sábado, 28 de mayo de 2016

“Alégrense de compartir ahora los padecimientos de Cristo, para que, cuando se manifieste su gloria, el júbilo de ustedes sea desbordante”
1Pedro 4, 13.
1Pedro 4, 7-13; Salmo 95/96, 10-13; Marcos 11, 11-26.
El camino de la Cruz me asusta. ¡Tengo miedo! No me gusta sufrir. Si estuviera en mí el poder de escapar del dolor y de cualquier padecimiento lo haría sin dudar. Pero reconozco que mientras esté en este mundo no puedo escapar de las situaciones dolorosas. Mis dolores, es doble no sólo por mi cuerpo sino también por mi espíritu.
¡Ánimo! Yo he vencido al mundo.
¿Cómo puedo estar alegre si hay sufrimiento? Esto parece algo ilógico y no lo digiero tan fácilmente. Mi instinto me dice que lo rechace pues ¿por qué sufrir cuando se puede evitar? Pero a donde vaya llevo conmigo mis dolores, mis heridas. Pero descubro algo interesante: el hecho de que, aunque pueda sufrir no todo sufrimiento tiene la misma causa u origen. Ya el Apóstol Pedro lo ha puesto en evidencia: «Es mejor sufrir por hacer el bien, si así lo quiere Dios, que por hacer el mal», 1Pedro 3, 17. El Apóstol Pedro señala en este versículo dos causas que originan el sufrimiento: el mal, que persuade a los hombres y los utiliza como instrumentos para infringir sufrimientos a sus prójimos (piénsese por ejemplo en la envidia, el odio, etc.); el hombre, que seducido por el mal llega a cometer todo tipo de injusticias. El bien no produce sufrimiento. Por eso, también llega a decir: «¿qué mérito tiene aguantar golpes cuando uno es culpable? Pero si, haciendo el bien, tienen que aguantar sufrimientos, eso es una gracia de Dios», 1Pedro 2, 20. ¿Una “gracia de Dios” sufrir por las malas acciones de los otros? ¡Racionalmente es una locura! Pero desde la perspectiva de la fe cristiana no es así.
Padecer por Cristo es una bendición, pero sufrir por los propios hierros es una maldición, pues está Escrito: «Felices ustedes cuando los injurien y los persigan y los calumnien [falsamente] de todo por mi causa», Mateo 5, 12. Pero ¿cuándo se trata de un sufrimiento por la causa de Cristo? Todo ha sido recapitulado en Cristo y en Él Dios Padre hace «nuevas todas las cosas», Apocalipsis 21, 5. Así que cuando un hombre se esfuerce, por ejemplo, en vivir honestamente en un ambiente corrupto y es, sino perseguido o marginado por este motivo, sufre a causa de poner en práctica los valores enseñados por el Nazareno aun cuando no sea cristiano quien desea vivir en la honestidad.
¡No quiero sufrir y me rehúso a ello! Pero viene en mi ayuda la palabra de Dios, que me hacen comprender que el Calvario es el camino correcto del cristiano: «El que quiera seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame», Lucas 9, 23. Y aquí el punto medular: ‘no quiero negarme’. Quiero vivir un cristianismo sin Cruz, sin dolor, sin padecimientos, sin entrega generosa. Porque la Cruz no sólo es padecimiento es también manifestación de un amor incondicional y totalmente desinteresado. En el fondo descubro que continúo siendo narcisista, a lo mejor no tanto en mi aspecto físico, pero sí en el confort y en el estilo de vida que práctico; y totalmente egoísta, porque antepongo mis propios intereses a los del prójimo. Negarse a sí mismo es morir a las pasiones desordenadas y todas aquellas actitudes que se contraponen al proyecto evangélico de Jesús.
Pero esta falta de negación aun en las cosas legítimas revela otra cosa, la fe incipiente que se posee. Por eso, Jesús dice a sus discípulos: «Tengan fe en Dios», Marcos 11, 22. Y particularmente me dice: «En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo», Juan 16, 33. Reconozco que tengo miedo, y este miedo paraliza mi mente, mis sentidos y me hacen dudar, a tal punto, que me orillan a no creer. Y descubro en el sufrimiento, en el dolor, en los padecimientos, el camino que debo transitar para crecer en la virtud: fe, esperanza y amor.
 Negarse a sí mismo es despojarse «de la conducta pasada, del hombre viejo que se corrompe con sus malos deseos» y es aprender a «discernir lo que agrada al Señor», se trata pues de una batalla interna tremenda, que desgasta y consume muchas energías, y que requiere pacientemente recorrer un largo proceso de liberación, Efesios 4, 22; 5, 10. Y este cansancio que se produce por querer cambiar es la causante de que se abandone el empeño de ser una creatura nueva. Y es entonces cuando fácilmente se tira la toalla y se piensa que es imposible la renovación interior. Se necesita fe en Dios porque para Él nada es imposible, Cfr. Lucas 1, 37.
Esto me lleva a decir que sin muerte no hay renovación, muerte a las actitudes negativas e insanas que corrompen y destruyen a la persona. Sin muerte se corre el riesgo de ser una higuera de exuberantes hojas, que dan sombra y hasta sirven de ornato pero que ocupa inútilmente la tierra porque no da frutos. O bien, ser un grandioso y majestuoso templo pero que ha perdido su significado porque se ha convertido en una “cueva de ladrones”, Marcos 11, 17. Así que cuando Jesús dice “Tengan fe en Dios”, lo que está dando entender es que es necesario renovar la confianza en Dios, purificándose de todo aquello que destruye al hombre.  Solamente con fe se puede progresar en la virtud.
En estos momentos dolorosos para mí, mi Señor me anima diciéndome: «el que quiera salvar su vida la perderá; pero quien pierda su vida por mí la salvará», Lucas 9, 24. Abrazando mi Cruz es como puedo salvar mi vida, es decir, desgastándola, entregándola, sirviendo al prójimo. El Señor me impulsa a no encerrarme ni aislarme en mi mundo, no desea que viva en un autismo espiritual que vacía a la fe de un genuino significado. Por eso me dice: «Cualquier cosa que pidan en la oración, crean ustedes que ya se la han concedido, y la obtendrán», Marcos 11, 24. Pero aun en la oración estoy tentado a decirle al Señor que pase ese trago amargo sin que yo tenga que beberlo. Y entonces, la palabra viene en mi ayuda y me recuerda la oración de mi Señor Jesús en el huerto de los olivos: «Abba -Padre-, tú lo puedes todo, aparta de mí esta copa. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya», Marcos 14, 36. Y comprendo ahora las palabras del santo padre Papa Francisco: «lo que importa antes de nada es la relación con el Padre. Es esto lo que hace la oración: transforma el deseo y lo modela según la voluntad de Dios, cualquiera que esa sea, porque quien ora aspira ante todo a la unión con Dios, que es Amor misericordioso».
Señor, ayúdame a no tener miedo. Aumenta mi débil fe.



