“El Señor le tocó el corazón para que
aceptara el mensaje de Pablo”
Hechos 16, 14.
Hay un versículo de las Sagradas
Escrituras que se me ha venido a la mente como de rayo y expresamente dice:
“porque es Dios quien, según su designio, produce en ustedes los buenos deseos
y quien les ayuda a llevarlos a acabo”, Filipenses 2, 13. Pertenece a una carta
que el Apóstol escribió desde la prisión y eso refleja ya, la convicción de que
nada sucede sin la voluntad de Dios. Jesús mismo lo dejó muy claro cuando dijo:
“¿No se venden dos gorriones por unas monedas? Sin embargo, ni uno de ellos cae
a tierra sin permiso del Padre de ustedes”, Mateo 10, 29.
La voluntad de Dios en el desarrollo
de la humanidad es fascinante y desconcertante. Fascinante porque se percibe el poder que Dios posee como atributo
propio para irrumpir en la historia no sólo personal del hombre sino de los
pueblos y de la humanidad misma. Basta sólo recorrer algunos pasajes de las
Sagradas Escrituras para que uno se dé cuenta de ello. Y al mismo tiempo desconcierta, porque las narraciones de
las páginas de la Biblia pueden leerse incluso sin la premisa de la fe, y
entonces todo se reduciría a mitos o leyendas. Pero si nos acercamos con fe,
reconociendo que nada, absolutamente nada escapa a la voluntad de Dios como nos
dice Pablo en la carta a los Filipenses y nos narra Lucas en los Hechos de los
Apóstoles cuando nos refiere que el Señor ‘tocó’ el corazón de Lidia “para que
aceptara el mensaje de Pablo”, 16, 14. ¿Por qué el Señor no toca el corazón de
quien lo odia y lo persigue a muerte? Y digo esto porque Jesús se ha
identificado con sus discípulos: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues”, Hechos
9, 5.
Porque no ponemos
en duda que las palabras de Jesús se cumplen, aun cuando el versículo que a continuación
mencionaré sea una lectura de la realidad que las comunidades cristianas ya han
padecido y que el Apóstol Juan actualiza para animar la fe de los creyentes del
final del primer siglo de la era cristiana: “Los expulsarán de las sinagogas y
hasta llegará un tiempo, cuando el que les dé muerte creerá dar culto a Dios”,
Juan 16, 2. Y hoy constatamos por las noticias que nos llegan de las diversas
partes del mundo que los cristianos están siendo expulsados, perseguidos,
encarcelados y hasta asesinados. Y a pesar de todo y de todos, Ellos, dan
testimonio de la fe en el Hijo de Dios, muerto y resucitado, haciendo que se
cumpla las palabras de su Señor: “y ustedes también darán testimonio”, 15, 27. Si
lo han podido hacer, no nos cabe la menor duda que es porque el Paráclito les “enseña”
y les “recuerda” lo que Jesús ha realizado de palabra y obra, Cfr. Hechos 14,
26. Es el Espíritu Santo, el Paráclito quien mantiene vivo y actualiza en la
Iglesia y en el mundo la presencia del Resucitado. Además de que es también
quien dota de una identidad genuina a los discípulos de Jesús, por eso se les
llama ‘cristianos’ otros ‘cristos’. Así que en la actuación del Paráclito se
hace visible el propio Jesús, el cual dijo: “Cuando venga el Paráclito, que yo
les enviaré a ustedes de parte del Padre, el Espíritu de la verdad, que procede
del Padre, él dará testimonio de mí”,
Juan 15, 26. Pero hasta ahora la pregunta sigue en el aire: ¿Por qué el Señor no toca el corazón de quien lo odia y lo persigue a
muerte?
Hay un pasaje en
la Biblia que nos es de mucha ayuda para dar respuesta a la interrogante que
nos ha hecho meditar esta mañana: “El siervo no es superior a su Señor. Si a mí
me han perseguido, también a ustedes los perseguirán, y el caso que han hecho
de mis palabras lo harán de las de ustedes”, Juan 15, 20.
Dirán que estoy
loco, pero hay una experiencia de vida que puede ayudarnos a comprender mejor
este aspecto, cuando la conciencia está adormecida o anestesiada no percibe ni
siente dolor alguno ante el sufrimiento ajeno, aunque se reconozca ya sea al
instante o mucho después que lo realizado esta mal. Como cuando uno cae en un
profundo sueño por el cansancio o se encuentra inconsciente por más que se le
toque no recupera el sentido ni se despierta del letargo. O también, puede
suceder, que se perciba que se le toque o se le llama, pero simplemente no se
quiere hacer caso. Pero esta experiencia todavía no responde del todo la
pregunta: ya sea por la pérdida de la conciencia o porque no se quiere aceptar
el mensaje de Salvación. Entonces, ¿el
Señor tiene poder para tocar el corazón (entiéndase aquí la conciencia) si o
no?
Y respondemos
afirmativamente. ¿Pero qué sucede, por
qué no lo hace, es que acaso se goza en el sufrimiento del hombre? Respondemos:
porque Dios al crear al hombre le hizo libre, con una voluntad y una razón, éstas
son facultades que son propias del espíritu humano. Y eso Dios lo respeta. Dios
siempre llamará al hombre y ‘tocará su corazón’ pero es el propio hombre quien
deberá responder por sí mismo. Ninguno puede usurpar este derecho. Por eso, se
nos narra que Lidia, una vez que acepto el llamado de Pablo, es decir, una vez
que sintió el ‘toque’ del Señor recibió el bautismo y hospedó en su casa a los
apóstoles. Esto es maravilloso porque por vez primera los misioneros no se quedan
en casas judías sino en una casa cristiana y así la Comunidad eclesial se
convierte en una Iglesia doméstica, es decir, donde el espíritu de Jesús reina.
Por eso, quiero concluir esta meditación con la exhortación del apóstol Pablo: “Si
hoy escuchan su voz, no endurezcan el corazón”, Hebreos 3, 15.
Señor,
he escuchado tu voz esta mañana, y la quiero escuchar siempre. Toca mi memoria
y purifícala, toca mi corazón y libéralo de todo aquello que le oprime y le
incita al mal, toca mis manos y haz que se conviertan en instrumento de
solidaridad y de fraternidad, toca mis pies y no permitas que me aparte de tu
sendero de vida. Toca mi persona y conviérteme para que siempre dé el
testimonio valiente y coherente que la Iglesia de hoy necesita.
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