pedro 2, 20. ¿Una
“gracia de Dios” sufrir por las malas acciones de los otros? ¡Racionalmente
es una locura! Pero desde la perspectiva de la fe cristiana no es así.
Padecer por Cristo
es una bendición, pero sufrir por los propios hierros es una maldición, pues
está Escrito: «Felices ustedes cuando los injurien y los persigan y los
calumnien [falsamente] de todo por mi causa», Mateo 5, 12. Pero ¿cuándo se trata de un sufrimiento por la
causa de Cristo? Todo ha sido recapitulado en Cristo y en Él Dios Padre
hace «nuevas todas las cosas», Apocalipsis 21, 5. Así que cuando un hombre se
esfuerce, por ejemplo, en vivir honestamente en un ambiente corrupto y es, sino
perseguido o marginado por este motivo, sufre a causa de poner en práctica los
valores enseñados por el Nazareno aun cuando no sea cristiano quien desea vivir
en la honestidad.
¡No quiero sufrir
y me rehúso a ello! Pero viene en mi ayuda la palabra de Dios, que me hacen
comprender que el Calvario es el camino correcto del cristiano: «El que quiera
seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame», Lucas 9,
23. Y aquí el punto medular: ‘no quiero negarme’. Quiero vivir un cristianismo
sin Cruz, sin dolor, sin padecimientos, sin entrega generosa. Porque la Cruz no
sólo es padecimiento es también manifestación de un amor incondicional y
totalmente desinteresado. En el fondo descubro que continúo siendo narcisista, a lo mejor no tanto en mi
aspecto físico, pero sí en el confort y en el estilo de vida que práctico; y
totalmente egoísta, porque antepongo
mis propios intereses a los del prójimo. Negarse a sí mismo es morir a las
pasiones desordenadas y todas aquellas actitudes que se contraponen al proyecto
evangélico de Jesús.
Pero esta falta de
negación aun en las cosas legítimas revela otra cosa, la fe incipiente que se posee. Por eso, Jesús dice a sus discípulos:
«Tengan fe en Dios», Marcos 11, 22. Y particularmente me dice: «En el mundo
tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo», Juan 16, 33.
Reconozco que tengo miedo, y este miedo paraliza mi mente, mis sentidos y me
hacen dudar, a tal punto, que me orillan a no creer. Y descubro en el
sufrimiento, en el dolor, en los padecimientos, el camino que debo transitar
para crecer en la virtud: fe, esperanza y amor.
Negarse a sí mismo es despojarse «de la
conducta pasada, del hombre viejo que se corrompe con sus malos deseos» y es
aprender a «discernir lo que agrada al Señor», se trata pues de una batalla
interna tremenda, que desgasta y consume muchas energías, y que requiere
pacientemente recorrer un largo proceso de liberación, Efesios 4, 22; 5, 10. Y
este cansancio que se produce por querer cambiar es la causante de que se
abandone el empeño de ser una creatura nueva. Y es entonces cuando fácilmente
se tira la toalla y se piensa que es imposible la renovación interior. Se
necesita fe en Dios porque para Él nada es imposible, Cfr. Lucas 1, 37.
Esto me lleva a
decir que sin muerte no hay renovación, muerte a las actitudes negativas e
insanas que corrompen y destruyen a la persona. Sin muerte se corre el riesgo
de ser una higuera de exuberantes hojas, que dan sombra y hasta sirven de
ornato pero que ocupa inútilmente la tierra porque no da frutos. O bien, ser un
grandioso y majestuoso templo pero que ha perdido su significado porque se ha
convertido en una “cueva de ladrones”, Marcos 11, 17. Así que cuando Jesús dice
“Tengan fe en Dios”, lo que está dando entender es que es necesario renovar la
confianza en Dios, purificándose de todo aquello que destruye al hombre. Solamente con fe se puede progresar en la
virtud.
En estos momentos
dolorosos para mí, mi Señor me anima diciéndome: «el que quiera salvar su vida
la perderá; pero quien pierda su vida por mí la salvará», Lucas 9, 24. Abrazando
mi Cruz es como puedo salvar mi vida, es decir, desgastándola, entregándola,
sirviendo al prójimo. El Señor me impulsa a no encerrarme ni aislarme en mi
mundo, no desea que viva en un autismo espiritual que vacía a la fe de un
genuino significado. Por eso me dice: «Cualquier cosa que pidan en la oración,
crean ustedes que ya se la han concedido, y la obtendrán», Marcos 11, 24. Pero aun
en la oración estoy tentado a decirle al Señor que pase ese trago amargo sin
que yo tenga que beberlo. Y entonces, la palabra viene en mi ayuda y me
recuerda la oración de mi Señor Jesús en el huerto de los olivos: «Abba
-Padre-, tú lo puedes todo, aparta de mí esta copa. Pero no se haga mi
voluntad, sino la tuya», Marcos 14, 36. Y comprendo ahora las palabras del
santo padre Papa Francisco: «lo que importa antes de nada es la relación con el
Padre. Es esto lo que hace la oración: transforma el deseo y lo modela según la
voluntad de Dios, cualquiera que esa sea, porque quien ora aspira ante todo a
la unión con Dios, que es Amor misericordioso».
Señor, ayúdame a
no tener miedo. Aumenta mi débil fe.
Como siempre, muy buena reflexión
ResponderEliminarMe hace entrar, escudriñarme, preguntarme, regañarme y volver a darme la oportunidad de servir, seguir en el camino q me tengo marcado y desear más q nunca hacer LA VOLUNTAD DE MI PADRE, Y MI MÁXIMO SUEÑO
UN DÍA HABITAR ESA CASA, ESA HABITACIÓN Q CRISTO CON SU SANGRE TIENE RESERVADA PARA MÍ.
Hoy me calan, me llegan varias cosas, pero una de ellas q me cuestiona UN CRISTIANISMO SIN CRUZ
Sin Cruz q me duela, q me pese, q me lleve al dolor de servir, a darme a los demás, a desgarrar mi propio yo, a ese Narcicizmo q ud dice, de espíritu, de servicio no físico
Y otra cosa, ese punto q ud toca de la maldad de ver sufrir al otro
Me cuestiona como es tanto nuestro odio y/o envidia por el prójimo q hacemos el mal con tal de verlo sufrir
Me deja muy pensativa y con una gran tarea, reflexión y ojalá actúe
Gracias padre. Dios le de más de ese maravilloso don
Oiga
ResponderEliminarUna pregunta, de donde tomó esa foto
Es tan real, tan Dolorosa, me conflitua mucho, el verla me pone a reflexionar, sin tener q leer