2 comentarios:

  1. Como siempre, muy buena reflexión
    Me hace entrar, escudriñarme, preguntarme, regañarme y volver a darme la oportunidad de servir, seguir en el camino q me tengo marcado y desear más q nunca hacer LA VOLUNTAD DE MI PADRE, Y MI MÁXIMO SUEÑO
    UN DÍA HABITAR ESA CASA, ESA HABITACIÓN Q CRISTO CON SU SANGRE TIENE RESERVADA PARA MÍ.
    Hoy me calan, me llegan varias cosas, pero una de ellas q me cuestiona UN CRISTIANISMO SIN CRUZ
    Sin Cruz q me duela, q me pese, q me lleve al dolor de servir, a darme a los demás, a desgarrar mi propio yo, a ese Narcicizmo q ud dice, de espíritu, de servicio no físico
    Y otra cosa, ese punto q ud toca de la maldad de ver sufrir al otro
    Me cuestiona como es tanto nuestro odio y/o envidia por el prójimo q hacemos el mal con tal de verlo sufrir
    Me deja muy pensativa y con una gran tarea, reflexión y ojalá actúe
    Gracias padre. Dios le de más de ese maravilloso don

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  2. Oiga
    Una pregunta, de donde tomó esa foto
    Es tan real, tan Dolorosa, me conflitua mucho, el verla me pone a reflexionar, sin tener q leer

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