lunes, 2 de mayo de 2016

“El Señor le tocó el corazón para que aceptara el mensaje de Pablo”
Hechos 16, 14.

Hay un versículo de las Sagradas Escrituras que se me ha venido a la mente como de rayo y expresamente dice: “porque es Dios quien, según su designio, produce en ustedes los buenos deseos y quien les ayuda a llevarlos a acabo”, Filipenses 2, 13. Pertenece a una carta que el Apóstol escribió desde la prisión y eso refleja ya, la convicción de que nada sucede sin la voluntad de Dios. Jesús mismo lo dejó muy claro cuando dijo: “¿No se venden dos gorriones por unas monedas? Sin embargo, ni uno de ellos cae a tierra sin permiso del Padre de ustedes”, Mateo 10, 29.
La voluntad de Dios en el desarrollo de la humanidad es fascinante y desconcertante. Fascinante porque se percibe el poder que Dios posee como atributo propio para irrumpir en la historia no sólo personal del hombre sino de los pueblos y de la humanidad misma. Basta sólo recorrer algunos pasajes de las Sagradas Escrituras para que uno se dé cuenta de ello. Y al mismo tiempo desconcierta, porque las narraciones de las páginas de la Biblia pueden leerse incluso sin la premisa de la fe, y entonces todo se reduciría a mitos o leyendas. Pero si nos acercamos con fe, reconociendo que nada, absolutamente nada escapa a la voluntad de Dios como nos dice Pablo en la carta a los Filipenses y nos narra Lucas en los Hechos de los Apóstoles cuando nos refiere que el Señor ‘tocó’ el corazón de Lidia “para que aceptara el mensaje de Pablo”, 16, 14. ¿Por qué el Señor no toca el corazón de quien lo odia y lo persigue a muerte? Y digo esto porque Jesús se ha identificado con sus discípulos: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues”, Hechos 9, 5.
Porque no ponemos en duda que las palabras de Jesús se cumplen, aun cuando el versículo que a continuación mencionaré sea una lectura de la realidad que las comunidades cristianas ya han padecido y que el Apóstol Juan actualiza para animar la fe de los creyentes del final del primer siglo de la era cristiana: “Los expulsarán de las sinagogas y hasta llegará un tiempo, cuando el que les dé muerte creerá dar culto a Dios”, Juan 16, 2. Y hoy constatamos por las noticias que nos llegan de las diversas partes del mundo que los cristianos están siendo expulsados, perseguidos, encarcelados y hasta asesinados. Y a pesar de todo y de todos, Ellos, dan testimonio de la fe en el Hijo de Dios, muerto y resucitado, haciendo que se cumpla las palabras de su Señor: “y ustedes también darán testimonio”, 15, 27. Si lo han podido hacer, no nos cabe la menor duda que es porque el Paráclito les “enseña” y les “recuerda” lo que Jesús ha realizado de palabra y obra, Cfr. Hechos 14, 26. Es el Espíritu Santo, el Paráclito quien mantiene vivo y actualiza en la Iglesia y en el mundo la presencia del Resucitado. Además de que es también quien dota de una identidad genuina a los discípulos de Jesús, por eso se les llama ‘cristianos’ otros ‘cristos’. Así que en la actuación del Paráclito se hace visible el propio Jesús, el cual dijo: “Cuando venga el Paráclito, que yo les enviaré a ustedes de parte del Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí”, Juan 15, 26. Pero hasta ahora la pregunta sigue en el aire: ¿Por qué el Señor no toca el corazón de quien lo odia y lo persigue a muerte?
Hay un pasaje en la Biblia que nos es de mucha ayuda para dar respuesta a la interrogante que nos ha hecho meditar esta mañana: “El siervo no es superior a su Señor. Si a mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán, y el caso que han hecho de mis palabras lo harán de las de ustedes”, Juan 15, 20.
Dirán que estoy loco, pero hay una experiencia de vida que puede ayudarnos a comprender mejor este aspecto, cuando la conciencia está adormecida o anestesiada no percibe ni siente dolor alguno ante el sufrimiento ajeno, aunque se reconozca ya sea al instante o mucho después que lo realizado esta mal. Como cuando uno cae en un profundo sueño por el cansancio o se encuentra inconsciente por más que se le toque no recupera el sentido ni se despierta del letargo. O también, puede suceder, que se perciba que se le toque o se le llama, pero simplemente no se quiere hacer caso. Pero esta experiencia todavía no responde del todo la pregunta: ya sea por la pérdida de la conciencia o porque no se quiere aceptar el mensaje de Salvación. Entonces, ¿el Señor tiene poder para tocar el corazón (entiéndase aquí la conciencia) si o no?
Y respondemos afirmativamente. ¿Pero qué sucede, por qué no lo hace, es que acaso se goza en el sufrimiento del hombre? Respondemos: porque Dios al crear al hombre le hizo libre, con una voluntad y una razón, éstas son facultades que son propias del espíritu humano. Y eso Dios lo respeta. Dios siempre llamará al hombre y ‘tocará su corazón’ pero es el propio hombre quien deberá responder por sí mismo. Ninguno puede usurpar este derecho. Por eso, se nos narra que Lidia, una vez que acepto el llamado de Pablo, es decir, una vez que sintió el ‘toque’ del Señor recibió el bautismo y hospedó en su casa a los apóstoles. Esto es maravilloso porque por vez primera los misioneros no se quedan en casas judías sino en una casa cristiana y así la Comunidad eclesial se convierte en una Iglesia doméstica, es decir, donde el espíritu de Jesús reina. Por eso, quiero concluir esta meditación con la exhortación del apóstol Pablo: “Si hoy escuchan su voz, no endurezcan el corazón”, Hebreos 3, 15.

Señor, he escuchado tu voz esta mañana, y la quiero escuchar siempre. Toca mi memoria y purifícala, toca mi corazón y libéralo de todo aquello que le oprime y le incita al mal, toca mis manos y haz que se conviertan en instrumento de solidaridad y de fraternidad, toca mis pies y no permitas que me aparte de tu sendero de vida. Toca mi persona y conviérteme para que siempre dé el testimonio valiente y coherente que la Iglesia de hoy necesita.

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